La Decisión: sobre la marcha del millón.
Por Ramiro Gallardo.
Sábado 19, camino por Corrientes. Mi mujer me espera en un bar, a pocas cuadras del Obelisco. Son las cuatro de la tarde y todavía no almorcé. Llego al punto de encuentro, empujo la puerta de vidrio y camino hacia el fondo buscando la cara de mi hija, la sonrisa de mi mujer.
La sonrisa de mi mujer me dice:
–Hola, mi amor –y siento algo así como un calambre inquieto. Atrás, mi nena agita un globo amarrillo.
–Por fin llegaste, papi. Te estábamos esperando.
–¿Comiste? –pregunta mi mujer–. Quedó un poco de tostado. Metele. El acto arranca en una hora.
–¿El acto? –respondo con desconcierto, pero mi mujer ya no me mira, conversa con una señora de labios de silicona.
–Me molesta ver un grupo de gente que lleva el perro a la pileta –se queja la dama que dice ser cirujana– ¡Imaginate, estás en la piscina tomando sol y tenés que escuchar los ladridos! –Sus labios aumentan de espesor a medida que habla, como un hocico–. Ya bastante con tener que escuchar a esas bestias sin educación: ¡gritan y toman mate como si estuviéramos en la Bristol de Mar del Plata!
Sigue hablando de la gente grasa, de su campo. Entonces me doy cuenta: Avenida Corrientes rebosa de gente envuelta en banderas argentinas. Carteles en alto muy prolijos, muy ordenados. Y blanquitos. Mi mujer, mi hija y yo mismo no somos ni prolijos ni ordenados, mucho menos, blanquitos. Sin embargo, estoy de camisa, y eso que es sábado. Mi mujer luce espléndida.
–Antes de venir pasé por la peluquería, gordo.
–¿Gordo?
Salimos. Voy envuelto en una bandera argentina, camino como un zombie alzando un cartel.
“NOSOTROS DEFENDEMOS LA REPÚBLICA”.
No entiendo, ¿qué me pasa? Siento que mi cabeza queda vacía de todo pensamiento, dejo de tener sensaciones. Un hombre algo mayor, simpático, me da una palmada.
–Sí se puede –me anima. –Sí se puede.
–¿Qué es lo que se puede, señor? –pregunto, aunque, de a poco, voy comprendiendo. El escaparate de una vidriera devuelve mi imagen ebria de felicidad. Hacía tiempo que no me dejaba crecer el bigote. Tengo ganas de llorar.
–Se puede dar vuelta –responde el hombre lleno de júbilo. Una señora aparece por detrás. Me observa un momento, como quien duda, e, inmediatamente, comparte su pensamiento auténtico y positivo.
– En el año 68 toqué un pobre, estuve en una villa con un pobre. Los pobres de ahora son distintos, son pobres que se tiñen el pelo, que tienen celular. Son pobres que han avanzado, que se han insertado.
No llego a escuchar el final de la frase, la alegría inunda mis venas. Alguien me pega una calcomanía en la frente.
SÍ SE PUEDE.
Me cuesta caminar, la marea amarilla está por todas partes, todos con una misma cara igual a la mía. El horror, el horror. Despertar, parece que por fin estamos despertando, que termine esta pesadilla de una vez por todas.
Ya casi.
Muy buena!