El azar: entrevista a Inés Ulanovsky.
Entrevista: Gabriela Stoppelman, Isabel D´Amico, Viviana García Arribas, Lourdes Landeira
Edición: Lourdes Landeira, Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
“Hablo con dejo de otros mares/Y ya no sé qué arenas/Guardarán secretas,/Aquel pequeño puñado de historias que fui/Tan lejos de aquí”.
“La Extranjera”, Liliana Felipe
En algún espacio-tiempo, entre las múltiples fronteras, donde se localiza eso que se llama Argentina y eso que se conoce como México, hay un umbral móvil. Es un escalón desde donde transitar el afuera y el adentro de emociones, lenguajes y parentescos. También, es ese mínimo de luz necesario para hacer foco y detener el conjunto paisaje-afección en una instantánea duradera. Claramente, es la convivencia de múltiples pasajes, memorias y anécdotas. El carácter móvil lo hace singular, diferente a otra pieza de tránsito. No importa qué coordenadas geográficas lo delimiten. Desde cualquier latitud, se lo puede habitar con pedacitos de cimientos, huellas de viejas y nuevas cicatrices, palabras adheridas a anécdotas irrepetibles. Y, claro, a ese umbral se lo ocupa con silencio, pero nunca con vacío. Ese preciso umbral se constituye en la otra piel por donde permea lo propio y lo ajeno y en un entre-pliegues, donde lo más íntimo y lo más extraño hacen cuerpo. Cada tanto, se impone solo estar allí y contemplar el desplazamiento sin ser su protagonista. Crear un artilugio, una otra transformación, un otro rito de pasaje. De imagen a foto, de conmoción a texto, de memoria a narración. Oficiar como espacio-tiempo de ajenidad, de apego momentáneo, de las hebras del amor. El itinerario puede ser trazado meticulosamente, sin embargo, cumplirlo a la perfección no tiene que ver con la rigurosidad de su paso a paso, sino con atender a los desvíos, a los atajos, a lo imprevisto. Y, por supuesto, al azar que se desplaza por todas las esquinas y, a veces, se hace huésped imperceptible y silencioso. Más tarde o más temprano, se desnuda y comienza a hablar.
YENDO DE LA CAMA AL LIVING
“El tiempo corre y se escurre y solo nuestra muerte logra alcanzarlo. La fotografía es un machete que en la eternidad atrapa el instante que la deslumbró”
Henri Cartier – Breson
Inés Ulanovsky, fotógrafa y escritora, hija y madre, exiliada y repatriada, conversó una tarde con el equipo Anartista. Queríamos conocer a la mujer que un día, entre los negativos de las fotos que tomó durante el atentado a la Amia, encontró la imagen de su marido, quien también tomaba fotos ese día, en ese lugar. Entonces, no se conocían. Aun así, su encuentro ya se daba en la frontera que un lente hace entre el afuera y el adentro del ojo y en la persistencia de una película sin revelar. Esa frontera también hace un puente entre escritura y fotografía: El vínculo entre fotografía y escritura está documentado desde los primeros intentos por lograr algo que parecía imposible: imprimir imágenes en papel. Me interesa especialmente lo que ocurre en el encuentro entre esos dos lenguajes (textos y fotos), tan diferentes y opuestos pero, de algún modo, complementarios (*)
Si entre escritura y fotografía hay una frontera, en el trabajo de Ulanovsky, sin duda, se diluye. Existe un singular modo de paso entre las dos fronteras: En mi caso particular, surgió como una necesidad personal. Son mis dos ámbitos. Tal vez haya buscado esa fusión, esa mezcla, para juntar mis dos partes. La fotografía es el lugar donde yo pertenecía antes y fue también una excusa para escribir: abordar la escritura desde donde una más sabe. Son dos lenguajes muy diferentes, opuestos, pero también complementarios. Si nos remitimos a la historia de la fotografía, encontramos que los primeros experimentos daban como resultado imágenes con muy poca claridad y escasa definición. Entonces, la palabra escrita acompañaba a esa imagen como una explicación: “esto es una piedra, aquello es una planta”. Era una interpretación, porque todavía la técnica no estaba completa. Para mí, esa es la primera mezcla entre imagen y palabras. Como eco de esa mezcla, pensamos en los intertítulos del cine mudo, cuando todavía la sucesión de imágenes no estaba del todo clara para el espectador. A Inés le gustó la comparación, “completar con palabras lo que la imagen no era capaz de hacer”. El camino inverso también es posible. Palabra y fotografía saben intercambiar espacios de frente y fondo, según la ocasión.
Y, entre el frente y el fondo, se despliega el tiempo. A veces, con forma de archivo: Me interesan los archivos fotográficos porque tienen la particularidad de atravesar al mismo tiempo universos sociales, políticos, personales, íntimos, materiales, históricos, familiares, simbólicos. Me impacta estar tan cerca de ese original de 1948. El soporte de vidrio tiene una calidad superior a la del celuloide. Miro los detalles que componen esa imagen y pienso en el increíble recorrido que debió hacer esa foto que ahora tengo ante mis ojos”. (*)
Y si el recorrido es línea y transcurso, el objeto foto podría ser punto e instante: Cuando me refiero al objeto foto, lo hago como algo tangible: además de ser una representación de una situación que ocurrió, irrepetible, tiene una vida. Lo que a mí me genera interés es esa doble cosa, lo que representa y lo que es en sí mismo.“Las fotos” es un libro que habla del tiempo como factor indispensable para que cada historia se resuelva de alguna forma. Siempre, en el medio de los acontecimientos, pasa el tiempo. Por otro lado, la fotografía captura un instante de luz en una imagen fotosensible y, en ese sentido, todo queda vinculado en ese discurrir: el libro, la foto y el archivo.
ESOS RAROS PEINADOS NUEVOS
“Tu interés no es el momento, sino el pasado y el futuro. Y planteas una rara pregunta: ¿qué pasaría si (o cuando) el pasado y el futuro se detuvieran? ¿Cambia eso el ahora? Y de cambiarlo, ¿cómo?”
“Para entender la fotografía”, John Berger
Intuimos que la experiencia de lo digital modifica la posición de quien fotografía. Puede ver en el momento que quedó registrado y reintentar la toma. Aunque, claro, más allá del lente, el instante es irrepetible. Y no siempre se puede pensar, detener el enfoque y elegir: Lo digital y el papel son experiencias diferentes. Siempre hay que tomar decisiones: dónde pararte, con qué luz, qué dejar adentro y qué afuera del cuadro. Escribir es lo mismo. También te tenés que parar desde un lugar, saber qué va a entrar en el texto y qué no. Y pasa igual con la búsqueda de archivos, es lo mismo, el enfoque depende de qué quieras contar o mostrar. Durante el atentado a la AMIA, por supuesto, no había tiempo para muchos cuestionamientos. Yo estaba ahí, el acontecimiento apuraba. pero, aun así, se toman decisiones: encuadrar acá o allá, que entre una determinada cosa u otra. Incluso, sin ser consciente, la toma de decisiones es permanente. Sí ocurría que no podía poner el rollo en la cámara porque temblaba de miedo. Pero ese es otro tipo de conflicto, no respondía a algo artístico, sino a la necesidad de registro.
YO NO BUSCABA A NADIE Y TE VI
“Una isla voladora y sin fronteras, una especie de asentamiento transnacional que se fuera instalando al azar por sobre mar y tierra”
“Loquibamba”, María Moreno
“Vuelvo de la verdulería y veo una montaña de basura. En el medio de una pila de papeles hay cuatro negativos de acetato de formato medio…podría otorgarle a este hecho una explicación vinculada con el misterio o el azar, pero podría ser que, desde hace algún tiempo, mientras camino presto atención a lo que me rodea. Estoy siempre buscando, diría” (*)
Y, como conversar a veces es resonar, la palabra búsqueda nos lleva al encuentro del azar ¿Cómo se manifiesta el azar en tu trabajo? La fotografía es azar, porque vos apretás y no sabés bien qué entró y qué no. Por eso hay un montón fotos donde, por ejemplo, nadie se explica cómo apareció algo atrás que ninguno advirtió. Y en la escritura, ¿cómo interviene el azar? En la escritura depende todo de uno. En la fotografía, no. Vos tomás un montón de decisiones y eso va a tener un resultado determinado. Y, hasta que no ves la foto, sea digital o no, no lo sabés. En la escritura, no lo llamaría azar, creo que hay un montón de cosas que uno no espera que le pasen cuando escribe, pero todo está mucho más bajo nuestro control. Es más consciente, creo. Pensamos en las palabras de Inés. Claro, en la escritura está la capacidad de borrar, de reescribir sobre las decisiones. En la foto, las decisiones que tomaste quedan ahí registradas: Además, al escribir, se trata de tomar decisiones mucho más blandas. No sé cómo intervendría el azar en la escritura. Pienso en la inspiración, aunque no sé si lo llamaría azar.
Tal vez el azar se presente como el caso de un escritor que puso “linda” en lugar de “lindo” en la página doscientos de una novela donde el narrador era masculino y, a partir de ahí, comprendió que un narrador femenino era mucho mejor y reescribió las doscientas páginas.
Yo no llamaría azar a eso. Podemos decir que fue un error y lo aprovechó. Pero el azar, eso que no tiene explicación, es más difícil de sostener.
En el libro hay varias reflexiones acerca del azar: causas con consecuencias no controlables o una cadena de acontecimientos improbables. ¿Cómo concebís el azar?
Es un montón de esas cosas. Este libro tiene mucho de azar. Soy muy cuidadosa, porque ahí sí creo que la fotografía influenció al texto. Yo quería que estuviera presente el azar de la fotografía, como una marca de estilo. Además, todas las historias tienen algo azaroso, de inexplicable, de misterioso o increíble. Esa fue mi búsqueda. Fui atrás de esos hechos para poder contarlos.
SI QUIERO ME TOCO EL ALMA
“mi madre también se copia de la que era/mientras yo plagiando al plagiario/trato de pasar en limpio ese diario de vida/que la autora de mis días escribe como puede”.
“El eco de mi madre”, Tamara Kamenszain
¿Qué sería para vos lo no fotografiable?
No sé si hay algo no fotografiable. Hace varios años que no fotografío hechos de la realidad. No hago trabajo periodístico. Por eso no me encontré muchas veces ante esa disyuntiva que sí tienen los reporteros y que es una discusión muy compleja. Yo creo que todo es fotografiable, en la medida que cumpla con algunas cuestiones. Es como una discusión en sí misma. Creo que todo depende del punto de vista: cómo, qué, para qué.
¿Y en relación a lo inaccesible? Cuando escribís, por ejemplo, sabés que hay un lugar al que no podés llegar, ¿habría algo no representable por una foto?
No, creo que no. Depende de mis circunstancias y, de la capacidad técnica, artística, creativa, narrativa -porque también las fotos cuentan-. Hay mil maneras de mostrar un vaso o una botella. Es la discusión acerca de la objetividad. Yo no creo que exista. Todo depende del punto de vista, en la fotografía, en la escritura, en todo.
Decías que te interesan las fotos rasgadas o tachadas y también vimos, en tu trabajo “Fotos tuyas”, que algunas imágenes están atravesadas por rayas de luces y sombras, ¿qué te interesa en esa interferencia, en esa tachadura, en ese corte? Tanto al registrarla, como al encontrar una foto intervenida.
Son dos cosas muy distintas: la de fotografiar y la de encontrar y analizar. Con respecto a las fotos encontradas, o las que se pueden ver de otras personas, siempre me interesó el lugar que ocupaban en la familia: si estaban colgadas o guardadas, si estaban exhibidas o protegidas, si eran muchas o pocas. Es como la narración que hace la familia sobre su propia historia. Y eso mismo tiene características determinadas: hay familias que extirpan del relato fotográfico a alguna persona: el abuelo que se fue de la casa o el marido que tiene una doble vida. Esa misma marca, esa ausencia, genera mucho más interés y más preguntas que si estuviera ahí. Eso es muy interesante. Desde el punto de vista de sacar fotos, ese trabajo lo hice con familias de desaparecidos. Su vínculo con las fotos de esos seres queridos que es muy entrañable, pero muy doloroso. Muchas veces tuvieron una relación mucho más larga con el objeto foto que con la persona desaparecida -en algunos casos, ni siquiera se conocieron personalmente-. Hay juegos de luces y sombras que buscan marcar las grietas, el dolor y, así, reflejar un poco el sentimiento que yo tenía cuando iba a verlos y fotografiarlos.
FOTOS TUYAS
Cuando yo era muy chica, las fotos de los desaparecidos me atraían misteriosamente. Cada vez que las miraba en alguna marcha de protesta, tenía la sensación de que ellos no estaban muertos. Que observaban todo desde sus propias fotos. Nos miraban. En algún momento, empecé a imaginar el instante en que habían sido tomadas aquellas fotografías. En una tarde de sol, o durante un cumpleaños, o en alguna noche aburrida, alguien capturó esas imágenes, sin imaginar cual sería, finalmente, su destino. Algunas fotos provienen de documentos de identidad y otras formaron parte de desprevenidos álbumes familiares hasta que un día se convirtieron en algo más: ahora son pruebas, son símbolos, son historia. |
UN BUEN SIGNO DE SOL
“Cada tanto ejecutamos el ritual/de mudarnos/a la misma casa/ con la esperanza de contrarrestar/—inútilmente-/el miedo a la imposibilidad/o al estancamiento”
“Simulacro de Mudanza”, Anuar Elías Pérez
Los blancos en la escritura son silencios ¿Qué valor le das al blanco en la fotografía?
También es un poco de silencio. Tengo bastantes fotos así: un objeto y blanco alrededor. Es un silencio visual. A veces, puede querer jerarquizar al objeto fotografiado. A veces, había una pared blanca y quedó así. Se juega un poco con lo real que aparece.
En un momento de tu libro decís: “Apareció una nueva yo”. Y, más adelante, mencionás el ser “una copia mejorada de tu mamá”. ¿Cómo resuena en vos esto del original y la copia? En lo general y, en particular, en la fotografía
No ser una copia es todo un desafío. En algún momento pasás a ser un original, aun reconociendo las semejanzas. De eso se trata ser adulto. Sin embargo, en el libro, vuelvo a hablar de mi mamá, porque es algo ineludible, no podía no hablar de esa historia tan vinculada con el azar y también, con la búsqueda y el poder de observación. El hallazgo errático es posible si alguien está observando. En la fotografía, hay un original y hay muchas copias. Pero ni todos los originales ni todas las copias tienen el mismo valor. En mi libro, hablo de una copia que fue intervenida por Victoria Ocampo, recuperada por Sara Facio, escrita por María Moreno. Esa copia tiene un peso muy distinto a cualquier copia de esa misma foto en otro soporte. Respecto a la originalidad de ser hija, es algo que una se pregunta toda la vida. O no. En mi caso, creo que armé un camino propio, más allá de las influencias.
MÁS SUEÑO CON TU AMOR
«Esto que uní alrededor de un ansia,/De un dolor, de un recuerdo,/
Desertará buscando el agua, la hoja,/La espora original y aun lo inerte y la piedra.»
“Presencia”, Rosario Castellanos
El nosotritos – ese modo particular de nombrarse como familia- está cargado de cosa mexicana, impregnado de exilio. Hay otras identidades que nombrás: lo judío, lo argentino, lo ateo, lo mexicano. ¿Cómo influyó cada una en tu producción?
Tanto lo mexicano como lo argentino son influencias importantísimas en mi vida, no sé si en mi producción. Siento que algo de todo lo mexicano me hizo diferente. Me dio otra perspectiva haber vivido en ese país tan increíble. Cada tanto, tengo la necesidad física de volver. Hay allí un lugar de pertenencia, que me hizo ser de determinada manera los primeros seis años de mi vida y me hizo preguntar, desde muy chica, sobre la identidad. Lo argentino era ciencia ficción para mí. ¿Qué era eso, a la vez tan ajeno y tan metido en el relato familiar? Tenía que responder a una argentinidad que no era tal para mí. Soy una mezcla. Lo judío me es más ajeno, no incorporé esa identidad. El ateísmo me representa más.
La confusión con lo argentino, ¿se aclaró al volver?
Al principio no entendía la identidad argentina. Me costó, fue difícil. Los primeros años fueron de mucha lucha con eso. No quedó otra que entenderlo. Los familiares te preguntaban qué te gustaba más. Eso se aflojó, a partir de que empecé a escuchar rock nacional. Así, entré a la identidad cultural desde lo musical y las letras. Ahora me siento argentina. Aunque tengo un poquito de cada cosa.
La escritura y la fotografía son tus dos mundos. ¿Encontrás , en ellas esa errancia tan propia de muchos exiliados?
Puede ser. Estar en dos mundos es, al mismo tiempo, no estar en ninguno. Es como ese querer estar allá cuando estoy acá y viceversa. Por eso uní la fotografía con la escritura. Para que no se me peleen.
En tu libro contás sobre una frase recurrente del lenguaje propio que tenías con tu mamá: “me agarró la rueda del tren”. Es una imagen de mucho movimiento .
La rueda del tren representó más que nada el entusiasmo, esa idea que te quema y no podes pensar en otra cosa hasta que la hacés. Me pasa con un libro, con una nota, soy tomada por eso.
La frase había quedado en el código familiar como algo que remite a lo movilizador. Sin embargo, mucho tiempo después, te diste cuenta de que el “te agarró la rueda del tren” era también una imagen trágica. ¿Te sucede, también, que esas impregnaciones de sentido se den sobre los objetos??
Sí, se me fue pasando, ahora estoy más despojada. Me desprendí de a poco de los objetos de mi mamá, me quedé con sus archivos, que son objetos difíciles con los que convivir. Cada tanto, los encaro. Inmediatamente después de la muerte, quedan objetos casi monstruosos. Una crema antiarrugas sin abrir puede ser el objeto de más peso y más triste del mundo.
UN TESORO EN DIAMANTES DE AMOR
“Las cosas discretas, amables, sencillas;
las cosas se juntan como las orillas”.
«La orilla del mar», José Gorostiza
Deshacerse y rescatar son dos movimientos que recurren en tus libros. En relación a eso, nos gustaría conversar sobre el género de arte visual, el foundphotography.
Lo único que no me permito tirar es fotografías. Con eso no transo. Pero hay gente que sí y, a veces, otra gente las rescata y las difunde. El foundphotography es un movimiento mundial. Son personas que van a las ferias y compran fotografías. Cuando encontrás una fotografía en la calle, te preguntás cómo puede ser que alguien la haya tirado. Sos testigo del acto de arrojo de esa persona. Tiró la foto de la abuela, del marido, ¿qué pasó ahí? Pertenece a la intimidad, pero te despierta una cosa detectivesca y de voyeur. Hay que hacerse cargo, si tirás un documento a la calle sin destruirlo, tenés que saber que alguien lo puede tomar, si no llega antes el camión de la basura. Es un universo enorme. Hay museos, películas, archivos. Los archivos tienen una particularidad única.
A veces, esas fotos también pueden pasar a formar parte de otra familia. Conozco gente que encontró un foto, la hizo familia con las suyas y las exhibe en sus paredes.
Si lo pensás en relación a la pintura, a la escultura, no resulta tan raro, está aceptado. Es común poner una pintura en tu living que representa a gente de la que no tenés idea. Pero esa pintura también es una representación de algo real, de una influencia. Me parece interesante ese mundo. Para mí, es un lugar lleno de tesoros. Las historias son siempre increíbles, sobre todo, por la parte que falta completar. Ahí entran el azar y la literatura.
Hablabas de la intimidad y también contaste que, en tu comienzo como fotógrafa, te daba vergüenza sacar fotos de desconocidos y que se dieran cuenta. Es curioso porque los cuerpos están ahí, libres, exponiéndose. ¿Cuál era la sensación? Los judíos ortodoxos no se dejan fotografiar, muchos pueblos originarios creen que, si les sacás fotos, les robás el alma. ¿Había algo de eso?
No, lo mío no pasaba por ahí. Tenía que ver con la inseguridad, con el aprendizaje, con el lugar que una ocupa. Te vas fogueando. Ahora me banco ser la fotógrafa.
¿Lo bancás como oficio? En algún momento hablás sobre el oficio de ser madre. También escribís. ¿En todo está el oficio?
Ser fotógrafa, sin duda, es un oficio. También lo es la escritura, aunque allí es todo trabajo, no existe la inspiración. Podés tener mejores y peores días, pero hay que sentarse y escribir. Puro oficio. No sé si lo de ser madre es un oficio, es una pregunta que todavía no me respondo. También es mucho trabajo, pero me gusta mucho ser madre. Es uno de los roles que más disfruto.
UN BIKINI A LUNARES, JUSTO, JUSTO
«solo el silencio es sabio./Pero yo estoy labrando, como con cien abejas,/
un pequeño panal con mis palabras”
Rosario Castellanos
“Mi familia nuclear, mi papá, mi mamá, mi hermana y yo nos autodenominábamos Los Nosotritos. Mi mamá era la que decidía todo (…) Era la más desordenada de los cuatro, pero en pocas horas nuestras casas adquirían el título de hogar, también gracias a ella. (…) Las mesitas y las sillas que mi mamá compró en un remate de un bar, el mueble verde y la flor mexicana de cerámica que tiene escrita la frase “Seamos felices mientras vivamos aquí”. Las casa eran definitivamente nuestras cuando todo eso estaba en ellas. Y nosotros éramos definitivamente nosotritos cuando nos sentábamos a la mesa rodeados de esos objetos a comer y a reírnos”. (**)
El diminutivo como la infancia de las palabras, como un regreso en el lenguaje de la posibilidad del juego. Pero una cosa es jugar en la mesa familiar y, otra, escribir. ¿Cómo aparece lo lúdico al escribir?: A mí no me aparece nunca. Voy a desmitificar ese momento. Escribir me cuesta mucho, lo padezco. Me gusta el después, el haber escrito, no el escribir. Me gusta cuando me sale, me gusta cuando lo leo y digo, sí, esto queda, ya está. Cuando pasa tu filtro, que es el más duro. Hay micromomentos de felicidad. Pero la dificultad para encontrar es espantosa. Claro, que llega el punto final y todo se convierte en algo hermoso. En el mientras tanto, la escritura es un camino lleno de obstáculos. Para otros, funciona distinto, es muy personal. En mi caso, soy muy exigente y no llego fácil a ese momento de relajación. Son horas y horas de enfrentarte con vos y con el material, haberlo leído 40 veces y no soportarlo más. Inés aclara que su exigencia es con ella misma, al escribir. No se da igual cuando lee. Escribir sin ser juez y parte, ¿es una posibilidad? No, creo que no se puede. Yo no pude, estás siempre adentro, siempre sos parte de lo que producís. Ahora resuena una situación, estar afuera y adentro, como en el exilio: Puede ser. Pero para mí el exilio fue al revés, fue venir acá. Eso tiene algo del ir en contra del sentimiento de tu familia, una cuestión compleja de la culpa. Pero sí es probable que muchas cosas del exilio hayan determinado mi personalidad, mi trabajo. El trabajo, un espacio donde regresan trozos de memorias, instantáneas que no siempre vienen en diminutivo, curvas y vueltas del lenguaje. Como en la irrupción de lo poético ¿Qué es lo poético para vos?: Tal vez la respuesta es parecida a cuando una lee algo que escribió y dice sí, no lo podría haber dicho mejor. Cuando advertís algo que no podría ser de otra manera. No hay un más o menos. Es o no es. Pasa en el cuerpo, te resuena. Es también muy personal. Ahora, en cuanto al lenguaje poético, yo soy más aséptica. Se puede construir algo poético sin usar lenguaje poético. Me representa más esa idea. Escribo muy despojada. Hay cuestiones técnicas que definen lo supuestamente poético, que no me interpelan a nivel lenguaje, no me sale, prefiero algo más simple. Eso, en la escritura. En la fotografía, hay algo que pasa o no pasa. No hay cuestiones técnicas que lo definan. Es la reacción física, psicológica, mental donde, por algún motivo, ves algo y te interpela, te atraviesa. No hay cómo definirlo. La voz de Inés interpela una vez más, sobre el final de la entrevista. Como venimos de a reverberos, entre la imagen y las palabras, nos subimos al tren para el último tramo de este encuentro, y elegimos que sea un instante de transformaciones. Una foto escrita, una repisa recién llegada de un viaje, que reclama con urgencia: Cuando cumplí seis acabábamos de llegar de México, país en el que habíamos vivido desde que yo tenía un mes. Hubo un festejo en la casa de mi abuela, con varios niños que para mí eran desconocidos, hijos de amigos de mis viejos y algunos primos. (…) Yo no les entendía como hablaban, ellos hablaban en argentino y yo en mexicano. Liza, la hija de una amiga de mi mamá me trajo de regalo una repisa de madera en forma de tren, con ruedas. A los doce años decidí que ya estaba grande para que siguiera ahí. Le dije a mi mamá que si le sacábamos las ruedas se iba a convertir en una repisa común. Y aunque fuera de noche y muy tarde debíamos sacarlas inmediatamente. Ninguna tenía que dormir hasta que el tren se convirtiera en repisa. “La rueda del tren” fue un concepto que fuimos desarrollando juntas, a través de los años. La idea de que algo debía ser en ese instante, porque si no tal vez, no iba a ser nunca. (**)
Inés Ulanovsky con El Anartista, entrevista virtual. Fotografía: Ana Blayer.
- Los subtítulos pertenecen a frases populares del rock argentino
- Las imágenes son de «Fotos Tuyas», de Inés Ulanovsky en http://www.camaraoscura.com.ar/autor.php?autor=18
- (*) Fragmentos de “Las fotos”, de Inés Ulanovsky
- (**) Fragmentos de “Algunas madres también se mueren”, de Inés Ulanvosky