La decisión: sobre algunos viajes interiores.
Por Viviana García Arribas
HACE UN AÑO YA
El año pasado, para esta misma época, estaba por salir de viaje. Era muy importante porque, por primera vez, me iba a integrar a un grupo que no conocía, iba a ver espectáculos poco habituales para mí -como la ópera- y visitaría varios museos acompañada por una persona experta en el tema. No pensaba que estas experiencias me pudieran afectar de manera sustancial, ni creía tampoco en hacer algún descubrimiento trascendente capaz de cambiar mi vida. No buscaba volverme más sabia, ni cultivar nuevas amistades. Sin embargo, una sensación de ansiedad en esa espera hacía que me anticipara al futuro cercano, casi inmediato, con el aliento inquieto de las nuevas aventuras.
Pero algo sucedió: la vida -una vez más y van…- se encargó de demostrarme que nada es seguro. Un inconveniente familiar de importancia cambió el orden de mis prioridades y decidí no viajar. ¿Era imprescindible resignar mi partida? Sí. No. No sé. A medida que los días pasaban y se acercaba la fecha, más claro lo tenía: debía quedarme. –¡Qué escaso es el lenguaje para expresar algunos sentimientos! Me enredo con palabras como “deber”, “obligación” o “responsabilidad” y no puedo expresar ni remotamente las discusiones que sostuve conmigo por esos días. Acabo de borrar y corregir varias veces lo escrito en un intento de sacarme de encima el peso de las palabras que aprendí y utilicé durante tanto tiempo-. No lo viví como una opción -viajo o no viajo-, simplemente lo supe: ese 8 de octubre no partiría con el resto del grupo.
LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS
Sobrevinieron nuevas ocupaciones: pagos impostergables o reparaciones domésticas imposibles de soslayar. También heredé en forma temporal una sobrina adolescente, que me hizo recordar mis tiempos de madre full time, ya lejanos.
Pronto, la expectativa del viaje, los planes frustrados, las anticipaciones truncas quedaron guardadas en un espacio mínimo, cubiertos por la cantidad de tareas que acaparaban mi atención. Cada semana representaba nuevos desafíos y, en alguna de sus horas, cada día podía esconder un llamado urgente o un desastre por solucionar. Corrí, hablé por teléfono, contraté servicios, intenté cubrir todas las contingencias. Por suerte, hubo gente -siempre hay- que estuvo a mi lado. En forma paralela y como soporte a todo ese vendaval, seguí con la escritura y con mis cursos: taller, yoga, alumnos. El Anartista se constituyó en uno de esos sostenes y me involucré con la revista cada vez más.
UNA LUZ EN EL CAMINO
Todo pasa. Lo bueno y también lo malo.
Casi sin darme cuenta, me acostumbré a la nueva rutina. Traté de hacer un uso exhaustivo de mis tiempos. A veces, resultó bien. Otras, no. La situación que dio origen a todo el lío se normalizó y, poco a poco volvió a aparecer, desde lo profundo, el deseo de viajar. Salir de la cueva, conocer nuevos lugares, dejar de ser -por unos días- la que corre por todo Buenos Aires, para gastar las veredas de otras ciudades. Comencé a soñar con París y las librerías del Barrio Latino, con los palazzos florentinos y con las aguas del Gran Canal de Venecia.
Se gestaba un nuevo viaje, sin embargo, no me decidía a dejar todo y partir. Las añoranzas de lugares no conocidos se mezclaban con la sensación de estar en falta por ausentarme -solo un poco- de la realidad. Otra vez la lengua me traiciona y no me brinda las palabras correctas para expresar la opresión, el peso de la responsabilidad frente al deseo de disfrute. Aunque, ¿existen las palabras correctas? El tiempo corría y debía resolver. Después de no poco luchar, me asaltó la misma certeza que el año anterior, pero en sentido inverso: si volvía a resignar mi deseo, la iba a pasar muy mal.
EN MARCHA
Y decidí partir. Cerré los oídos a los aumentos del dólar y a la tambaleante economía de nuestro país. Sumé, resté y dividí mis ahorros y, finalmente, armé las valijas. La excitación de la partida es una vivencia grata e ingrata a la vez: ¿llevaré todo lo necesario?, ¿podré cargar los bártulos desde el aeropuerto hasta la ciudad?, ¿habré previsto todas las contingencias, acá y allá? Por instantes, feliz por lo venidero y, de golpe, arrepentida sin saber por qué, transcurrí esos últimos días antes del viaje.
No es una sensación nueva, cada vez me pasa igual. Alejarme de mi espacio -mi tierra, mi rutina- me genera un poco de miedo y un mucho de culpa. Pero, por suerte, los preparativos pasaron y me instalé en Ezeiza dispuesta a disfrutar de todo. La incomodidad de la butaca del avión me pareció solo un inconveniente divertido y la cancelación por parte del transporte que me llevaría al centro de París desde el aeropuerto, una oportunidad de probarme que podía hacerlo en tren. Me había regalado cuatro días sola antes de mi encuentro con el grupo y estaba dispuesta a aprovecharlos.
BELLAS ARTES
CAVERNA I
El viaje había sido planeado como una larga excursión de arte. Tengo la mala costumbre de reflexionar sobre las cosas que hago y no podía dejar de preguntarme. ¿Serviría para algo? ¿”Me” serviría? Decidí comenzar de a poco.
Desde el confín de la caverna hasta la impactante arquitectura del Centro Pompidou, la prehistoria se mostraba como fuente de inspiración de algunas obras de arte moderno y contemporáneo. La muestra incluía hallazgos arqueológicos y obras de Kandinsky, Brassaï, Miró, Fontana y muchísimos más. Echaba una mirada sobre la conmoción en el mundo científico y artístico, debido al descubrimiento de los primeros indicios de humanidad en el planeta. Y entonces pude ver: una pequeña escultura conocida como “La Venus de Lespugue”, datada en unos veintitrés mil años, frente al “Buste de femme”, escultura de Pablo Picasso de 1931. Un arco invisible unía ambas obras. Pasado y presente se tocaban y arrojaban las primeras luces sobre mi pregunta. La utilidad del arte o su incompetencia importaban poco. Solo contaba la chispa de inquietud y la profunda alegría de ese momento. Estoy escasa de “jerga”, esa terminología que les permite a los entendidos hablar de las obras y decir cosas inteligentes. Aunque, tal vez, prefiera la experiencia de lo artístico, más allá de la posibilidad de expresión de las palabras.
CAVERNA II
Ya en Milán, visité la Fundación Prada, otro lugar de arquitectura potente que combina pasado y actualidad en muchas de sus salas. Una de las primeras obras que vi fue “Proceso Grottesco”, de Thomas Demand, cuyo título juega con el sentido de las palabras gruta y grotesco -en italiano: grotta y grottesco-. Se trata de una fotografía de gran tamaño de una gruta con sus formaciones rocosas características, expuesta muy cerca de la entrada de la sala. Hasta ahí, todo esperable. Lo inesperado estaba a la vuelta: el largo proceso que le dio origen. Cientos de fotografías de una gruta real, ubicada en Mallorca, habían dado lugar a una impresión 3D, que la reconstruía hasta en sus detalles más sutiles, para luego ser fotografiada por el artista. La fotografía que había visto no era la reproducción de un objeto real, sino de una copia. De esta forma, el autor ponía en abismo conceptos como “auténtico” y “falso”. A mi modo de ver, otra vez la caverna susurraba en el oído del artista actual.
CAVERNA III
Finalmente, llegué a Venecia y a la Bienal. Ahí me esperaban otras cuevas: videos proyectados en salas oscuras, ingresos a tientas, dioramas inspirados en obras de Ray Bradbury y visiones apocalípticas del mañana. En general, una mirada poco optimista sobre el futuro. Será que, puestos a imaginar lo por venir, no podemos plantearnos la posibilidad de dejar de ser quienes somos en la actualidad. Pero, ¿quiénes somos? ¿Qué es “ser”, en definitiva?
Una obra en particular llamó mi atención. Su autor: Shilpa Gupta. Un coro de voces leían al unísono diferentes poemas. Las variaciones de volumen y la distancia de los altoparlantes daban la apariencia de un rumor que crecía o decrecía por oleadas. En hilera, hojas mecanografiadas yacían ensartadas en estacas de hierro. Los autores de los poemas: escritores detenidos y reprimidos por su trabajo o por sus ideas políticas, a lo largo de siglos. Algo me retenía junto a esta obra, sin embargo, tuve que apurarme a salir, no podía demorar al resto del grupo. En mi cabeza retumbaban algunas preguntas. ¿Cómo mirar, entonces, el futuro con optimismo si, desde siempre y hasta el día de hoy, las ideas son objeto de castigo?
EL MITO DE LA CAVERNA
Salir de la cueva implica dejar de ser y conectarse con el vacío. Poner a prueba la certeza de las sombras reflejadas en la pared, para arriesgarse al deslumbrante brillo del sol. Ver poco y mal a causa del deslumbramiento, tal vez, sea mejor que contemplar los fantasmas del encierro y los espíritus del miedo.
Decidir siempre implica renunciar a algo. A veces, se gana en la elección. Otras se pierde. Y, algunas otras, se vuelve con el espíritu limpio y la clara determinación de tomar nota de lo vivido.
A veces, viajar es una excelente decisión.
http://www.fondazioneprada.org/project/thomas-demand/