Por Ricardo Varela.
Velocidad: Sobre Penélope y la espera.
POR GRACIA DE UN PARPADEO
Como si fuera pasivo. Quien espera es una estampa de lo que no se mueve. La velocidad está fuera del cuadro. Un hombre a la espera parece haber dejado en el mundo, en “lo otro”, la tarea de forzar a las condiciones iniciales para algún movimiento.
Pero hay un parpadeo. Un ínfimo temblor en la nariz, un viento que agita el flequillo. Las células continúan su río imparable, desde Heráclito hasta el fin de los tiempos. Y quizás también, después. Y sólo por ese pequeño temblor se sabe: la pasividad es una fantasía, una ficción. El sol te pega en los ojos, el frío del invierno te hace anhelar el calor del verano y el sofoco de enero te da ansias de lana. El pasado aguijonea y desplaza los espacios del deseo. En el cuerpo no caben tantos huecos como torbellinos se te arman entre el futuro y el pasado.
Algo así le sucedía a Penélope. A la de Ulises y a la de Serrat. La griega pudo haber sido muy brava, pero lo que cuenta la leyenda es lo que cuenta la leyenda. Esperaba, rodeada, de un montón de pretendientes. A ninguno lo miraba a los ojos. Tejía y tejía. Aunque inmóvil no estaba. Tejía como quien teje relatos: de lo que pudo haber pasado, de lo que podría suceder si Ulises irrumpiera ahora mismo, de lo que puede llegar a suceder si nunca más vuelve. Las malas lenguas, sin embargo, opinan: como buena política, tejía y destejía, urdía y urdía las tramas para dilatar la llegada de su amado. Salud por la Penélope griega, que tuvo su recompensa.
La de Serrat es otro caso: ésta se “sienta en un banco en el andén”. La enorme boca del túnel devora trenes que van y vienen. Ella es la foto de la quietud. Nunca sabremos, si de verdad no tenía ganas ella misma de subirse a un tren e irse lejos; huir “de sus ojos de ayer” hacia alguna forma de futuro. Algún hechizo busca esta Penélope en el movimiento incesante de los trenes. En el contraste entre su aparente quietud y lo que viaja, la espera no es inmovilidad. Algo aturde al pensamiento. Al principio mira: las palabras en su mente son de cemento. El resto del mundo vive dentro de cuerpos y gracias a encuentros concertados y fortuitos. Ella, no. Ella es cuerpo que se ha quedado sin. Es la falta, la carente, la pétrea. Una estatua de mujer que se agita por dentro, como en un huracán de moléculas de piedra.
CIRUELO: EN LA RIGIDEZ DE LA PIEDRA HAY MOVIMIENTO
Para nuestro imaginario no hay nada más rígido que la piedra. Cuando se busca caracterizar la frialdad de un rostro, la dureza de una persona, se dice “el tipo es como una piedra”. La piedra y su rigidez son aquello que no se mueve con nosotros. Hagas lo que hagas, no toman velocidad. La piedra se resiste al cambio. Lo único que la puede es la lenta erosión del viento.
El artista plástico Gustavo Cabral (Ciruelo) saca de la piedra un movimiento, imágenes, figuras que él desoculta del material. Trabaja en la textura, en sus grietas, hasta establecer un vínculo estrecho con el elemento.
En realidad, lo que la piedra oculta como forma no es una imagen definida, sino la huella de una forma. Y, a partir de ella, puede dar forma al cuerpo oculto de la piedra.
El arte se enciende en su plenitud.
LA BOLSA NO SE TOCA
Nada quieta, entonces. Penélope busca una huella que la ponga en el camino, busca un mundo, un hueco donde forzar un territorio. Nunca suelta su bolso de piel marrón. Todo se lo han quitado, pero su bolso es su documento de identidad. Mientras la piel marrón- casi de animal salvaje- esté a su lado, algo de la carnalidad podrá restituirle consistencia. No es la persona que soñó. Pero la distancia con el sueño es la primera medida del movimiento de quien espera. La espera envuelve al sueño en esa burbuja ácida de lo que podría existir y no existe. Sin embargo, el lado oscuro de la burbuja muestra que el sueño no podría, porque es exactamente lo que no puede, lo imposible, aquello que sólo en el horizonte bienvendría a un movimiento.
Y entonces no le queda ni el sueño.
Y se aferra a la bolsa de piel marrón.
LA GENTE ES MALA Y COMENTA
“Dicen en el pueblo que el caminante volvió, la encontró en su banco de pino verde. La
llamó: Penélope, mi amante fiel, mi paz, deja ya de tejer sueños en tu mente, mírame, soy tu amor, regresé”.
Eso es lo que dicen las malas lenguas. Infinidad de historias también se tejen en torno de esta Penélope. Un viejo vendedor ambulante lo revela: una enfermedad cayó como un rayo sobre ella y el espíritu de la transformación se alojó en su mente, en sus hábitos y en su carácter. Así, alteró para siempre su identidad. Hasta que un día se sentó en ese banco y la desconexión con el mundo fue total. El vendedor de orquídeas, personaje fijo desde hacía mucho tiempo en la estación, meneaba su cabeza en claro gesto de desaprobación. Una delgada mujer, de cabello recogido, tomaba el tren de las ocho; ella logró sacar de toda espera pasiva al viejo. El hombre solía suscitar la atención de varios en el andén, mediante mercancías y relatos de dudosa utilidad. No le hagas perder tiempo a la gente, embustero, musitaba ella, al oído del viejo. Y dirigiéndose a una que caminaba a su paso, agregó, es la pena de amor la que paralizó a Penélope, pero estoy segura: “mira nuestras caras, nos oye hablar, y para ella, solo somos muñecos”.
“Le sonrió con los ojos llenitos de ayer, no era así su cara ni su piel. Tú no eres quien yo espero. Y se quedó con su bolso de piel marrón y sus zapatitos de tacón sentada en la estación”
¡No estén tan seguros! Para Penélope todo es un desafío; llámese Serrat, el tiempo o el mismísimo caminante.
Algo trae el mes de mayo en el Mediterráneo, cuando el tiempo se renueva, hasta los hombres y las mujeres comienzan a primaverear. Las flores inundan el aire con su perfume, las buenas aguas murmuran. Dos pájaros se entreveran en sintonía.
La espera ahora es acción. Penélope apura las agujas en el reloj. Sus ojos, mañana. Se sube al tren, lleva en su mano una orquídea y alados pies de huir. Va en la búsqueda de un cielo desconocido. El sol de la primavera estalla en flor y un corazón sin nudos se hace gorrión. Pero esa, esa es otra historia.
nuevamente me atrapó a soñar leyendo…¡gracias!
valió la pena esperar 🙂
Muy bien Varela. Como otras tantas veces. Y porqué no pensar que Penélope, Ulises, Serrat, Ciruelo, la piedra y nosotros, somos lo que somos a partir de que nos cambia el tiempo. Un abrazo.
Velocidad, quietud, Serrat, poesía, le diste forma y color al relato como Ciruelo a sus piedras.