El cuerpo: Entrevista a Diego Parés
Entrevista: Viviana García Arribas, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Diego Grispo.
Hay un descuelgue de cortinas, una rajadura de fondo de pantalla, un desanudarse de abrazos, un desencaje entre los dedos y la herramienta, una fuga de contornos en la superficie del papel. El grafito y la tinta se deshacen en desaprensiones y caen.
Ahora, son hilachitas acuareladas, orillas de arena sin playa. Impura desilusión. Quedan trazas, cicatrices del futuro, pequeños surcos resguardados del olvido. Y, entre toda esa resaca, en medio de semejante contorsión de escombros, despunta un brotecito de porvenir. Pálido y aún desatado de las cronologías, el crío se despereza las ruinas, inaugura la mirada y se pone a dibujar. La mano se inquieta en desmemorias, se calza enormes anteojos en cuerpos muy pequeños y sale a la carrera. Un borrón es así soñado por una caricatura, un dibujante recompone su silueta gracias a la travesura de un video juego. Los monstruos reculan ante el color sin freno de unos huérfanos desatados. Y el score marca la reanudación del juego, en un mundo que retoma escenografías, entre los marcos de un video game. Más allá, los paisajes blancos alojan mujeres enormes, jefes aplastantes y azoramientos petisos de frágiles empleados. El hastío aprieta los dientes en arrugas, en ceños, en pómulos que dan impulso a rostros, sin más que el blanco y el negro para acercarse a un nombre.
Y, en eso, aparece ella. Como quien no quiere la cosa, venida desde lo más hondo, desde la altura o desde un corner. Precalienta en el tacto del dibujo y se pone a decir. No disputa un espacio exclusivo. Se siente a gusto abrazada entre los pliegues y las facciones. Ella, tan con su propio andar y tan urgente, acelera el camino entre cuadro y cuadro, se atreve adentro y afuera de la historieta, prueba el contacto con un muro, salta con red, sin red, nada en grandes piletones y en el estrecho pasillo de una voz.
Y, en la encrucijada, donde confluyen matices y cadencias, Diego Parés se sorprende, siempre un paso más delante de donde estaba, siempre en fuga del vacío al lleno, de la amplitud a la angostura, de lo inmenso a lo ínfimo. Del pasado en flecos, hacia el fantasma del porvenir.
TODO TIEMPO PASADO FUE SIN RED
“No estabas en mi umbral/ni yo salí a buscarte para colmar los huecos que fragua la nostalgia/y que presagian niños o animales hechos con la sustancia de la frustración. /Viniste paso a paso por los aires, /pequeña equilibrista en el tablón flotante sobre un foso de lobos/enmascarado por los andrajos radiantes de febrero. /Venías condensándote desde la encandilada transparencia, /probándote otros cuerpos como fantasmas al revés (…)
Olga Orozco
La mayoría de las cosas las dibujo directamente en la tablet, en la compu. O sea que no tengo siquiera originales. Sólo guardo papeles viejos. Igual, algunas de las cosas sigo haciéndolas en papel sólo porque me gusta.
¿Y no imprimís?
No, porque imprime el diario o la revista donde trabajo.
¿Y se dibuja distinto ahora?
Sí. Dibujar ahora es como ser un equilibrista con red y, en papel, sin red. El que tiene la red puede hacer lo que quiere, salta, va viene. Como en la fotografía. Sacás una foto, ¿no te gusta? Sacás quinientas, no importa: después queda la mejor. El equilibrista sin red puede hacer otras cosas y también tiene otra emoción, porque se puede matar, o sea, se puede equivocar y hay que dibujar todo de nuevo. El papel implica otro riesgo, la equivocación se puede corregir, pero lleva tiempo.
Trabajar con red está bueno porque la presión por no errar pesa menos. Te equivocás y vas de vuelta, ¿no?
Sí. Pero también en todo eso del error y el riesgo hay otras cuestiones implicadas. Por ejemplo, el tipo que labura con acuarela, juega mucho con la casualidad, la mancha va para donde quiere. Eso no pasó al mundo de lo digital. Cuando dibujás con tinta hay un riesgo similar. Yo con “Humor Petiso”, por ejemplo, hago una nariz en la compu. No me gusta, hago otra y otra hasta que queda la línea que me gusta. Es otra manera de dibujar. Lo digital cambió los niveles de exigencia, Nuevamente, como en la fotografía: antes cuidabas el rollo porque tenías veinticuatro o treinta y seis posibilidades, y ahora tirás y tirás fotos. De quinientas fotos, una buena va a salir. Todos se creen fotógrafos y, por supuesto, están los fotógrafos de verdad.
En cuanto a poder advertir la calidad de algo vos decías en algún lugar que quienes miramos dibujos lo hacemos por el placer, por el disfrute, aunque no entendamos nada de técnica.
Puede ser. Igual, una percepción hay. Quizás no tanto en relación a la calidad del dibujo sino de algo más, que no se sabe qué es. Para disfrutar de un actor yo no necesito saber de actuación, sino que me transmita “esa cosa”.
Y, cuando es malo, te das cuenta….
Sí, te das cuenta porque no te lo transmite, simplemente. No porque digas “Uy, mirá: se equivocó”.
MILITAR A LA BAJA
“Una sonrisa triste, un murmullo imperceptible. El alivio es hermano gemelo de la decepción. Ambos se expresan del mismo modo: con un suspiro.”
Mia Couto, “Un río llamado tiempo, una casa llamada tierra”
Bueno, hicimos una pequeña investigación sobre tus dibujos. Tenemos algunas cosas para conversar. Nos interesó que trabajás con personajes muy chiquitos y con otros muy grandes. Esas personas enormes son, por ejemplo, minones imposibles en un mundo de petiso…
“Humor Petiso” se va transformando. Cada vez hay más personajes de muy baja autoestima, pero militante, eh. Hay estereotipos clásicos de la historieta- como las relaciones de poder entre el jefe y el empleado -sobre las que me gusta seguir laburando porque creo que, si bien hay cambios en las sociedades, también hay cuestiones que permanecen: desde la mina imposible hasta la mujer que somete al tipo, desde el jefe que somete al empleado, hasta el mundo entero que lo somete. Lo que presento ahora, en general, son tipos chiquitos en un mundo enorme. No hay una desproporción entre personas, sino entre la realidad y la persona. Esa pequeñez, esa insignificancia, me cae simpática. Tengo más interés en la persona común, en el vecino, que en el gran pensador iluminado. Los pibes tienen más interés por lo grande y yo, como me estoy poniendo grande, tengo más cariño por lo común, digamos.
¿Frente a qué te sentís pequeño?
Frente a todo. Hasta el más salame del universo puede venir y pasarme por encima.
¿Y te sentís grande alguna vez?
No sé. Puede haber algún mínimo momento, cuando dibujo, si me gusta lo que estoy haciendo, pero es por muy poquito tiempo. Respecto de mis hijos, tal vez. Cuanto más crece mi hija, menos grande me siento, porque ella va teniendo otras respuestas. Para mi hijo varón, sí, todavía soy grande y, hasta por ahí nomás también. Pero sí tengo la obligación de ser grande respecto de ellos, en algunas cosas, por lo menos.
¿Y con los nuevos dibujantes?
Tengo como dos momentos. Uno es el retrógrado: “Ah, estos pibes nuevos, no saben cómo hacerlo, no laburan, no hacen nada, nunca laburaron…” Pero, por otro lado, aprendo mucho. Me gusta Iván Riskin, un pibe de veintiséis años que hace cosas rarísimas. Yo aprendo de él. De hecho, cuando yo ya publicaba en Humor Registrado, en Sex Humor, mi hermano menor tenía doce años y yo aprendía de él, cosa que me torturaba mucho porque a mis amigos del ambiente les gustaba más lo que hacía mi hermano que lo mío. Ahora es cineasta. Narra muy bien. Yo aprendí a narrar con él. Bueno, entonces tengo esas dos puntas. Una, en la que aprendo de los más jóvenes y la otra, en la que me peleo, porque veo estos pibes que viven en un mundo muy para ellos mismos, no quieren tener hijos, tienen relaciones sin compromiso y son los más capitalistas de todos: evitan todo lo que los distraiga de su consumo o de su producción. No quieren perder el tiempo ¿qué tiempo? ¡Son peores que los de Mac Donald’s! El que trabaja sólo por amor al arte es el empleado ideal, ni siquiera tenés que pagarle un sueldo o una jubilación, esas cosas que existían antes. Estos son hijos del neoliberalismo, algo que desgraciadamente, con el tiempo, termina siendo una identidad.
MAÑANA ES MEJOR
“En un momento vas a ver/Que ya es la hora de volver
Pero trayendo a casa/Todo aquel fulgor/Y ¿para quién?/Las almas repudian todo encierro/Las cruces dejaron de llover”
Luis Alberto Spinetta, “Mañana es mejor”
Decías por ahí que nada tiene un sentido trascendental y que, mucho de lo que hacés, lo hacés para ocupar el tiempo ¿Nunca lo disfrutás?
Sí, disfruto. Antes me hacía mucha más malasangre, terminé en un psiquiátrico, con chaleco de fuerza. No la pasaba bien. Pero, con el tiempo, me di cuenta de que el mañana existe. Mañana va a salir el sol y, de alguna manera, te las vas a arreglar. En fin, yo soy ateo, nací ateo. Mi viejo era un liberal progresista de los 60’, así que yo, lógicamente, tenía que salir ateo.
¿Liberal progresista?
Y sí. A la larga terminó votando a Macri. El tipo era progresista pero, a la vuelta de la historia y con tal de no atravesar la barrera del peronismo- infranqueable para mucha gente-, lo votó a Macri. Bueno, entonces un poco por cultura, por lo que me tocó, me crié ateo. Yo les digo a mis pibes: antes que ateos, tienen que ser inteligentes. Yo era ateo a los nueve años y no había leído ningún libro sobre la existencia -o no- de dios. Veía los dibujitos. Me tocó. Y a otro le tocó ser católico o judío o qué sé yo, es muy difícil elegirlo.
¿Hubieras preferido tener un dios de donde agarrarte?
Hoy día, sí. No puedo evitar saber que es una mentira, me sigue pareciendo apenas una solución. Pero bueno, es una solución humana. La inventó el hombre. Y si lo hizo habrá sido por una necesidad.
GLOBOS PINCHADOS
“Qué delirio en interrogación, /que suicidio en investigación,
brillante exposición de modas, /la desilusión.”
“La desilusión”, Silvio Rodríguez.
Hay algo que vemos aparecer con insistencia en tu producción: es la desilusión. Las mujeres, los tipos, los pibes desilusionados. Es la recurrencia más importante que encontramos.
Puede ser que sea un tema en mi vida. En terapia te diría que mi vieja se enfermó y empezó a tener problemas psiquiátricos a mis nueve años. Eso me tiene que haber marcado de alguna manera en mi visión del mundo. Una vez, había hecho un dibujo muy chiquitito que era yo, de pibe, que decía: “El día después del día que decidí no reírme más” Cuando uno es pibe la vida sigue. Los problemas que vos tenés, al otro día, cuando vas a la escuela, ni los hablás con tus amigos. Jugás en el recreo y estás en la clase. Pero eso es re loco, porque conozco pibes desde la secundaria que hoy me cuentan qué les pasaba en esa época. Tenían unos quilombos terribles y, en la escuela, hablaban de fútbol, de música, de lo que fuera. En esa época compartís, vivís, no hablás.
¿Tus pibes son iguales?
Yo siempre intenté que mi hija tenga mucho vocabulario para decir qué le pasa. El chiquito bravo, tiene cinco. Se encula y no lo sacás de ahí. No te dice qué le pasa. Y se enoja porque, claro, no sabe qué le pasa. Y, lógicamente, uno tiene que descubrirlo. Ahora estaba muy peleador en el jardín. Pienso que está creciendo, que está más grande y yo lo sigo tratando como un bebé. Y eso lo fastidia, entonces hace cosas para llamar la atención. Pero, bueno, volviendo al tema de la desilusión quizás eso esté presente, como vos decías. De pibe, los amigos son los amigos “Cuenta conmigo” y demás. De grande, cuando uno siente desilusión de los otros, pero uno también desilusiona y se desilusiona de sí mismo. Cuesta asumir la desilusión, sobre las esperanzas que uno tenía. Yo pensaba que iba a ser un dibujante de la puta madre, como Robert Crumb. Me decía: “Hoy tengo quince años y no soy Robert Crumb, pero cuando tenga veinte,…”. A los veinte: “No soy Robert Crumb, pero cuando tenga treinta” Y así hasta que te das cuenta que el tipo ya era Robert Crumb a los veinte y dibujaba mucho mejor que vos a los cuarenta y te querés matar. Sabés que sólo tenés lo que te tocó: este cerebro, estas circunstancias. Hacés todo lo posible con eso. Vivir sin esperanza no es no vivir. Es, simplemente, seguir viviendo, seguir intentando superarse. Es como buscar a dios sabiendo que no existe.
Entrevistamos a un médico, ex futbolista, y decía que lo singular del deporte es que en esa disciplina uno aprende a perder. Lo decía en el marco de la idea de superación. Pienso con vos. ¿Crecer es un progreso infinito hacia alguna cima? ¿Por qué el único movimiento es superarse?, ¿hasta dónde tenés que llegar?
Bueno, tengo un amigo, Pablo Fayó, gran dibujante. Él era el mejor de nuestra generación. A los veinticinco, hacía historietas insuperables, para mi modo de ver. En un momento se cansó, dejó todo y se dedicó a cantar tangos en los boliches. Vive en una pensión, no gana mucha plata. Dejó de dibujar y yo siempre me enojé con él: “Vos eras Gardel dibujando y te fuiste a cantar tangos, donde sos Fayó”
Quizás él no quería dibujar, tenía el talento.
No lo sé. Lo que él me diga lo tomo con pinzas, porque es un ser humano atravesado por circunstancias, digamos. Pero, en general, la vida te lleva… Yo tengo cuarenta y ocho años y dibujo. Vienen los pibes nuevos y dibujan otras cosas, ni mejores ni peores, pero con otras influencias, otros códigos. Pienso: “Yo me voy a quedar afuera, me voy a quedar sin laburo, tengo que tratar de hacer esto y lo otro para no quedar afuera del mercado, etcétera.” Y bueno, esa cosa está. A veces pienso que los ricos, Macri y demás, son, en ese sentido, menos parabólicos que nosotros. Nosotros hacemos toda una curva: “Yo dibujo para sentirme bien, para crear, para tener una familia y más o menos pasarla bien y pa, pa, pa…” El tipo hace guita y quiere mucho a su hija y listo. Y entre medio no hay nada. A él lo único que le importa es gustarle a su hija. De hecho, lo demás no le importa si le gusta o no a alguien. Elimina esa parábola que uno hace. Yo no podría.
Entonces, no hay ni siquiera una elección, vos no podrías hacer lo de Macri y ya.
Exacto. Tiene una prioridad que es otra. ¡Y pensá qué “buen padre de familia” que es el tipo, que le proporciona el sustento hasta a sus tataratatara tataranietos!
VERME MIRÁNDOME MIRAR
“Es el mirar de sombras de la Muerte. /No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.”
Macedonio Fernández
Volviendo al cuerpo, ¿cómo es tu relación con tu cuerpo cuando dibujás?
Desaparece. Sentís un gran bienestar. Lo más lindo es que incluso desaparece el tiempo. Vos estás metido ahí y todo el contexto desaparece. Aunque no absolutamente. Hay varios niveles de visión: estás vos concentrado en el dibujo y vos viéndote dibujando desde afuera. Es raro el tipo de concentración. De pibe, no necesité de las drogas. Yo me metía y me olvidaba del mundo, o de una parte de él, y dibujaba. En algún momento la droga me ayudó, durante un tiempo. Ahora no puedo obviar el contexto nunca. Mientras estoy dibujando acá -y esto pasa sobre todo cuando uno trabaja en la casa-, siempre hay que pagar tal cosa, tus hijos, ir a buscarlos a la escuela, es muy difícil olvidarse.
¿Pensás que tu mano tiene memoria?
No. Eso no existe para mí. Estuve dos o tres veces en psiquiátricos y, al salir, había perdido la capacidad de dibujar. Había llegado hasta un punto bastante interesante de percepción y de sensibilidad, pero caía en el psiquiátrico, me daban pastillas, terminaba hecho bolsa. Cuando salía, tenía que aprender todo de nuevo. Entonces, lo primero que hacía era empezar a copiarme a mí mismo, tratar de imitar lo que hacía antes con resultados, al principio, desastrosos. Tardaba mucho tiempo.
Herbella, ex jugador de fútbol, sostiene que el cuerpo no olvida.
Lo que pasa es que quizás no lo forzó lo suficiente. En el mal sentido, digo. Claro que tiene capacidad de olvido. Pero el ser humano es bastante plástico, se adapta.
¿Y esa reeducación tuya, al volver sobre tus pasos, terminaba por ser fértil?
Sí. Con mucho tiempo y esfuerzo, aunque uno no vuelve nunca al lugar que dejó atrás. A veces me pregunto hasta dónde puede llegar uno. Hace veinte años sucedieron mis últimos problemas psiquiátricos y, sin embargo, todavía me cuido: no me expando más en todos los sentidos, por miedo a perderme de vuelta. Pero mi relación con el cuerpo es bastante rara. Mi percepción propia es que soy medio maricón, ¿viste? Flaquito, chiquito, me pegaban en la escuela, me tenía que escapar de los pibes grandes que me querían cagar a palos porque hacía caricaturas de ellos. Todo ese tipo de cosas las tengo metidas. Por otro lado, tengo un hermano grande, más físico, del cual aprendí por lo menos la mímica de hacer cosas. Entonces, voy, juego al fútbol, me mato, no percibo el dolor muchas veces. En un choque me pueden hacer un foul y no darme cuenta. Soy medio insensible respecto del cuerpo. Es un cuerpo bastante maltratado el mío, en todo sentido. No me cuido, no le doy pelota. Hago lo mínimo: juego al fútbol un día por semana y punto. Nunca me interesó en sí mismo lo físico.
Y trabajás tanto con los cuerpos y más, quizás, con los rostros…
Sí. Me encanta el humor que usa mucho el cuerpo: Chaplin, Buster Keaton. Pero lo mío es el humor gráfico. Si no hay algo gráfico interesante, lo cuento por la radio, ¿para qué lo voy a dibujar? El dibujo tiene que tener algún tipo de interés por el dibujo mismo y eso te lo da muchas veces el movimiento, el cuerpo, las expresiones de la cara.
ES HERMOSO SER UN PERSEGUIDO
“Ahora sé que es así, que Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado”
“El perseguidor”, Julio Cortázar
Recién decías que te mirás de afuera cuando dibujás. El señor Rispo ve, en un momento, que es una fantasía del dibujante. ¿Pensaste que sos una fantasía de alguien?
No. Mi nivel de metafísica es muy bajito. No soy nada poético, digamos.
¿Y qué es lo poético para vos?
El otro día escuché una conferencia de Borges sobre la poesía. Y él dice que la poesía son las palabras. El cómo decirlas. Si uno se olvida del cómo y sólo piensa en lo funcional, pierde poesía. Esto me pasa en el diario, allí tengo que ser muy funcional a la idea y el dibujo tiene que contar la idea lo más sencillamente posible para que lo entienda la mayor cantidad de gente. Muchas veces, perdés poesía. Terminás dibujando nada: tiene que haber un tipito y dibujás a ese tipito que no tiene nada extra. A veces aparece lo poético, ayuda el tiempo de elaboración, me encanta la elección de las palabras. Me gusta la parte de escritura de lo que hago.
¿Necesitaste alguna vez solo escribir?
Sí. Alguna vez. Subí algo de Rispo, pero en un tono totalmente distinto.
Rispo parece tu alter ego.
Ahora lo agarré de vuelta. Estaba muy difícil hacerlo, porque es una historieta que bordea el tono de lo políticamente correcto y lo sobrepasa también. El borde peligroso es en qué momento se pasa y se convierte en Francella, con “traéme a la nena” y esas cosas. Ahora lo tengo muy complicado.
Pero muestra un grado de tragedia que nunca tiene Francella.
Sí. Se trata un poco de encontrar eso. Justamente ayer -y hace mucho que no escribía nada de Rispo- me puse a escribir y salieron cuatro páginas de la historieta. Hoy yo tengo todo el tiempo la mesa examinadora que dice: “Acá estás siendo machista, acá tal cosa, acá lo otro”. Es muy difícil crear con ese tipo de presión. En ese sentido, prefiero la censura: hay un tipo que no te deja y vos tratás de eludirlo y de encontrar la vuelta. Acá nadie te dice nada, vos hacés lo que quieras. Sí te acusan, se te sugiere con insistencia y se te acusa, pero no se te censura. Entonces, bueno, le estoy buscando la vuelta, tratando de ser gracioso y poniéndome en el lugar del perseguido, que es el que más me gusta, porque sé escaparme. Soy un esclavo, qué le voy a hacer.
La fuga es otro tema que aparece permanentemente en tus personajes y en lo que en alguna entrevista dijiste de tu trabajo. No lo llamás versatilidad, sino fugarse de un estilo al otro. ¿de qué te fugás?
Ah, no sé. Supongo que básicamente es una forma de vincularme con el otro. Mala, tal vez. Yo siempre pongo al otro en el lugar del policía para que me vigile, para que me controle, para escaparme, para burlarlo. Pero, en definitiva, lo que hago es vincularme con ese otro. Desde un lado nocivo o peligroso o divertido.
Tus personajes fugan todo el tiempo. Rispo, los personajes de Monsterville…
Mi base teórica no es muy fuerte. Es más bien chapucera.
Sin embargo, en tu trabajo hay muchas referencias a lo literario. En una de esas, Rispo que se encuentra con Ambroce Bierce.
Sí, en una parte. Pero es todo muy tomado sin mucha lectura. Es muy poquito, es como jugar y acordarte de dos o tres datos, pero es una memoria pequeña, no profunda.
UN HOMBRE SIN ADEMASES
“Calles donde la gente deshoja, /en busca de frutos imaginarios, /el árbol de la vida.”
“El aquí y el allá”, Jorge Leónidas Escudero.
¿Leés?
Sí, me gusta. Leo ficción, no leo ensayos. La poesía me cuesta mucho. Tengo a Whitman y a Almafuerte y hasta ahí llego. Borges me cuesta mucho. No me gusta o no sé leer la poesía. No le llego a entrar. A la novela, sí. A la no ficción, no la puedo. Me cuesta agarrar un libro de Schopenhauer, de Nietzsche o de cualquier filósofo. Prefiero escuchar hablar sobre ellos, pero no me entretiene leerlos. Por eso escucho a Dolina o pongo una conferencia mientras laburo. Leo mucha literatura norteamericana de todas las épocas y algo de acá.
¿Y la música?
Es muy lindo trasladar la emoción de la música al dibujo. No sé, me pongo a escuchar punk y quiero hacer algo así, aunque después, en realidad, vaya por otro lado. A diferencia de la música, para mí leer es más íntimo, sos vos y lo que lees que se te mete adentro. En la música hay siempre un poquito de afuera, el aire por lo menos. Acá ni aire hay.
Esto del trabajo solitario, ¿no te protege un poco de esa multitud comentadora de las redes?
Sí, es lindo. A mí me gusta. Lo empecé a hacer por eso: no voy a bailar y me voy a dibujar. No salgo con gente, no veo a gente y me pongo a dibujar. Pero, bueno, también es border, viste. No lo hacés solamente porque te gusta, es una necesidad también. A veces lo disfruto y a veces no.
¿Y qué te da la escritura que no te dé el dibujo?
El interés por la escritura aparece en mi vida mucho más adelante que el del dibujo. Más o menos, alrededor de los treinta y, básicamente, como la necesidad de encontrar las palabras adecuadas para expresar la idea que quiero. Entonces, sin las palabras y sin un orden bien organizado, no aparece la idea.
¿Y el dibujo no alcanzaba para eso?
Evidentemente no, pero no puedo decirte por qué. En el dibujo hay orden y expresión también, pero vos agarrás un libro y el tipo, para contarte un paisaje, se toma cinco páginas. Bueno, en “El Señor de los anillos”, sesenta páginas. Yo hago un dibujo y ya te lo expliqué. Lo que te permite la escritura es entrar en el pensamiento de los personajes. En la historieta, podés mezclar las dos cosas. En el dibujo puro podés dibujar la sensación de algo, pero no explicar un gran pensamiento.
Algunos dibujos vienen comentados, como el de Olga Zubarry, ¿qué aporta ese texto?
Lo que pasa es que esos dibujos son catárticos, también desde la palabra. Y en la historieta está siempre. Por eso, si vos me hicieras estas preguntas y yo fuera un escritor, te diría “Necesité escribir por tal cosa específica” Para mí no hay un además. Cuando hacés una historieta, escritura y dibujo van juntos. Estás haciendo el dibujito y, al mismo tiempo, escribís, esa es la manera.
Se potencian.
Claro. Todo el tiempo. Es como una amalgama.
En algunas historietas tuyas, los cuadros están llenos, no queda lugar para nada. Y en otras, re vacíos.
Es que aprendí con el tiempo. Antes Rispo no era así. Yo venía haciendo algo clásico y después empecé, con el tema de la falopa, a obligar al lector a que haga un esfuerzo. Hoy en día ya no quiero eso. O lo hago quizás de otra manera.
En “Humor etíliko”, de El Bruno, vos escribís el prólogo y decís que, dentro del mundo de la historieta, hay una cierta trivialidad y este trío de historietistas te devuelve el alma al cuerpo. Es un libro de 2007. ¿Qué tiene que tener un dibujo para que devuelva el alma al cuerpo?
Eso es un halago. Cuando uno tiene que escribir un prólogo, hace lo que puede. En ese momento habían aparecido Liniers y sus muchos seguidores y, en la historieta, todo tenía que ser así, tierno… que, por otro lado, también es interesante. Mirá, un amigo dibujante, que además es artista plástico, Marcelo Dupleich, me pidió un prólogo para su libro, que es muy salvaje y muy violento, pero no posmoderno. No es la mímica de la violencia ni es esa referencia cultural. Realmente parece una historieta de los 80’. Yo la leía con esa naturalidad, como que el tipo no estaba queriendo hacer ninguna referencia a nada ni un guiño a ninguna cultura. Es contar una historia, el sentimiento y nada más. Entonces puse eso, que hacía mucho no leía una historieta natural, digamos. Pero volviendo: ¿qué es más provocador en un mundo violento?, ¿hacer violencia o hacer florcitas? Capaz que es hacer florcitas, no sé.
¿Es muy importante que seas siempre provocador?
No. Ni hay un límite tampoco. Puede ser que no sea el objetivo. No creo que haya sido el objetivo de Borges. Quizás sí, en sus reportajes, pero no a la hora de escribir. O de Shakespeare o de Spielberg. Provocar algo, sí, generar algo, pero no una provocación per se. Sin embargo, se ve que en ese momento yo necesitaba alguna especie de contra ofensiva a tanta ternura. Algo así. Pero eso de los límites es interminable. Es como pedirle al policía que te ponga un límite para después transgredirlo ¿Y si el policía no está, hasta dónde llegamos? Yo lo necesité siempre.
OLÍMPICAS Y PELOPINCHOS
“Los éxitos civiles, restado por la niñez extraña/y los afectos enormes. Sueño con una guerra, /de derecho o de fuerza, de lógica muy imprevista/ Tan simple como una frase musical.”
“Guerra”, Arthur Rimbaud
¿No hay nada que no publiques?
No, casi nada. No publico lo que no me gusta. Pero, si hay algo de lo que me siento orgulloso, no tengo inconvenientes en publicar. Ese sí es un límite que nunca me interesó aceptar. Cuando empecé a trabajar en La Nación, pensaba que como dibujante no iba a hacer tal y tal cosa. Y no: fue cada vez peor. Políticamente, cada vez peor. A nadie le importa nada. Lo único que importa es que el producto que vos hacés llegue a horario, funcione y sea acorde a lo que ellos necesitan. Después, lo demás no importa nada. Ni a los de Billiken que labures en Barcelona, ni a los de Barcelona que labures en Billiken.
Parece un mundo de absoluta libertad, pero es de absoluta indiferencia.
Claro. Una vez Altuna me preguntaba si yo dibujaba así por indecisión. Y en realidad también es eso. ¿Por qué dibujo de tantas maneras distintas?, ¿porque amo la libertad o porque no sé para dónde carajo ir?
O para no hastiarse.
A mí me pasa eso. Pero Shulz, que es el creador de Snoopy, hizo durante cincuenta años una tira igual, con los mismos cuatro cuadritos, y siempre la hizo bien, siempre hizo la mejor del mundo. Siempre con amor. Es como un panadero que hace todos los días el mismo pan con el mismo amor. Se levanta a las cuatro de la mañana, lo hace rico y lo hace con gusto de hacerlo y no espera más que eso del mundo. Shulz tiene poquitos temas. Y, por ahí, el mejor chiste sobre un tema lo hace a los veinte años de estar haciendo chistes sobre ese mismo asunto. ¿Y cómo puede ser? Uno mira la pileta de Schulz y es una piletita de cuatro por cuatro. La mía es una pileta enorme, de tres manzanas. Pero mi pileta tiene poca profundidad y la de Schulz llega hasta el fondo de la tierra. El tipo siempre tiene, en ese pequeño espacio a dónde ir. Está el tipo que puede disfrutar de lo mínimo o de lo común y no quiere escaparse y estamos los que necesitamos escaparnos todos los días hacia algún lado distinto. Son personalidades.
EL CHORRO QUE NO VEMOS
“El ojo que ves no ojo porque te vea, es ojo porque te ves”,
Lucila Févola
Hay otro tema. El chiste del tipo que está notoriamente vestido de preso en que la chica le pregunta “¿Trabajás o estudiás?”. Lo evidente que no vemos es otra recurrencia en tu obra.
A veces me lo marcan. Si encontrás el error en el discurso del otro, sólo tenés que ponerle un marco que lo enfoque.
Hay algunos cuadros, donde se pierde el humor, aparece una tragedia, literal. De algún modo, opera como un alivio, un descanso. Como quien lee un libro de cuentos y agradece que, en el medio, haya un poema para cambiar el registro.
Es cierto. Y la realidad pura y dura es que yo soy un humorista profesional y tengo que hacer reír todos los días. Eso es una perversión del arte.
¿Pensás que si no tuvieras que vivir de esto no harías humor?
Sí. Haría humor. A ver, en Rispo, por ejemplo, no tengo la necesidad de hacer un chiste en todos los cuadritos y, cuando aparece, genera más risa porque se destaca dentro de un contexto. Eso no puedo hacerlo en “Humor petiso”. Es humorismo profesional, una perversión artística. Es como hacer llorar todos los días. Un delirio. Igual, siempre me pregunto, ¿esto es un panfleto o simplemente una idea política? Si no tiene alguna vuelta, falla un poco también. Creo en los límites en esto como creo en los límites en la vida. Límites subjetivos y de afuera también. Si a vos ayer se te murió el perro y yo te hago hoy el chiste del perro, no te va a gustar. Ese es un límite, me tengo que bancar que vos vengas y me pegues una piña o me putees. Hay gente que dice que el humor es distancia más tiempo: lo que pasó hace mucho deja de ser una tragedia. En realidad, es distancia emocional. La misma distancia emocional que tenés cuando pasás al lado de un tipo tirado en la calle y seguís de largo. Si realmente te comprometés con eso, no podés seguir caminando. Tendrías que parar, ayudarlo, preguntarte qué desastre estamos haciendo, algo… Sólo con distancia emocional podés reírte de las cosas, de cualquier tragedia.
Parece que es un órgano que se desarrolla.
Hoy en día es difícil. Cuando había medios en papel, vos ibas a un kiosco a comprar una publicación de la cual conocías los códigos. Hoy, es como si una señora entrara a un recital de los Sex Pistols sin saber de qué se trata. Claro, va a decir: “Pero este te escupe, hay música muy fuerte, ¿qué les pasa?, ¿están locos?”. Hoy en, internet, es todo puertas abiertas. Así, de repente, te aparece algo que vos no querías ver o no estabas preparado para ver. El otro día leí que alguien había escrito que a la gente le encanta parecer indignada, entonces, muchas cosas les parecen rápidamente indignantes, desmedidamente indignantes. Esa necesidad de indignarse por todo creo que es desproporcionada. La desproporción es humorística. Si te indignás con un chiste, ¿qué harás con las cosas que nos pasan todos los días? ¿Tenés que salir a matar? Creo que hay una gran ensalada y uno muchas veces no sabe bien qué hacer. Porque está la mirada del otro, uno la busca, a veces se pelea con esa mirada, o le responde con burla.
Es un poquito desgastante…
Sí, desgasta. Pienso que, en el pasado, vos dibujabas y a tu dibujo lo veían dos o tres amigos y listo. Vos sabías si estaba bien o mal, si estabas contento con lo que habías hecho. Punto. Incluso, al publicar en medios gráficos, no tenías mucha idea de la repercusión. Te llegaban dos o tres cartas de lectores o algún colega te decía que le gustó o no. Con eso bastaba. Hoy hacés una línea y la querés subir a ver qué opina la gente. Es un delirio, una enfermedad, es como una esclavitud.
Es como la escritura. Ponés más de cinco líneas y nadie las lee. Por eso nosotros hacemos entrevistas larguísimas.
Para que nadie las lea, ¡genial! Podemos decir cualquier barbaridad. Yo subo muchas boludeces y cosas cortitas. A veces cuelgo algo largo y veo que, dentro de ese acostumbramiento, de venir leyendo giladas todo el día, las han mirado. Igual, creo que hay una manera de titular, por ejemplo: “Pirulo destrozó a Mengano”, es una cosa espantosa, titulares puramente de efecto.