Ausencias: entrevista a Luis Salinas y a Juan Salinas
Entrevista: Lourdes Landeira, Noemí Pomi, Pablo Soprano, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Diego Grispo
“con todas sus tristezas en los brazos, /junto a la luz que canta yo trabajo /no por ambición ni por el pan ni por ostentación /ni por el tráfico de encantos en escenarios de marfil, /sino por ese mínimo salario /de sus más escondidos corazones.”
“En mi oficio u arte sombrío”, Dylan Thomas
En medio de un silencio claro, latieron las manos. Se escuchó, contundente, el tronar del aire hacia la cima del aliento, la contracción de la fibra en el músculo decidido. Todo en la melodía era muy frágil y muy poderoso, muy evidente y velado a la vez. Por eso, lo llamaron “lo oscuro”. Increíble que un ser así resultase tan luminoso de pecho y tan bien predispuesto a cruzar el puente. Cuando sonó el preludio al tiempo, hacía rato que lo oscuro había comenzado a transcurrir. Ese era su modo de inaugurar la luz y prefigurar su presencia. Porque, nacido de una fuga en el silencio, se mantenía pleno y consistente en el lenguaje. Cómo explicarlo: él era el sudor polizón en el borde de la página, el eco desperezado entre dos picos de montañas, el tañido en lucha entre la mano y la guitarra, una forma en suspenso, la alianza esforzada de lo que fue y lo que vendrá. O tal vez, el tacto de los ausentes impregnado en las recovas del recuerdo, la aureola que, sobre el vidrio, retiene un denuedo del aire.
En sus bordes, uno podía atesorar un aroma madre. En sus curvas, un viejo recelo. En sus recámaras, el andar perdido de una infancia que regresa, una y otra vez, a reclamar el tiempo del juego. Fascinaban sus modos de dilatar, abultar, expandir, anidar y amparar. Y era de esperarse que semejantes destrezas atrajeran a los vecinos. Sin embargo, nomás conocerlo, la noche, los terrores y los monstruos capitularon sus pretensiones. Porque lo oscuro era apenas una fina envoltura de faltas y deseos, una película contraída en el mínimo pulso de un verso.
Y hasta hoy, cuando los traficantes del ruido descansan, en medio de un silencio terso y atrevido, hay un latir de a pares, de a tríos, de a bandas, un acorde que filia padres e hijos en un lazo más fuerte que la sangre. En la búsqueda de uno de esos tupidos silencios, encontramos a Juan y a Luis Salinas.
LO OSCURO QUI PARLA
“El encuentro es a oscuras. / En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas. /Y en el abrazo ciñes
el recuerdo /de aquella orfandad, de aquella muerte.”
“Lo cotidiano”, Rosario Castellanos
¿Les parece útil que un músico reflexione sobre su oficio?
Luis: Hay distintos tipos de entrevistas. Una es la nota que hacés para que te conozcan, para mostrar qué podés reflexionar sobre algunas cosas. Son siempre reflexiones que uno hace después de tocar. Alguna vez, en una entrevista para un diario importante, yo trataba de explicar mi libertad artística. En eso, pasó Rubén Juárez y me dijo “No expliqués tanto, tocá”. La música se vive, no se explica. Es como querer explicar el amor, son cosas que tienen que ver con el sentimiento, como decía Dino Saluzzi “Donde termina la razón empieza el arte”. Para mí, la existencia de dios o del diablo está en las cosas que no tiene explicación.
Para los que no somos músicos, la única reflexión interesante sería la de ustedes, no la de los teóricos o la de los críticos, ¿pensás que uno no puede aproximarle, ni en parte, algo de esa experiencia a otro?
Juan: Uno puede reflexionar sobre lo que le pasó en el show. Si fuiste más “vos mismo” ciertas partes, si en otras la cosa fue nomás un yeite. Cosas así.
Una vez Luis contó que, cuando eras muy pequeño, al escuchar un tema, dijiste “la música es un corazón que sale de lo oscuro”, parece que de chiquito sí reflexionabas…
J: Uno dice estas cosas sin darse cuenta. No decimos “vamos a ponernos a reflexionar”. En un vuelo, antes del show, ahí quizás nos ponemos a hablar.
¿Qué es lo oscuro?
J: Debe ser que la música sale de adentro.
¿Por qué está oscuro adentro?
J: Tendrías que habérmelo preguntado cuando tenía cuatro años. Ahora ya no me sale. Creo, según me contaron, que yo estaba mirando el parlante cuando lo dije. De ahí estaba saliendo toda esa música de Paco de Lucía y Camarón de la Isla.
CANTAR CON LAS MANOS
“Fíjate en la mano que canta /porque a la niña peina, /para mandarla blanca con su libro, /para un día perderla.”
“Las manos”, José Pedroni
L: Rita, mi hija de seis años, me dice “Papá, tocar la guitarra es como cantar con las manos”.
Es muy poético…
J: Mi bisabuelo era poeta. Yo no lo tengo muy claro. A veces hay poesía en la música, en lo que se escucha… La poesía está en todos lados.
L: Tengo una buena amistad con Miguel Ángel Solá. Cuando él hizo el teatro “El callejón de los deseos”, nosotros fuimos a tocar a un lugar. No salió el aviso, o no sé qué pasó, pero no había nadie. Igual, nosotros teníamos tantas ganas de tocar, que no parábamos. Había fluidez, la música nos llevaba. De golpe vi a un tipo que iba de un lado al otro, cubrió todo la sala, era él nuestro público. Cuando terminó, él me dijo: “Mañana te veo en el teatro”. Al otro día, el teatro estaba lleno. Y a mí me agarró tanta responsabilidad de hacerlo quedar bien a él, que tomé el control y no pasó nada… No pasó nada de lo que había pasado el día anterior. Entonces, lo miré como pidiéndole disculpas. Y él me dijo, “No pasa nada, estuviste muy terrenal nomás”. Y tenía razón. Uno puede decir “bueno, voy a organizar esto”. Pero, en el tipo de música que hacemos nosotros, lo mejor es cuando la música te lleva. Al otro día te escuchás y decís “pero qué bien que me salió”. Yo amo eso, lo que me mantiene con ganas y con deseo de tocar es el no saber qué va a pasar.
¿A ese no saber qué va a pasar lo asociás a lo poético?
L: Probablemente. A Juan le digo siempre que hay que contar algo cuando tocamos.
O sea que se narra con sonidos.
L: Sí. El baterista de Charlie Parker contaba que, cuando él llegaba a un lugar, tocaba como quien saluda; “hola ¿qué tal?, ¿cómo va todo?”, tocar era como una conversación.
O sea que puede hacer una narrativa de la música y una poesía de la música.
L: Exactamente. Yo no la puedo explicar muy bien, pero sí. Un día estaba con Tommy LiPuma en Nueva York y tuve la dicha de ver todo lo que pasaba en el escenario. Nunca me olvido, él hacía bromas, aunque nadie le daba bolilla, porque el lugar estaba lleno de japoneses. Entonces, al ver que no pasaba nada con los chistes, de golpe dijo: “Cuando era chico, me gustaba armar y desarmar relojes. Voy a ver si puedo hacer lo mismo con esta canción”. El tipo estaba en una noche extraordinaria. En un momento vi que lo miró al bajista, como para que metiera un solo. El bajista lo miró al baterista. Y, ambos, sin hablar, se dijeron: “El que tiene cosas para decir es él, que toque él” y no hubo esa noche un solo de bajo ni de batería. Esos son los verdaderos jazzeros. Si tenés algo que decir lo decís y, si no, escuchemos al otro. No hay nada de ego, porque el ego mata al genio. Es como sucede una charla.
ME DUELE ACÁ
“Alzo una rosa, y dejo, y abandono /
Cuando me duele de penas y de asombros. /
Alzo una rosa, sí, /y oigo la vida /
En el cantar de las aves en mis hombros.”
“Alzo una rosa”, José Saramago
Recién hablabas de una sala vacía. Si vos no hubieras llegado a ser conocido, a tener el público que tenés ¿hubieras seguido con la música?
L: Te lo resumo en esto: a mí me crió mi mamá, vivíamos en Villa Diamante y a veces comíamos en el suelo, no había mucho para morfar, de esas cosas que pasan a veces en una villa… Mis viejos me decían, “tu fuerza está en que peor de lo que estuviste no vas a estar”. Con esto quiero decir, yo hubiera hecho lo mismo, con éxito o sin éxito. Tuve una madre extraordinaria. De no haber existido Juan, no sé qué hubiera pasado conmigo cuando ella se fue. Mami hizo todo. Me acuerdo que, cuando yo estaba con la idea de hacer una música que no era la mejor, para ganar plata y ayudar a la familia, me miró fijo y me dijo “mirá que yo quiero un hijo feliz, eh”. Eso fue un mandato para mí. “Primero está la persona”. Ese día, mamá terminó diciéndome una cosa muy graciosa: “Si un día conocés una chica muy linda, que te gusta mucho pero que no es buena, cuando puedas, dejala”.
Juan, vos tenés otro comienzo, ¿qué pasaría si no tuvieras la repercusión que tuvo tu viejo? Como músico, en algún momento vas a ser Juan, no el hijo de Luis.
J: Es diferente la historia, ya a partir de que yo no sufrí las privaciones de las que te hablaba mi viejo. Parto de otro lugar, pero entiendo lo que él pasó porque esas experiencias me fueron transmitidas. Con o sin repercusión, no creo que yo pueda abandonar la música. Esto ya viene conmigo.
L: Un día, Juan estaba con la abuela y yo fui a buscarlo. Entré y los vi: la abuela en el suelo y él arriba, vestido de Hombre Araña. Un amor total… No me acuerdo qué edad tenías cuando lo del bongó.
J: Ocho.
L: Bueno, a los ocho años, Juan invitó a la abuela a verlo tocar. Estaba muy bien empilchado el tipo. Se puso a tocar y a tocar, y toca el bongó. En el final, la abuela le preguntó “¿no te duelen las manos?” y él le dijo: “No. Me duele acá”. Y se tocó el pecho. Yo me dije “Este es más músico que yo”.
PARIR ESE CORRALÓN
“con todo el universo en contracción para el parto /
del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la /
sangre la creación.
“El jardín de las delicias”, Olga Orozco
¿Quién es un músico que se la cree?
L: Sinceramente, nunca conocí a un músico más importante que la música. La música ya estaba antes que nosotros. Creo que estamos en este mundo para hacer esto y que a veces a alguien le gusta, a alguien le pasa algo al escuchar lo que hacemos. Salvando las enormes distancias, es como los médicos que, cuando salvan una vida, sienten que su vocación tiene sentido. Después, tenemos que cobrar porque tenemos que vivir. Si vos abrís un boliche, yo toco y se llena, algo tengo que cobrar. Ahí ya empieza otra cosa. Alguna vez, hablando con un artista, él dijo: “El músico está para dar”. La música tendría que ser solventada por el gobierno para que vos puedas dar lo tuyo. Digo, el artista en general, no solo los músicos.
Hay países donde es así.
L: Exactamente. El músico-músico no quiere comprarse diez casas ni cuarenta y dos autos. Quiere tener lo que necesita para hacer música. Todos queremos tener un estudio de grabación, todos queremos tener un lugar para tocar y dar lo que tenemos, lo que sentimos.
J: Hay un gran músico brasileño, Toninho Horta, que ganó una enorme cantidad de plata no sé en qué show, con lo que tuvo la posibilidad de comprarse una casa o de hacer un disco con orquesta. Obviamente, hizo el disco. Para cualquiera, eso sería una locura. Pero el tipo es un gran músico.
Luis, vos compraste tu primera guitarra a los veintisiete años… edad bastante avanzada para ser hijo de músico.
L: A los veintisiete, sí. Y es que yo no me crie con mi viejo. Mi padrastro tenía una violita, pero era de él. En mi barrio, yo pedía una guitarra prestada por una hora y la devolvía al otro día. Llegó un momento en que ya nadie me prestaba la guitarra. Pero, como todo en la vida, esa contra tuvo su ventaja y fue haber aprendido a tocar con cualquier guitarra. Entendí que hay que sacarle el sonido a la guitarra. No tenía esa cosa de tener una guitarra y ponerle nombre. Ahora, después de muchos años, me pasa de adorar alguna guitarra, una Gibson con la que grabé muchos discos. Pero antes de eso, no. Y me pude comprar aquella primera guitarra porque conseguí un trabajo fijo, que consistía en tocar la guitarra en un lugar.
¿Le hiciste un tema a tu papá?
L: Sí. Mi papá está en mi corazón. Me acuerdo, cuando la mamá de Juan ya estaba cerca del parto, se me dio de poder ir al Corralón. Fui, empecé a hablar y, claro, a recordar, y no paraba de hablar de todo eso. Ella me miró como diciendo “creo que ya tengo contracciones”…
A TIENTAS, SOBRE EL PUENTE
“Pensemos en términos de puentes. /Mira. la carretera de la pierna y la espalda /
articulada a la cadera y el hombro /se sostiene firme en la palma del talón /
como pilar una sola pierna /
el muslo sobre la rodilla /un miembro en voladizo.”
“Sobre una bailarina de bronce de Degas”, John Berger
En los shows hablás bastante y también cantás, cantan los dos, ¿qué podés decir con las palabras que no puedas decir con la música?
L: Al revés. Es mucho menos lo que puedo decir con las palabras. Tengo más lenguaje con la guitarra. Yo pasé la primaria con 4, soy medio analfa. A veces, no encuentro las palabras. Admiro al tipo que sabe hablar y puede decir lo mismo de diferentes maneras. Yo no tengo eso, aprendí lo que pude en la calle. Pero trato de decir cosas con el mejor contenido posible.
También en la música fuiste autodidacta.
Bueno, ese es también un misterio, lo que te sale cuando tocás. Por ejemplo, cuando uno se enamora de alguien, es muy difícil explicar por qué esa necesidad de llamarla diez minutos después de que le dijiste “hasta mañana”. No es lo mismo “quiero verte” que “necesito verte”. Con la música, es igual. Hay algo que te sale, superior a lo que vos podés pensar. A Juan no le enseñé nada con respecto a la improvisación y él ya vino con eso. Y, volviendo al amor, la primera vez que me enamoré lo hice de una mujer muy celosa de la música. La música es como un dedo más, no me voy a cortar un dedo por vos ni vos deberías querer eso. Esa relación se terminó, obviamente.
¿Cómo te llevás vos, Juan, con las palabras?
J: No soy de hablar mucho. Tampoco de escribir. Un desastre. Y mucho no canto porque siento que me expreso mejor al tocar. La otra vez él me decía que escuchar cierta música te ayuda después con las palabras, porque empezás a entender ciertas cosas más complejas.
¿Cómo es eso?
L: La música desarrolla la inteligencia.
Hay un puente entre la música y las palabras.
J: El blues es la calle y el jazz, la Universidad. Está bueno tener los distintos idiomas, la música te va abriendo la cabeza, según qué escuches.
L: Los chicos son como un casette virgen. A mi hija, como hice con Juan, le hago escuchar siempre buena música. Cuando era chiquito le hacía ver a los hermanos Marx o a Les Luthiers. Él me miraba con cara de “no entiendo nada”, pero hoy en día disfruto de que venga y me cuente que estuvo viendo algo nuevo.
PRELUDIO AL TIEMPO
“Tu mirada rastrea la niebla: /el tiempo postergado hasta nuevo aviso /
asoma por el horizonte”
“El tiempo postergado”, Ingeborg Bachmann
En los títulos de tus temas hay una enorme cantidad de referencias al tiempo: “Un ratito más”, “Siempre todavía”, “No es tarde”, y así…
L: Hay un disco que al directamente le puse “Sin tiempo” y así se llama el sello discográfico también. Si me apurás, el tiempo no existe para mí. Hay que adaptarse al tiempo, que es otra cosa, como pasa al cumplir horarios. Pero, si yo me dejara llevar, podría tocar hasta cualquier hora, dormirme a cualquier hora… En la época de “Oliverio”, cuando empecé a tocar solo, mis introducciones eran interminables. Algunas personas opinaban que yo tocaba mucho, sin embargo, Tommy LiPuma y Benson, al escucharme decían: “Cuantas cosas que tiene para decir este chico”. Si, para que no me critiquen, toco sólo dos notas, miento. Mirá, cuando fui a Suecia, me decían que los shows duraban cuarenta y cinco minutos… “¡Pero eso es lo que dura una introducción mía!”, pensé. Ahí tuve que aprender a hacer síntesis. Y fue muy bueno para mí saber que podía lograrlo, pude aprender otro lenguaje. Igual, el público no tiene por qué entender de armonía ni de melodía, o ritmo, pero sabe cuándo un artista es sincero. Por otro lado, creo que la música, como las conversaciones, son energías espirituales, más allá de las notas y las palabras, como el amor.
Cuando yo toco, siento amor. Lo siento cuando estoy tocando con Juan. A él hoy lo acompañan los tíos, gente que lo vio nacer y con la que él se dormía en brazos, como el Tula, a quien yo observo cuando lo mira a Juan y se emociona. Es muy diferente lo amoroso al tocar con tus amigos. No me gusta tocar con mala gente, por más genios que sean.
J: Yo también siento que se me van los horarios, que se pasa rápido. A veces me preguntan cuánto tiempo toco por día y, la verdad, no sé…
L: Si yo tengo una cita de cualquier tipo y agarro la guitarra, seguro llego tarde.
¿Y la guitarra modifica tu percepción de tu cuerpo?
L: Sí. Es donde más cómodo me siento.
J: Es parte de mí…
EL ELIXIR DE LA ETERNA FORTALEZA
“Esto es una voluntad, una promesa, /esto es un viento marino, un levar anclas, /esto es una última ruptura de puentes, /un rugido de engranajes, un gobernar el timón; /¡brama el cañón, blanco humea su fuego, /ríe el mar, la inmensidad!”
“La gaya ciencia”, Friedrich Nietzsche
¿Qué es para vos ser el mejor Salinas posible?
L: Como persona, primero. Después, como artista. Y, con los años, “lo mejor posible” termina por ser el disfrute. Spinetta compuso siempre unos temas maravillosos, pero los que hizo al final por ahí no tenían lo mismo que los anteriores. Igual, a él le importaba un carajo. Yo sé que Piazzolla sufrió mucho después de “Adiós Nonino”, porque no volvió a componer una obra tan inmensa como esa. Y quizás por eso se perdió el disfrute de lo que vino. El mejor posible significa: una vez hice “Cuenta conmigo” y lo canté con sentimiento y metí ciertos acordes. Ahora, ponele que crecí, y ese mismo tema tiene otros componentes armónicos. Pero, a nivel sentimiento, es lo mismo. Le dije una vez a Dino Saluzzi que, cuando grabo un disco, al mes, yo ya lo cambiaría. Él decía que eso estaba muy bien porque hablaba de un crecimiento, pero que no hay que dejar de querer al viejo disco porque da cuenta de un sentir y de un tiempo que tenés que valorar.
¿Crecer es ser para arriba o es ser otro?
L: La mediocridad es cuando uno dice “Bueno, con esto ya está”. La vida es movimiento, las cosas suben o bajan, depende de vos. La cuestión del crecimiento, a los sesenta años, pasa por la motivación. Yo necesito no aburrirme de mí mismo. Anthony Jackson, un gran bajista, decía “yo tengo que estudiar porque, si no toco bien, primero me doy cuenta yo, después, los que tocan conmigo y, después, la gente. Y ahí me quedo sin trabajo”. Más que nada, está esa motivación de decir “Voy a ver si puedo sacar esto”, es la cosa maravillosa de aprender cuando tal vez creías que no podrías. Es una inyección de juventud. Si cada uno hiciera su trabajo lo mejor que puede, estaríamos mucho mejor como país. Mi viejo me enseñó eso. Él era tapicero y, si veía una cosita que no le gustaba allá abajo, una cosita que nadie iba a ver jamás, la arreglaba. Él sí la veía. Y eso era suficiente.
En una entrevista, Juan, decías que un disco es una foto de un momento y que eso te da seguridad.
J: Claro. Cuando arrancás, ya más o menos sabés para qué lado.
¿Qué es lo que te hace sentir frágil?
J: Siempre hay un poco de inseguridad, siempre está el no saber del todo qué tan bien está -o no- lo que hacés. Después, hay que tratar que no te debiliten cuestiones como si hay o no mucho público. Vos vas a tocar, a tratar de hacerlo lo mejor que puedas y a disfrutarlo, eso es lo importante. Entonces, si no hay nadie o está llena e la sala, ya es secundario.
L: Si no salió bien, aun a sala llena, no te vas feliz.
PLATEA DE AUSENCIAS
“Tú has escondido la luz en alguna parte /y me niegas el retorno, /sé que esta oscuridad no es cierta /porque antes de mis manos volaban las luciérnagas”
“Tercer poema de ausencia”, Homero Aridjis
En este número el tema son las ausencias.
L: Siento ausencia del pasado, mi vieja. La extraño siempre. Una vez toqué en el Colón con Dino Saluzzi y no lo disfruté, ¿sabés por qué? Ella me había dicho, mucho antes, que yo algún día iba a tocar en el teatro Colón. Y toqué, pero ella ya no estaba conmigo. Después, toqué una segunda vez allí. Y, ese día, me desperté con la imagen de mi mamá sonriente. Fue una fiesta.
Ella estaba presente.
Sí. Mirá, al cementerio fui cuando la llevamos a mi vieja, y nunca más. No lo necesité porque aprendí a vivir con su ausencia y con ella dentro de mí. En un cumpleaños de ella, justo me tocó tocar en Salta, de donde ella es. Y sentí muy fuerte su ausencia. Después, en lo artístico, sufro otras ausencias. Hay gente irrepetible y uno no entiende por qué se van. Gente como Spinetta, Mercedes Sosa, Rubén Juárez, por decirte sólo tres. Se extrañan, teníamos una relación personal hermosa.
¿Y tus ausencias, Juan?
J: Bueno, hasta ahora no tuve una pérdida tan cercana en la familia. Perdí un tío, que no era de sangre pero sí muy amigo de mi papá, Jorge. Su muerte me dolió bastante, fue sorpresiva. Por suerte, viví una infancia buena, pero a veces siento que me faltan ciertas amistades de mi edad. Yo dejé el colegio a los quince años y, como mis compañeros no eran del palo de la música, nos alejamos. Había ciertas cosas en las que ya no nos entendíamos muy bien. Ahí sentí un poco la soledad, la ausencia. Hubo un tiempo largo en el que estuve siempre con el mundo adulto, con los músicos amigos de mi papá, que son como tíos.
L: Mi manera de cuidarlo fue que siempre estuviese rodeado de buena gente: sus tíos, los amigos.
¿Cómo es la buena gente?
L: Soy un tipo que perdono las debilidades porque las tengo, como todos. Pero no me gusta la gente traidora. Y la gente buena no lo es.
¿Qué es una traición?
L: Que yo te abra mi corazón, te dé la llave de mi casa y que, cuando vuelva, me faltan diez pesos. Es una pequeñez, pero es también un abuso. Una vez me enojé muchísimo con alguien que le quería dar cerveza a Juan, cuando era muy chiquito. A veces, es difícil discernir la debilidad de la traición. Pero a mí me prestás una guitarra y te la cuido más que a las mías. Otro ejemplo: cuando una mujer te dice “soy tuya”, y vos te lo creés. Un buen día no te quiere más, pero eso no lo podés creer y se arma todo un lío. Pero, volviendo a la pregunta, me hace daño el abuso, que me asegures una cosa para un concierto y que, cuando falta apenas un día, me digas: “No voy”. Me estás jodiendo en lo profesional y en lo personal. Todo lo demás, que no tenga que ver con esos abusos, son debilidades. Pero la traición está en pequeñas cosas que después se agrandan. A veces pienso que no debería ser tan duro, pero es lo que siento. Después, están los códigos entre hombres. Tu mujer es tu mujer, aunque te separes, yo no la voy a pretender. Tengo esas cosas…
Hablabas de competir…
L: Es que la música no es una carrera de caballos. Hay una cosa que lo pinta a Juan y me hace sentir orgulloso: una periodista le preguntó qué siente cuando lo aplauden. Él dijo: “Yo no toco para ellos y está buenísimo que, además, me aplaudan”. Fue una respuesta muy pura. Cuando tenía quince años, grabamos “el Tren”.
Yo le propuse que tocara algo él solo y así lo hizo: vino, grabó y le pregunté cómo se había sentido. Me dijo “Bueno, sentí una gran libertad, pero también vi mis limitaciones”. Me emocionó esa respuesta y le dije “Juan, hay que crecer pero no para ser mejor que nadie, sino para ser libre”. Yo quiero que él aprenda inglés, porque yo sufro mucho por no poder hablar con Benson, por ejemplo. Es horrible cuando intento comunicarme y me dicen “¿What?”. No te puedo contar las amistades que no pude desarrollar por no saber el idioma… Quiero que él aprenda, en todo orden, para ser libre.
J: Yo trato de aprender todo el tiempo…
TU CORAZÓN SIN HAMBRE
“Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas”
“Guitarra negra”, Alfredo Zitarrosa
En una competencia, el otro es un rival. Cuando ustedes tocan en grupo, ¿quién es ese otro con el que no compiten?
J: Alguien para compartir ese momento.
L: A mí la vida me puso en el camino a gente que admiro mucho y que me correspondieron esa admiración al conocerlos personalmente. Siempre trato de aprender de ellos. Un gran guitarrista que vive en Minneapolis, una vez me dijo que yo tenía una gran fluidez al tocar. Yo le pregunté “¿y vos cómo hacés para cagarte en todo y tocar así?”, me dijo: “Bueno, escucho a todos. Pero, cuando toco, trato de ser yo. Además, es más fácil”. Eso es lo que trato de transmitir. Atahualpa decía que si la guitarra suena mal no es culpa de la guitarra.
Cuando uno toca con otros, como cuando hace una revista con otros, hay una potencia singular…
L: Lo primero que le dije a Juan es: “Juan, vos tenés que sentir tus notas, escuchar a tus compañeros y disfrutar. No tenés nada que demostrar. Si lográs eso, lo vas a pasar bien y, con vos, tus compañeros”. Es el camino que yo aprendí.
¿Y quién es otro en lo político?, ¿y dónde un otro se vuelve un enemigo?
L: A mí me duele mucho que, por política, un amigo se pelee con otro, entre parientes. Democracia es aceptar lo que piensa el otro.
Pero cómo no te vas a pelear, si hay un montón que opinan claramente que el resto se tiene que morir de hambre para que ellos acaparen todo; si hay un montón que piensan que, como privilegiados hubo siempre, tiene que seguir habiéndolos. Y, obviamente, los candidatos a los privilegios son ellos.
L: Por supuesto, otra cosa es que uno quiera que el otro se muera de hambre. En relación a eso he tenido charlas, si se quiere, violentas. Me hicieron notas en diarios importantes para preguntarme por qué yo no creía en la política. Les dije lo mismo a los dos: “Mirá, cuando yo era chico, en la villa, cuando más o menos tuve una conciencia social, veía chicos comer de la basura o del piso. Y vi que, si no tenés plata, se puede morir tu hijo o vos, porque no podés comprar los remedios. Y también vi a mucha gente a la que echaban de sus trabajos y ya no tenía ninguna posibilidad de encontrar otro. Un tipo me dijo un día ‘hace un mes que estoy buscando trabajo y ya no tengo plata para pagar el pasaje. Igual, mi hija tiene que comer’, como quien dice, ‘ahora voy a chorear porque mi hija tiene que comer’. Yo veía que, en vez de combatir la delincuencia con trabajo, los gobiernos metían más policías. También, por mi profesión, conocí a gente que tenía mucha guita. Ahora veo que los que tienen mucha guita se potencian entre ellos, que la clase media se redujo a la de casi pobres, que los pobres y los que están fuera del sistema crecieron mucho. Y, como para el que está fuera del sistema su vida ya no vale nada, la tuya tampoco. De todo eso, de los viejos, de los enfermos, de los chicos se tiene que ocupar el Estado. Después, hablemos de derecha o de izquierda, de lo que vos quieras”. Ante eso, me dijeron: “Bueno, pero vos estás en la cultura”. “¿Y cómo querés que una persona escuche a Piazzolla, si no tiene para comer…?” Son cosas elementales, y ahora el Estado no ha hecho nada por esto. Por el contrario, combate “la delincuencia” con más represión. Yo vivo en Congreso y nunca en mi vida me voy a olvidar lo que pasó en diciembre de 2017, cuando el tema de los jubilados. Yo salí a la calle y vi cómo les pegaban a los viejos y cómo arrastraban a las mujeres. Eso no salió casi en ningún medio.
¿Alguna vez pensaste en ir a las villas a ofrecer condiciones para que los pibes puedan acceder a la música, a tocar la guitarra, por ejemplo?
Hay pensamientos muy encontrados: están los artistas que dicen que hay que tocar gratis para la gente y los que dicen que no hay que tocar gratis, que la gente tiene que tener trabajo y plata para, con lo que gana, ir al teatro y pagar su entrada. Yo estoy más de acuerdo con los últimos, aunque siempre es como un consuelo tocar gratis para la gente que no te puede ir a ver. Íntimamente, pienso que la gente tiene que estar mejor.
Habría que trabajar en simultáneo, el hambre, el trabajo y enseñar a tocar la guitarra.
Todavía ves gente en las pizzerías, pero las parrillas están vacías, dejamos de comer carne casi. Atacan ahí primero. Después, la educación, la cultura y el trabajo, porque una persona es digna cuando trabaja, cuando le lleva la comida a sus hijos. Cuando ellos atacan el estómago, la educación y el trabajo, pueden manejar todo.
J: También, siempre se habla de los pueblos originarios, pero poco se dice de los gitanos, de los africanos, culturas que se han cagado y se cagan de hambre, pero son muy fuertes culturalmente y en eso se sostienen mucho.
L: En relación a esta cuestión social y la música, las canciones de protesta no me gustan porque son muy obvias. La verdadera protesta es mostrar belleza, como hicieron los norteamericanos del blues, como hicieron los gitanos, como hicieron los chinos del Tíbet. A pesar de todo eso, mostraron belleza.
Hay protesta con belleza, que no es panfletaria.
L: Claro. Tampoco hablar de izquierda y vivir de derecha, ¿viste? Porque los hijos se fijan en lo que hacés, no en lo que decís. Y hay que hacer. Cuando un tipo habla mucho de música, yo estoy seguro que demasiado no toca. El que toca toca y habla de otras cosas.
EL COLOR DE LA LUZ
“ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente, /ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.”
“Hijo de la luz y de la sombra”, Miguel Hernández
¿En qué cosas te gustaría ser diferente de tu papá?
L: Ya lo es.
J: Creo que, un poco, cada uno ya tiene su camino. Siempre hay un parecido, claro, y está buenísimo. En lo musical, yo elijo tocar los temas de él, a veces me salen frases muy parecidas.
L: Hay temas que él toca, que parece que yo los hubiera compuesto para él. Les da una impronta que…
J: Un tema que grabé en mi disco, él lo hizo cuando yo ni había nacido. Pero yo me sentí mucho más cómodo grabando ese y no otro cover, quizás más conocido.
¿Y vos componés?
J: Un par de temas, sí. Pero, como se improvisa tanto, uno siempre está componiendo, digamos, en el momento.
Es muy buena la combinación de ustedes dos, al tocar uno con cuerdas de nylon y otro, con las de acero.
J: Sí, yo empecé con la Fender Stratocaster y pensé que no iba a tocar nunca con la guitarra acústica. Pero él me insistió. Y, bueno, la acústica es la acústica. Es lo puro, ¿no?
L: Mirá, me habían convocado para hacer “Entre dos aguas”, de Paco, después de su muerte. Cuando grabamos, y a modo de mostrar lo que me pasó con su ida, Juan tocó por primera vez con la guitarra española. Yo no quise hacer flamenco, sino algo más bien tipo Atahualpa. Se la mandamos al productor y manager de Paco, para que al escuchara nomás. Y él tipo dijo “no sólo nos gustó lo que hiciste. El tema que grabaron… Acá está el Piraña llorando por su tema. Y tu hijo es un crack”.
J: La española tiene su color particular.
¿Qué es el color?
J: El sonido. Un amigo, cuando escuchó uno de mis temas, me dijo, “Ah, pero estás pintando”. La música tiene un poco de todas las artes.
L: He conocido grandes artistas y todos ellos tienen en común que no se mienten. En la música, y en el arte en general, se puede mentir mucho. Se puede disfrazar. A los chicos les digo que no se guíen nunca por las modas, porque pasan…
Parecería que Paco es una ausencia importante también para vos.
L: Fue hermoso y triste lo que pasó con Paco. Tenía la combinación de la técnica con el sentimiento. Hace treinta o cuarenta años, él venía sólo a la Argentina, con su guitarra, tocaba en el Coliseo. Yo tenía que verlo, escucharlo en vivo. Me fui al Coliseo como a las siete y media, a ver si lo enganchaba cuando llegaba. Tuve suerte, llegó, saludó gente y yo ligué un saludo. Esa noche mi cabeza me decía “Bueno, ya está, lo viste, lo saludaste. No tenés guita para la entrada, andate, ya está”. Pero había otra cosa que me decía “No. Te tenés que quedar”. Yo me guié por esta última. Estaba en el hall del teatro y veía que la gente entraba. Los de seguridad me miraban… En un momento, entró Paco e hizo un ‘la menor’ gigante de esos que hacía él. Los de seguridad, no sé por qué, desatendieron y yo, que nunca había hecho una cosa así, me mandé. Lo vi desde la primera fila. Después pasaron muchos años y entonces tuve la dicha de tocar en el Coliseo lleno, con el disco “Salinas”. Y, al tocar, todo el tiempo me acordaba de eso. Al paso del tiempo, ya había tocado con Tomatito y con otros muy amigos de Paco, pero no con él. Un día, la mamá de Juan -Silvia- me dijo, “Viene Paco, el último concierto es en Rosario”. “Sacá las entradas, vamos a Rosario” le dije. Allá nos fuimos y, en el viaje, me enteré que iba a venir Juan al mundo. Imaginate en el estado en que fui a escuchar a Paco. Terminó de tocar y yo me quería ir. “¿Por qué no vas a saludarlo?,” me dijo ella. Yo no quería, pero ella me convenció. Fui al camarín. “Luis Salinas, al fin te conozco”, me dijo. Me quedé paralizado. Tenía mi disco “Salinas” y se lo quise regalar. “No, ese ya lo tengo, ¿cuál es el próximo?” Me quedé otra vez sin palabras. Me fui volando. En eso, salieron los músicos. Yo había tocado con un par de ellos. Me invitaron a una reunión. En un momento de la reunión, yo me puse a un costadito. De golpe ella me dijo “Hay una silla vacía al lado de Paco y Paco te está mirando”. Me insistió tanto, que terminé sentado al lado de Paco, hablando de Tomatito, de esto, de aquello, me contó el problema que había tenido con Di Meola, que se habían cagado a piñas… Bueno, en un momento le di un master de mi disco “Rosario”. Darle un master a alguien, viste… Me dijo: “No te hagás problema, te vamos a robar todos los temas”.
Después, pasaron quince años. En ese tiempo yo toqué con todos los músicos que tocaban con él. Había como una conexión sin vernos. La última vez que vino yo sentía que tenía que verlo. Averigüé en qué hotel estaban los músicos y fui. Ellos me dijeron “Bueno, vení a la prueba y ahí lo vas a ver”. Fui y me senté lejos del escenario. Entró Paco y, en un momento, escuché “¡Lui!”. El mismo “Lui” que me dice Tomatito. Me quedé así… Él miraba para mi lado. Me levanté y fui al escenario y vi que Paco se levantaba. Era como un dios que se levanta para ir a saludarte… Durante toda esa situación, el corazón me hacía cosas. Es un dios de la guitarra. Cuando lo fui a saludar le dije: “¿Cómo está, maestro?” “Acá ando, mayor” me respondió. Y él tiene una mirada como muchos gauchos, simple, absoluta. Sentí que le tenía que contar la historia de Juan, así que lo hice y se lo pude presentar también. Y Juan ese día fue bendecido con un abrazo de Paco. Después de eso, Paco tocó como los dioses. Me acuerdo que, cuando tocó solo, estaba acomodándose en el asiento y dijo “Lo que pasa es que tengo el culo muy grande para esta silla”. Al mes, llegó un mensaje de José Reinoso, un pianista genial, amigo: “Se fue Paco”. Fue como si me hubieran pegado un fierrazo. Me cayó la ficha de que, teniendo tantas cosas en común, no pude llegar a tocar con él, ni siquiera en un camarín. Lo único que me sacó de ese dolor fue que mi hija comenzaba el colegio ese día y la fui a buscar para llevarla al colegio. Ese día Tomatito me dijo: “Acá yo tengo la casa llena de periodistas, pero los que conocimos a Paco, hoy no tenemos nada que decir”. Después de ese dolor tan grande, al mes, me salió la canción. Pero hay algo más. Un día Javier Limón me dijo “Estamos haciendo una película. Resulta que hay un luthier, que era muy amigo de Paco, que le hizo una guitarra poco antes de su muerte, pero Paco no la pudo tocar”. Y bueno, hicieron la película, “La guitarra viajera”, y pudimos tocarla varios guitarristas, entre ellos, también Juan. Si hablamos de la ausencia, es algo que me quedó en el corazón como algo luminoso y triste.
Muchas veces hablás de la luz.
Yo siempre les digo a Juan y a mi hija que, cuando no están, para mí siempre está lloviendo, siempre está oscuro.