Sobre Edipo en Ezeiza, de Pompeyo Audivert.
Actores: Julieta Carrera, Hugo Cardozo, Francisco Bertín.
Dramaturgia y dirección: Pompeyo Audivert
Sigamos hablando, porque en el silencio ganan ellos. Pasaron varios días desde que vi Edipo en Ezeiza, y no estoy segura de que estas sean las palabras textuales, pero sí tengo certeza de los sentidos que aún resuenan. Si el título de la obra ya sugiere una doble tragedia- la histórica y la clásica-, la tensión entre silencio y palabra agrega una tercera dimensión. Y el devenir de la obra no hará más que multiplicar las cinchadas.
Por ejemplo, en la despojada escenografía, varias pilas de libros establecen una especie de barricada entre el público y los actores. Aquello que inicialmente se ve como barrera, lentamente se constituye en espacio de transición. La voz saca de la mudez a los textos, abre los ejemplares justo donde el teatro, la escena familiar en interiores, el contexto político externo y las nervaduras de lo poético confluyen.
O también: los libros hacen eco justo donde el teatro externo, la puja política familiar e interna, el teatro y las nervaduras de lo poético confluyen.
Así las cosas, lo teatral y el lenguaje que sacude los sentidos codificados son territorios aliados. Avanzan sobre esa modalidad del tiempo que prepotea con su aparente solidez de una pieza, con la contundencia de quien se asume original, y mira desde lo alto a las miserables copias. Esa temporalidad es la historia. Tan pretensiosa, solo hace falta cubrirla con una vieja bandera argentina- un poco sucia, un poco agujereada- para mostrarle en su deterioro, no el heroísmo de las batallas, sino su capacidad de ocultamiento. Bajo la azul y blanca, que es sobre todo gris, se sacuden los cuerpos invisiblizados, los sin rostro, los contornos que reclaman desde el órgano más físico de lo humano- la voz- ser identificados, ser devueltos a una realidad desvelada.
Soberbia y frágil, esa también es la condición precaria de la historia. Ella intenta con estallidos disimular su falta de elegancia, su carencia completa de sutileza y su incapacidad para la múltiple. Estallan las bombas, pero en esas explosiones no hay hilos conductores, solo una siembra constante de confusión y certezas, de puños cerrados, dientes que rechinan, furias que se heredan.
Como sucede en otras puestas de Audivert, siempre hay muchos más personajes que cuerpos en escena. Una mujer envejece y rejuvenece sin maquillaje, solo con seguir el semicírculo que lleva y trae edades en la curvatura de la espalda. Es madre y es hermana, es la viva y es la muerta. No es la que está enmarcada en la foto sobre la pared, pero la presenta. Igual que la historia, las fotografías ceden la rigidez de sus marcos ante las curvas de la poesía. Aquí no falta nadie, aunque circulen tantas ausencias.
Por su parte, una linterna descubre en el rostro del hijo las múltiples máscaras que los olvidos instilados y las trampas de la memoria intentaron borrar. Detrás, mucho más atrás de esa milhojas de biografías, hay un vacío nutricio, que no cesa en su potencia, ni aún después de un asesinato. Es como si en esta obra morir fuera un pasarse de largo, una forma de andar el círculo, de jugar al elástico a un lado y otro de la barricada de libros, a un lado y otro de la puerta vana, y del vano oscuro de la puerta.
Y si hablamos del padre surgen las preguntas: cuál, quién, dónde. ¿El líder político esperado, cuya llegada termina en una masacre? ¿El paranoico opresor que se cuece en un caldo de desconfianzas?, ¿el todopoderoso que confunde profecía con venenosa suspicacia? Layo, papá y Perón trituran la empatía, entre ironía y recelo.
Edipo en Ezeiza avanza en el borde de la risa, donde comienza la mueca; en el rictus de furia donde nace la desesperación; en la cima del verso, donde una vez más y para volver al comienzo de este texto, pujan palabra y silencio.
El tren de la historia nos ha empujado a un camino de soledad, deserotización, vínculos virtuales, puentes quebrados, líneas de puntos en el aire que abren un abismo entre desiguales. Ansiedad, soledad, fragilidad cognitiva, terror sin vísceras a los cuerpos ajenos. Pero aun así hay que hablar, sostener la palabra que cura y abraza. Porque en el silencio ganan ellos.














The article delves into Ezeizas tragic history, blending historical and mythical narratives. Its a profound exploration of memory, identity, and the complexities of human relationships. The vivid imagery and emotional depth make it a powerful read.
This piece deeply resonates with me, blending historical weight with poetic urgency. The metaphor of books as both barrier and bridge is powerful, as is the exploration of memorys fragility against the backdrop of political turmoil. A moving reflection on the struggle between silence and voice.