Ultraviolento: sobre Mojarra, un militante con cojones.
Por Juan Pepe Carvalho
EL DÍA QUE LA VENGANZA TOCÓ AL MOJARRA
¡Ay de vos, cuando la venganza te toca el deseo, te tutea, te vive, te la goza y te alimenta, te maltrata te usa despiadadamente. En definitiva, se alimenta de vos, te golpea, te mordisquea, te hace mal, al punto que terminás perteneciéndole! Es tuya ahora y siempre mientras vivas o viva el otro. Así habrá pensado Mojarra, mi amigo, militante del ejército revolucionario del pueblo ERP PRT, de Villa Constitución, Zárate, Campana. Cayó preso luego de un tiroteo en una casa operativa de la organización Intentaré darles a ver cómo sucedieron las cosas.
NO TIREN, SOMOS LEALES
En esos años de terrible confusión (1975), existían grupos armados paramilitares. Cuando intentaban tomar algún espacio, a veces, se producía un enfrentamiento entre militares y paras, sólo porque los militares no sabían que aquellos estaban ahí. Lo curioso es que, en el fondo, eran aliados. Ambos luchaban ilegalmente contra los grupos guerrilleros. Esos paras terminan por conformar la triple A.
En este contexto, Mojarra se hizo famoso el mismo día de caer preso. En medio de un tiroteo feroz, se asomó a una ventana y gritó:
- ”No tiren somos leales”-
La cosa fue así: ocho compañeros más el responsable se habían juntado para discutir los documentos de la conducción de partido. EL Gobierno de Isabel Perón y López Rega, sumado a la conducción militar, habían declarado todo ese territorio de Campana- Zárate- Villa Constitución, zona “de insurrección revolucionaria contra el gobierno democrático”. Y facultaron a las FFAA para intervenir allí directamente, sin orden de juez alguno. De haber sido necesario, se podía detener a los insurrectos y dejarlos cautivos a disposición del Poder ejecutivo (PEN). Así se los encarcelaba, sin sentencia ni tiempo de detención previsto por ninguna condena.
Conscientes de la situación y del peligro, el grupo discutió la estrategia y las acciones a cumplir. Cuando los compañeros que estaban de guardia externa en la casa advirtieron de la inminente llegada de camiones y jeeps de los milicos. Inmediatamente, el responsable comandante, Ramón, dispuso posiciones para resistir la intervención militar. El enfrentamiento comenzó pesado: ellos dispararon con bazucas y rompieron la pared lateral de la casa. Del otro lado, respondieron con armas largas FAL, con escopetas 12/70 y pistolas. Se hacía imposible soportar el fuego pesado de los milicos: una tanqueta disparaba sin contemplación y el tiroteo constante construyó un cuadro de guerra. Pasados los primeros minutos, el grupo pudo ordenarse y poner en jaque a los atacantes. A pesar del cuidado, dos compañeros fueron heridos de bala. En esta escena se produjo la intervención jocosa de Mojarra: asomó su cabeza por una ventana destrozada por el ataque militar y, con una voz impostada, como un milico más, gritó casi al máximo de su voz:
– “No tiren somos leales”.
Los primeros dos o tres minutos, los militares suspendieron los disparos. Ese tiempo permitió al Mojarra y a su gente reacomodarse y recomenzar a disparar. Luego, cuando se reanudó el combate, lamentablemente, Mojarra fue detenido. Y esa es la parte no graciosa.
EL ELIXIR DE LOS DIOSES
Mojarra era especialista en hacer licor de mandarina. Con las cáscaras, lograba el famoso “pajarito” que se compartía, cuando se podía, durante su estadía en las cárceles de la dictadura: en Coronda, en Chaco, en Caseros. Enviarte a Caseros era una manera elegante de pedirte que te suicides. Celdas muy chicas, la ventana al pasillo y, como toda vista, siempre la misma pared. Las cloacas explotaban periódicamente. Y el odio a los responsables de esta violencia silenciosa inundaba el lugar.
VOLVER, CON LA FRENTE MARCHITA
Mojarra padeció en Caseros hasta que Alfonsín, mediante un decreto, permitió la liberación de los presos políticos a cargo el Poder ejecutivo. La vuelta del Mojarra a Zárate no resultó nada sencilla. Lo primero que se entera es que su mujer había fallecido, durante la balacera, en el mismo enfrentamiento en que él resultó detenido. Quedaba saber aún acerca del destino de su hijo, quien tenía 15 años al momento de la detención de su padre. A la madre del Mojarra debió temblarle la voz cuando tuvo que informarle al recién salido de presión, que su hijo había sido “regalado”, entregado a un desconocido. Zárate es un lugar chico, así que no fue tan difícil ubicar su paradero. El “chico” ya era un hombre, profesor de karate y judo y lo había hecho tres veces abuelo. Estas criaturas despertaron la ilusión de rehacer el camino.
CON UNA AYUDITA DE LOS AMIGOS
Había que parar la olla. Así que, al comienzo, recurrió a un oficio por él conocido: la albañilería. Eso, hasta que un amigo de la militancia resultó elegido secretario general del sindicato de músicos. Entonces, Mojarra fue contratado como “inspector de espectáculos musicales”. Su trabajo era constatar qué temas se pasarían para después poder recaudar los impuestos correspondientes a derechos de reproducción.
DESAFORTUNADO EN EL AMOR
No todo en la vida es trabajar. Mojarra conoció a una compañera de militancia, separada y con tres hijos. Esto alimentó en él la posibilidad de rearmar una familia. Y así fue. Al principio, vivieron felices y comieron perdices. Sin embargo, años después, durante el menemismo, Mojarra cobra un subsidio de 100.000 pesos, que el Estado otorgó como indemnización, a quienes habían estado detenidos durante la Dictadura. Mojarra provenía de un hogar muy pobre y no había podido terminar la primaria. Se puede imaginar , entonces, qué significó para él-simbólicamente esta ayuda económica. Por un lado, el Mojarra se propuso terminar la primaria y la secundaria. Por el otro, hombre enamorado, puso gran parte de ese dinero para reformar la casa que compartía con su compañera. Con lo que sobró, le compró un auto a su gurrumina y un terreno en la costa, donde edificó una casita, para el descanso de todo el grupo familiar. Pero el diablo metió la cola y, un tiempo después, Mojarra enfermó de cáncer de páncreas. Hasta ahí llegó el amor de la compañera, quien no quiso cuidarlo durante de un post operatorio verdaderamente complicado. En la operación, en un hospital público, le extirparon el páncreas. El médico había recomendado una recuperación en un lugar privado, por lo delicado del caso. Ente los compañeros, se juntó el dinero para que él pudiera pasar el post operatorio allí. Pero de la mujer, ni noticias.
De todas maneras, la vida aún reservaba para el Mojarra una carta en el amor. En el sindicato conoció a una mujer casada, quien se separó de su marido para ir a vivir con él y cuidarlo. Ella fue su compañera hasta el final, un año y ocho meses después de la operación.
NO HUBO CUBA ANTES DEL FINAL
Una pareja amiga de la militancia lo invitó a compartir un viaje a Cuba, cosa con la que el Mojarra siempre había soñado. Lamentablemente, el cáncer no se amedrenta con pasajes de aéreos y las complicaciones avanzaron, hacia una metástasis en el hígado, que lo obligó a una fuerte quimioterapia. Por tanto, el Mojarra tenía prohibido viajar en avión. Por su parte, en Cuba ya estaba reservada una mesa para cuatro en “La Bodeguita del medio”, famosos restaurante de La Habana. Antes del viaje, el Mojarra partió hacia otro mundo, tal vez. No hubo posibilidad para el Mojarra, no pudo ver la cicatriz que reparó Néstor Kirschner al bajar los cuadros de los dictadores del Colegio Militar. Tampoco pudo presenciar los juicios a los responsables de esos años. Lo que sí le tocó fue una hermosa reparación en el amor, un ultra amor contra toda ultraviolencia.
La pareja amiga y su compañera llegaron poco después de su muerte a “la bodeguita del medio” y levantaron, donde estaba la mesa preparada para cuatro. Cuatro copas se alzaron.