El azar: sobre un encuentro entre víctima y victimario
Por Liliana Franchi
IMPRONOSTICABLE
Sabemos que el azar carece de lógica y ética. Solo sucede sin plan previo ni propósito, y nos obliga a aquello que no programamos. El pensamiento mágico se nos impone para no sucumbir. Quizás se deba a recuerdos de lo no querido o, tal vez, no podamos librarnos de él. Sin embargo, damos rienda suelta a las fantasías que, como tales, son más exitosas en el camino de las casualidades.
Pensemos cuántas posibilidades existen de encontrarse con alguien a quien no queremos. Múltiples. Y, aun así, tengamos en cuenta que, en estos encuentros, estamos mano a mano con la ventaja. Yo puedo ver, el otro me ve, nos reconocemos mutuamente. Entonces, ocurre lo inevitable.
Pero, ¿qué sucedería si uno de los dos no reconoce al otro? Estamos en desventaja absoluta en tiempo y espacio. Perdidos en una sincronicidad que no hemos querido, observamos una y otra vez imágenes para poder establecer un vínculo. O encerrarlo en un pasado. Un menoscabo a la certeza, una duda razonable, un lugar donde la certeza no tiene cabida.
DE LUZ EN LAS SOMBRAS
“Creía que nada saldría bien al final/Estaba tan roto y ya nadie me iba a curar
Creía que tal vez lo mío era quedarme así, solo”
Joaquín tarareaba esta canción bajito, triste, la arrastraba de estrofa en estrofa y de vez en cuando. No era una canción de cuna, tampoco de lucha, creo que apenas sobrevivía en ella. La vida se amuralló y se quedó dentro. Despojado de toda dignidad, su ropa -que no era suya- le recordaba la grieta del techo profunda. Porque, en las noches de lluvia, apenas la gotera le evocaba el afuera. Una fuerza inimaginable lo mantenía, como en el comienzo de la vida. Sin reloj, ni ventanas, evitaba el futuro a cada instante. Sin respuesta para su pregunta cotidiana, “cuándo”. Porque no existía, flotaba un deseo permanente de saberse vivo, por eso murmuraba su canción, parafraseaba ilusiones. Es más, no alcanzaba.
Donde el diálogo no es una opción, la humillación comienza a hacer su trabajo de la mano de los hombres: semidioses encadenados a lo perverso, empoderados de ira, sedientos de venganza.
Nunca pensó que lo lograría, sin embargo, el dios ateo de turno bendijo su partida, sucia, ruin e inesperada.
VÍCTIMA Y VICTIMARIO
Entrevista a Joaquín Zabaleta
Cuánto de dolor había en sí mismo. Aun así, fue reinventándose en soles, veredas y vientos fuertes y débiles, inspiraba colores, que fueron esenciales. De a poco y sin prisa, su vida remontaba vuelo. Una sensación de alivio le abría el pecho, sostenía Joaquín: la vida abría juego nuevamente.
Una mañana muy fría, la bufanda tejida a mano apenas rodeaba su cuello delgado. Caía sobre su espalda, en una burla. Caminaba cansado -como siempre lo había hecho-. A veces doblado hasta el recuerdo mismo. No obstante seguía.
En ese momento, un hombre robusto, desprolijo, esbozaba una gran sonrisa mientras iba a su encuentro.
-¿Te acordás de mí? -preguntó el sin nombre
– La verdad, no -respondió Joa, como le decimos sus amigos, culpable de no poder meter ese rostro en ningún rincón de su memoria mientras, entre abrazos y sacudones le proponía algún día tomar un “cafecito”. Entonces se animó a interpelar por vez primera acerca de dónde se conocían.
Sin tapujos, reparos ni pudor alguno, con la indignidad que le da la impunidad, el otro contestó:
-Yo era quien te torturaba. Claro, vos no me veías porque tenías la capucha puesta. Ya todo eso quedó atrás. Te dejo mi tarjeta para que me llames, ahora trabajo en construcción.
Las palabras se silenciaban de a poco y le daban paso a la ignominia. Feroz ironía, trampa mortal le tendió el azar, con tamaño desatino. ¿Cuánto se siente de dolor-odio frente al victimario?, ¿cuánto, de indulgencia y pavor? Ninguna/o y mucho, en ese orden.
“Hoy batallé la vida, le gané la partida, la ubiqué a la retaguardia de mis pensamientos, mis visiones y de aquellos asuntos pendientes. Hoy supe realmente que estoy vivo, que los muertos son otros. Ellos deambulan por las calles reconociendo cuerpos con almas.”
Joaquín se acomodó su abrigo caído y resignificó su andar, como así también cada pequeño e importante momento de este presente lleno de luz y de lluvia, esa misma lluvia que mucho tiempo atrás no podía ver, salvo por la gotera. Siguió camino, eligió en libertad ser quien era, convirtió la sal en vino. Porque no resucitó, tan solo y sencillamente le dio un nuevo sentido a su presente, sin dejar de evaluar el pasado.
Se trata de no olvidar, crear, vivir, creer, soñar; sobre todo, de saberte libre y convincente. Afirmar en qué vereda vas parado. Ahora y siempre.