Los exilios: Sobre los lazos de familia.
Por Isabel D´Amico
OJOS TURQUESA
Despedí sus ojos una tarde cualquiera para mí, no recuerdo más que su mirada traslúcida. Mi abuelo no hablaba mucho; sus ojos, sí. Después de tantos años, los interpreté a través de la historia.
Italia había sido miembro de la Triple Alianza junto a Alemania y Austria-Hungría. La Triple Entente la formaron el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso. Ambas alianzas sufrieron cambios. Como Italia, varias naciones acabaron por ingresar en las filas de uno y otro bando según avanzaba la guerra. Japón y Estados Unidos se unieron a la Tripe Entente, mientras el Imperio otomano y el Reino de Bulgaria se unieron a las potencias centrales.
Las potencias aliadas firmaron el armisticio con Alemania a fines de 1918. Así finalizó la Primera Guerra Mundial, después de casi cuatro años. Cifras como nueve millones de combatientes y siete millones de civiles muertos fueron la triste cosecha humana.
En esa convulsión de conflictos post-guerra mi abuelo tuvo a su primer hijo varón, Mici, para la familia.
LA FUGA INCOMPLETA
Roma, mayo de 1924. Giacomo Matteotti tomó la palabra en la Cámara para protestar por las elecciones recientemente celebradas. Fue una elección viciada de irregularidades. A los candidatos les impidieron hacer campaña en sus espacios electorales, los fascistas atemorizaban con dolor. De cien candidatos opositores, sesenta no pudieron presentarse en sus distritos electorales.
Poco después, Matteotti fue secuestrado y asesinado por atreverse contra el temor fascista, por difamar al primer ministro Benito Mussolini y a su soberbia irrefrenable. Italia, en esos tiempos, se dejó gobernar por la violencia.
Entonces, entendí: los ojos más bellos, los de mi abuelo, no solo expresaban el hambre de su memoria, sino el miedo. En 1927, con la huida como única opción, escapó de la aventura fascista, con la mitad de su cría.
DE BEBÉ
Mici nació en Gambatesa, un sereno pueblo al sur este de Roma. Dos años más tarde, nació su hermano José, quien tomó la mano de Mici para nunca más soltarla. Las nenas, Chola y Mary, terminaron por coronar la descendencia de aquella familia italiana, desesperada por la crisis económica, social y por el movimiento fascista de Benito Mussolini.
Mientras Mici afianzaba sus pasos de pan y vino, en 1921, se había creado el Partido Nacional Fascista. Gambatesa supo que los fascios intimidaban con prácticas brutales y con homicidios, siempre protegidos en la impunidad.
Los ojos oscuros de mi abuela se achicaban ante el abrazo apretado a su pollera de sus cuatro hijos. Los recursos eran escasos y el hambre sobraba.
GUACHOS
Un monólogo de Darío Fo, decía: “tal era la delgadez en aquellas épocas, que los hombres, para afeitarse, debían rellenar su boca con una pelota”.
Por eso, pocos años más tarde, mi abuelo partió hacia el sueño americano. La familia rota se exilió en la Argentina, muy lejos de aquella colina, de aquel bello valle vecino al Lago di Occhito. Los familiares de Gambatesa se comprometieron a cuidar a los dos varoncitos. No lo hicieron, los trabajos forzados en la fragua y el descanso en los chiqueros fue todo lo ofrecido por la familia de sangre. A los siete años, Mici se hizo cargo de su hermano de cuatro, recorrieron juntos los pueblos más cercanos y, entre changas y compasiones, lograron sobrevivir.
A los dieciocho, Mici recibió dos pasajes de su padre, ya se olía a guerra en Europa, la búsqueda de los guachitos fue más que oportuna.
MICI Y EL EXILIO
Uno puede exiliarse por propia voluntad, pero ninguna decisión es exclusivamente propia. Mici, mi papá, vivió sumergido en la nostalgia, por ausencia de familia o por ausencia de patria. Los sabores que conocí de pequeña, los paisajes de Gambatesa envueltos en cielo y verde, los aromas a viñas, el cansancio de sus piernas en el inmenso recorrido de las típicas subidas y bajadas del pueblo que no lo abrigó y hasta las canzonetas italianas que hoy silbo, sin darme cuenta, viven en mí por él.
A poco tiempo de llegar a Buenos Aires, nació la primera hermana argentina de Mici, se llamó Delia, poco después otro hermano varón, Lito. La familia por fin unida físicamente sufrió el tajo inevitable del distanciamiento.
ARGENTINA 2018
Soy hija y nieta de inmigrantes. Por cerrados, ni el abuelo ni Mici me contaron en detalle el por qué de sus exilios, solo busqué una línea de tiempo histórica para entender las causas. Soy hija y nieta de exiliados, llevo en mi piel más de un siglo de recuerdos de desigualdad social, de injusticias, de penas y abusos.
Hoy en la Argentina estamos invadidos por lenguas venenosas, ellas se enroscan en nuestros pies y nos envuelven hasta apoyar sus puntas en el cerebro, nos susurran y se lamen, nos escupen y se lamen, nos soplan su aliento pútrido y se lamen, como los tanques de guerra, avanzan. A algunos los atemorizan, a otros los someten, pero en todas las guerras estamos los que a pesar de todo seguimos soñando, como «Las Madres» y, ante el dolor moral, seguimos y seguiremos buscando desde la esperanza.
Soy hija y nieta de exiliados, estamos gobernados por la violencia pero no pienso abandonar mi país y, desde el lugar que me toque intentaré construir una y mil veces lo destruido.