Exilios: Sobre Hannah Gadsby
Por Diego Soria
TRAS EL SONIDO DE LA TETERA
¿Quién es Hannah Gadsby? ¿Quién es esta mujer que se asoma a través de la ventana de Netflix? La descripción del show dice apenas que ella es una humorista, que el stand up es su especialidad. Pero Hannah, una australiana, nacida en Tasmania, tiene una licenciatura en Arte y curaduría. Hannah, antes de hacer humor, fue una estudiante, proyeccionista de cine y, además, trabajó en una granja. Hoy, desde el escenario, parece haber encontrado su lugar, justo ahora, que dejarlo atrás parece ser la paradoja, exiliarse para encontrarse.
ESTAMOS INVITADOS A TOMAR EL TÉ
En las primeras imágenes Hannah entra a una cocina, toma una tetera y, mientras los aplausos se funden con la escena, también se escucha el sonido de la tetera, los sonidos de la porcelana y los perros que la acompañan. Al comienzo todo es como debe ser, los aplausos bajan desde la platea entusiasta, las cámaras hacen el paneo necesario sobre las cabezas del público, mientras Hannah da la bienvenida a su show. Desde el vamos, ella se planta con seguridad, delante la sobria escenografía. “Nanette”, “el espectáculo se llama así porque empecé por escribir el título antes que el resto del show, y es que conocí a una mujer llamada Nanette de la que pensé sacar mucho jugo para un show, pero no lo hice”. Hannah es de Tasmania, una isla a al sur de Australia, un lugar pequeño y conservador, donde asumirse abiertamente homosexual tenía consecuencias desagradables, es decir, como en muchos pueblos pequeños la presión conservadora y católica se hace sentir al modo medieval. Entonces uno se acomoda frente a la pantalla y piensa en los chistes obvios sobre gays y lesbianas que van a venir y ella los hace. Pero, al pasar, cuenta que se tuvo que ir, de su lugar natal “Hagan sus maletas, metan su sida ahí y vayan a su Mardigras (carnaval)” porque la homosexualidad estaba condenada hasta 1997.
LA SALIDA ES POR ALLÁ
Sin pensarlo, el espectador se va dejando llevar, es decir, el público parece valorarse a sí mismo como de “mente abierta”, entra en el juego cómplice propuesto por Nanette, festeja y ríe a carcajadas. Hannah es corpulenta, usa pantalones y saco azul, del mismo modo que la escenografía, azul, porque me gusta, dice ella. Se ríe de los estereotipos que determinan azul, para niños y rosa, para niñas, “¡Al diablo!, los locos son ustedes”, grita desde arriba. El público titubea, ya no se siente tan cómodo en el teatro, el culo empieza a picar, y la sensación se acentúa cuando ella arremete contra su propio colectivo, el mismo que la alienta, el mismo que la quiere expropiar. Hannah les marca la cancha, dice lo que debe decir para ser una lesbiana de ley, una lesbiana de verdad. Sobreviene una sensación de soledad, bronca en su voz. En medio de un show de stand up el clima cambia sin que ella se mueva, solamente elige las palabras. Sus ojos pequeños y azulados ponen puntos sobre las íes, escrutan, parecen llegar desde el fondo de un túnel negrísimo y largo, como un tren. Eso son, un tren que atruena al llegar al final. Un manual del comediante, seguramente, no aconsejará farfullar por lo bajo, menos, contra el mismo público, pero Hannah no se priva de eso.
YO ME BAJO AQUÍ
Gadsby contornea el cuerpo de su mensaje, el público está donde ella quiere tenerlo, pasada la primera sorpresa, la idea tiene su lógica. “Desde que me dedico a la comedia, dice, no hago más que hacer humor autocrítico hacía nosotros, y eso no es humildad, es humillación”. Pensar un espectáculo desde la utocrítica a la propia elección puede leerse como un intento de lograr aprobación, una forma de permiso de la mayoría blanca, delgada, católica y conservadora. Es una idea que no se acaba en su caso particular, se puede extender a otros tipos de conflictos donde el dolor se tapa con humor, se sella como un compartimento estanco. Del mismo modo en que las películas de submarinos cierran -sección tras sección- las compuertas para evitar el naufragio. Sirve para eso, normaliza a quien está arriba del escenario y al público. Mientras tanto, si ella no acepta las reglas, sigue en el mismo lugar, en un exilio inmóvil, poco doloroso. El público está definitivamente callado, a merced de su genialidad y hasta desea volver a la risa de los primeros minutos, ahí donde público y artista firman un pacto: yo te aplaudo, vos me haces reír. ¿Les molesta esta tensión? Dice Hannah, yo vivo con ella.
MAS ALLÁ DEL STAND UP
Hannah Gadsby ya se ha declarado exiliada de las formas seguras del stand up. Y, y al hacerlo, deja en “off side” a sus colegas. Sin querer o queriendo, el arte de hacer reír en soledad y autoflagelándose, se acaba aquí. Porque interpela esa pared del público que, muchas veces, se siente neutral. Ya no. Hannah hace una bien cuidada arenga, con acento en sus ojitos chispeantes.
Hannah es una luchadora, una militante y una mordaz humorista. Hannah es de un lugar pequeño como les toca a muchos, pero ha logrado hacerse atender bien lejos. Hannah ha decidido decir su verdad, ¿y que? ¡Y qué! La voz, por momentos, se le pone ronca y el brazo se agita como nunca había ocurrido antes. Sus ojos llamean, es un grito postergado hasta aquí, solo hasta aquí, para dejar la humillación y asonar en el sonido de la tetera.
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