Por Marcela Castro Dassen.

Velocidad: Sobre felices pérdidas de orientación.

LARGO Y ESCABROSO CAMINO HACIA ERATÓSTENES

Nacer sin GPS incorporado puede parecer una desgracia. Creer que el norte es el sur, creer que el cielo es el agua. Salir del subte, del metro, del underground y buscar la dirección correcta.

obeliscos4Concentrada en las esquinas, mi mundo fue primero Buenos Aires, como estudiante de provincia. Bajaba dos paradas antes para no perderme. De la tierra plana pasé a la redonda. Al griego Eratóstenes, le costó mucho menos. Puso unos palitos en el suelo, midió unas sombras y chau pinela.

Así, esferizada, crucé el charco para vivir en Madrid algunos años.

Hace muchos ya. Ahora vivo a cinco minutos de mi trabajo, a cinco a pie de la casa de mi hijo mayor, a tres de vuelo a Buenos Aires, a 10 horas de Nueva York y a 15 de Londres.

Me compré un GPS. No quiero perderme. Bajé el Google Map, la App de Mac, el Street View.

Los GPS parecen conducir hacia lugares. Yo tomo el volante y una señora, en inglés o en español,  me va ordenando la ruta. Pero siempre resuena un reclamo:

“Me falta algo, me falta algo.” Por alguna cuestión de velocidades torcidas, no llego del todo a ninguna parte. Avanzo y retrocedo, voy en círculos ovalados, cuadras triangulares con cinco calles, algunas sin salida, ingreso a laberintos.

La señora del GPS me insulta descaradamente en un idioma que no comprendo.

CINTAS DE MOEBIUS

La vida es un viaje desordenado. La mía, por lo menos.
Ayer nació mi hijo mayor,  que tiene ahora 31 años, aún vive mi hija Lucía, en image11997 se mudó de mundo. José apenas camina y Santiago nacerá.
La muerte fuera de tiempo me desorienta. Busco mi brújula, aquella que en la adolescencia me regaló mi padre, la miro, no identifico un norte.
Mi hija de 12 años no está, cualquier dimensión en tiempo y espacio se desmorona. El universo se detiene, no hay rumbo.

Una topadora descontrolada destruye los cimientos velozmente. A paso de tortuga, busco una salida larga, lenta, dolorosa.

Con lentitud de cimiento, levanto la ausencia desde el mayor despojo. Pongo, durante segundos que son años, los sentidos en algún lugar. Regreso del ser enajenado y me apropio de mí, para abrir los ojos y ver que Marcelo tiene 13 años, José María 11 y Santiago, 5. Y vuelvo a ser.

El tiempo es una dimensión complicada. Y, cuando se mezcla con el espacio, peor. Algún sabio dice que son inescindibles. Dios, en su infinito, pretende explicar lo inexplicable, ¿se puede explicar la parte desde semejante “todo”?

Yo desistí hace tiempo. Perder totalmente el rumbo, carecer de brújulas y mapas. Ser el GPS desorientado- el GPS sin satélite-  coloca en un lugar de privilegio. Vamos a donde la vida sople. Y volvemos a elegir. Nada ni nadie nos marca el camino.

Vuelvo al viaje. Ando entre ciénagas y praderas, me tomo de cuerdas flojas, circulo por el teatro, por la literatura. Ahora, con un nuevo y moderno GPS, voy al encuentro de significancias que unen, en vértigo, esas dos pasiones. Lo confieso, ando cada vez más felizmente desorientada.

VAMOS A LA RUTA

Viajo por Reino Unido, a 80 km por hora, sin rumbo fijo. El GPS indica: a 8 km, Rotonda. Tercera salida, a la derecha.  La indicación se repite incansable. Cada salida es una elección, simulacro de la vida.

cartel casa de dylan

 

No hay brújula, ni mapa, ni GPS que nos libere de elegir. En la cuarta salida a la izquierda, Shakespeare habita su casa con ventanas. Stratford Upon Avon. Poco importa que las ventanas estén cruzadas por maderas y que el Museo esté cerrado porque es lunes. Allí anda, con su pluma, escondido y burlándose del tiempo. Elijo que permanezca, me río de los siglos. Me subo a un carruaje sin brújula, los caballos van sin guía al teatro conservado durante siglos. Otelo y Desdémona, el amor, la guerra, el odio, los celos y la muerte. William universal y eterno.

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Voy y vuelvo a mi antojo.

Mi cartografía desorientada me traslada varios cientos de años.
Mi cumpleaños comenzó con los pájaros
acuáticos
y los pájaros en los árboles alados volando mi
nombre
por encima de las granjas y los caballos
  blancos
y yo me levanté
en el otoño lluvioso
y me alejé en el chaparrón de todos mis días.

La garza y la pleamar se zambulleron cuando
tomé el camino
a la frontera
y las puertas del pueblo estaban cerradas
 todavía
cuando el pueblo despertó.

casa de dyan

Estoy en el Sur de Gales, Laugharne.  Festejo mis 30 años con Dylan Thomas, en su casa rescatada de la ruina, muchos años después de nuestro encuentro. Poco importa que él haya nacido en 1914 y yo en 1959. Me siento a su lado en la silla blanca de madera, frente al acantilado. Es octubre, el mes en el que los dos nacimos. Me recita el poema con su voz de radionovela. Simple y maravilloso obsequio. Bebemos en silencio. “I am a Welshman; I am a drunkard, I am a lover of de human race, especially of women” (*)  Acordamos encontrarnos en un cine,  en otro tiempo.

Y, en ese encuentro, tal vez crecemos entre otros  a Shakespeare, a Lord Byron,  a Alfred Tennyson, a Emily Brontë. Emily… si la agarro en 1939, antes de este cumpleaños, podríamos ir al estreno de “Cumbres Borrascosas”.-

HOME, SWEET HOME

Acomodo los mapas, la brújula, el GPS y los siglos. Los libros irán en la mochila para evitar el exceso de equipaje. Dejo el auto con su señora parlante incorporada  y, a las 12 horas, aterrizo en Ezeiza. Tres horas más de vuelo a mi pequeña Ciudad de la Patagonia, que me recibe irreverente el 25 de mayo de 2015. Pretensiosa vida. Observo  mi casa con detenimiento. Las paredes con fotos  dan cuenta de la velocidad  del espacio. Mi padre poda una rosa, (1930-2001), mi madre festeja sus quince años (1931 – 2015) mi hija, vestida de gitana (1985-1997).

Dylan Thomas bln encendiendo cigarrillo

 

 

 

 

 

 

 

Viajar sobre versos. La vida no se mide en tiempo. Resuena la voz del galés.

“No entres dócilmente en esa pálida noche/ Rabia, rabia contra la agonía de la luz”

(*) “Soy un galés, soy un borracho, soy un amante de la raza humana, en especial, de las mujeres”.

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