Lo inesperado: Entrevista al guitarrista Osvaldo Burucuá
Entrevista y edición: Diego Soria
«La canción popular es síntesis de emoción y sabiduría, mensaje breve pero jamás de menor calidad ni trascendencia frente a las que muchos consideran grandes obras«
Cuchi Leguizamón.
(…) Traveler en camiseta y pantalón de pijama silbaba prolongadamente La gayola y después proclamaba a gritos:” ¡Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor!” (…)
Rayuela, cap 44, Julio Cortázar
La guitarra es sabia en respuestas, pensaba Atahualpa Yupanqui. Pero también se alimenta de una buena ración de preguntas, hijas de un hambre curiosa y de un paralaje aparente entre quienes preguntan con el tañir de sus dedos y quienes ostentan “su guitarra oracularia”. Villa Urquiza alberga a uno de los intérpretes que ha sabido traducir sus respuestas en los muchos modos posibles de la encordada. Apenas al bajar del tren, un mural de un guitarrista se despinta en la tarde y anuncia -en secreto- que estamos en el camino correcto. En adoquines, las calles se alejan de las vías que serán, sin embargo, testigos omniscientes. Así como en la escritura se eligen con cuidado las palabras, Osvaldo elige sus notas en la pelea por hacer de este compás de tiempo algo imprevisto y revolucionario.
PATEAR EL TABLERO, DE RAÍZ
“Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra…
Cómo haré para que sientas mi torpe amor,
mis ganas de sonarte entera y mía…”
Alfredo Zitarrosa
Vos, que has investigado al Cuchi Leguizamón para tu libro “Los sonidos del Cuchi”, ¿crees que él fue un inesperado en la música nacional, en su momento?
Y sí, lo confirmas a medida que pasan de los años. Al acercarte a la obra de él, resalta más lo inesperado, lo repentino, lo audaz, que lo técnico, aunque tenía muy buen manejo de eso también. Pasa que el espíritu es mayor a ese conocimiento de los acordes, a la dinámica de la composición. Lo inesperado era la audacia, el arrojo, la inquietud del Cuchi. Muchas de las cosas que veía como admirables, luego de haber seguido esta música de cerca, me doy cuenta de que son fruto de patear tableros, de empujar los límites para “ver qué pasa”. Por ejemplo, él escuchaba música dodecafónica, ultra vanguardista, eso lo movilizaba para hacer, no unos ejercicios, sino una obra que tuviera algo del asunto.
Y lo hizo en un momento complicado, cuando la música folklórica era muy tradicionalista…
¡Sí, seguro! Y en el ambiente salteño, el más conservador. Él pertenecía a una clase social que podía estudiar en una universidad, costearse una carrera de abogado. Es decir, en su caso no hablamos de un crecimiento como el de Atahualpa Yupanqui, signado por lo humilde, con una pobreza que él veía de un modo medio bendito. Hoy, al espíritu del artista contemporáneo, le falta esa actitud del Cuchi. Por ahí conocemos qué acorde usaba, por ejemplo, Bill Evans o cómo componía Jobim, pero hace falta algo más, ir más allá. Por otra parte, hay un respeto sagrado a la raíz, a la esencia. Lejos de hacer como Manolo Juárez, o quizás como los jazzeros cuando se toman la libertad de formas y duración e improvisan una zamba, el Cuchi no se te iba de la cantidad de compases de la zamba, él hablaba de la danza como la raíz de todo.
Pero, dentro de esos límites, el Cuchi revolucionaba…
Hizo cosas que siempre estaban fuera de lo esperado, él creó la “Zamba del pañuelo” en un lenguaje tradicional y, de golpe y porrazo, sale “Lavanderas de río Chico” con los bises de la zamba que se alteran, junto a la voz del Chacho (Echenique quien, junto a Patricio Jiménez, formó el Dúo Salteño, mítico grupo del folclore argentino). Eso le permite al Cuchi hacer uso de su segundo instrumento: “El Dúo Salteño”. Hay temas de esa época que solo los podía cantar el Chacho, por el rango vocal son aventuras tremendas… Vos pensá, hacer eso en Salta hace cincuenta años loco… No en Capital Federal, hablamos de Salta. Por ejemplo, ¿cómo llegaba “El Aveloriado” después de escuchar a Stravinsky? ¿Cómo llegó un disco de Stravinsky a Salta? Sé que la familia escuchaba mucha música clásica, mucha ópera, todo esto me lo contaron los hijos del Cuchi con quienes, a raíz de este libro, tuve un acercamiento más estrecho. Él hizo locuras – ¡Bah! locuras le digo yo en el mejor sentido que uno le da a la palabra, esas que tienden a mejorar un poco este mundo- como el concierto de campanas (organizado por Cuchi Leguizamón en la capital de Salta el 20 de febrero 1963). Yo incluí una crónica del diario “El tribuno” de Salta, vos la lees y aquello debió ser algo increíble. El Cuchi tenía ganas de hacer un concierto con los ferrocarriles, porque le gustaba mucho el sonido de los silbatos, las máquinas…
Habría terminado por tocar blues…
¿Y mirá…, sabés quién “jodía” con los ruidos de los ferrocarriles? Duke Ellington, le “copaban” los trenes, viajaba en su vagón privado el tipo. Y, a la noche, se sentaba al piano y componía. Por eso, vos escuchás su Big Band y tiene temas dedicados al ferrocarril…
Osvaldo Burucuá – Corazonando (Gustavo Cuchi Leguizamón)
Y vos, Osvaldo, a primera vista, se podría decir que sos un guitarrista de raíz folclórica. Pero, en realidad, tenés muchas más influencias
Bueno, sí, me tocó eso…
No te cerrás a un solo género, al menos, eso se percibe en tu música, te nutrís de otros músicos.
Porque soy de aquí, viví en Capital toda la vida, si vos te fijas quiénes están en grandes centros urbanos como la Plata, Rosario, Córdoba, Mendoza, entre ellos hay una movida estudiantil infernal y un bombardeo de músicas permanente. Pertenezco a una generación de músicos llamados los “todo terreno”, ¿no? Mirá, hace una hora, me encontré en la calle a un vecino guitarrista flamenco y hablábamos de esto, el tipo se sorprendía de que yo tocara tango… La primera guita que me puse en el bolsillo, a los diecisiete pirulos, fue por tocar tango, vivir acá, y que el tango te entre por un oído y te salga por el otro… Me parece que no se puede ignorar. Fui a un colegio industrial, éramos todos varones, imagínate, estaban los pibes que escuchaban bolichera, porque iban a bailar a “Musikats”, y los que escuchábamos rock. ¡Éramos todos machos!, yo tenía que decir que escuchaba rock pesado, tenía que escuchar a Pappo, aunque siempre me gustó más “El Reloj”, por su guitarrista Fernando “Willy” Gardi. Una vez dije que me gustaba “Arco Iris”: tenían un longplay, “Tiempo de resurrección”, un disco fantástico. Al escucharme, no me miraron bien, ¿me entendés lo que te digo? Había que pisar fuerte. Es imposible ser indiferente a todo eso, tocarlo, además me gusta, lo disfruto. La creencia de que uno escucha nada más que lo que toca es absolutamente errónea. Por ahí hay mucha gente que está especializada. Hoy, un tipo más joven va a estudiar un género y no sale de esa especialización. Yo lo comparo con los médicos, están quienes se especializan en el dedo gordo de la mano izquierda y los otros, los integrales. Soy de la época del médico de familia. Pero, fuera de joda, con mis coetáneos hablamos siempre de todas las músicas, aparte de lo que nos toca hacer porque lo elegimos. En la música que tocamos se meten elementos muy variados.
EL OFICIO DE SER JOHN, PAUL, GEORGE, Y RINGO
“Mi mano en el diapasón se afirma como una zarpa.
Es que voy gritando cosas que me dicta la guitarra”
Atahualpa Yupanqui.
Sos un guitarrista rítmico, como vos mismo alguna vez te has definido. Cuando tocás una chacarera o una cueca, en tu sonido se diferencian muy bien los paisajes.
Bueno, gracias por el piropo…
¿Cómo se transmuta el paisaje en la música?
Mucho ensayo y error más un amor infinito por lo que estás tocando, de otra manera no persistís. Mucho ensayo, mucho escucharte y escuchar a otros músicos. Tuve la experiencia de poder viajar por el país, merced a mi labor. Eso me hizo cotejar con otros músicos, en algún caso, con afán de investigar, como con el libro del Cuchi. Ahí tuve la posibilidad de hacer dos visitas a Salta para tocar y las aproveché para investigar sobre algunos tópicos. El trabajo consististe en acercarte con humildad, es decir, no poner el ego delante de la música. Sumale a eso, los grandes referentes con los que pude tocar y compartir. Digamos que tuve todo a favor, inclusive, el respeto de algunos importantes músicos, o su bendición. Son pistas, señales de que uno va por el buen camino. También fueron una suerte los buenos profesores, en ocasiones. no se tiene mucha fortuna con la gente que se elige para crecer, a veces te decepcionan y se pierde tiempo y energía, no fue mi caso.
Al ser un guitarrista instrumental, por qué vos no cantás, ¿no?
Nooo, canto espantoso, la que canta es mi mujer. Me junto con gente que canta muy bien, me dan una envidia tremenda, casi maliciosa. Para mí, el tipo que tiene una buena voz es un dotado, un tocado por la varita mágica de Copperfield. Me junto mucho con gente que canta para paliar un poco ese agujero en mi música.
Pero, de alguna manera, vos cantas a través de tu instrumento, buscás algún modo…
Sí, creo que la preocupación del músico instrumentista es arrimarse a la voz cantada…
¿Hay una prosa del instrumento?
Sin duda hay, desconozco toda la técnica de la prosa, sé que, en técnica, la prosa la dan los recursos expresivos de la melodía, algo que a uno lo flecha enseguida. Hay, eso sí, una enorme inquietud, una gran ansiedad por hacer cantar a la melodía, por la interpretación. Yo he compartido mucho con Aníbal Arias, un guitarrista de tango fantástico- Su secreto era la interpretación. Por ejemplo, tocaba esas “pedorradas” que están en los libros de métodos y las interpretaba como si hubieran sido un tango de “Pichuco” en el Madison Square Garden, y vos te quedabas asombrado, ¿Cómo hace este? Y, bueno, tiene que ver con agregarle el sentimiento, la pasión al tiempo en que te pones con el instrumento. El caso de un solista, por ahí es muy especial, aquel que toca un piano o una guitarra se ocupa de todo: es John, Paul, George y Ringo, entonces está bueno desdoblar, las capas de esa cebolla. Siempre hay una preocupación por hacer sonar una melodía, de pensar en la letra.
Vos, junto a Aníbal y otros músicos, fundaron la Empa (Escuela de música popular de Avellaneda)…
Sí, en el grupo inicial éramos Aníbal, yo, Armando Alonso, Tristán Taboada, también estaba Arnedo Gallo, Virgilio Espósito. Entrábamos todos en una mesa de bar. Ahora es un edificio tremendo en Avellaneda, con cientos de alumnos.
Patearon el tablero ahí también.
También. Fue un hecho capital para nuestras vidas. A mí, por ejemplo, me agarró a los veintiséis “pirulos”, entonces tuve que ponerme no las pilas, sino la batería del V8, para ser un guitarrista capaz y poder transmitir en todo sentido. No te voy a decir si lo conseguí o no, me parece una pedantería. Lo hicimos de la nada, no había métodos, no había un “pito”, así que fue una pateada de tablero, que a nosotros nos marcó mucho. Hoy es un lugar más (La Empa) de los varios que hay, donde se estudia y explora sobre la música popular. En aquel momento, era una isla en medio del Pacifico.
¿Cómo eran las clases con Aníbal Arias?
Él tenía un curso, “Historia del tango”. No faltaba nada del tango, salvo Piazzolla- porque Aníbal no se lo bancaba, él era un ortodoxo… era el tipo más querido de toda la escuela, lo amábamos. Una de las cosas que me fue quitando las ganas de ir a la escuela fue su muerte, un golpe durísimo, lo extrañamos hoy. Aníbal hablaba de la época de los cantores: Alberto Marino, Chanel, Jorge Casal, Rivero. Los bandoneonistas: Libertella, Pichuco eran todos tipos que tocaban con él, eran la historia de su vida. Él comenzó a tocar, de adolescente, en la década del treinta. Era como tener a Jorge Navarro contando la historia del jazz en Argentina. Aníbal no tuvo hijos y, en cada alumno, veía a uno. Y con la guitarra tenía un método muy de él, muy ortodoxo, pero esos tres minutos de Aníbal tocando el tango delante tuyo eran las Escuelas Pitman, Las Leicesters, Berkley, todas multiplicadas por diez.
Tal vez haya sido el Atahualpa Yupanqui del tango…
¡Claro! Te ponía los pelos de punta. Hoy no sé, las chicas Mirta (Álvarez) Analía (Rego) Federico (Vallejos), hay un montonazo de guitaristas que siguen la influencia de Aníbal. Me toco estar ahí, fue una tirada a la pileta infernal. Sobre todo, en mi caso, porque era un pendejo sin chapa, sin nada. Eso despertó un poco de celos. No tanto, en primer año. Pero, en el segundo, entró mucha gente, linda y de la otra, en la escuela: matemática pura. Y eso despertó inquietud en un pequeño grupo de alumnos, de envidia, de malicia, que los llevó a cargar contra un grupo de profesores porque no teníamos “la” experiencia. Así que me tuve que apurar a hacerla, meterle pata, grabar un demo, en definitiva, me tuve que subir a una moto.
Siempre te tocó eso.
Y, la escuela fue un poco como el palo en el traste, el tener que justificar todo eso….
REMOVER LOS ESCOMBROS Y DESPUÉS
“La guitarra me ha ofrecido la capacidad de poder expresarme
con el resto del mundo sin utilizar la palabra”.
Paco de Lucía
Pensar en la EMPA como un “patear el tablero en aquel tiempo” y pensar esta época, tan cuesta arriba políticamente… ¡Qué momento para tocar la viola!
Pero sabés qué pasa: lo peor que te puede ocurrir es la parálisis, quedarte en pausa, como un video, ¿viste? Hay una fuerza, una energía, algo te tiene que hacer subir encima de vos y hacer, en este caso, este libro, y algunas ideas más que tengo…
Como el homenaje a Baden Powell que dirigís, “Afrosambas” …
Lo de Baden fue una cosa a la que le di vuelta muchos años, aunque los tiempos cambien y uno piense en eso que vos dijiste, ¿en qué escenario me toca salir con todo esto?, ¿no? Lo del libro surgió, no pensaba en un libro de análisis musical en la Argentina. ¡Y, bueno! Tuvo buena acogida de entrada, está en algunos lugares donde circula este tipo de materiales, va a tener presentación oficial en tres semanas en la Biblioteca Nacional. Está bueno tenerlo, porque va abriendo otras puertas. Hay más gente que hace cosas sobre el Cuchi, como Leo Deza quien revisó sus canciones y las publicó. Por otro lado, Laura Princic grabó varios temas inéditos de Cuchi.
Hay algo que siempre palpita por debajo, venga como venga la mano…
Hay que sacar los escombros y empezar de nuevo, revolver, desenterrar y otra vez seguir. Recuerdo la sensación del 2001, luego de los disturbios, la sensación de abatimiento, de estar en el piso culo para arriba. Y, bueno, en un momento,
vos te sacudías la tierra y, de a poco, empezabas a caminar, a agarrar el ripio, luego el asfalto y ver qué se podía hacer. No está bueno quedarse con la sensación paralizante. Tiene que ver con el desafío del “a mí no me van a cagar” ¿no? Estos pelotudos no van a conseguir que yo me pase veinticuatro horas puteándolos, puedo pasar veintitrés. Pero, en esa hora que queda, me alcanza para sacar adelante esto y poder pensar qué va a ser de mí.
¿Para quién tocás, Osvaldo?
Buena pregunta. Te puedo decir para quién no toco: no toco para los músicos o para los entendidos, con esos solamente cerraría la cancha. Toco para la gente, quiero decir, para el tipo que se pone en frente de mí, un estudiante avezado de música, o cualquier hombre de a pie. Y para mí, porque si no estoy satisfecho con lo que hago, falta algo. Aun a aquellas cosas que puedo hacer con la guitarra, que no me representan un cien por ciento o no son las que yo elegiría para hacer, enseguida les busco la vuelta para poner algo mío, algo en lo que yo me vea reflejado. Entonces ahí siento que estoy tocando para mí. Y para ganar unos mangos: eso, después.
¿Hay algo que te rebela dentro de la música?
La medianía, la monotonía, la chatura, el “siempre lo mismo”, la receta. Estos últimos años estoy alarmado, el enemigo es la falta de objetividad, de autocrítica, observo el estrago que representa para mí y también para mis pares. Esto nunca lo dije, veo muchísima autocomplacencia. La conformidad en extremo, el no plantearse realmente qué pasa con todo esto, ¿no? La falta de reflexión. Te impide plantearte si hay contenido, sentimientos, si hay pasión que te lleve a plantearte muchas otras cosas. Entonces, el enemigo- más que estar arriba-, está en uno mismo. Veo un facilismo- y no digo que no se justifique-, en echarle la culpa al medio. Me parece que es un argumento muy fácil, muy trillado, que esconde y no permite dilucidar la raíz verdadera de este asunto. Te hablo de una raíz que observo desde hace décadas, donde influye también lo político, como esta pesadilla que estamos atravesando. Son cosas que no se crean de un día para el otro. Si vos examinas toda esta línea de tiempo, vas a entender un poco más por qué se dan las cosas así, también en una disciplina como ésta la falta de autocrítica te lleva al aislamiento, a no considerar el contexto, la época, el lugar, el saber que no sos un “coso” aislado, sino algo que forma parte de un entramado, de una urdimbre social. Y que vos ocupás un lugar ahí. Y, si te sacás de ahí, la estructura se tambalea.
ANÉCDOTA: Osvaldo, artista plástico.Antes de lo de Avellaneda (La Empa), tuve una vida como artista plástico, hice un par de exposiciones y todo.Eso no se sabía.,No porque lo enterré después de la música, tengo dibujos enmarcados, envueltos, ¡Los guardé! Me había presentado en un salón y me rebotaron, eso me había desilusionado mucho. Y, encima, me había metido con “tutti” con la música, después Avellaneda… En el año ´80 había una banda independiente de Rosario, que a mí me gustaba muchísimo, Irreal”: el baterista era Daniel Wirtz, el hermano de Manuel. La primera voz y segunda guitarra era Baglietto. Y el capo de la banda era Mario Corradini, un músico de Mar del Plata. Yo me había copado con un tema de ellos y me había puesto a hacer un dibujo. Entonces, me dijeron- todo por carta, ¿no? – “che, por qué no lo hacés en treinta por treinta tamaño longplay, asi cuando lo editemos, lo usamos de tapa”. Bueno, bárbaro, me entusiasmé y terminé el dibujo. Ellos vinieron aquí a tocar en el teatro Lasalle, una sala chiquita donde tocaban las bandas “under”. Vieron el dibujo, les gustó y les mandé una copia fotográfica de buena factura. Al tiempo, el grupo se disolvió por problemas con los milicos. Hace un par de meses, se publicó en Youtube, el tema que yo ilustré, entones escribí, en un comentario: “mirá que yo les hice un dibujo, cuando vivía en tal y tal lado…” A los diez segundos me contestaron: “¿Es este?” ¡pum! Ponen el dibujo mío en la pantalla… loco, ¡así de golpe!El dibujo tiene el nombre de la banda arriba, está diagramado como tapa del disco. Y, como no estaba firmado, no sabían de quién era. Pero ahora ya le dijeron al diseñador, y va a salir un disco el mes que viene ¡con una tapa dibujada por mí! Jajaja ¡Soy Roger Dean! El que le diseñaba las tapas al grupo “Yes”.¡Además va a ser la primera vez que salís en un disco sin tocar! Al videoclip lo editaron: pusieron el dibujo al final, con el crédito “Dibujo de Osvaldo Burucuá” ¿Pero. ¿entendés? Yo ya dejé todo eso y eso volvió treinta y ocho años después. Se me dio. Muy loco, muy loco. Fui a Mar del Plata, estuve con el guitarrista tomando mate y hablando de esto. Cuando Baglietto empezó a cantar como solista hacía algunos temas de “Irreal”: “La censura no existe», “El gigante de ojos azules”, cosas de Adrián Abonizio, gente de la trova rosarina, un grupo fantástico. Después de “Almendra”, esa música no había aparecido más.Irreal – Cucarachas para el desayuno. |