Deseantes: sobre juegos y azares

Por Víctor Dupont

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CARTAS CALLEJERAS

“¿Quién no almuerza y no toma el tranvía / con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo?”

César Vallejo

Hay naipes. Naipes tirados en las calles. Cartas. De distintas barajas, de diversos palos, de múltiples números. Este hallazgo es evidente para un caminante atento a las dispersiones, a las fugas que las ciudades proponen. Para otros -digamos, los apurados- esto podría sonar inverosímil. Varias personas que descubrieron cartas en la calle señalan un punto en común: la pista se la dio un conocido que verificó el mismo prodigio.

-Che, hace años me pasa lo de las cartas.

-¿En serio?

-Sí, el otro día me encontré un ocho de oro.

La charla suele seguir por el lado de la interpretación. Rápido, la idea de suerte se cuela en esos diálogos. Las personas implicadas pueden creer que ese pedazo de azar en sus manos porta un extraño brillo. Que algo les quiere decir. Que no es mera coincidencia. Al fin de cuentas, una ciudad es una máquina de signos: El semáforo podría sugerir que avances. El letrero, que no fumes. El bar, que tomes café. El policía, que no prendas ese cigarrillo.

Pero, ¿encontrarse con una carta en la calle? ¿A qué jugamos?

APUESTAS Y FALACIAS

Hay formas y formas de juego. Elegir la huella de una carta en la calle no parece una opción, al menos, en Argentina.  Los ludópatas tienen preferencia por la lotería. La quiniela, el quini6, loto y telekino. Los consultados por una encuesta publicada en el diario “El cronista” comentan que juegan hasta cinco veces por semana. Después, aparece la preferencia por las máquinas tragamonedas. El bingo y el casino ocupan el tercero y el cuarto lugar, respectivamente. Es decir, todos juegos promovidos y subsidiados por el Estado.

Más allá de las preferencias, sin embargo, podemos reconocer varios tipos de jugadores. Aunque hay uno, muy célebre. El timbero que cree que, al apostar siempre por un mismo número, aumenta su probabilidad de ganar. Pulula bastante en todo terreno de juegos. Hay una anécdota histórica: El 18 de agosto de 1913, en una de las ruletas del casino de Monte Carlo, el color negro se repitió veintiséis veces seguidas. La gente abandonó otras mesas y se acercó. No existen registros de que hubiera habido una tira de un solo color tantas veces repetida en otro casino en el mundo. Pero hay que rendirse: fue sólo una casualidad. Al menos hasta la fecha – lamentablemente para los jugadores – ni las ruletas ni las cartas tienen memoria. De ahí que el jugador que apuesta siempre por lo mismo olvida la independencia de cada tirada y el círculo de probabilidades envueltas en ella. Es la llamada “Falacia del apostador”. Acá, los sucesos pasados no afectan a los futuros. Podemos pensar en el ejemplo de la moneda y en cómo razonaría este apostador si la moneda, digamos, cayera cara cuatro veces seguidas. Diría:

-Si en el siguiente lanzamiento saliese cara, habrían salido cinco consecutivas. La probabilidad de que esto suceda es 0,5⁵ = 0,03125. Entonces, en el siguiente lanzamiento, sólo habrá 1 entre 32 chances de que salga cara.

Pues, no. Falso. Si la moneda está bien calibrada, saldrá cara o ceca, en un 50 %, siempre.

¿Cómo convencer a quien está obstinado en repetir su apuesta? El marido de mi abuela jugó al loto durante treinta años. Siempre repetía los números. Un día olvidó jugar. Cuando vio que esa vez sus números salieron (y el pozo millonario quedó vacante) no pudo creerlo. Maldijo su suerte, hasta el borde de sufrir un paro cardíaco.

Sin embargo, otra vez: fue una casualidad.

LA APUESTA BOBA

«Una tirada de dados jamás abolirá al azar”, Mallarmé

Este jugador falaz, obstinado, puede encontrarse en otros ámbitos. Lo reconocemos fácilmente: realiza siempre la misma apuesta en su vida. Los lunes se levanta, con el mismo desayuno, con la misma cara, para ponerse la misma ropa y pisar con el pie derecho. La sucesión inevitable de semanas y estaciones configuran en él un juego idéntico. Hay un nombre tentativo para esto: Hastío. Escribía Vallejo: “Ya va a venir el día, el mar, el meteoro (…)”. Y cada elemento de este verso -mar, meteoro, día-implica accesos, caminos, derivas. Apuestas distintas. Este jugador falaz, no obstante, va siempre por lo mismo. Lóbrego mamífero, se peina de la misma manera. Corta su barba o tarda veinte minutos en bañarse. Teme renunciar a su trabajo por la antigüedad o las vacaciones. Si se casa y no va la cosa, se divorcia y vuelve a casarse. Si está soltero, sigue como una piedra en la pendiente infinita: el amor es demasiado complicado.

Este personaje se complementa con otro. El que arruina todo cruce con el azar. El que, en vez de apostar lo mismo, cree que nunca apuesta. En su virtuoso ejercicio ilusionista, supone suspender lo aleatorio con un “no” o  con una risa irónica. Más “lúcido” que el jugador “falaz”, a este lo reconocemos cuando exhibe su escepticismo, orondo. Tiene muchas frases emblemáticas:

-Todas las revoluciones han fracasado.

-Ese piensa con la izquierda, cobra con la derecha.

-Este país no está preparado para ciertas transformaciones.

-Ya se te va a pasar…

-¿A mí me la vas a contar?

A pesarimagen 2 de todo, apuesta. No sabe que rechazar una grieta del azar implica jugársela. Y es nomás uno de los tantos, entre quienes conforman un arco enorme, que va desde los reaccionarios hasta los tradicionalistas, desde los tradicionalistas hasta los conservadores (en sentido amplio). Porque se sabe: quien cree no jugar juega a favor del orden establecido.

 

CONTRA LOS JUEGOS DE LENGUAJE

En este grupo voluminoso, hay quienes incluso van más allá y prohíben algunos juegos. Un caso insólito sucedió en el 2014, en China. El gobierno censuró una importante campaña publicitaria porque “casos como éste pueden crear un caos lingüístico y cultural”.  La administración de la provincia de Shanxi tomó un viejo refrán, «jinshanjinmei» («todo muy bueno, todo muy bonito»). Pero cambió el carácter del significado de «todo» por el que representa al diminutivo de la región. Y,  al pronunciarse los dos jin, quedó: «Shanxi es muy buena, Shanxi es muy bonita».  Como una amenaza para el orden social, la Administración Estatal de Prensa, Publicaciones, Radio, Cine y Televisión directamente prohibió la promoción de Shanxi. Así explicaron el tema las autoridades: «Hay que hacer buen uso del lenguaje de manera estandarizada. No se pueden cambiar los significados de los refranes populares para fines comerciales, tampoco se pueden usar palabras que vengan de Internet, que sean adoptadas de idiomas extranjeros, ni que sean juegos de palabras».

Esta nueva regulación propone que los juegos de palabras desinforman y confunden. Sobre todo, a los más jóvenes. El comunicado desarrolla en cuatro puntos cómo debe utilizarse el lenguaje de «manera adecuada»:

  • divulgar la importancia de estandarizar la lengua china;
  • utilizar los refranes correctamente;
  • el significado de las cosas no puede quedar abierto a interpretaciones;
  • los medios deben fortalecer sus políticas de control.

Sin embargo, algunos chinos se la rebuscaron. Existe un departamento de regulación de contenidos de Internet, llamado “Aepprct”. Allí encontramos estrategias curiosas para saltar la censura. Uno de los casos más populares es el de la alpaca (caonima). Además de ser un animal, es uno de los insultos más hirientes en las redes sociales. Con un cambio de entonación, quiere decir acostarse (cao), tu (ni), madre (ma): «Me acuesto con tu madre». Si a esta palabra se le añade la palabra hexie que, con  cierta entonación quiere decir «cangrejo de río» y, con otra, «sociedad armoniosa» -el nombre de la política del ex presidente Hu Jintao-, el significado de las dos se vuelve: «¡Me acuesto con tu madre, política oficial!». Se han llegado a componer canciones infantiles que recrean alpacas morfándose cangrejos de río, en referencia a cómo la sociedad podía tragarse la política armoniosa de la censura.

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RULETA URBANA

Volvamos al encuentro de la carta en la calle. ¿Y si decidimos que, detrás de ese encuentro, hay un golpe del azar? Por un rato, pensemos solo eso. ¿Si la carta no (nos) quiere decir nada? Entonces puede empezar el juego: el naipe pudo haber caído de un hombre. Un hombre que lleva la timba encima. Un hombre como muchos. Con su dolor de bolsillo. Uno de tantos que se peina, mamífero lóbrego, caña pensante. Entre café y café, el tipo esconde un mazo de cartas y se pone el día con su saco. Quizá, después del trabajo, o en la hora del almuerzo, escape a una mesa para apostar. Quizá piense en el deseo de tantos: zafar. ¡Que una apuesta cambie la suerte! El hombre de la carta, probablemente separe una parte de su sueldo para eso. Para jugársela. Algo de ese deseo colectivo hay en ese hambre de azar, en ese sueño de “pegarla” y hacerse con el loto; o que una apuesta nos traiga toda una guita que, si la tuviésemos que ganar con el sudor de la frente, no tendría ese gusto. El silencio o la casi invisibilidad acerca de estos seres de cornisa confirma lo que sospechamos. Una gran mayoría no soporta la máquina de producción. No siente eso de la dignidad del trabajo. No entiende el refrán “al que madruga”… Esa mayoría fantasea con escaparse. Fantasea con acertar el número. Lo extraño radica en la persistencia de ese deseo. Una simple observación nos revela que hay un monopolio de la suerte y de la salvación. (Sí, la salvación no está en las almas piadosas ni creyentes, sino en las fortunas de las clases dominantes.)

Sin embargo, estos apostadores obstinados no son como el jugador falaz: las apuestas van imagen 4en mil números, ruletas, cartas, incluso fuera de los ámbitos lúdicos. Compran un terreno. Salen a vender cosas insólitas a la calle. Se hacen malabaristas urbanos. Tocan el violín en el subte. Y a muchos de ellos se les caen las cartas que vemos por ahí.

Volvemos donde empezó nuestro juego: a un encuentro.

 

 

MÁS APOSTADORES FALACES

El poeta André Breton tuvo un encuentro casual muy conocido con una mujer, Nadja. A ella le dedicó una novela. Su figura -escribió- “está hecha para centrar (…) todo el apetito de lo maravilloso”. Breton vio en ella a una maga. Un punto incandescente donde el azar ponía una huella. Así, decidió llevar esto hasta las últimas consecuencias: “Una noche en que conducía un automóvil por la carretera de Versalles a París, una mujer a mi lado, que era Nadja, pero que hubiera podido, ¿no es cierto?, ser cualquier otra, e incluso tal otra, con su pie que mantenía el mío pisando a fondo el acelerador, con sus manos que intentaban tapar mis ojos, en el olvido que proporciona un beso sin fin, quería que dejáramos de existir más que el uno para el otro, para siempre sin la menor duda, que de aquella manera nos lanzáramos a toda velocidad al encuentro de los más hermosos árboles. Qué prueba de amor, en efecto. Inútil añadir que yo no accedí a semejante deseo. Es sabido en qué punto estaba yo en aquella época, en qué punto he estado casi siempre, que yo sepa, con respecto a Nadja. No por ello le estoy menos agradecido por haberme revelado, de un modo terriblemente sobrecogedor, a qué nos hubiera conducido en aquel momento un común reconocimiento del amor. Cada vez me siento menos capaz de resistir una tentación semejante en todos los casos.”

Sin embargo, tenemos algo para objetarle a Breton. Este retrato del amor loco, del amor surrealista, fue para él mera literatura. Hombre casado, racional y metódico, cuando en su vida pudo elegir por Nadja, confirmó la apuesta a favor su matrimonio. Nadja quedó en el plano de musa. La señora Breton, inmóvil en su trono burgués. El jefe de surrealismo no se la jugó.

Y lo mal que hizo. No está de más recordar a otro francés, Alain Badiou, cuando escribe que el amor empieza suspendido en el azar. En el éxtasis del encuentro. La prosa del entusiasmo. La posesión divina. Pero hay más, hay más que arder y consumarse. La apuesta del encuentro amoroso no acaba ahí. Entre las chispas del fulgor, Badiou cuenta que el azar debe fijarse. Punto por punto. A la experimentación inicial -o iniciática- se le añade la construcción. Construir, de un lado; arder y morir, del otro -la fantasía romántica, así, no sería más que la imposibilidad de asumir hasta sus últimas consecuencias el azar amoroso-.

El verdadero comienzo resplandece en el obstinado “Te amo”, donde la eternidad instala la escena del 2. El 2 de la diferencia. El nacimiento de un nuevo mundo.

Nada fácil, claro. Algunos elijen el matrimonio (Breton); otros, consumarse en la fusión de un encuentro quemante y mortal. Otros, prefieren no apostar y quedarse en el molde.

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EXCURSUS ANTES DEL FIN

El verdadero cruce de la “maga” y del poeta surrealista -como imaginamos- se cumplió en otra novela, que de juegos la tuvo clara: Rayuela. Allí, la Maga cobró vida y el protagonista fue bautizado con el nombre de otro poeta, Horacio. Ellos sí jugaron a fondo.

Ellos tejieron su red de encuentros y desencuentros en las calles de París, en un cuarto miserable entre discos de jazz, alcoholismo suave y divagaciones patafísicas, metafísicas, musicológicas. Pero, sobre todo, cultivaron aquel sueño surrealista del azar objetivo. Se citaban sin horario en lugares distintos, hasta descubrirse debajo de alguna mesa de café o en plena lluvia; y, desde ya, sin ese artefacto espantoso llamado paraguas.

Horacio y La Maga armaron un tablero. Dispuesto por la destreza lúdica de Cortázar, inspirado en ese nombre -Rayuela- con gusto a infancia. Una rayuela repleta de procedimientos para desdoblar tiempo, espacio, acá, allá; disuelta en cápsulas de capítulos abiertos, cerrados, prescindibles, imprescindibles.

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ILUSOS

En estas páginas, me quedó una palabra en silencio.

“Ilusión”. Vamos a jugar un poco.

Ilusión proviene del latín Illudere. Engañar.

Ahora, si le sacamos el prefijo, nos queda Ludere, es decir: jugar.

¿Y la voz “Lu”?

¿De dónde viene?

De luz.

En la etimología de la ilusión hay reminiscencias de engaño, juego y la luz.

Apuesto lo siguiente: ilusión es jugar al revés de lo propuesto para provocar un asombro.

“Asombro”. Vamos a jugar otro poco.

Asombro, iluminar lo oscuro.

Quitar las sombras.

¿Qué es un iluso, entonces?

No solo alguien que se deja engañar. O que juega por jugar. El iluso se diferencia del delirante porque ve en una carta un mensaje divino. El iluso no alucina.

Al revés de lo propuesto, el iluso juega ahí. En las fugas del asombro. *

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ME OLVIDABA…

¿Vamos a jugar?

https://www.youtube.com/watch?v=k2kstAJQeck

 

 

* Al respecto de este juego etimológico, ver la columna del programa radial «Quilamba»: https://www.facebook.com/Quilamba-1281115888676167/

 

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