El Lado B: Entrevista al escritor Gabriel D. Lerman.
Entrevista: Adriana Valletta, Julieta Strasberg, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
“Pero ese vacilar que nacía del calor y del ruido era el aletear de una mariposa gigante que lo invitaba a volar y se quedaba furtiva, en el aire, como tendiéndole un estribo.”(*)
Re podrido de que lo tuvieran de allá para acá, meta alcahuetear de la altura a la tierra y de la tierra a la altura, el arcángel Gabriel se fugó. Unos días antes, Rafael y Miguel le habían adivinado las intenciones y, con argumentos muy flaquitos, trataron de convencerlo para que se quedara. “Que tu nombre en hebreo quiere decir la fuerza de Dios”, “que imaginate si el Todopoderoso se debilita por somatizar tu falta”, “que no tenés conciencia del daño que le harías a la eternidad.” Le hablaban con ese tono de milico barnizado con un tinte amable, que tanto le molestaba a Gabriel desde hacía mucho tiempo. Así que a toda la estrategia persuasiva le salió el tiro por la culata y no logró más que apurar los trámites. Sin dilaciones, Gabriel se sacó las charreteras, hizo chirriar la junta de velcro que lo adhería a sus alas, largó su bolsito de mensajero en algún sitio entre las nubes y el correo divino central y bajó. Para que la adaptación al cambio fuera más sencilla, decidió aterrizar a media altura, en ese entrepiso atento, que arman los balcones de toda gran ciudad. La suerte quiso que justo fuera a caer en un balcón de infancia, sobre la calle Riglos. Ahí se encontró con el tipo. Tenía la vista muy concentrada en el horizonte, como si hubiese sido el director técnico de una bandada de pájaros, comandada por control remoto desde esa altura. “Nada que ver”, le dijo el otro. Le explicó que escribía una novela y necesitaba un horizonte despejado para lograr que su personaje no se asfixiara entre los amontonamientos de superficie. El arcángel pensó que, tanto tiempo entre infinitos, lo había dejado un poco torpe ante ciertos dialectos y lo miró al otro como quien reclama subtítulos para una película hablada en ruso. Al verlo tan perdido, el escritor le ofreció al arcángel lo que tenía más a mano. En este caso, una Filcar. “Veo que usted no es de esta zona, con este librito se va a manejar por la ciudad como los dioses”. Sobre llovido, mojado. Ante la mención de la palabra “dioses”, el arcángel se ruborizó. Por un instante sintió que su ignorancia del idioma había delatado su origen. A punto estuvo de pedir clemencia al cielo, pero inmediatamente recordó que él era un prófugo del mundo divino. De la Pachamama no tenía ni idea. Así que, sin hacerse mucho el cocorito, agarró la ayuda que le ofrecían y anunció su partida. “Lo mejor es que baje por la escalera. El ascensor no anda porque estamos con el ahorro compulsivo de luz, no sé si el lugar de donde usted viene anda con estos problemas. Acá dicen que veníamos con un derroche del infierno y ahora estamos en la fase de castigo compensatorio: reventados de calor y a pata. Me llamo Gabriel. Gabriel Lerman, escritor. Un gusto. ¿Usted es…?” Como ante un espejo deformante, el arcángel enderezó su apenas estrenado cuerpo bípedo. No se dio tiempo para pensar ni en la coincidencia de nombres. Tenía que improvisar una identidad rápidamente y salir de ahí. “Yo soy…”, balbuceó, “yo soy…el ángel de la Filcar”. Y se esfumó entre la oscuridad de la casa, escaleras abajo. El otro quedó pensativo, con la mirada en el horizonte, clavadita en dirección sur.
MIRADORES PARA ÁNGELES
“Pero mirar hacia la autopista desde aquel balcón de la casa nueva le permitía soñar en otro esquema, en otro futuro. En verdad, en los escasos momentos en que imaginaba algo por encima de la autopista era cuando creía que existía algo distinto a ese mundo que se repetía a sí mismo”
“Al sur” es una novela con un deambular de interiores y otro de exteriores. La escritura de un merodeador, a quien le importa “leer” la ciudad. En un fragmento aparece todo un trayecto que marca cómo cambian de nombre las calles. Y te detenés en la calle Daract, ¿qué es lo que tanto te llama la atención de ese devenir de calles?
La novela se iba a llamar Parque Chacabuco y todo el tiempo, mientras la escribía, la llamé “Parque Chacabuco”. Pero siempre que consultaba a personas a quienes recurro normalmente, nunca gustaba. Yo insistía y me decían “ya va a aparecer, ya va a aparecer un nombre”. Pero para mí ya estaba, no tenía que aparecer nada. A mí lo que más me gustaba es que, si bien también es una moda, en los últimos años hay una especie de catastro en los títulos de las novelas. Sin ir más lejos, Jorge Consiglio hace poco, sacó una novela y le puso “Villa del Parque”. Hay de Villa Celina, de Incardona, de Turdera, de Lanús…y también una de César Aira, en Flores. Entonces yo me dije: yo me quedo con Parque Chacabuco.
En tu “Parque Chacabuco” es muy interesante el modo en que el personaje se para en los balcones en busca de horizontes. Parecería que, al estar todo invadido en la superficie, la única forma de ir más allá es desde lo alto, por encima de la autopista y las construcciones. Y la mirada siempre va al sur, ¿es esa la dirección de lo que aún no es pero late como un posible?
Hay algo de eso. No de un modo militante, porque no llegamos para tanto con la literatura. Pero hay una búsqueda sobre cómo pararse respecto de la literatura. A mí siempre me gustó la línea de Guillermo Saccomanno, un autor que publicamos con el sello “Astier libros”. Su novela, “Situación de peligro”, no es demasiado reivindicada en su obra y es la única que no reeditó. Y tuvo la generosidad de regalárnosla a nosotros.Trata sobre el Parque Avellaneda. Es una historia bastante autobiográfica. Él trabajó algunos temas que aparecen también en otros de sus libros. Es una estética que a mí siempre me gustó y que, de muchas maneras se ha ido perdiendo, la estética del barrio porteño. Tampoco quiero militar en contra de conchetos. Hay gente que trabaja el tema del conurbano, más desde la fantasía, como el caso Leonardo Oyola con “Kryptonita”, que ahora saltó a la pantalla de la televisión. Juan Cardona labura más un imaginario de peronista suburbano. A mí siempre me gusto cierta cosa más clasemediera porteña. Pero insisto con algo que también aparece en la novela: en zona sur no hablamos de la misma clase media que en zona norte. Hay una riqueza en esa diferencia que a muchas facciones de la política le resultan difíciles de entender. Y, en general, son esas las que definen los destinos nacionales.
ENMIENDAS DE LA FILCAR FAMILIAR
“¿Cuáles eran los segmentos faltantes?”
¿Qué tienen de particular estos balcones en el recorte geográfico que vos elegís? ¿Qué se ve especialmente desde ahí?
No sé. En este caso, necesito pensarlo. Y desdoblar un poco la respuesta porque la novela tiene muchos elementos de mi infancia y otros inventados Lo autobiográfico tiene mucho que ver con una abuela mía. Pero también, en esa línea, hay mucha información absolutamente novelada. Sin embargo, estoy empezando a tener respuesta de familiares que la están leyendo. Algunos, con mucho respeto, corrigen datos y dicen “esto no era así”. Tal vez, hay algo que aparece allí del orden de la nostalgia y la melancolía respecto del barrio que sí me quedó fijado ahí…No sé si hay ahí una estética a defender. En esta novela me dio por este lado.
FUNES, EL DE LA FILCAR
“Martín respiró profundo, miró a lo lejos por la ventana, vio al doctor Krumsjolk que lo esperaba expectante como un examinador, aunque intentara disimular un aire inquisitorial, y luego volvió a mirar lejos, por la ventana, hacia el cielo”
Es curioso que sean esas alturas el único lugar donde no hay claustrofobia. En el resto de la novela hay una política del deambular, algo de construir la ciudad a pata…
Eso sí, porque a mí un poco lo que me hizo recuperar la parte más linda tiene que ver con un recuerdo. Cuando yo era chico me gustaba la guía Filcar. ¿Viste la guía Filcar? Yo la estudiaba y me sabía de memoria las calles. De hecho, antes que existiera Google Maps, la familiares o amigos me solían llamar para preguntarme cómo ir a algún lugar, pero de la zona sur. Yo, de Rivadavia para el otro lado, no conocía mucho, pero me jactaba de poder decir las calles de memoria desde San Telmo hasta Liniers. Me gustaban los cuadraditos y los mapas de la ciudad, caminar esas cuatro cuadras de la casa al parque. Ahora, si bien hay ciertos datos en la novela que son reales, yo no fui víctima de un desalojo. Vivía en una casa que estuvo en riesgo de demolición y figuraba marcada en rojo, pero no fue demolida. Lo cierto es que teníamos una medianera que lindaba con el baldío. Muchas de las sensaciones que describo tienen que ver con mi habitación, porque tenía una ventana que daba a la autopista. Yo conviví con la autopista desde que nací hasta los veinticuatro años. Primero, la vi crecer y, luego, conviví con su ruido hasta que me fui. Pero la casa siempre fue la misma. Lo que pasa es que yo tenía una vida de andar en la vereda. De chico, llegaba a las cuatro y cuarto del colegio, tomaba la leche y me quedaba hasta las ocho en la calle. Andaba en la bicicleta, jugaba a las escondidas, iba a tomar la leche a la casa de alguien. Ese circuito -de mi casa, la escuela, el parque a cuatro cuadras o ir a la casa de amigos- yo lo hacía solo. Ese deambular por el barrio mío era lo más lindo.
FILCAR AMPLIADA PARA AMANTES DE PASAJES
“Martín había descubierto que José María Moreno era la calle/avenida/calle que más veces cambiaba de nombre en toda la ciudad.
Empezaba con el nombre Iturri, a pocos metros de Av. Triunvirato y Tronador, barrio de Chacarita, a trescientos metros del Cementerio. Continuaba al otro lado de la necrópolis con el nombre Iturri, y a las pocas cuadras, cruzando Dorrego, se convertía en Muñecas. Ochocientos metros después, al cruzar con Warnes, se convertía en Acoyte. Acoyte, ya convertido en avenida, moría, o en verdad nacía, por la numeración, en Rivadavia. Pero entonces se convertía en José María Moreno, avenida elegante y prometedora que conectaba, como un tobogán, esa medianía de la ciudad con el más allá. Veinte cuadras al sur, al cruzar Cobo, se convertía en Daract. Siempre le había gustado ese nombre: Daract. Avenida de apenas tres cuadras de duración, que al cruzar Riestra se convertía entonces en José Barros Pazos. Ahí se ponía estrecha la cosa. Barros Pazos se perdía en el camino, rumbo a los márgenes, chocando con un caserío precario sin poder llegar a Perito Moreno. Podría pensarse como un símbolo: el pasaje que conectaba la prosperidad del norte con la escasez del sur. Un camino porteño sin salida. Un modo de atravesar, en cinco kilómetros, las diferencias”.
Pero también, mientras deambulabas- mientras deambula el personaje- aparece una lectura… por eso te preguntaba al comienzo por la calle Daract.
No sé quién es Daract, lo que sí me llamaba la atención es que José María Moreno es la calle que más cambia de nombre en toda la ciudad. Había una investigación sobre datos curiosos y este es el que más me interesó. Aquí se van superponiendo varias capas de sentido que descubrí al escribir esta novela, como el de esa calle que antes se perdía en la nada y ahora está metida en la villa. Eso no existía cuando yo era chico. Todo lo que hoy es ese barrio de emergencia es una zona nueva. Es muy curiosa esa historia, porque se dio en varias etapas. Esa zona en general tenía baldíos. Parque Patricios era “la quema” antiguamente, y así le decían. Después, vino el lugar donde yo vivía, que era de la época de Onganía y Perón. Después, salvo la parte de Villa Soldati, venía baldío. En la época militar se construyó mucho ahí: El Parque de la Ciudad, los edificios donde se saca el registro, la parte de atrás del cementerio de Flores, el CEAMSE, unos loteos de la Asociación Cristiana de Jóvenes… Toda esa parte se construyó en esa época. Un tema de sociología urbana ha sido la cantidad de guita que pusieron los militares en eso, mucha de esa guita luego fue deuda externa. Pero vuelvo a la novela. En esa reflexión sobre la ciudad hay varias capas superpuestas en un juego deliberado. Desde una infancia deambuladora a una información más académica. Yo, en ese entonces, no sabía ni quién era Baudelaire, ni nada del Benjamin que piensa el urbanismo parisino… No quería falsear la situación del niño, pero también quería reflejar al joven que vuelve de grande al barrio y que tiene mucha información. Yo no quiero construir un mito del barrio sobre la autenticidad, y en esto me diferencio de Cardona, de Oyola…Para mí el barrio es lo que yo viví, aunque yo ya no soy ese. Fui a la facultad, estudié muchas cosas, tengo una mirada mucho más compleja. Ahora soy como una Filcar ampliada…
CARTOGRAFÍA DEL DESQUICIO
“Martín Ferro nunca pensó que una cosa tuviera que ver con la otra. Sin embargo, con los años empezó a creer que parte del sinsentido de la situación, o directamente del desquicio en que se vive entre olvidar y recordar, había tenido alguna relación con el declive de la abuela Ema”
Vos hablas de capas y otra cosa que marcamos en la lectura es una gran cantidad de referencias a situaciones que pasan “entre”. Como si el territorio que más se construyese en la novela fuera un “entre” las distintas zonas. También hay capas en paralelo. Por ejemplo, los trayectos del personaje por la ciudad y las transformaciones que sufre la ciudad van en paralelo con la decadencia de la abuela. La abuela y la ciudad dejan de ser lo que eran y se transforman en otra cosa, que justo nos recuerda a la palabra desquicio. Un desquicio en los dos sentidos, en la abuela y en la ciudad, lo que pasa entre. Conversemos.
Ahí hay una idea de vincular el desquicio y luego el deterioro de la abuela con el de la ciudad y del país. No sé si es una idea lograda o no, o muy fuerte, pero ahí hay algo. De adolescente no tenía una mirada para explicar a través de la política algún acontecimiento…tenía una idea más matizada. En los últimos años se incorporó esta idea de que la dictadura ha lesionado otras cosas, algunas medio obvias, de carácter económico y social. Algunos sostienen esta idea de que hay cosas que se han lesionado de un modo particular en Argentina. Otros dirán que todo acontecimiento baraja las cosas de un modo diferente. En la dictadura, sin embargo, hay un punto límite donde casi todos coinciden en que se transformó- entre otras- la matriz económica del país, el país ya no fue igual.
FISURADOS HASTA LAS MANOS
“Aunque el principal signo de todo lo acontecido era la autopista, esa mole de cemento horriblemente atravesando las calles, rompiendo al medio manzanas, como si su fortaleza y dirección careciera de relación con la base inferior, con los humanitos que estábamos abajo. Un tajo en el medio de la ciudad, abajo. Una grieta tremenda que desguazaba con pilares las entraditas y los fondos, y llenaba de escombros y de blancos baldíos cada manzana. Algo estaba cambiando además de los edificios y las calles. “
Lo que aparece mucho en la novela es la grieta, como esas calles fisuradas cuando se produce un terremoto…la autopista era una cicatriz…
En los últimos años se había construido la idea de haber logrado, por fin, politizar las miradas sobre la dictadura, una idea muy diferente de la del radicalismo, que tenía una mirada más distanciada. A la hora de escribir, yo quería mantener esa idea muy patente en mi familia- sobre todo en la de mi madre- de que en la dictadura se vivía en una especie de burbuja. Vacaciones, escuela, momentos felices, el Teatro San Martín abierto, las librerías de la calle Corrientes. Los que tenemos más de cuarenta y cinco vivimos también estas cosas, lo cual sirve para entender la complejidad.
Eso en lo macro. Pero, en lo micro, la novela está llena de cosas muy cerradas. Si como dice tu texto, el lenguaje tiene carácter performativo y el pasado no guarda un tesoro, no quedaría resquicio por donde zafar o por donde buscar. Parecería que la escritura también busca la grieta por ahí, contra esas determinaciones.
¿Contra? …¿Otras grietas?
Sí otra. Una grieta liberadora, que une espacios. Cuando el personaje deambula, enumera calles. Cuando va a la casa del psiquiatra, su trabajo allí es ordenar libros. Y, en un momento, la calle se le mete adentro de la biblioteca. La abuela también queda dentro de la casa porque, de más joven, solía atenderse con ese psiquiatra. El afuera y el adentro, la líneas entre pasado y presente quedan traspasadas. Ahí se hizo la grieta.
Escucho. Está bien. Es que siempre quise hacer una novela psicológica…
No sé si es psicológica, porque acá lo que destaca son las figuras muy pictóricas. Y no sólo las imágenes visuales, también las táctiles: “Una nena, de un pelo rubio casi blanco, como del color del sol, se paseaba con su muñeca de tela cosida hasta que se le cayó a la alcantarilla y empezó a llorar desconsolada. Todos los presentes intentaban calmarla, hasta que alguien se la alcanzó. Ella la tomó furiosamente en sus manos, toda mojada, mientras no dejaba de acariciarla” Y más adelante dice: “Martín todavía recuerda las caminatas entre la casa de su madre y la de los abuelos, la vuelta manzana sentado sobre sus hombros, con su típica campera de corderoy marrón. Martín pasaba los dedos por las canaletas de la tela, de atrás para adelante y de arriba hacia abajo. ¿Qué tiene de singular la memoria táctil?
El afecto, tal vez…Me quedo pensando. Yo decidí largarme a escribir formalmente de grande y ahí aparece esto de las vinculaciones muy obsesivas. Uno trata de suspender este pensar o de escribir otro tipo de cosas…poemas, algo más simbólico. Pero esas cosas vuelven. Por otro lado, me gusta jugar con simbologías y me gusta que aparezcan. Me parece que se logra una buena exposición. Creo que en la palabra, así como en la construcción corporal de un actor, tiene que haber algún tipo de entrega…
EL MIEDO DEL ARQUERO AL SILENCIO FINAL
“La pelota que avanza hacia un lado, dos que van a emboscarla, a darle un toque que la detiene, a empujarla más allá y, si se pudiera, porque es inversamente difícil a cualquier otro deporte, hacer un gol. Martín pensó que ver el fútbol implica sentirse parte, como si lo que estuviera adelante fuera un gran espejo que duplica a los pibes del barrio que fuimos todos, en la cancha de la vuelta o en la esquina misma, pateando centros hacia el almacén de la ochava, una y otra vez, toda la vida.”
Aparte de la táctil está la mejoría visual y esa figura de espejo que le da el fútbol al personaje: “Digo, aprender, esa sensación de estar parado en la cancha y, por primera vez, sentir que no me pasaba un vendaval de piernas por encima sino que podía observar al resto, frenar un pase, pensar y devolverlo, y que incluso podía avanzar mirando el arco, sin miedo, calculando cuál era la distancia con los palos de hierro, que sonaban como campanas cuando había un rebote, y desde allí patear”. Da la sensación de que pudiera haber un paralelo con la escritura. Si uno lo lee todo, son los mismos pasos para lograr algo en la escritura, como si fuera un espejo…
No sé si esto es así, pero si es así está bueno…Hay un sociólogo que encuentra una metáfora del fútbol, para cualquier suceso, cosa que a alguna gente le molesta mucho…como que berretizás todo. No sé si es así…pero el otro día me encontré tratando de explicar algo a alguien con la experiencia de Maradona, que es muy fuerte. Maradona tiene un pensamiento complejo, pese a todo lo que le pasó, es muy consciente e inteligente….
¿Y lo de las ceremonias desnudas qué sería? “El fútbol, le dijo Martín Ferro al Dr. Krumsjolk, es una pantalla que le otorga prestigio a una ceremonia desnuda que ya se jugó en la infancia y a la que vale asomarse una vez más para ver qué pasa esta próxima vez.
Sí, en todo uno va a encontrar una connotación sexual.
Pero en esta novela está lleno de espacios donde aparece el vacío, el hueco, la grieta. No con connotación sexual. De hecho, hay un momento donde el vacío aparece mencionado como lo indecible y lo silenciado: “El silencio era algo más que un lema oficial, y se había impregnado en el trato cotidiano. Un apagón sonoro que intentaba refundar los oídos, que pergeñaba abolir ruidos anteriores y comenzar de nuevo. El silencio es salud era la contracara del grito, del aullido, de la queja. Era la contracara, en un punto, de la locura como estallido. El intento de acallar una chispa. Silencio, por favor. Silencio, señores. Por las noches, el silencio crecía, por la nocturnidad y porque el vacío de las calles era mayor al habitual.”
Esto me lo recordó un psicoanalista, la campaña esa de “el silencio es salud”. Me decían que hubo una bandera colgada del obelisco, o algo por el estilo, durante mucho tiempo. Sí, hay muchas especulaciones más o menos poéticas en la novela pero, en algunos casos, no menos ideológicas. De algún modo, el desquicio o esta operación que hace la dictadura tienen que ver con la implantación de un miedo social, como una modificación del cuerpo. No quisiera entrar en esto y mencionarlo de esta manera porque no lo tengo calculado así, ni tampoco tengo ese marco teórico para pensarlo. Pero sí la sospecha o, al menos, yo jugué con la idea de que esa intervención en la ciudad y en la persona que tenía problemas y se desmoronaba era el correlato de la represión. Es una metáfora de la sociedad que está siendo intervenida en todo sentido.
AL SUR DEL PAISAJE
“Cada manzana del catastro tenía sus rectángulos, sus cuadraditos con los distintos planos de cada casa, cada local, cada edificio. Por cierto que no eran todas iguales, y cada una ofrecía tamaños y espacios libres que a veces se llamaban “pulmón de manzana”, baldíos o terrenos disponibles, según el caso.”
Ya que lo mencionás, ¿qué es lo poético en tu novela?
No es que adscriba a esa antinomia entre narradores y formalistas, que en una época se instaló acá, entre los de Puán y los del palo del periodismo. Tampoco los que se ponen del bando de los narradores son narradores al estilo de los grandes novelistas norteamericanos, tipo Phillip Roth o Paul Auster. Los que acá se ponen del bando narrador no lo son.
¿Qué es un gran narrador?
Marcelo Figueras es un gran nadador. Es gente que se anima, que supera los prejuicios acerca de que, si vos tocás la política, no podés hacer poesía o contar una historia de vida. Es como si tuvieras que desmarcarte y realizar una serie de cuestiones formales que operaron en algún momento- no sé cuándo ni quién las hizo- que funcionan y obturan narrativas más fuertes. Para mí, es totalmente necesario, al contar la historia de una familia porteña, hablar de la política de mi país, ya sea de un modo poético o no, con metáforas o no. Yo no puedo escribir como Dostoievski.
¿Aceptas que puede haber un narrador que necesite otras cosas?
Si, y para no caer en un realismo tonto, construyo la melancolía y la nostalgia desde un personaje que es un aparato. Claramente, un aparato de la facultad que está lleno de información que no es la de un pibe de barrio. Busqué un cuadro con dos cámaras: una donde se ve al pibe y la otra, una mirada desde la facultad. En todo caso, hay un juego como en esas películas italianas que empiezan en Roma pero, desde allí, el personaje comienza a circular y recordar. Esa idea del barrio visto desde el centro. De hecho, yo me fui a vivir más para el centro.
Pensaba en “Medianoche en París”, de Woody Allen. El comienzo es un paneo donde el tipo pasa por todos los escenarios donde transcurrirá la película. Es un paneo de escenarios, sin gente. Y se va haciendo medianoche. Es un inicio que presenta a los espacios como personajes. Los paisajes son el conflicto.
Me han criticado esto de tardar mucho en arrancar, describir el paisaje. Si esto se llevara al cine, miles de imágenes volarían en un minuto.
POR AQUÍ PASÓ UN ÁNGEL
“El consultorio era en esa habitación. Krumsjolk le llama “la habitación de Juan”, la del hijo mayor. Ahora guarda libros y papeles… Es lo que estoy ordenando.”
Entonces, el gran personaje es la ciudad….
Cuando también el sur se abre hacia Lomas, hacia el sur-sur, eso tiene que ver con una mirada disidente en torno de la “palermización” de la Capital. Si bien yo voy a comer a Palermo, en un momento yo sugería la posibilidad de que toda la ciudad debía llamarse Palermo, como si fuera Nueva York. Y que cada barrio se rebautizara Soho, Queen, extendido… Faltan ahí esas sensaciones visuales y táctiles de las que ustedes me hablaban. Por ese lado, destaco dos olores, el del matadero y el del asado. En la anécdota que cuento en la novela, la del asado en la quinta, falseo algunos datos. No fue en Lomas sino en González Catán. Mi tío Aldo me corrigió un dato pensando que el que me acompañaba en la caminata era él, pero, en realidad, no lo era. Ese matadero, me dijo él, estaba en la quinta del tío Enrique, pero vos no te vas a acordar porque eras muy chiquito. En mi novela, yo combiné esta idea del olor con una cosa más dramática, la idea de que allí pudieron haber muertos de verdad. Además, era zona sur.
“Martín presentía, se le juntaba un calor en el pecho, un calor que surgía del pavimento y de las vigas monstruosas que aguantaban las vibraciones, un calor, sí, la estocada desmedida de quien pasa raudo y escupe una revelación. Ahí se iba, volaba. El sueño se iniciaba en la congoja del aún no, del todavía no. Pero ese vacilar que nacía del calor y del ruido era el aletear de una mariposa gigante que lo invitaba a volar y se quedaba furtiva, en el aire, como tendiéndole un estribo” ¿Qué era la congoja de todavía no…?
Es como una sensación. Eso lo tengo como cosa personal, porque me gusta jugar a pensar en esas cosas, en la angustia de lo no hecho…Hay algo de eso en la historia de la calle Pedro Goyena la saco de la historia de la familia de Cecilia Absatz. Yo fui a un caserón que ellos tenían en Belgrano. Me fascinó: hermosa casa, con pileta…Una habitación, la de Juan Absatz, su hijo que era músico, estaba llena de huellas de él. Y allí se armó la biblioteca. Una casa medio Tudor, que daba al jardín. Esa gente sentía mucho placer en el modo de haber construido la casa, en lo vivido, en la manera en que criaron a sus hijos con mucha libertad. Cuando íbamos, tomábamos mate y me hablaban de las fiestas que se hacían ahí, en esa casa. Yo me imaginaba que fumaban porro, y cosas así, que venía la policía y ellos la enfrentaban. Yo pensaba todo esto, porque el pibe es el típico rockero hijo de psicoanalista…personajes muy salidos de ese laboratorio.
“En la habitación quedaban aún libros y cosas de Juan Cruz, como un rastro de la antigua manera en que estaba decorada había pegado afiches de una banda de rock de Juan…”
Cuando me puse a escribir la historia vinculada a lo familiar, me impresioné con esta cercanía y se me ocurrió pensar en esta charla con Cecilia. Yo nunca había tenido la posibilidad de hablar con un psicoanalista tan directamente, más allá de algún padre de un amigo. Entonces, se me ocurrió que el dueño de la casa sería un psicoanalista. También hay otro dato: mi mamá me cuenta que la historia de su madre con la enfermedad había empezado mucho antes del ´78. Y a mí eso me impresionó muchísimo y me llevó a escribir la novela. Yo no sabía que la abuela había convivido toda la vida con esto. En esa charla, mi mamá me contó acerca de un psiquiatra que atendió muchos años a mi abuela…. Digamos que partir de estos datos, fue confluyendo la historia. Por otra parte, hace unos años, una compañera de trabajo me preguntó si yo había vivido en la calle Riglos. Sí, le dije. Entonces, agregó que tenía una amiga, cuya familia compró la casa que era de mi familia y hasta me describió el espacio de mi antigua habitación… Pero yo no puedo volver a esa casa porque mi papá falleció allí.
EL ALETEO DE LA ESCRITURA
“—Escribir —dijo Martín, como si la pronunciación de ese verbo contuviera un efecto mágico, adicional al propio acto de mover una lapicera sobre un papel o teclear una máquina de escribir, una computadora.”
Este número de El Anartista es sobre el lado B…
El lado B, justo este año, que fue tan difícil. Yo trabajo en el Ministerio de Cultura hace 10 años y pasé por distintas etapas Ahora me reubiqué en la Secretaria de Patrimonio, en el área de Investigación. Con muchos cambios, replanteando cosas. Estoy trabajando mucho y también estoy preocupado. Me preocupa lo que se viene, me parece que va a llevar mucho tiempo salir, mucho más de lo que piensa el kirchnerista promedio. La política no es fanatizarse de modo casi religioso. La cosa está cada vez más compleja.
Pero aún escribís ¿eso puede ser un lado B?
Sí, la escritura para mí lo es. Esta novela fue un descanso para épocas en que estaba muy a full. Ese es el lado B. La escribía de noche, casi dormido. Necesitaba hacerlo como una manera de respirar.
Cuenta la gente del barrio que, de tanto en tanto y por las tardes, esas que son “el ruido omnipresente de la autopista y también los momentos en que los carriles silenciosos surcaban un futuro apenas avizorado entre las casas bajas y los descampados del sur porteño, ese intermedio antes de la quema o del cementerio”, se renueva el misterio de los balcones. Cada vez que eso sucede, algo en el tacto del horizonte rasga el silencio con un trazo. El sonido es el de una renovada grafía de infancia, el del gozne de una puerta desentumecida de sus muertos. Un grito de gol y también un arrullo de abuela. O una melodía de ángeles caídos que entonan el sueño de nuevas alturas. No es fácil identificar el sitio exacto de donde llega ese rasguido. Salvo que sea tu día suerte y justo te cruces con el ángel de la Filcar.
(*) Todos los epígrafes corresponden a “Al sur”, de Gabriel Lerman