Anartista juvenil
El miedo: sobre el futuro.
Por Milena Penstop
EL FUTURO INFINITO O LA NADA
Durante casi todo el 2020 y lo que va del 2021, la vida se ha basado en pasar un día a la vez. Desde ese marzo, cuando empezó la pandemia, lo único que yo supe sobre el futuro se sintetiza en una sola palabra: tareas, mi única certeza. Por fuera de eso, podía prender la tele y estar alerta a las novedades. Pero esas novedades siempre terminaban en lo mismo: “Vamos a alargar dos semanas más la cuarentena, tienen que esperar”.
Así, cada jornada consistía en esperar, esperar y esperar, sin saber muy bien qué. ¿Más cuarentena?, ¿menos restricciones?, ¿una extinción repentina del virus?, ¿un ataque zombie? En un punto, el futuro podía significar, como en un cuento de ciencia ficción, cualquier cosa. De ese modo, pasé todo mi cuarto año, pendiente de que me mandaran más trabajos que, aunque no me emocionaban, al menos me entretenían y hacían una pausa entre los anhelos de poder ver a mis amigos.
EL QUINTO JINETE DEL APOCALIPSIS
Finalmente, pude ver a mis amigos y, de hecho, todavía puedo. Pero, aun así, mientras escribo esta nota sigo en mi casa, dale esperar más tareas, solo que esta vez para cursar quinto año. Siempre pensé en quinto como en una etapa de mi vida muy lejana. Recuerdo, como si fuera ayer, estar en primero, riéndome con mis amigas, mientras decíamos “naah, por las carreras nos preocuparemos cuando estemos en los últimos años, falta un montonazo.” Y ese montonazo se pasó como un flash. Y ahora tengo que decidir qué voy a hacer después de la secundaria, pero con la particularidad de que no solo siento el miedo y la presión que implica toda elección, sino que ni siquiera sé cómo será el mes que viene, o la semana que viene, o mañana.
Con diecisiete años recién cumplidos , en vez de preocuparme en pensar a dónde me voy a ir de viaje de egresados con amigos, me cuido constantemente de no tocarlos mucho. Porque, si los toco, existe la posibilidad de que un virus asesino comience su reacción en cadena. El virus me puede contagiar a mí o a mis amigos, ellos pueden contagiar a sus familias y, al final, esos anónimos números que aparecen en la tele serán la cifra de nuestros nombres.
Todos los días me pregunto si voy a volver a ver el edificio de mi escuela primaria y secundaria o si, simplemente, me mandarán el diploma a mi casa y ahí se terminará todo. No paro de pensar en si voy a hacer la facultad de manera presencial, si voy a conocer a mis compañeros y a hacer amigos, o si voy a seguir encerrada en mi casa, a la espera de que me manden más trabajos, como ahora. Realmente no entiendo cómo algunas personas pretenden que decidamos tan tranquila y rápidamente qué vamos a hacer el resto de nuestras vidas, si ni siquiera ellos mismos saben si habrá un día siguiente.
DE CIUDADES FLOTANTES A MI PIEZA
Cuando yo era muy chica y estaba empezando la primaria, el futuro implicaba un imaginario lleno de autos voladores y robots que conquistaban el mundo. Fantaseaba con ciudades flotantes, viajes al espacio y con conocer otros planetas e, incluso, otras galaxias. Ahora, lo único que puedo pensar es que este quilombo de pandemia no se va a ir más. Muchas veces siento que no vamos a encontrar la manera de volver a cierta normalidad. Y si es así, ¿cómo va a ser el resto de mi vida? ¿voy a estar todo el día encerrada en mi casa, sola, conversando con apuntes?
Ya desde antes de la pandemia, me costaba concentrarme. Pero, cuando empezó la cuarentena, ese problema se intensificó aun más. Si tengo que pasar el resto de mi vida así, no creo que pueda hacer mucho. Y pensarán que estoy siendo muy negativa, que no debería preocuparme porque, sin duda, dentro de un tiempo más, todo mejorará. Pero, ¿realmente podemos estar seguros de eso? Desde marzo de 2020, la incertidumbre es una parte constante de nuestras vidas y, a menos que ahora se descubra algo que pueda mejorar o solucionar esta situación, pareciera que así seguirá la historia.
ESPERA QUE DESESPERA
Esta incertidumbre de la que ya me he quejado tanto no solo me hizo cuestionar mis estudios, sino también mis relaciones. ¿Desde ahora en adelante mis amistades se van a basar en llamadas por zoom?, ¿podré conocer gente nueva? Y lo que más miedo me da: ¿podremos ser capaces de mantener las relaciones actuales? La respuesta obvia sería que sí, que uno no deja de tener amigos por un virus. Pero, como ya dije antes, no podemos estar seguros de nada. ¿Qué pasa si un día alguien tiene un bajón por el encierro y decide que no quiere hablar con ningún otro? La única manera de comunicarnos es por internet. Así que, ante el mutismo de un amigo no podemos salir en su búsqueda. Una vez más, solo resta esperar.
Y sí. Esta es una de las cosas a las que más le temo. A lo largo de la cuarentena me sentí sola muchas veces, incluso si estoy con mi mamá o hablo con mis amigos. Estar todo el día metida entre trabajos prácticos, si al principio me entretenía, ahora me agota emocionalmente. Frecuentemente, no quiero hablar con nadie por temor a amargarlos con mis bajones. Y, ¿qué pasa si algún día todos decidimos que no queremos molestar al otro con nuestros bajones? Simplemente, dejaríamos de hablarnos, lo cual nos bajonearía aun más. En fin, es todo tan complicado. Mejor, me dejo llevar y espero que pase algo, pero sin esperar nada. 0 al mismo tiempo.
PLAN DE EVASIÓN
Una de las ideas que se me pasó mucho por la cabeza durante el encierro fue que me encantaría volver al pasado. No sé a qué pasado. Tal vez regresar dos años para atrás, o diez, o incluso ir a una época en la que no yo existía y, simplemente, quedarme ahí, mirando cómo era todo antes de este desastre. También consideré la idea de saltearme varios años de mi vida y viajar a algún futuro sin pandemia. Pero, en eso, me asaltó la idea de que tal vez los virus se extingan cuando la Tierra deje de existir, por lo que empecé a considerar que mi plan de fuga no era tan bueno. Ante este obstáculo, me di cuenta de que la mejor opción podría ser, sencillamente, irme a otra dimensión. Pero como ninguna de mis estrategias de evasión son posibles, solo me resta leer libros. Cuando era más chica, no me enganchaba mucho a la hora de leer sola, pero si me leía alguien, me gustaba. Después, algunas de mis amigas empezaron a llevar libros para leer en el recreo de la escuela y yo también lo quise intentar, aunque seguía sin apasionarme. Eso, hasta mi primer año de secundaria. Esa vez, dije: tengo que poder terminar un libro. Y acabé por devorarme una saga completa. Desde entonces, cada vez que leo algún libro, es como si viajara a otro universo y me olvidase de lo que está a mi alrededor. Esta fue una de las pocas cosas que me ayudó y ayuda en la pandemia. Por increíble que sea la historia que encare, leer me devuelve a una cierta normalidad.
Las cosas son lo que son. Y, aunque sigo sumergida en un caldo de incertidumbre con respecto a lo que sucederá dentro de unos meses o dentro de unos días, tengo a mis libros y, a la distancia, a mis amigos. Así que, incluso si siento miedo por cómo va a ser mi vida, incluso si no llega a ser como esperaba, voy a seguir viviéndola: con virus, con robots o con tareas infinitas de la escuela.