Los Exilios: sobre Envar El Kadri, un espíritu rebelde
Por Pablo Soprano
RETRATOS DE UNA OBSESIÓN
El exilio para Envar “Cacho” El Kadri no fue un mero rencor por la amargura del destierro, no fue tan sólo dolor por lo perdido. Fueron planes y proyectos culturales bien pensados. Atrás habían quedado la lucha armada, las proscripciones, la cárcel, los ataques de la izquierda y la derecha. Atrás quedaron aquellos “iluminados” que llevaron a tantos pibes al matadero. Sí, era hora de pensar, de parar la pelota y pensar. De volver con una versión renovada, humanista, sin violencia. Obsesión, esa es la palabra. En cana, al regreso, incluso lejos de la patria no paró. “Es necesario contribuir a la memoria histórica de los compañeros caídos, a la memoria de los argentinos”, se repetía a sí mismo y a quien lo quiso oír. Se emocionaba hasta las lágrimas cada vez que lo decía. Esa era la obsesión: el esfuerzo y la sangre derramada de tantos compañeros no podía quedar impune. Y para ello había que obsesionarse, en Málaga o en París. Se vuelve cuando se piensa, pero si se piensa con inteligencia, no importa adónde nos lleve el exilio, se vuelve dos veces.
UN “CACHO” DE HISTORIA
Quien se adentre en la historia de Envar El Kadri verá que este hijo de sirio fue un verdadero espíritu inquieto. Nació un primero de mayo de 1941, en Río Cuarto, Córdoba. Luego se trasladó a Ciudadela, Buenos Aires. Su infancia transcurrió casi completa durante el primer y segundo peronismo y allí se anidaría el sentido de la lucha de los años por venir. Expulsado del Liceo Militar, terminó sus estudios en el Liceo Urquiza, de Flores. A los catorce años, con el derrocamiento del general Perón, se sumó a la oposición al gobierno de la Revolución Libertadora, en un claro desafío al decreto 4161, al gritar consignas peronistas, cantar la Marcha y colgar retratos de Perón y Evita en plena calle Florida. A fines de los 50, pasó a integrar la Juventud Peronista en la resistencia armada y en la organización del regreso del líder. En 1963, resultó elegido delegado de la Juventud ante Perón en Madrid y, a mediados de los sesenta, fundó las Fuerzas Armadas Peronistas. La idea era organizar la guerrilla rural en Tucumán y, militarmente, enfrentar al gobierno del dictador Juan Carlos Onganía. Sin entrar en acción, fue detenido junto a sus compañeros en Taco Ralo, en 1968, el mismo día de la muerte de otro gran “resistente”: John William Cooke. Comenzaba así una larga etapa de encierro y torturas que se extendería hasta 1973, cuando es liberado bajo la amnistía por decreto del presidente Héctor J. Cámpora. Durante el tercer gobierno peronista, trabajó en la Universidad de Derecho, bajo la gestión de Rodolfo Puiggrós y, en 1975, fue amenazado y perseguido por la organización de extrema derecha Triple A. Comenzó así un exilio que lo llevó por Beirut, Damasco, Madrid, Málaga y París, desde donde denunció, junto a Julio Cortázar y a otros tantos intelectuales, los crímenes de la dictadura cívico militar.
DIÁLOGOS EN EL EXILIO
Como refiere el comienzo de esta nota, los años de exilio de Cacho El Kadri fueron de mucha reflexión. Aplacada un tanto a la fuerza la rebeldía, sólo quedaba pensar, determinar por qué irse, cuál era el sentido:
“Nos fuimos para seguir vivos. Y queríamos seguir vivos porque nos parecía que todo proceso revolucionario debe saber encontrar la forma de retirarse en un momento dado. No hay que creerse protagonista de la historia y pensar que si uno no está presente, la historia no se hace, o que no habría posibilidad de triunfo o avance. Quería sobrevivir también, para llevar conmigo a todos los que quedaron en el camino, a todos los que fueron parte de nuestra historia y como, lamentablemente, mi generación carga muchos muertos, me pareció un deber conservar esa memoria, rescatarla y poder expresarla hoy.”
Esa obsesión siempre presente, la de acarrear con la memoria de sus compañeros, la de convocar la intensidad para afrontar el exilio, pero sin abandonar las banderas, sin dejar de enarbolarlas con aquellos ideales, sin perder el horizonte de las nuevas generaciones, cuando llegar la hora de la vuelta.
La cárcel, la tortura, las persecuciones decantaron en el exilio. Y allí. desde afuera, pudo tener una mejor comprensión de ciertos mecanismos de poder, de dominación, de la repetición de recetas, de esquemas, de frases hechas constituyentes del bagaje político de los años ’70. Allí, entonces, pudo comprender por fin la trampa que costó la vida de tantos jóvenes militantes. Buscó por todos los medios una línea de tiempo entre las distintas generaciones, como aporte de su propia generación, para que la historia fuera completa:
“Tratar de hacer un puente entre aquel pasado que nosotros recogimos de boca de los protagonistas directos, los que sobrevivieron a la revolución del ’55, y las nuevas generaciones, con la esperanza de que no tropiecen dos veces con la misma piedra.”
En Málaga, junto a un viejo compañero de la resistencia también exiliado, Jorge Rulli, iniciaron una serie de diálogos reflexivos sobre todo lo actuado durante veinte años. En esas conversaciones se replantearon la lucha armada y la violencia, con una gran dosis de autocrítica. De aquellas conversaciones sobrevive un libro llamado “Diálogos en el Exilio”.
EL PUEBLO NO PUDO EXILIARSE
A su vuelta, en un extenso reportaje de Mona Moncalvillo publicado en la revista HUMOR, n° 126, del 28 de abril 1984, Cacho plantea de manera lúcida la derrota, pero como elemento de recomposición, casi de sanación. Allí, y con humildad, reconoce a quienes como él no tuvieron al exilio como salida y tuvieron que pelearla acá:
“-¿En tu exilio parisino analizaste todo esto? -Muy brevemente… |
SIN CONCLUSIONES AMARGAS
Este espíritu rebelde, tantas veces visto como un Robin Hood inalcanzable, dedicó su tiempo restante de vida a fomentar proyectos culturales y audiovisuales. Así, dio rienda suelta a todas sus obsesiones planificadas en el exilio. Volvió con las valijas llenas de proyectos, de encuentros con jóvenes en los barrios, en las universidades, en actos públicos. Siempre decía que para luchar no hacía falta leer ningún manual, que la revolución se hacía con el sentimiento de la injusticia ajena como propia. No dividía a las personas según su ideología, sino, simplemente, en buenas o malas personas.
Envar Cacho El Kadri hace veinte años no está entre nosotros, nos queda su palabra, sus reflexiones, sus recuerdos de aquél exilio de ocho años sin conclusiones amargas. Nos quedan sus persistencias ideológicas. Muchas de ellas cristalizadas por quienes tal vez no lo conocieron pero que, sin saberlo, militaron sus mismas obsesiones de Memoria, Verdad y Justicia.