El Lado B: Sobre el documental “Nostalgia de la luz”, de Patricio Guzmán.
Por Roberto Aguilar
«Yo soy la alegría frente a la muerte / La profundidad del cielo, el espacio / es alegría frente a la muerte: todo está profundamente resquebrajado / Me imagino que la tierra gira vertiginosamente en el cielo. / Me imagino que el cielo mismo resbala, gira y se pierde. / El sol comparable a un alcohol, girando y resplandeciendo hasta perder la respiración (…)’’
Georges Bataille
MIL HOJAS DE OPRESIÓN
El documental “Nostalgia de la luz” saca un poema de la piedra o una piedra del poema. Desde la voz en off -cansina, lenta y bien pueblerina- hasta el metal con que está hecho el telescopio, todo lleva el polvo de las estrellas, del viento translúcido en el desierto de Atacama.
“Nostalgia de la luz” se hace visible, sólo y tan sólo, si una persona toma un poco de su tiempo en el medio de la noche fría o cálida y, con la mirada de un niño, levanta sus ojos hacia las estrellas. Esté donde esté: en el campo, en la ciudad o dentro de un cubículo de hierro llamado trabajo. En este último caso, deberá inventarse ese cielo y puede que, entre la tensión de la noche silenciosa y los “ruidos” de su vida diaria, vea el mejor cielo, los mejores caminos al desierto de Atacama. Porque en “Nostalgia…” eso es posible gracias al entrecruzamiento de varias líneas argumentales. Por un lado, un observatorio astronómico, al pie de la Cordillera de los Andes. Allí, un astrónomo que mira y pone en palabras las particularidades de esta inmensidad sobre el desierto. Este es el espacio del remanso. Pero, debajo de esta actitud de contemplación y belleza, grita la tragedia. El mismo desierto está regado de restos humanos: son los desaparecidos de la dictadura de Pinochet. También están los huesos de los indios olvidados adrede por nuestra “frágil memoria”. Como si esto fuera poco, muy cerca de este lugar, otra hebra argumental muestra cómo antiguas casas de mineros fueron transformadas en un campo de concentración y tortura, entre 1974 y hasta casi fines de la desgracia militar en Chile. “Nostalgia…” es un entretejido de distintas opresiones: los viejos mineros ya tenían su historia de explotación y excesos. Y es patético cómo, entre los mismos textos de una vieja injusticia, se superpuso otra peor. Y todo, bajo un espléndido cielo. Un espectáculo de contrastes, que nos deja casi como seres de la historia ajenos a la naturaleza.
LA LUZ DEL TIEMPO
Pero, en este documental, la tragedia de la muerte humana se mezcla con la belleza del cielo y hace visible los claroscuros de toda existencia. Porque, a partir de las palabras del astrónomo: “Vivimos en el pasado…”, y la aseveración de su entrevistador: “…el presente es una delgada línea…”, la luz sale de la nostalgia y se convierte en una señal del diálogo entre los dos hombres. El diálogo dura una millonésima de segundo. O así parece. Los dos hombres, frente a frente, son tiempo ido y el engaño de estar en la casi nada del ahora. Toda señal humana, todo pensamiento muere con la luz antes de llegar a nosotros. Sucede cuando conversamos o mientras pensamos. Nuestro cuerpo siempre es ya parte del pasado. Las estrellas que vemos ya no están y la luz del tiempo ido llena “las órbitas” de nuestros ojos. Vemos la luz de estrellas muertas, vemos fantasmas.
AL ENCUENTRO DE LA MEMORIA DE FUNES
¿Y el porvenir? El porvenir está allí, aunque en la película de Patricio Guzmán lo mencione poco. El porvenir está en el silencio, en la continua construcción de nuestra memoria. En la memoria puntillosa, imborrable y letal del arquitecto Miguel, ex secuestrado de la dictadura chilena. Porque en “Nostalgia…” hay un hombre que construye, a través de su pasado, a través de cada recuerdo, de cada centímetro del campo de concentración en Atacama, los lugares de tortura y los espacios de la muerte a los que nadie quisiera volver. Porque para ocuparse del olvido de tales cosas hubo un devastador poder político, económico y mediático. Esa burbuja del mal la construyó muchísima gente de la clase media y -siempre- una buena cantidad de oligarcas. Unos preservaron la vida a costa de la desaparición de los otros. Esta brecha perversa es un agujero de tal gravitación, que haría desaparecer hasta la luz del cielo. Sin embargo, no todo es tan así. Hay quienes van en busca de los huesos de sus seres queridos en el desierto de Atacama o en la ciudad, por mar y por ríos. Uno de ellos es el arquitecto, no el único. Para él y para los otros, la nostalgia ya no es tal, porque estos huesos son presentes que anuncian el porvenir. Sin memoria, desaparece el ahora y el porvenir. Y si hay memoria y un simple perdón caeremos al abismo. Una piedra nos espera sin cielo, sin tierra, sin tiempo ni forma. Un desierto está allí para caminar, buscar y encontrar nuestro porvenir hecho de pasado. Vos elegís.
LAS CAMINANTES
Hay personas que, con sólo un pequeño recuerdo de sus seres perdidos, se sienten dichosos. Hay otra gente que quiere el cuerpo total del recuerdo y no para de buscarlo hasta el final de su vida. Esto les sucede a las buscadoras de restos.Una de ellas se acompaña con un zapato y los restos de un pie de un ser querido encontrado en Atacama. Un zapato es la punta del hilo de Ariadna para salvarse de las garras de la locura. Otra buscadora, en cambio, quiere los huesos del cuerpo entero de su hijo. No parará hasta hallarlo, aunque el desierto la sepulte también a ella. Las dos caminan sobre la arena bajo un sol insoportable. Con sus palitas cavan, cavan en las profundidades de la muerte. Buscan restos de sus seres queridos torturados, descuartizados y repartidos, tal vez aquí y allá, a miles de metros de distancia, unos de otros. Son incansables. A veces encuentran un pequeño hueso de otro desaparecido. Lo guardan como a un tesoro y se lo llevan a los antropólogos para su identificación. Estas mujeres no se hunden en el rencor contra los asesinos. Ellas sólo caminan por el cementerio de Atacama, como fantasmas con formas precisas. Sus caras, brazos y piernas parecen suspendidos entre la arena y el cielo. Ellas quisieran un telescopio que no sólo observase los planetas, sino que también persiguiera los huesos perdidos, como estrellas entre constelaciones de arena del desierto de Atacama. Pero las buscadoras tienen un mapa por cada piedra que pisan y no olvidan. Ellas no renuncian a encontrar a sus hijos. Ellas caminan.
PAPÁ Y MAMÁ ESTÁN EN MI CUERPO
Valentina fue víctima del despojo de los asesinos de sus padres y de la indiferencia de la gente que vive en ciudades o pueblos en donde olvidar es volver a respirar. Pero, a ella, sus abuelos la rescataron desde bebé de los genocidas. Entonces, Valentina sólo habla de agradecimiento. Sus padres de eternas canas blancas la motivaron a estudiar astronomía. Allí no encontró un refugio ni un escape sino el encuentro con sus padres y la conciliación con la humanidad. En el documental explica cómo sucedió esto y cómo el mirar a los planetas lejanos la transformó en alguien que rescata las estrellas y las devuelve a tus huesos. Porque Valentina, a pesar de considerarse una personita venida con ‘falla de fábrica’ es capaz de poner sus diminutos ojos sobre la gran esfera del cielo, estudiarlo y devolverlo vivo o muerto a tu cuerpo. Durante la noche, ella puede aseverar aquella frase dicha por un científico norteamericano en “Nostalgia…”: “Nada está perdido”. Estamos hechos del mismo material que las estrellas”.
Y Valentina ahora es madre de una criatura sin fallas, como vos y como la mayoría de la gente. Quiere un futuro feliz para su hija, sin asesinos y sin indiferencias. Ella sigue su vida gracias al amor entregado por sus abuelos y al amor que, con su decir, quiere entregar a cualquier interlocutor para que aquel holocausto no se repita nunca más. Valentina mira las estrellas, las baja y te las entrega a vos.
LA CIUDAD DORMIDA
En el final de “Nostalgia…” la voz en off que acompañó durante todo el documental se hace viento envolvente, piedra caída sobre una ciudad luminosa en el medio de la noche interminable. Sin embargo, todos duermen. Nadie mira al eje imaginario, al vórtice del cielo repleto de estrellas que pasa justo por el centro de la urbe. Nadie se asoma a ese milagro del encuentro entre el cielo y la tierra de Chile. A pesar de todo, Valentina y los demás huérfanos de dioses y nostalgias buscan y encuentran algo: sus propios huesos erguidos en la oscuridad multiforme, sus angustias y esperanzas. Distinguen y atrapan, bajo las constelaciones celestes, aquello que se les escapa a los dormidos: la luz de un nuevo despertar.