ESCALARES
Por Gabriela Stoppelman
No hay ausencia de eso y nadie lo tiene.
Es el rumor del cuerpo, detrás de la cortina del cansancio en hora pico, la inquietud fosilizada por el deber que, de pronto, despereza un escalofrío y canta.
Una especie de escarmiento a la miseria del puro transcurrir, apurados por llegar a los sitios más detestables, en la continua postergación del run run en el deseo.
Dejalo para más tarde
Dejalo para después
Dejalo
Qué corta es la escalerita del abandono
Aunque, de golpe, en el hueco entre dos peldaños, sibila una tonada. Silsurra, con apremio y cautela, porque sabe del acecho en la madera, de la soberbia en la aparente plenitud del pasamanos, de la patética altivez en la seguridad de planta baja.
Y no hay. No hay ausencia de eso, te lo digo, porque lo que habla en mí, titubea en el comienzo y tantas veces anda a punto de punto final, sin haber comenzado siquiera.
Después, se toma una copita y piensa que, hasta ahora, la puntuación no ha hecho más que alharaca y todo ha sido seguido seguido
la coma
el espacio en blanco
los muertitos desacobardados
se deslizan, ruidulentes, por el tobogán de los desapremios
No me gusta que mires el reloj cuando te hablo
No me gusta cuando pasas el umbral, la cuota de simpatía para soportar los tajitos que hacemos los otros en tu ocupado calendario
No me gusta tu rebelión agria, dale jinetear el vaticinio elemental de un ocaso
No me gusta el subsuelo desde donde espiás a los manifestantes, riéndote fuera de cuerpo, de sus ilusiones.
La bandera
El grito
El abrazo
el contorno de los que faltan, serpenteado entre el sudor y las remeras; la mirada, a los saltitos, entre las voces, su modo de tunelear el aire para que pasen los de otros tiempos
Adelante
Adelante
que esto no es cuestión de espacio ni de cronologías, no puedo saber cuánto me quisiste hace doscientos años ni cuánto me querrás el último tiempo, cuando ya haga tanto ruido de haberme sobrevivido
¿vos sabés?, aun en la sordera ensoberbecida en tus largas listas de temas musicales, sabés en las citas que atiborran la comida de bibliografía indigerible, sabés que no pudiste morder la finísima porcelana de una herencia ajena, sin después lamentar ni haber visto cuál era la forma del plato
un hambre chiquito
una boca enorme
los hombres enfrazados con las baldosas, el fuego devorándose los poros de las palabras, las frases impermeabilizadas de vaguedades, los poemas triturados en jingles, y ese run run que te agarra justo a la salida del subte, cuando la bocanada de aire tiene la forma de una enorme gota y,
plaf, te diluvia el cielo en los ojos, te satura de calle antes de saber si habrá alguna esquina
vos sabés,
vos no tenes ninguna idea,
no podes amarrarte a este secrechicheo de pava insistente que se obstina en las curvas en medio de la avenida,
vos sabés aprovechar la pausa del semáforo para ver que no hay ningún nombre donde quepa esta ausencia,
ningún bolsillo
ninguna hondura
ningún tapado
capaz de encubrir este mascullor en sordina, la forma que, por fin, vamos a darle a nuestros huecos,
esta enorme decisión
en astillitas de memoria
y chispas de deseo, no vamos a elegir simplemente entre opciones creadas por otros, vamos a repetir la mueca de la inmuerte en este
instante
incompletar la historia
desandar los grumos de tintas
escribir el inmenso estupor de un poema siempre a punto de remontar una ruina,
un verso que voy a decirte al oído cuando me quieras hoy
me veas en el círculo imperfecto de tu reloj
y digas, por fin,
que vale cualquier cosa menos la pena
qué breve es esta forma de infinitear el tiempo
decidir, de una vez
abrir, entonces, los contornos de todas las siguientes.