El azar: sobre el Día de Muertos en México
Por Viviana García Arribas
PASE MÁGICO
El viaje a México con mis amigas fue planeado para el invierno, debido al clima en esa parte del hemisferio norte. Temperaturas medias, no demasiado frío, pero tampoco ese calor húmedo que caracteriza a la zona costera. Ideal para caminar la ciudad de punta a punta, comer muchos tacos, recorrer museos y asaltar mercados. En función de eso, preparé mi valija con ropa liviana, que pudiera usar superpuesta si hacía un poco de frío, una campera no muy gruesa, zapatillas, mochila y no mucho más.
Los días anteriores a la partida el pronóstico del tiempo anunciaba descenso de temperatura para nuestra llegada. En Buenos Aires, los calores de enero no me dejaban pensar en el frío más que como un alivio deseable. Sin embargo, el informe meteorológico jamás anunció los 4° C de bienvenida en el aeropuerto Benito Juárez, aquella mañana ventosa, la primera de nuestra estadía. Pronto saltaron las camperas de los bolsos, mientras esperábamos la camioneta que nos llevaría al centro de la ciudad. Cuando nos instalamos en las habitaciones del hotel, advertimos que no teníamos calefacción. Como remedio contra el frío nos ofrecieron caloventores y frazadas, del todo insuficientes. ¿Era posible que el hotel elegido no tuviera un sistema para mantener las temperaturas? No, en realidad, nos habían tocado los cuartos donde todavía no había sido conectado el servicio, ya que se trataba de una construcción muy reciente. ¡Veleidades del azar! Rogamos un poco, protestamos bastante y, finalmente, conseguimos el cambio a estancias con mayor confort. Sobre todo, calentitas.
Ese día fue agotador. Una vez instaladas, salimos a bebernos la ciudad de un trago. Mala idea. México es enorme, ruidosa, plagada de gente, abrumadora. Y también es bella, cambiante, intensa, antigua y moderna. Habíamos pasado la noche en el avión, descansamos poco y mal, pero la adrenalina del viaje nos empujaba. En resumen: a las cinco de la tarde, estábamos destruidas. Paramos a merendar en un café situado en la terraza de la librería Porrúa, desde donde se ve la zona arqueológica del Templo Mayor, un testimonio de la antigua ciudad de Tenochtitlan. Luego del desorden habitual producido por ocho mujeres al acomodarse alrededor de las mesas, se nos acercó un mozo sumamente amable. Por supuesto, surgió la pregunta de rigor: “¿De dónde vienen? (…) ¡Ah! De Argentina (…) hablamos el mismo idioma, pero somos muy diferentes: nosotros somos más mágicos”, nos lanzó.
De esa magia quiero contarles.
EN LO PROFUNDO, LAS CREENCIAS
Tenochtitlan era la capital del Imperio azteca en el momento de la llegada de los españoles. Literalmente sepultada por la conquista, que enterró los ídolos y los reemplazó por imágenes cristianas, parece bullir bajo los pies del caminante. Con el paso del tiempo, para bien o para mal, la religión católica fue adoptada por los pueblos que habitaban la región. Sin embargo -igual que las imágenes- las creencias subyacentes impregnaron el culto y la iconografía local. Así, hacia el siglo XVII, numerosos artistas de origen indígena lograban fusionar en sus obras los ídolos antiguos y la representación cristiana. En muchas ocasiones, estas imágenes se transformaron en estandartes de resistencia y de rebelión.
Este entramado de viejas y nuevas creencias dio como resultado un imaginario simbólico muy poderoso que originó diversos rituales, vigentes hasta el día de hoy. Entre ellos, el día de muertos. A partir de la noche del 31 de octubre, el 1 y 2 de noviembre de cada año se lleva a cabo esta celebración. Encuentra su origen en el culto a los muertos de los pueblos prehispánicos, sumado al día de todos los santos y de los fieles difuntos, católico.
La muerte era un hito muy importante para los pueblos de Mesoamérica. La conducta durante la vida determinaba su destino una vez fallecidos. Debían permanecer en el Mictlán durante cuatro años para poder dejar el cuerpo y todas sus emociones. Entre las pruebas a superar estaba la de cruzar un río con ayuda de un xoloitzcuintle, el perro sin pelo emblemático de México, cuya raza todavía sobrevive. Todas estas tradiciones de la cultura ancestral forman parte de la actual conmemoración.
TE VEO JUNTO A LA LÁPIDA
Las familias se reúnen en torno a las tumbas de sus seres queridos y transforman este lugar de llanto y pesar en un espacio de regocijo. Les llevan: velas, incienso, dulces, sal y flores de cempasúchil. Los pétalos de esta flor marcan el camino que deben recorrer los muertos durante su visita: su tono amarillo-naranja intenso guarda el calor del sol y su aroma los llama y los guía. En esos días las almas vuelven a la tierra para compartir con sus familiares la celebración. Se encienden las velas, se hacen ornamentos con flores y ofrendas de comida. En las casas se arma un altar en honor de los muertos y, entre todos los concurrentes, se consumen platos tradicionales: calabaza en tacha, calaveritas de chocolate, de azúcar o amaranto, dulce de tejocote, pan de muerto, figuritas de jamoncillo, pozole, tamales.
También es una oportunidad para hacer regalos a los amigos y familiares vivos: calaveritas de azúcar o chocolate, acompañadas de “calaveritas literarias”. Estas últimas pueden estar dedicadas a los ya fallecidos o a las personas vivas a quienes, en este caso, se las trata como si ya hubieran muerto. Por supuesto, el humor negro aplica especialmente para los personajes o hechos políticos y el lenguaje burlesco es el dominante. Son estrofas de cuatro versos, en general octosílabos con rima consonante, en los que se aprovecha el momento para hacer algunas críticas y para recordar, con tono de humor, que la muerte es el destino de todos.
Calaveritas mexicanas
Los ricos por su elegancia,
los rotitos con redrojos,
los pobres por su miseria,
los tontos por su ignorancia,
los jóvenes por su infancia,
los hombres de edad madura,
todos en la sepultura,
con las viejas, ¡qué ficción!,
serán, como dice el cura:
calaveras del montón.
[button-orange url=»#» target=»_self»]CALAVERA A LOS GOBERNANTES / Gobierno revisa listas / esto ya es de gravedad / no se mata la verdad / matando a los periodistas. / Vuela vuela palomota / vuela, bríncate la tranca / y llévate a la gaviota / con todo y su casa blanca. / Vuela vuela zopilote / llévate a tus intestinos / al que sea mas pendejote / de la casa de los pinos.[/button-orange]
VESTIDA DE SEDA, MUERTA QUEDA
Habitualmente asociamos la figura de la calavera con la muerte y esto sucede también en la tradición mexicana. Pero, en este caso, con un giro bastante particular. Me refiero a la Catrina. Su historia comienza durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, cuando circulaban textos con críticas severas a la situación general y a los privilegios de las clases más pudientes. Estos escritos estaban acompañados con el dibujo de una calavera engalanada con un gran sombrero, lujoso y recargado, como los de las señoras de la alta sociedad. Esta imagen se conoció como “Calavera garbancera”, y su creador fue José Guadalupe Posada.
Los “catrines” eran los hombres elegantes y bien vestidos, acompañados generalmente por alguna dama de las mismas características, cuyo estilo fue clásico de la aristocracia mexicana de finales del SXIX y principios del S XX. Diego Rivera tomó la figura de la “Calavera garbancera” y la encaramó a sus murales. La vistió con las ropas de las clases altas y la colgó del brazo de algún caballero. De ahí, la Calavera adoptó el nombre de Catrina, que conserva hasta la actualidad.
Con el paso del tiempo, el contenido crítico se suavizó para transformarse en un ícono como imagen mexicana de la muerte y la podemos encontrar en cualquier mercado de artesanías.
COMO UN MANANTIAL
La potencia vibrante de la historia nos espera a la vuelta de cada esquina de la capital mexicana. Como distribuido en capas porosas, el pasado se filtra e impregna la vida actual. Todavía se descubren reliquias anteriores a la conquista en las excavaciones. Parecen pujar por ascender y hacerse visibles. Hacerse presente. Son un río subterráneo que viene del ayer.
¿Qué extrañas fuerzas se juegan en el destino de los pueblos? ¿El azar acercó a los españoles a estas orillas? Sin indicios de la existencia del continente americano, Cristóbal Colón elaboró su teoría sobre la redondez del planeta. Nada podía indicarle que una masa enorme de tierras pobladas se interpondría en su camino y le cortaría el acceso a las ricas especias del oriente. Otras riquezas, sin embargo, beneficiaron al reino de España. En cuanto a los pueblos de América: ¿cómo hubieran seguido su existencia de no haber sido diezmados? Los naipes fueron repartidos, las cartas españolas se mezclaron con los juegos precolombinos y la hibridación produjo las costumbres de la actualidad, ya inseparables del pueblo mexicano.
Dicen por ahí que, durante la celebración de este día, la muerte no es ausencia, sino presencia viva. Lo mismo cabe para su historia. No por azar, pienso en México desde que dejé esas tierras.
Hasta los huesos – Cortometraje René Castillo