La confianza: sobre la serie “Poco Ortodoxa”, de Netflix.
Por Alicia Lapidus
SATMAR, EN NEW YORK
Esty es una adolescente de 17 años que vive en Nueva York. Pero no se trata de la ciudad luminosa y movediza que conocemos. Ella vive en Williamsburg, Brooklyn. Esther (Esty) Shapiro pertenece a una comunidad judía jasídica ultraortodoxa, Satmar. Este grupo proviene de Hungría, se trata de los pocos sobrevivientes que lograron huir de los nazis, la mayor parte de aquella población fue asesinada. Quienes lograron escapar a EEUU, no renunciaron al Yiddish – idioma que usaban los judíos en la diáspora europea, no consideran que Israel los represente. Tienen sus propias escuelas y sus propios juzgados, sólo adhieren a su propia ley: su interpretación de los libros sagrados, la Torá. Es muy claro el rechazo hacia la modernidad (está prohibido usar internet) y hacia la amenaza que esta representa.
Con la excepción de contados peatones latinos -que vienen únicamente a trabajar- y de algunos turistas en autobús que recorren la avenida Lee, (la principal del barrio)- por las calles, solo se ven familias ultraortodoxas, ataviadas con sus prendas oscuras y recatadas. Las mujeres van con peluca y los hombres, con sombrero, barba y largos rizos colgantes junto a las orejas. El barrio es un microcosmos en medio de Brooklyn. Los típicos autobuses escolares amarillos están rotulados únicamente en hebreo.
MUJER PELADA
¿Cuál es el destino de una mujer en esta congregación? Sólo casarse y tener hijos. Ellos consideran que está prohibido por la Torá que una mujer haga estudios universitarios.
Esty, como todas las mujeres del grupo, tiene un matrimonio arreglado. La imagen del casamiento marca la felicidad, el colmo de la pertenencia a su mundo. Casarse es lograr hacer “lo que debe”. Al mismo tiempo, el matrimonio implica el dolor de renunciar a su cabello: Esty es rapada antes de la boda y, a partir de allí, usará peluca o un pañuelo que cubra su cabeza en forma permanente. Y jamás podrá cantar frente a un hombre, ni siquiera, ante su marido.
Las ambivalencias están presentes y explícitas. Ya cuando le presentan a su futuro esposo, Yanky, ella le dice “soy diferente”, sin saber todavía muy bien por qué es distinta.
Cómo en muchos de estos matrimonios -aunque no todos- la relación sexual no resulta un asunto fácil. En este caso, no lo lograrán por más de un año. La mujer infértil es menospreciada en el grupo, ya que no cumple el designio de Dios de tener hijos. Jamás aparece la opción de que sea el hombre el estéril.
LA MALA ESPOSA
Esty es distinta, se siente asfixiada, no sabe ser una “buena esposa”. El día en que se entera que está embarazada tiene tan solo 19 años. Aún no se lo ha contado a su marido. Y Yanky, desconocedor de la noticia, le pide el divorcio. Es ahí cuando Esty decide escaparse a Berlín, donde vive su madre.
¿Cómo hace una joven para desprenderse de tantas normas rectoras de su vida? ¿Cómo puede sentir que no le cae un rayo desde el cielo por infringir una “ley sagrada”?
En Berlín, va a la playa. Con sus ropas tradicionales, entra lentamente al agua. En un momento mira al cielo: en una pregunta muda y de un tirón, se saca la peluca. Ante la luz, aparece su cabeza rapada y una sonrisa de libertad. Ahí empieza el cambio más profundo.
LA CHICA SPINOZA
¿De qué trata esta serie? Sin duda, de un proceso de liberación. Esty está sobresaturada de identidad impuesta. Esty no se busca a sí misma, intenta limpiarse de esa mismidad ajena que le impusieron.
Pero, más allá de lo explícito, en su niñez y adolescencia, Esty tuvo dos sentimientos rectores: la fe y la confianza. Tiene fe en Dios, muy profunda, inamovible, incuestionable. También tiene confianza en su comunidad, en su abuela. Cree que, si sigue todos los ritos, estará “a buenas” con Dios. Sin embargo, a diferencia de otras niñas, en ella surge la duda, la incomodan las prohibiciones, no se amalgama con su comunidad. Aún dentro, mira desde afuera, sin integrarse. Lentamente, comienza a desconfiar de esa vida de reglas de hierro. No entiende el amor sin caricias, ni las órdenes sin motivo.
En la extensión que toma la serie, Esty nunca pierde la fe, algo muy profundo en ella. Lo que ha perdido en el camino es la confianza en la moral. Debilitada en el pertenecer y fortalecida en lucidez, el camino termina por resultar doloroso, pero no tanto como no moverse.
Baruj Spinoza, filósofo proscrito del siglo XVII, también perdió la confianza en la comunidad judía. Sustituyó el imaginario de los libros sagrados, por razones. El dios de Spinoza no necesita fe. Necesita el ejercicio de una potencia.
Con tantos siglos de diferencia, la poco ortodoxa repite el pulso de la vida, de lo que puede y no de lo que impotentiza. Aunque los dogmas duren mucho tiempo jamás pueden ni pudieron mantener su pretensión de eternidad.