El cuerpo: Entrevista con Federico Mastrogiovanni, periodista – escritor italiano residente en México.
Entrevista: Gabriela Stoppelman, Lourdes Landeira, Viviana García Arribas
Edición: Lourdes Landeira, Gabriela Stoppleman
“Hay personas que cuentan historias y personas que las escuchan,que las elaboran, y las escriben. ¿Para qué? Porque el ser humanovive de historias. Contarnos historias es una de las pocas actividadeshumanas que siempre se han dado, alrededor de la hoguera, o en lapantalla de un iPad, pasando por las páginas de los libros. Lo único que podemos hacer escontarnos lo que sentimos y ver si algo tenemos en común. Seguircontándonos nuestras historias”.
“El asesino que no seremos”, Federico Mastrogiovanni
La palabra “CUENDAS” es femenina. La definición dice: se trata del hilo que evita el enredo de un ovillo. Según está escrito, deriva del latín “contar”. Es también el nombre de la intervención creada por una artista plástica mexicana. Con ella,se transforma; cuendas comienza a ser una madeja de hilo de algodón -de color negro, para representar el vacío- cuya longitud representa el volumen del cuerpo de una persona desaparecida a partir del 2006 en México. Océano mediante y muchos almanaques atrás, unas manos -en razonable comunicación con el cerebro que las comandaba- aprendieron a enmarañar lanas: primero, poner los puntos sobre la aguja metálica. Luego, tejerlos en diferentes combinaciones, saber cómo aumentar y cómo disminuir para lograr la forma deseada, el tamaño justo. Esos mismos dedos, hoy, en algún lugar de Italia, repiten una y otra vez la danza ancestral ante unos ojos que, sin comprender, recuerdan y olvidan habilidades en invisible tono anaranjado -Siena, quizás. Mientras tanto, la cara dulce de otra mujer envejece y espera, como cada día desde hace treinta y ocho años, ver entrar por su puerta al hijo que le desaparecieron. Una -muchas- vocales y consonantes entrañan y desentrañan sus historias en letra y puño, cuadernos, enlaces de contador.
VERSOS VIOLENTOS
“es como cuando hay que elegir un verbo en presente o en pasado y sabes que cualquiera de los dos tiempos es al mismo tiempo el tiempo correcto y equivocado. <Esa playera…era su favorita. Es su favorita.> Una indecisión aprisionada entre sentimientos contrastantes sólo un apéndice, el fraccionamiento de las llamadas Playas de Tijuana, que se acuestan algo perezosas a la orilla del mar. En ningún lado se percibe la presencia del océano, como si éste fuera un elemento superfluo, un detalle del que Tijuana podría prescindir sin afectar realmente su esencia de ciudad fronteriza, binacional, antiguo paraíso de los excesos ahora olvidados”.
“Ni vivos ni muertos”, Federico Mastrogiovanni
¿Qué particularidad tiene en México la presencia de los fantasmas de los ausentes?
Lo he analizado desde la perspectiva de las mamás en una investigación que duró casi cuatro años. Yo había recopilado decenas de entrevistas. Me impactaba y no podía entender bien la relación constante y diversa de esas madres con la ausencia. Hablo de las mamás porque, como ustedes saben, son las que al final se dedican a la búsqueda. También hay padres pero, en comparación, ellas son muchas más. El fantasma es una presencia. En algunos casos las madres reaccionan dedicándose a la búsqueda, hacen presente esta ausencia y la llevan en el centro de sus vidas, con el objetivo de encontrar su hijo desaparecido. Incluso, hay personas que deciden poner a un lado al resto de la familia, al resto de sus hijos. Algunas mamás me decían: “Mis demás hijos están vivos, pero uno no está y lo tengo que encontrar”. Justamente, están enfrentando una disyuntiva en la que cualquier decisión es correcta y es tremenda. Decidir que, frente a la desaparición de un hijo, se dedique la vida a encontrarlo y se deje a un lado a los otros hijos -sólo porque están vivos-, es terrible pero correcto. Y también es terrible, legítimo y correcto decidir que esta ausencia se quede como fantasma y dedicarse a quienes sí están. Son dos posturas extremas y legítimas. No es posible de ninguna forma juzgarlo desde afuera. Pero sí, la ausencia sigue siendo la presencia. Creo que así se podría describir este rasgo específico. Se queda el fantasma. La ausencia es presente todo el tiempo. Creo que esta ausencia nunca cerrada, está en el centro de todo y es el gran trauma, la gran devastación y la gran diferencia con el asesinato.
En tus dos libros, ese es el único momento en que apelás a un lenguaje poético: “ausencia es un cuarto vacío dejado como estaba cuando la persona que lo habitaba desapareció, aunque hayan pasado años. Ausencia es un silencio, cuando se habla de la persona que desapareció. Un silencio que se hace costumbre entre los que la están esperando”
Me considero un gran ignorante respecto de la poesía, aunque la amo. Es muy difícil utilizar un lenguaje poético, no me siento a la altura y por eso nunca lo hago. Se abusa de esto muchas veces. Sobre todo en el periodismo, hay un exceso de este recurso. En la casi totalidad de los casos, el que lo intenta la arruina.
Sin embargo, en el momento en que hablas de lo central de la ausencia, el texto cambia. Esa insistencia es un recurso poético, ¿qué es lo poético para vos?
Lo sentí necesario, no tenía otro recurso narrativo, era la única forma de acercarme de una manera delicada pero contundente, con respeto. De todos modos, ese recurso no es mío, pero me parecía la manera más respetuosa de acercarme a una cuestión tan íntima y también problemática. Acercarse a este tipo de sentimientos implica el riesgo de ser juzgante y sentí que ese podía ser un buen punto medio.
MATERIAL SEDIMENTADO
“No hablábamos, todo era estirarnos, tocar el hilo, sentir la música, escribir el testimonial, hacer el cálculo de los metros de hilo que tiene cada cuerpo ausente –el promedio es de entre 300 y 400 metros de largo-, ellos agarraban las madejas e intentaban crear la presencia de su familiar. Fue muy fuerte: algunos sí le dieron esta presencia simbólica a la figura, y la abrazaban, la tocaban, lloraban y hasta se despedían de ella”
Laura Valencia Lozada
Vuelvo al tema de las madres y los parientes: cuando entrevistamos a una antropóloga del Equipo Argentino de Antropología Forense, ella nos decía dos cosas: por un lado, la impresionaron los objetos en las fosas. Además, nos decía que es imposible desaparecer un cuerpo del todo. ¿Qué opinás sobre estas dos cosas?
No he trabajado mucho con la búsqueda en fosas, pero sí en casas. Es una relación importante la que yo pude documentar que se construye. De repente, cobran importancia objetos aparentemente cualesquiera. Esto también se nota en otras situaciones de la vida: cuando un pariente muere o se enferma, un encendedor, una cajita toman un sentido diferente. Y esto es una constante, otra constancia de la ausencia, una forma de regresar la presencia a través de esos objetos que luego se vuelven casi fetiches o tótems y encuentran un lugar distinto hasta en la casa.
Cuando entrevistamos a Tati Almeida, ella nos mostró un cuaderno de poemas de su hijo. Lo encontró cuando a él lo desaparecieron. Nos hizo tocarlo.
Sí. Una cosa me impactó mucho cuando fui a casa de Alan Israel, en Cuernavaca. En el Novenario, su papá me llevó al piso superior que él mismo había construido. Hay allí una huella de Alan: la dejó en el cemento cuando era niño.El padre me hizo tocar la huella porque justamente ahí pasó Alan. Literalmente, dejó huella. Es como encontrar las posibles formas de recuperar esta presencia de cualquier manera. Los objetos son siempre fundamentales. Claro, en la búsqueda, cobran también el sentido de poder reconocer los restos. Eso por un lado. Ahora, respecto de los cuerpos, creo que la antropóloga tiene razón. En estos días hubo una sentencia importante de un tribunal federal sobre la historia de “Los 43”. Básicamente confirma por primera vez que la Procuraduría General de la República mintió e hizo una investigación parcial, sesgada y con el recurso de la tortura. Me pareció muy sospechoso desde un principio el modo en que rápidamente se aceptó la versión de que estos chavos habían sido cremados. Por eso me concentré, justamente, en tratar de entender cómo funciona, qué se necesita hacer para cremar a una persona. Entendí que, cuando cremas a una persona, siempre queda algo. Fue increíble la facilidad con que se aceptó que literalmente se habían esfumado. Es imposible, siempre queda algo, por lo menos una huella.
EL OMBLIGO Y DESPUÉS
“Así obra a menudo el periodista: en lugar de poner en duda su grilla de análisis, tiene tendencia a poner en duda su grilla de análisis, tiene tendencia a poner en duda lo real. Entonces los códigos empiezan a funcionar en el vacío no teniendo por referente más que ellos mismos”.
“La fabricación de la información”, Miguel Benasayag
Así como hablás de un confort de la justicia parecería haber también un confort del imaginario social.
Pienso que hay una necesidad de encontrar un sentido sencillo, que nos ponga en paz o que nos dé respuestas fáciles. Esto deriva hoy en el fachismo y en la ultra derecha populista, en todo el mundo. Son interpretaciones fáciles, de alguna maneran dan seguridad. Pero es grotesco porque, al final, acabas por aceptar interpretaciones absurdas que no podrías permitirte ni en un libro de ficción. Allí no puedes inventarte algo que no tenga pies ni cabeza, si no tu ficción sería un fracaso por falta de coherencia interna. Entonces: “dame una respuesta fácil que me permita sacarme el problema de encima”. Es lo que pasa con estos temas.
¿Qué función tienen los medios en esto? Mientras en otras épocas tergiversaban los hechos, ahora parece que los vacían, vacían el lenguaje.
Justamente ahora, estoy dedicado a estudiar la construcción del discurso hegemónico a través del trabajo de los medios. Relaciono este tema con los productos de masa, de ficción o con series de televisión basadas en trabajo periodístico. Trato de entender cómo se construye esta lectura y esta construcción de la realidad. Los medios tienen un papel fundamental y terrible, muchas veces, de manera inconsciente. El periodista asume las versiones oficiales acríticamente. Esto lo trabajo en la Universidad con mis alumnos, con los becarios. Es terrible, porque el papel principal es cuestionar todo lo que se nos dice y, eventualmente, averiguar si es o no cierto. Pero esta fase se brinca por completo y se percibe el papel periodístico como el de quien relata lo que alguien más nos dice. Una vez que te confrontas con las incongruencias entre lo que se te dice y lo que tú puedes reportear. Ahí te puede nacer esta duda y es el momento de romper este mecanismo. Aunque tampoco se hace con mucha frecuencia, porque es más cómodo no hacerlo, por flojera.
En Argentina te harías una fiesta con esto. Pensaba en otro entrevistado, Martín Kohan, él habla de la cultura de masas y analiza letras de boleros. Concluye en que, como la cultura de masas lo dice todo, no se puede analizar semánticamente. ¿No es una de las estrategias de los medios el decir nada diciéndolo todo?
Es que todo vale todo. Además, cualquiera está autorizado a opinar sobre cualquier tema. Y no es así. No por ser italiano puedo opinar sobre algún tema específico de la política interna de ese país. ¿Cómo podría hacerlo sin haber investigado antes?
¿Cómo trabajar para que la duda de la que hablabas sí aparezca en el trabajo del periodista?
La lucha es semántica, conceptual. Existen conceptos que no se utilizan. Creo que el punto, en nuestra profesión, es dejar de utilizar ciertas categorías. La primera respuesta que te dan los periodistas es “Ah, bueno, ¿pero entonces cómo lo vamos a decir?” Pues ese es tu problema. Tienes que estudiar para saber si existen ya conceptos. Acaba de salir un libro muy bueno de un colega, Jenaro Villamil: “Cleptocracia”, donde él propone este término para definir el sistema de tecnócratas mejicanos, que se ha ido fortaleciendo desde Carlos Salinas de Gortari hasta la fecha, y para definir esta relación estructural mafiosa entre las instituciones y los grupos criminales. Cuando se habla de grupos criminales, tenemos el concepto de “el narco”. Es un concepto vacío pero peligrosísimo a la vez, porque ya impone una lectura de algo externo, separado del Estado y de las instituciones. Y no es así. Hay un concepto jurídico del derecho internacional, lo aprendí hace dos años: la macrocriminalidad política. Me ayuda a definir, porque permite enunciar la relación estructural entre actores públicos institucionales y actores privados criminales y empresariales. Este concepto ya me libera de la carga en la idea del narcotráfico. E incluye actores que antes no podía ver. Lo mismo pasa con “narcofosa”. Cuando digo narcofosa, digo fundamentalmente dos cosas. Una: que las personas dentro de esa fosa o eran narcos o fueron matados por alguien vinculado con el narco. Entonces, estoy criminalizando a las víctimas sin saber quiénes son. Dos, quizás más importante: al enunciar narcofosa excluyo de la ecuación la participación del ejército, la policía o cualquier tipo de institución en la masacre y en el entierro. Por lo tanto, tiene un peso político enorme y es impresionante la facilidad con que se reproducen estos conceptos. “Así me entienden los lectores”, argumentan quienes se limitan a enunciar la “narcofosa”. Yo no puedo utilizar ciertas categorías, tengo que buscar nuevas y, si no las hay, las tengo que construir.
Parecería que la inmediatez de los grandes medios para capturar con el lenguaje vacío hace que, nuestras posibles creaciones de lenguaje, no puedan llegar a disputar un territorio en la verdad.
Creo que esto es cierto en parte. Es verdad, hay conceptos inmediatos y, al enunciarlos, el lector entiende algo, aunque algo sin foco, comparten conceptos vagos que no son realmente explicativos, sino más bien conforman en la mente de los lectores una imagen general aproximativa. Por otro lado, pienso que se introducen en el lenguaje palabras, terminologías que el lector o el receptor del mensaje, de todas formas no conoce. Pero, al insistir con ellas, entran en el imaginario. Entonces, ¿por qué no se puede hacer con conceptos más precisos? Se tiene que explicar, sí, pero de eso también se trata nuestro trabajo.
DE NOMBRE IMPROPIO
“El ‘narco’ aparece en nuestra sociedad como una temible caja de pandora que, de ser abierta, creemos que desataría un reino de muerte y destrucción. Si pudiéramos vencer el miedo y confrontar aquello que llamamos ‘narco abriendo por fin la caja, no encontraríamos en ella a un violento traficante, sino al lenguaje oficial que lo inventa: escucharíamos palabras sin objeto, tan frágiles y maleables como la arena. Abramos, pues, la caja.’
“Los cárteles no existen”. Oswaldo Zabala
¿Pensás que este proceso y estas palabras vacías son posibles en esta época tecnológica en particular? Y, al mismo tiempo, ¿hay posibilidad de utilizar la tecnología en otro sentido, para crear otra cosa?
La tecnología como soporte y como medio de difusión más amplio puede ayudar, por supuesto. Pero yo lo considero un ambiente neutro, en el cual puedes meter cualquier cosa.Depende de la capacidad de fuego que tengas, puedes obtener resultados más o menos profundos. Hay un libro de un amigo muy querido y muy importante, Osvaldo Zavala: “Los carteles no existen”, que es fundamental. Se le da una presencia importante en las redes sociales, la editorial hace un muy buen trabajo de difusión, escogen un título fuerte y ya está muy presente y empieza a romper categorías a un mes de circular. Osvaldo es un académico de Ciudad Juárez que está en Nueva York, hace un trabajo muy serio y muy preciso. El libro es un ensayo. La gente no lee ensayos con esta facilidad, pero el uso que se ha hecho de los recursos de las redes sociales, en conjunto con una estrategia de mercadotecnia bien hecha- sin tantos recursos económicos, simplemente bien pensada-, está logrando lo que se postula dentro del libro. Esto tiene que ver con el buen uso de la tecnología, de las redes sociales y de los nuevos canales. El problema de quienes nos posicionamos en el ala izquierda es que a veces no somos los más expertos ni los que utilizamos con mayor inteligencia estos recursos tecnológicos. Normalmente, los usa más el enemigo. Por otra parte, nos hemos socializado a una dinámica, no sólo a un lenguaje. Y esa no era la única opción. Hay otras, pero esa es la que se impuso. La hemos adquirido y hemos cambiado hasta nuestra forma de pensar en relación con esto. Pero aún creo que no hay una única manera de relacionarse con los avances tecnológicos. Hay que romper la que se ha implantado o, al menos, intentarlo.
Escribiste que muchos de tus colegas sienten como cursi o sentimentaloide el hecho de expresar sus propias reacciones o sus puntos de vista subjetivos respecto de lo que están investigando, en una fantasiosa pretensión de objetividad ¿Ahí también se estaría perdiendo un espacio para producir pensamiento?
Tengo diferentes posiciones al respecto. Por un lado, hay una especie de alejamiento de la legitimidad de la postura personal del periodista y, por el otro, una presencia fuerte pero muy miedosa, entre la militancia y la necesidad de generar empatía, pero de manera chafa, cutre. Me doy cuenta de que, en ciertos momentos, yo mismo me pongo cursi. Hay fases y cada uno vive cosas diferentes. Esto lo acepto de mí y de los demás, aunque pienso que debemos tratar de ser moderados en la manera de expresarlo. Uno puede equivocarse en dónde usarlo. Sin embargo, en la construcción narrativa, a veces tiene sentido y otras, no. Esta actitud de generar compasión -postura impuesta desde arriba- me parece innecesaria y grotesca. Se puede utilizar hasta lo cursi, si tienes presente por qué lo estás haciendo. El problema lo tengo, sobre todo, porque conozco a las personas que lo hacen y los desprecio. Ese es el problema.
PERSONALES EN FLOR
“Llegar a Venice y darme cuenta de que está llena de jacarandas me da gusto y me incomoda. Me da gusto porque quiero leerlo como una señal: en la Ciudad de México ya se cayeron sus flores, generando los tapetes morados típicos de la primavera avanzada, y aquí están justo empezando a florecer ahora, como si fuera un bonito presagio para mi trabajo. Me incomoda porque es como si Los Ángeles me hubiera robado y hubiera exhibido algo profundamente mío, el símbolo de mi relación íntima con la Ciudad de México”.
“El asesino que no seremos”, Federico Mastrogiovanni
Nos ha llamado la atención la enorme cantidad de veces que aparecen en tus textos, las referencias al silencio, a la luz y a los colores:
“Siempre he pensado que cada ciudad tiene su color, que se queda en la parte trasera del cerebro como si fuera una imagen sedimentada”, “Nueva York es una ciudad definitivamente color acero, algún tono entre el azul y el gris, seguramente frío. Su luz, sus edificios verticales, sus espejos”; Y cuando no había violencia, en los momentos de descanso, el silencio absoluto era lo que nos mataba, lo que nos dejaba en espera de la siguiente dosis de madrazos”.
No soy experto en anatomía, pero siento los colores en la nuca. Quisiera diferenciar los dos temas. En el caso de “El asesino que no seremos”, hay una razón muy importante para los silencios, porque el silencio y el ruido son dos personajes fundamentales de la existencia de Edwin –el protagonista de la historia-. Él me ha contado que el silencio ha sido fundamental en su jaula y en su liberación, en su posibilidad de expresarse. El suyo no es solamente un ruido sonoro, es un ruido del pensamiento. Hay tantas cosas en las que pensar. Y todas hacen un ruido que impide pensar, concentrarse. Porque, claro, estás acostumbrado a un lugar donde el silencio es tu compañero de celda. Yo quería que el silencio estuviera presente como personaje, no tan explícito ni de manera didáctica: “Ah, es que el silencio es tan importante para él”, pero sí que estuviera ahí. Y esto también tiene que ver con la estructura que decidí darle al libro: para ambos está presente el silencio, pero es diferente en cada uno. Yo veo el silencio simplemente como descanso o como algo que me da paz, pero él no. Ahora, lo de los colores es más bien una cuestión mía. Me gusta la idea de darle al lector la posibilidad de imaginarse alguna ambientación. No describo los edificios pero quiero que, mientras lees, tengas presente algo. También está la música, el deseo de que las palabras no sean simplemente un relato, que generen un contexto, un ambiente con elementos para provocar otras sensaciones.
ATRAPADOS CON SALIDA
“En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta”.
“Utopía de un hombre cansado”, Jorge Luis Borges
De tus investigaciones, ¿te queda material útil para ficción?
Sí, mucho. Estoy escribiendo una novela de ciencia ficción, pero no la usual, distópica, aunque me gusta mucho el filón distópico de la ciencia ficción. Llevo casi un año con eso. Aquí tengo el cuaderno de apuntes donde recopilo material sobre esta historia que no sé cuándo voy a sacar porque no tengo casi tiempo de escribirla. Además, trabajo otro material con un amigo guionista director de teatro, quisiera que fuese una pieza teatral. Con Edwin estamos trabajando, es un proyecto de un libro para niños con los temas de su historia y de su universo, será una historia de ficción de hijos de migrantes, de deportados, de rechazados y de los problemas que pueden tener con los idiomas. Él dibujará la historieta y yo escribiré. Él tiene muchos deseos de hacer algo, una historia para sus niños, los de su escuela.
¿Cuál fue la vivencia del tiempo y del espacio en la cárcel? Y también, ¿qué opinás sobre el abolicionismo?
Yo estoy a favor de la abolición de la cárcel. Lo estaba antes y ahora lo estoy más. Me parece completamente aberrante y, sobre todo, de ninguna utilidad con los supuestos beneficios que debería tener. Si quisiéramos ser coherentes con lo que se plantea, no tiene sentido. Mi vivencia fue muy extraña, porque entré antes en la juvenil y me pareció un espacio triste, cutre, pero todavía, con rasgos de humanidad. Incluso en los chavos que están ahí quienes, por supuesto, vienen de contextos de violencia y de discriminación. Pero el shock no fue tan grande como Pelican Bay. Allí lo primero fue la sensación de ser aplastado por completo, me sacó de onda, me afectó la idea del tiempo pasado ahí. Estar adentro, ver a esta gente que puede pasar allí veinte años, pensar en eso era intolerable. El manejo del cuerpo y de la vida de los presos me parecía una cosa de verdad horrorosa. No es sólo estar enjaulado en un espacio pequeño, es todo el aparato disciplinario y militar cuya única intención es deshumanizar y aniquilar.
¿Qué argumento le opondrías al sentido común cuando se plantea el qué hacer con cierta porción de la población que siempre va a robar o a delinquir?
No cualquier delito necesita el aislamiento del conjunto de la sociedad. ¿Por qué uno que roba tiene que estar encerrado? Lo puedes obligar a reparar el daño hecho o a contribuir a la sociedad de muchísimas otras formas: trabajos sociales, trabajos con las familias afectadas… Hay muchas opciones que ya existen y que tienen más sentido, sobre todo, en cuanto a la reparación del daño hecho. No digo que todos somos buenos, que todos somos hermanos, que la gente no delinque. Pero pienso que hay maneras más sensatas de responder al delito.
¿Y cuál sería la respuesta ante un genocida?
Con un genocida sería diferente, ahí se me plantea el hecho del aislamiento. Pero tampoco pienso que la prisión, tal como es, sea necesariamente la respuesta. Puedes aislar de la vida social a personas genocidas como el presidente de este país, por ejemplo, sin necesariamente degradar y eliminar la dignidad. Yo no creo que el hecho de ser un genocida justifique que se le aplique una destrucción de su dignidad.
Sería como reproducir sus mismos métodos.
Claro, con la diferencia de que uno lo haría con la fuerza de la ley. Un genocida tiene que pagar, por supuesto, pero de formas humanas dignas, que se correspondan con un efectivo pago a la sociedad por lo que hizo.
POBRE, MI CUERPO QUERIDO
“Lo que la terminología romántica llamaba genio, o talento, o inspiración, no consiste más que en encontrar el camino empíricamente, a olfato, cortando por atajos, allí donde la máquina seguiría un camino sistemático y concienzudo, a la par que rapidísimo y múltiple. El escritor no existe. Es un hombre funcionando como una máquina imperfecta”.
“El oficio de escribir”, Ítalo Calvino
Circula un chiste en Argentina: “Si te quejás por haber nacido acá, agradecé no haber nacido en México”. Sabemos que allá matan muchos periodistas, ¿no tenés miedo?
En este momento específico, no, por varias razones. En los años pasados me persiguieron. En varias ocasiones han llegado “fans”, quizás de la Secretaría de Gobernación. He tenido amenazas por parte de un gobernador y un jefe de la policía. Entonces, he tomados medidas. Entre 2011 y 2013 la he pasado mal, mientras hacía trabajo de investigación, porque estaba solo, no tenía grandes redes. Ahora es diferente, trabajo en una institución importante, que es la Universidad Iberoamericana, es jesuita. Tengo unas redes mucho más sólidas y seguimos protocolos de seguridad. Son otros los periodistas que realmente están en riesgo de vida, los que están aislados, los que trabajan en pequeños medios, que no tienen redes de apoyo, que viven en provincia. Claro, el miedo está ahí y vuelve de repente. Es cierto que es un contexto de riesgo, pero también es cierto que el riesgo se puede reducir trabajando con atención y sin hacer estupideces. El chiste no es volverte un héroe o un mártir, sino sólo vivir, hacer tu trabajo y contar las cosas. Al mismo tiempo, yo he dejado de trabajar ciertos temas porque no aguantaba más. Me costó mucho tiempo entenderlo. Al principio lo sentía como una traición o como una cobardía pero, en cierto punto, te das cuenta que simplemente no puedes más y que no puedes producir nada que sea válido. Entonces, te tienes que hacer unas cuantas preguntas. En parte, tiene que ver con el miedo pero, sobre todo, con el desgaste emotivo.
El tema de este número de la revista es el cuerpo. Para vos, ¿el cuerpo piensa?
No sé cómo, pero lo hace. Y tiene memoria también. En el caso de mi mamá, su situación se ha agravado mucho por el Alzheimer. Su cuerpo piensa. Por ejemplo, ella tejía. Ahora, en su demencia, sus dedos hacen los movimientos de cuando tejía, cuenta los puntos; sus manos cuentan los puntos aunque no tiene nada entre ellas. Yo lo reconozco perfectamente porque sé qué es, alguien que la viera sin conocerla, pensaría en movimientos incomprensibles, son muchísimas y complejas combinaciones de movimientos. Yo estoy convencido de que el cuerpo tiene memoria.
¿Y también olvida?
También olvida. Entre las otras cosas que antes les mencioné, estoy haciendo un trabajo de investigación sobre las huellas de la memoria, la construcción de la memoria y la construcción involuntaria del olvido. Dentro de todo esto, hay una parte relativa al cuerpo. No es muy central, pero tiene que ver con las huellas mnémicas, que son parte de la memoria y también parte del olvido. Siempre hay una selección que no es consciente. Cuando tu cuerpo selecciona la memoria, también selecciona el olvido.
¿Cómo es tu relación con tu cuerpo al escribir?
Es dolorosísimo. Llevo desde diciembre sin poder escribir por muchas razones. Duele escribir y duele no escribir. Es agobiante. Quien dice que los escritores no se cansan no sabe nada de este oficio. Es una cosa terrible.
Pero también lo disfrutás, ¿o no?
No tanto en realidad. Creoque Ítalo Calvino hablaba del cansancio y del odio. Aunque hay momentos en que disfruto, sí.
¿Te dedicarías a otra cosa?
Sí, ¡pero no sé hacer nada! Solo cocinar.
Nos gustaría que nos pases un pequeño fragmento de la ciencia ficción que estás escribiendo, para la entrevista.
Es que tengo todo en cuadernitos y no lo paso a la computadora hasta el final. Es un abismo de horror. Tengo puros cuadernos de apuntes, donde pongo todo, debo tener todo armado, articulado, los pasajes, la estructura, para poder empezar a escribir. Ahí recién sigo con los personajes y demás.
Entonces, la parte donde jugás es la parte de los cuadernos… Ya nos halaste como de cuatro proyectos simultáneos de escritura, para no disfrutarlo, es bastante.
Sí, así es. Eso me gusta. Aquí tengo un cuaderno que estoy haciendo sobre Venecia. Este es de “El asesino que no seremos” con los dibujos y demás. Otro con la parte del narrador. Aquí hay un dibujito de Edwin, de cuando lo entrevistaba.
LENGUA SUELTA
“—¿Podríamos decir que adentro tenías libertad de hacer cosas que afuera no tienes la misma libertad de hacer? Ríe fuerte. —¡Exactamente! Qué ironía, ¿no? Acá afuera ¡ya valió madre todo! ¡Ya no puedo hacer nada de eso! Y la verdad, te digo algo, eso me da en la madre aquí. Me da en la madre porque I can’t do that. No me puedo sentar drawing, quedarme ahí y olvidarme de todo esto de afuera. O sentarme a leer un libro, un cafecito, una cama. Yo todavía cuando salí agarraba la jerga, y me ponía en el piso, pum, pum, pum, porque limpiábamos la celda así. Y me decían, ¿por qué no usas el trapeador? Y yo, ah, sí ¿verdad? Así lo limpiaba. Pero más que todo extraño esa rutina, eso de sentarme, de soltar mi creatividad, que ahora la verdad está noqueada”.
“El asesino que no seremos”, Federico Mastrogiovanni
¿Escribís en italiano o español? En “El asesino…” hay mechada de idiomas.
Como me sale mejor. Normalmente, mis apuntes los escribo en italiano. El libro lo escribí en español, pero los apuntes los escribo como me viene. Ahí el tema de los idiomas es fundamental para la identidad de Edwin. No podía ser en un solo idioma porque él es binacional y bilingüe, pasa de un idioma a otro, de acuerdo a la intensidad de lo que está diciendo. Si algo lo afecta más, pasa al inglés. Intenté traducir partes al español para que no fuera demasiado pesado, pero los elementos importantes los dejé así como estaban.
En tus cuadernos, entonces, usás tu lengua madre.
Exacto. Yo me escribo a mí mismo los comentarios hacia los personajes. Sin estos apuntes, no puedo trabajar, la computadora me da una distancia que no me deja pensar. No sé si a ustedes les pasa de hacer comentarios en los libros, como si le hablaras al autor: “Hijo de la chingada”, no sé.
Cuendas. Cuendemos. Desovillemos la lectura, pero no del todo. Que el tejido haga punto cruz entre la voz del “narratore” y la nuestra. Invitemos a otras voces a la madeja. La vanidad y el espanto, se sabe desde los tiempos de Penélope, se disuelven en punto cruz. Y, en ese andar del hilo o de las letras, se contornean las siluetas de los ausentes. Allí se inquietan la escritura de sus tactos y sus pasos por estos territorios. Por eso, los andamos de un extremo a otro de sus pisadas. Insistimos e insistimos, a ver si el hechizo les devuelve carnadura. Y, si la magia no funciona, siempre están las palabras. Algunas tienen una apuesta de cuerpo entero. Pasen y vean, las de Federico Mastrogiovanni.