La lucha: breve historia sobre un accidente

Por Alicia Lapidus

 

CLOWN, MODELO PARA ARMAR

Iba distraída. No sé en qué pensaba, me encantaría acordarme. De repente, la punta de mi sandalia se enganchó con el cordón de la vereda. Casi en cámara lenta, comencé a desplazarme, para intentar recuperar la vertical. Pero era una batalla perdida desde el inicio. No obstante, yo seguía con el revoleo de los brazos, como un clown desarmado, hasta que una pared y el suelo detuvieron mi baile. Reboté con la cabeza contra esa pared tan mal ubicada en la esquina y caí sentada, impúdica.

Funny-Girl-Fall-PictureJOYA, NUNCA TAXI

Los transeúntes ocasionales, vieron lo ocurrido y, muy diligentes, se aproximaron a ayudar. Yo decía: “esperen, esperen, mi cabeza”. Bueno, para ser realista, no decía, gritaba. Pensaba “tengo que evaluar los daños, antes que me muevan”. Para peor, me sentía profundamente avergonzada frente a semejante escándalo.

Empecé a mover brazos y piernas. Era evidente que fractura no había. Con ayuda y casi a upa de los vecinos, me levanté. Las empleadas de la farmacia -dueña de la pared asesina- salieron prestas a ayudar y me llevaron al interior. Me ofrecieron una silla y un pack de hielo para mi cabeza, que retumbaba como una murga desquiciada. “Señora ¿está bien?”. Sí, claro, perfecta, sobre todo, después de haber volado en la esquina con aterrizaje forzoso incluido.

face-plantAZUL, COMO EL MAR AZUL

A los cinco minutos, ya no aguanté más las miradas y, temblorosa, caminé las dos cuadras hasta casa. Llegué, me recosté y me puse hielo en el chichón que ya era mucho más que incipiente.

Evalué los daños de nuevo y me di cuenta de que me dolían la muñeca y la rodilla. Obvio, mis herramientas para evitar la colisión. Nada parecía grave.

A la noche, después de cenar, mientras mirábamos tele, mi compañero me dijo “Tenés un poco azul abajo del ojo derecho”. Me miré en el espejo: ok, me dije. El huevo que tenía en la cabeza debía ser un hematoma que había bajado un poco por mi cara. Nada grave. Lo importante era que me dolía la muñeca.

 

QUÉ PACHÓ, MAPACHE

A la mañana siguiente, me levanté temprano para ir a trabajar. Medio dormida y casi de memoria, como siempre al levantarme, fui al baño. Sentía que no podía abrir bien los ojos, “Qué fiaca, no puedo despertarme”. Cuando prendí la luz del baño, casi me desmayo. Desde el espejo, me miraba un mapache. ¿Esa soy yo?, sí, ese bicho era yo.

Me puse unos anteojos oscuros y me fui al trabajo. Cuando llegué, las opiniones se repartían: o mi pareja me había pegado, o había que hacerle un juicio al cirujano plástico, deformador de párpados. Después de cientos de explicaciones, me dijeron que me volviera a mi casa porque todos se impresionaban. La cosa venía a ser una licencia por espanto.

Pero a mí me dolía la muñeca. Por su parte, la rodilla estaba un poco hinchada, en vías de mejorar.

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RESULTADO PARCIAL DEL ENCUENTRO

Dejé pasar ese día, entre mis cosas, escondida tras los anteojos oscuros, así no generaba un escándalo en la calle.

El día siguiente, mi cara era realmente muy fea. Pero yo insistía: me dolía la muñeca. Mi compañero me llevó a la guardia del sanatorio para que me revisaran. Cuando llegamos, había una multitud en la sala de espera. Apenas me vio la secretaria, con esa cara de horror a la que yo empezaba a acostumbrarme, me hizo pasar primero.

La médica clínica me recibió al grito de “¡Qué te pasó!”.  Mientras yo insistía con la muñeca, ella miraba con desconfianza a mi pareja. Las explicaciones respecto a mi bienestar cefálico fueron inútiles. La médica aceptó que no había una situación de violencia de género, pero yo tuve que aceptar hacerme una tomografía del cráneo. A cambio, me hizo la radiografía de muñeca: eso que hacía tanto yo pedía.

El diagnóstico final fue un hematoma por afuera del cráneo y nada en la muñeca. Uno a cero para la médica de guardia.

2012-11-05

 

MORALEJA

Primera conclusión: contra la gravedad, la lucha es inútil. Si perdiste tu centro, tu destino está en el suelo.

Segunda conclusión: No siempre lo que más nos duele es lo que está en peor estado. Ni en los golpes, ni en el amor, ni en la vida.

Conclusión final: Es mentira que un tropezón no es caída, a las pruebas me remito.

 

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