La potencia: entrevista a Sandra Russo.
Entrevista: Lourdes Landeira, Isabel D’Amico, Gabriela Stoppelman, Pablo Resnik
Edición: Isabel D’Amico, Pablo Resnik
Fotografía: Ana Blayer
“He dado el salto de mí al alba. / He dejado mi cuerpo junto a la luz / y he cantado la tristeza de lo que nace.”
“Árbol de Diana”, Alejandra Pizarnik
Al trepar por los lomos de sus libros, el salto se alimenta. Navega ideologías, las desmaleza para exponer verdades de historias intrincadas. Regresa una y otra vez a sus textos predilectos, esos con los cuales circula para atreverse en el vértigo o el abismo. Inspira y exhala el silencio contenido, decodifica claves del lenguaje en el engaño ladino o en el disfraz de cordero. Los códigos invisibilizados se corporizan ante sus ojos y se proyectan sobre páginas en blanco. Y mientras toma impulso, redescubre, exhala y decodifica, y así piensa en la tonalidad que no tiene que ver con música ni con colores. Es la tonalidad afectiva la que determina e interpreta al mundo, su mundo. El salto es así: necesita gastarse y vaciarse en los descansos, pensar limpiamente, fundar sentido. Sus palabras avanzan y retroceden hasta hacer comunión en la prosa, en un ensayo o en la poesía. Encontrar fraseos lo alivia, lo fortalece. La desigual competencia empuja su temple, su persistencia no le da tregua.
El salto es la potencia que no se gasta en el impulso. Es la curva que interpela la linealidad de los rumbos, el negocio de los adoquines, el mercado del sentido. El salto a veces es cortito, pero de una intensidad que despabila cunetas y baldosas. Y otras es inmenso, pero sin ostentaciones. Su geometría aérea es solo una invitación a la empatía.
La propia muralla es siempre la elíptica que desafía a las lomas de la nueva hoja en blanco. No se trata de piruetear el aire, sino de dar a respirar. Sea en contratapa, columna o editorial, la palabra pulsa en los bordes la figura de un nuevo trazo, donde conversar, escribir o murmurar entre lo indecible, sea rampa de despegue para encontrarnos con otros. En esa zona, justo en el pespunte del diálogo, nos encontramos con Sandra Russo.
SOPA SIN LETRAS
“Quien ve mal, siempre ve algo de menos;
quien oye mal, siempre oye algo de más.”
Friedrich Nietzsche
Al leer en Página 12 tu contratapa “Disparen contra el lenguaje», nos interesó la idea de palabras vueltas cuerpos huecos, vaciadas de sentido. Y lo relacionamos con lo leído en tu libro “Lo femenino”, donde hablás de otra ablación: hay personas tristes, que no pueden pensar las causas de su tristeza. Las palabras se separan de sus sentidos y las tristezas de sus causas, ¿qué tipo singular de vulnerabilidad produce cada una de estas situaciones?
La línea más importante de lo que quise expresar en «Disparen contra el lenguaje» es que ellos antes se dedicaban a desinformar, pero ahora se dedican a incomunicar, que es otra cosa. Incomunicar es dar soledad y esa soledad genera mucha depresión. Para peor, la gestión de comunicación de este gobierno es pésima. No mejoró nada, aun cuando ahora se tiene el poder del Estado. Esa nota circula por una línea de pensamiento que aparece tanto en mis columnas radiales como en las escritas. En los ensayos tomo algunos autores de referencia y algunas líneas de fuerza, sobre las que vuelvo muchas veces. «La política y el lenguaje inglés”, de George Orwell, es un texto con el cual trabajo hace años. Me interesa mucho la idea de que la decadencia del lenguaje no es un fenómeno solo cultural. Tiene un origen y un propósito económico. Para graficar, están los ridículos neolibertarios. En España, en el último proceso, los libertarios apoyaron a la monarquía porque su principal enemigo era y es la izquierda de «Podemos». Otro ejemplo es el modo en que circula la palabra libertad en pandemia. Si bien, para muchos es claro que tiene que ver con la libertad económica, los «covidiotas» lo toman como la «libertad» por la cual se ha luchado. Los medios concentrados, con su gran aparato del lenguaje, imponen esa acepción, la de las minorías de ultraderecha. Y nosotros, al contar con menos dispositivos de comunicación, no ponemos las cosas en su lugar. Ahora, en relación a lo que preguntaban sobre la tristeza, eso no deja de ser un malestar en la cultura. Si volvemos a Freud, el principio del placer está interferido por la pulsión de muerte. No solo en la Argentina, sino en todo el mundo, vemos que la derecha y la ultraderecha comenzaron a articularse. Para mí se trata de un fenómeno coyuntural de declive neoliberal.
¿La situación local podría mejorar si aprovechásemos con más eficiencia la TV Pública y las redes?
Sí, y deberíamos aprovecharlas sin culpa. Acá hay mucha culpa burguesa, que no sé de dónde salió, y que no debería estar. Yo conservo un espacio en Página 12, solo dos veces por mes. Y soy plenamente consciente de la expectativa que eso crea. Al ser quincenales, las notas tienen que tener otra consistencia. Es un espacio importante y, ya que lo tengo, lo uso e intento hacerlo rendir con mucha consistencia. De hecho, lo logro. De a poco, el día de la publicación, el algoritmo del sitio va subiendo mis notas, porque son muy comentadas.
UNA PALABRA, DAME UNA PALABRA
«Un libro debe usarse como el hacha que rompa el mar hielo que llevamos dentro».
Frank Kafka
El tema de la incomunicación es recurrente en tus ensayos, en tus notas y en tu ficción…
Yo fui a un colegio alemán desde los tres años. Y en mi casa nadie hablaba alemán. Era un colegio de doble escolaridad, muy rígido. Así, mi infancia transcurrió entre mi madre que no sabía comunicarse conmigo y alemanes que me hablaban en alemán. Por eso, tengo la incomunicación como marca en el orillo. En cualquier experiencia o juego del kindergarden estaba destinada a perder porque no entendía el lenguaje. Cursé catorce años en ese colegio. La primaria era bastante opresiva, porque había un director nazi. Al menos, con un grupo de cinco o seis compañeros, quedamos unidos para toda la vida, por haber experimentado juntos la resistencia a la incomunicación desde tan chicos. Y ya van más de cincuenta y cinco años de amistad. Muchas veces yo asocié este conflicto con la lengua alemana, con la relación que existía entre mi madre y yo. En el caso de ella, la pared no era un lenguaje que yo no entendiera, sino su locura. El ensayo «Lo Femenino» lo escribí después que superé sentimientos muy encontrados contra ella, después de enojos sostenidos. Cuando la perdoné, cuando alivié esa carga emotiva negativa, pude escribir. La escritura es una costura de la herida. Siempre lo digo en los talleres. No hay que escribir desde la herida, sino desde la cicatriz. Pero a veces la cicatriz se hace con la escritura.
En varios de tus libros aparece la idea de la escritura como bordadora. Hablás de la intranquilidad que se produce entre punto y punto, del impulso que te lleva a escribir notas, y de las líneas que, según referís, llegan “del sonido ambiente, de aquello que circula sin ser conceptualizado”. Todos elementos que conformarían como un caldito previo, un murmullo anterior a la escritura….
Cada persona que escribe tiene sus propios mecanismos, lo mío tiene que ver con entregarme a la incomodidad. Pasa también con muchas otras cosas de la vida, lo que uno busca crea incomodidad. Yo aprendí mucho al dar talleres. Aprendo mucho más al presenciar los procesos de escritura de los otros, que de mí misma. La escritura se vuelve más consistente si quien la enfrenta abandona la zona de confort. Como decía Spinetta en una canción: «Después de todo tú eres la única muralla, sino te saltas nunca darás un solo paso». Hay que saltarse a uno mismo para poder avanzar sobre otras temáticas, sobre un decir que no sea el más previsible. Es ahí donde empieza el desahogo, y el lector lo percibe, sin saberlo. Creo que, cuando nos cautivamos con un autor, tiene que ver conque el salto que pega nos permite pegarlo a nosotros, aun de manera inconsciente. Ese es el efecto liberador de la narrativa.
Retomando el tema de la lectura, en tu último libro, “La reinvención del amor”, contás acerca de tus primeras experiencias de lectura donde, más allá de la calidad de los textos, encontrabas algo que te permitía intuir alguna cosa que todavía no podías decir….
Yo tuve una aproximación muy abierta a la escritura. Como provengo del periodismo, estoy alejada de los círculos de escritores, de los concursos, de los premios. Doy taller desde hace más de diez años, estoy más cerca de quien se inicia en la escritura que de quienes ganan un premio. Me gusta detenerme mucho en esos mecanismos que hacen que aparezca el escritor. Siempre insisto en que, en tanto alguien se divierta, se entretenga o se desahogue, la práctica mejora. Y eso sucede con muchas cosas de la vida, la verdadera maestra es la práctica. Por otra parte, lo intuitivo es fundamental, es confiar en uno mismo. Autoconfianza para vencer el fantasma de que no se puede decir eso que se quiere decir. Hay que ir corriendo esos límites.
UN MAR DE GENTE
“Hermano de la mano un mar de gente me enseñará
cómo hacer hablar al sentimiento
en un salto cada uno da, toda la fuerza de su corazón
andando muchos ojos son, calor y entendimiento,
endulzando, mira la inquietud, navegando el eco de la multitud”
“Un mar de gente”, Los Jaivas
El tema de este número de la revista es la potencia, lo que la afirma y lo que la deprime. En ese sentido, ¿cómo atravesaste, junto a otros periodistas que pasaron por lo mismo, la desaparición de espacios, entre ellos, 678, durante el macrismo?
A mí me dio mucha bronca. Sin embargo, los cuatro años del macrismo no los viví mal, recorrí todo el país recogiendo la siembra de tanto tiempo de trabajo. Confié en gente que no conocía y nunca tuve un problema. Me armaban la logística para dar clínicas, me conseguían los pasajes, el alojamiento. A veces presentaba mis libros. Otras, daba una clínica y me volvía con la guita de las expensas. Sobreviví así. Fueron cuatro años de aventura. Eso fue para mí maravilloso. Viajé al norte, al sur, a la Patagonia cuatro veces. Fue compañerismo puro. Fuera de eso y de los talleres que daba en Buenos Aires, ningún otro trabajo. Recuerdo que, una vez me invitó gente de Cinco Saltos, Río Negro. Salimos del pueblo hacia la clínica y avanzamos a campo traviesa. Me preguntaba dónde daría la charla hasta que, entre los árboles, comencé a ver globos con flechas en marcador que decían, “Taller Sandra Russo”.
¿Qué potencia singular te dan esas experiencias, donde vos vas a un lugar sin saber siquiera la exacta locación de la charla?
Fue genial. Yo tenía la intuición, por eso fui. Desde los 18 años hago comunicación, que no es lo mismo que periodismo. La comunicación supera al periodismo.
¿A qué llamas intuición?, ¿a un pálpito, o a la evaluación de determinadas condiciones?
A confiar en una inercia de los hechos. A confiar en que hay una lógica en los hechos y que esas inercias colectivas funcionan. A confiar en el programa en el que trabajé, que me trajo muchos dolores de cabeza, cuatro años de censura y una demonización que no creo se vaya nunca, entre otras cosas. Más allá de lo ocurrido con el fin de 678, yo había generado circuitos de comunicación en todo el país, muy íntimos, muy intensos. Podía entregarme sin miedo a viajar 2 horas en avión y 100 km en auto, para encontrarme con gente desconocida que me hospedó en su casa.
¿Nunca te falló la intuición?
No, parece del orden mágico, pero tiene una lógica política. Es una construcción colectiva de muchos años. La gente que se suma pone la energía en preservarla. No es un pálpito, era una intuición porque nada estaba asegurado, había una lógica vincular presente de las organizaciones políticas.
DIAPOSITIVAS
“Eres feliz porque eres así, / toda tu nada se te entregó.
/ yo me veo y estoy sin mí, / me conozco y no soy yo.”
“Gato que juegas”, Fernando Pessoa
En tu cuento «Mariposas», los bares y hoteles sórdidos de Constitución y la lectura de Pessoa parecen delinear un personaje con una estética de resolución y disolución de sí mismo. ¿Quién es ese personaje?
Esa chica soy yo, pero el cuento no es autobiográfico. Fue a mis 18 años. Eran los comienzos de la dictadura, yo venía de Quilmes, estaba en el último año del secundario, y no sabía muy bien qué carrera seguir. Los sábados a la noche tomaba el tren en Quilmes y me bajaba en Constitución, con mi libro de poesía, y me iba a esos bares para tomar una grapa o una caña Legui. Para mí no eran sórdidos, lo sórdido estaba en la dictadura. Para alguien como yo, salida de colegio privado, con amigos jugadores de rugby, comenzaba una etapa nueva. Era un momento de búsqueda adolescente. Me enganché con grupos de revistas contraculturales, con pibes drogones, artesanos, músicos o poetas. Nosotros considerábamos sórdido a Travolta y a su «Fiebre de Sábado por la Noche». Sórdida era la televisión. Como chica de clase media, me dirigía hacia un borde desconocido, un off, un por afuera de la cultura establecida. En esa época, sin embargo, no establecí vínculos sólidos, pero era un lugar por donde tenía que pasar.
En todos tus cuentos hay mucha atención puesta en los mundos, especialmente, en las casas y en los ambientes. A la vez, el desamparo es un tema frecuente.
Vamos por el año y medio de pandemia, yo estoy confinada porque tengo enfermedades conexas y, por ahora, recibí una sola dosis de la vacuna. Vivo en este departamento con mis dos perros salchichas y veo a una sola persona, mi pareja. Mi hija está de viaje. Mi distracción es «Zona Prop». Yo no miro Netflix, a mí me divierte el diseño, conozco mucho de diseñadores, leí mucho sobre la Bauhaus, me genera fascinación. El hábitat, el lugar donde uno vive, es parte de la búsqueda del hogar. Hace dos años que vivo acá y este espacio ya tiene el estigma del confinamiento. Por eso, apenas pasemos a otra fase de pandemia, me voy a volver a mudar. Quiero regresar a un PH. Sobre todo, por una cuestión económica, no quiero pagar expensas.
Los humanos elaboramos estrategias sociales y emocionales, siempre de acuerdo a un relato interior que no necesita llegar a las palabras. ¿Elaboraste emociones nuevas en este período? ¿Qué aprendiste en pandemia?
En esta etapa descubrí algo que comparto con mi pareja, y es que los animales tienen algo que nosotros no entendemos, algo más sabio. Saben algo. También hay cuestiones para pensar en relación al mundo vegetal. El otro día hice una columna con una lectura de un neurobiólogo vegetal italiano. La conclusión de la nota era que, desde un punto de vista evolutivo, para los sapiens, tener un cerebro no es una ventaja sino un inconveniente. Tenemos más riesgo de extinguirnos. El especialista hizo toda su carrera de neurobiología vegetal en el estudio de raíces. Presentaba la idea de que estas, frente a un obstáculo cercano, se comunicaban entre sí mediante moléculas químicas, para ayudarse a sortearlo. Un atributo de la especie. Este tipo de cosas tiene que ver con búsquedas que me interesan mucho más que los terraplanistas o los negacionistas. Ya Freud había dicho que, si se dejaba avanzar al capitalismo, haría estallar el inconsciente. Ahora vemos mucha gente con el inconsciente roto.
NI UN PASO ATRÁS
“Lo duradero no es nunca obra de un instante”
Raúl Scalabrini Ortiz
Otro tema que aparece mucho en tus textos es cómo alojar al otro. La casa se vincula con eso, con la hospitalidad, con la puerta abierta y hasta con la empatía, otro tema que abordas bastante.
Yo soy muy fóbica, no viene mucha gente a mi casa, no soy muy sociable. Soy más bien solitaria. Incluso, con mi pareja coincidimos en que no nos gusta la convivencia, nos gusta vivir solos.
Pero te gustan esos encuentros sociales, como la escena en que te esperaban con los globos. Tan anti social no parecés…
Eso fue una estrategia de supervivencia, estaba todo dispuesto para que yo me deprimiera y me quebrara, es lo que buscaban. Con toda aquella gente que conocí en esos encuentros, igual quedaron contactos. Cuando vienen a Buenos Aires, tomamos un café, charlamos. Hace poco me pidieron que les comprase diez libros de «La reinvención del amor» y se los entregué a un familiar que estaba de paso por Buenos Aires. Por supuesto el vínculo está, ellos pertenecieron a esa etapa donde debí enfrentar la censura macrista. Pero la relación con el público también tiene que ver también con una historia de trabajo de casi cuarenta años. Los medios donde laburé me dejaron decir lo que quería, jamás hice una nota por encargo del dueño de un medio que no me interesara. Por eso no me quieren, pero sí me quiere la gente, que es lo que más me interesa.
En tus cuentos aparecen los vecinos como familia sustituta, son ficción, claro. Pero también hay mucha referencia a la empatía en tus contratapas. No se te percibe fóbica como dijiste anteriormente.
Eso se vincula con mi infancia. Yo me crié en un barrio de Quilmes. Cuando llegaba del colegio, todas las vecinas estaban tomando el té en casa. A veces, regresaba y la casa estaba cerrada y debía buscar a mi vieja en lo de las vecinas. Eso fue lo mejor de mi infancia, la sociabilidad de mis viejos. Y es evidente que lo trasladé a los cuentos, son vínculos que yo no tengo, pero me resultan útiles a la narrativa.
TENEMOS PIEL
«Ya no se trata de mirar:
hay que quebrar el presidio del espacio.
No es cuestión de escuchar:
hay que disputarle el sonido al sentido.
Ni siquiera habría que tocar, acariciar o rozar:
hay que dañarse las manos.
Y es que ya no tenemos tiempo.
Tenemos piel.
Por suerte».
“Ocho poemas”, Carlos Skliar
Nos interesó cómo, en distintos textos, vinculás distintos amores a distintos sentidos. El amor materno aparece en las costuras, en los bordados, en el tacto y en las texturas. El amor romántico, en la vista.
Yo no lo pensé así. Para mí el amor es como un enigma. Va más allá de la caída del paradigma romántico. El eje que a mí me interesa es donde empieza a jugar Badiou, por un lado, y Carson McCullers, por el otro. Tiene que ver con un eje político. El amor por los animales, los vegetales, los minerales tiene que estar, alguna vez, en el mismo rango que el amor por un ser humano. Es importante para salvar al mundo y la especie no se extinga.
En tu libro referís al cuento “Un árbol, una roca, una nube”, donde el personaje insiste en que en el amor empezamos mal, empezamos por lo más difícil, que es amar a una persona. El comienzo debería ser por cosas simples, por el entorno. Es interesante pensar cómo nos rige la domesticación del deseo, al punto que todos empezamos siempre por el mismo lugar.
Justamente, tenemos asociado el amor al amor erótico, como si fueran una misma cosa y son dos cosas distintas. El deseo erótico puede ser muy importante en la vida de alguien y, de poca importancia, en otra persona. La cultura de masas nos impuso que aquel que no tiene el impulso del amor erótico viene fallado, como la mujer que no tiene el deseo de la maternidad viene fallada.
No sé si leíste una nota en Página 12 acerca de los asexuados. Seguimos peleando contra lo binario y da la sensación que el deseo es más múltiple de lo que imaginábamos. La nota no tomaba lo asexuado como patología ni como mero efecto de la pandemia o del encierro, sino como una opción, probablemente temporal, pero bastante chocante para quienes piensan que, en la “adolescencia normal”, las hormonas deben dirigirse de manera prioritaria al sexo.
Las categorías se transforman en nuevas góndolas de mercado. Todo lo que es una imposición juega en contra del deseo. Una cosa es el deseo erótico, donde se asimila el amor, y otra cosa es el amor. No se puede vivir sin amor, sí se puede vivir sin deseo erótico o con un deseo erótico sublimado y con la libido desviada hacia otras cosas. Nadie es toda la vida igual. Algo que resultaba imprescindible a los treinta, quizás a los cincuenta es accesorio y lo vital empieza a pasar por otro lado. Para mí la relación con mis perros es absolutamente vital, quizás porque ya son viejos y pasé a ser cuidadora de ellos y estoy repitiendo lo que pasó con mis padres. Como hija única, tuve que cuidar a los dos y fue muy traumático. Se enfermaron al mismo tiempo mi papá y mi mamá, falleció súbitamente mi marido de treinta y ocho años y yo debía cuidar a mi hija. Así que estoy entrenada en sortear problemas graves. Macri no me iba a doblar así nomás.
¿SOMBRAS NADA MÁS?
«Allí donde la vida levanta muros la inteligencia abre una salida».
Marcel Proust
En “La reinvención del amor” leímos:“En la cultura de Japón (…) hay exquisitos ejemplos de cómo los sentidos, especialmente la vista y el tacto, estaban apoyados en otra idea del cuerpo, pero también en otras valoraciones de lo nuevo y lo viejo (…) sus vajillas cuarteadas eran más valiosas que una vajilla nueva. (…) la vajilla no era blanca, como la que se usa en los restaurantes de sushi occidentales, sino ocre, rojo oscuro, marrón. Eran colores elegidos ancestralmente para que en ellos rebotara la luz oscilante de las velas.” ¿Cuál es nuestra idea de “lo viejo”?
Empezó a haber como una reivindicación de lo no joven. “Viejo” tiene aún una connotación un poco peyorativa. Todavía hay que aclarar cuándo decís viejo en el sentido peyorativo y no en el sentido natural. Eso es parte de la construcción del poder, es el programa de Tinelli, es la televisión. Si tenés 30 años, ya sos viejo. Para estar en C5N, tenés que ponerte una minifalda apenas por abajo del culo. Yo ni loca volvería a trabajar en la televisión. El ser famoso es un horror. Perder el anonimato es insoportable para mí. Ir por la calle y que sepan quién sos es tremendo. No puedo entender cómo hay genta a la que le gusta la fama. Yo soy cronista, no me gusta llegar a un lugar y que todo el mundo se dé cuenta de que llegué yo. Ahora, por suerte, se olvidaron un poco. Y los barbijos me ayudan. Pero pasé un tiempo de mucha desesperación porque me sentía descubierta.
Volviendo a la pregunta sobre las cosas viejas, nos interesó cómo cierta cultura japonesa revaloriza la cosa usada, la que tiene la huella, la rajadura. Cómo se contrapone esa idea a la compulsión a renovar, que genera además una impotencia económica muy grande.
Fijate qué loco, todo lo que describo en ese libro es la vieja tradición japonesa, y ahora nos llega desde esa latitud una especie de histeria por el orden, que no existía en aquella tradición. Era puro despojo, puro minimalismo, pura reivindicación de la oscuridad, que tenía un sentido positivo.
La penumbra…
Sí, la penumbra, que permitía ver la oscilación de la luz sobre los colores, ocres y rojos… Cuando me enteré en ese libro que la vajilla original de sushi era ocre o marrón, que lo blanco es un invento californiano, entendí un montón de cosas. Asimilamos muchas cuestiones como “naturales” y, en realidad, es pura cultura de masas.
MONTAÑA RUSA
“En el infierno inflacionario,
y entre los líderes del mundo,
tu corazón se abrirá, tal vez.”
”Resumen Porteño”, Luis Alberto Spinetta
Da la sensación de que la luz de neón del capitalismo le ha ganado a todo. En un texto decís que el ocaso del capitalismo ya está mostrando sus huellas. Lo que parece es que ha mostrado una capacidad de reinventarse cada vez más decadente. ¿Creés que en verdad hay un ocaso?
Creo que sí. En términos históricos, no sé si nosotros como generación lo vamos a ver. No vamos a verlo caer el año que viene. Pero a la inercia del movimiento histórico sí la veo. Creo que va a surgir un nuevo colectivismo histórico con Rusia y China como poder hegemónico en el mundo. Estados Unidos está cayendo, y por eso el trumpismo, que es un resultado de la decadencia de la hegemonía norteamericana.
¿Creés que las democracias occidentales pueden ofrecer una alternativa para ese nuevo mundo, emperradas en esa democracia burguesa, tal como la entendemos ahora?
Para mí no funciona. Creo que el único tipo de democracia real es la democracia representativa, y a eso le llaman populismo.
Si bien los gobiernos de Cristina, Lula, Néstor fueron mejores para redistribuir, siguen dentro del capitalismo. La teoría de los ciclos, que se parece a la de los años de vacas gordas y vacas flacas de la Biblia, configura como un destino fatal, donde das cuatro pasos para adelante en diez años y, en uno, ellos dan diez pasos para atrás. En este sentido, ¿vos crees que un capitalismo suave podría ser democrático?
La revolución cubana o la revolución rusa fueron modelos de lo que parecía el único camino no capitalista posible. Ahora, ya desde los ´70 -por lo menos- sabemos que no es una vía factible. Yo no veo en Argentina o en países vecinos ánimo de volver a las organizaciones armadas para derrocar a un gobierno a través de una revolución. Lo que veo es la puja por ganar el poder a través de los votos. Es la puja que están dando los chilenos en la calle, en una pelea tan revolucionaria, como cualquier otra revolución. Porque lo que pasó en Chile es una revolución, pero el objetivo es una democracia representativa.
¿Qué limitación le ves a la democracia representativa?
La limitación es la oposición a la democracia representativa. No hay ningún país donde haya habido una democracia representativa, en el sentido de que gobiernen las mayorías, y donde el partido gobernante no tenga como obstáculos a corporaciones o a elites nacionales. Entonces: no Menem, no la Alianza. Sí Cristina, sí Chávez. En realidad, es el enemigo el que nos da la señal de que eso si funciona, funciona con efectividad. Si no, no se hubiese demonizado así a esos gobiernos populares, la persecución no hubiese sido tan fuerte.
Hay organizaciones que funcionan bajo el concepto “No logo”. Se juntan en acampadas y se movilizan para lograr objetivos inmanentes y concretos. No responden de manera orgánica a un partido. Respetan las subjetividades individuales y, es cierto, no buscan tomar el gobierno. Pero sí buscan una alternativa que no opta ni por la revolución armada, ni por el capitalismo suave.
Chile es un buen ejemplo. Allí confluyeron la lucha mapuche, la estudiantil, la feminista, la de ciertas izquierdas, la de los comunistas…Fue un año y medio de pelea en la calle, más de doscientas personas quedaron sin ojos por disparos policiales, hubo varios muertos. No se trató de salir a la calle a hacer bardo, sino de dar la pelea. Algo similar está pasando en Colombia. Como resultado es probable que, después de Piñera, Chile tenga un presidente comunista, del PC, pero con el respaldo de una nueva Constitución. Una Constitución que permita la supervivencia de un gobierno no capitalista. Ahí aparece un Estado. Creo que nuestras ideas sobre el Estado también han cambiado, uno se ve obligado a colocarse en lugares que son incómodos.
Sin embargo tuvimos que soportar 4 años de un gobierno que era claramente asesino para respetar a la democracia representativa.
Sí, pero ya no era democracia representativa, representaba a los CEOs, a las corporaciones.
Pero llegó por las vías de la democracia representativa…
Sin los medios de comunicación no lo hubiesen podido hacer. Convencen a la gente de que eso es democracia. Operan con censura, con jueces comprados, con agentes de inteligencia espiando a seiscientas personas. A eso le decían democracia. Sin los medios de comunicación concentrados, sin ese aparato diabólico, no lo hubieran logrado. Como saldo, aprendimos que no se puede hacer una ley de medios sin una reforma judicial previa. Con una justicia de mierda como la que tenemos ahora, cualquier ley es inútil, hasta un DNU de Alberto Fernández diciendo que no tiene que haber clases. Entonces, primero hay que hacer la reforma judicial. La fuerza de los medios nos impide ver una ecuación muy clara. Un chico posteó un comentario a una nota que escribí sobre Colombia: “hace años que, en Colombia, nos tienen con que si sos conservador o si sos liberal… Y, mientras tanto, 500 tipos manejan el país, y nosotros somos millones, ¡saquémoslos!”. Si esa misma ecuación se hiciera en todos los países de la región, los sacaríamos a todos a la mierda. Pero estamos con diferencias accesorias cuando, en realidad, tendríamos que ir a la contradicción principal siempre: hay que sacar a las elites del poder.
HOMO SOLIDARIUS
“Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.”
“Te quiero”, Mario Benedetti
No queremos dejar de conversar sobre Frans De Waal y los bonobos, texto al que te referís en algunos de tus libros. También cita el tema otro entrevistado de este número, Alberto Kornblihtt. La idea de que ciertos animales distinguen entre el bien y el mal parece toda una revolución emotiva, una novedad de la cual todo el mundo se tendría que enterar, para poder pensar con elementos que antes no teníamos. Y, sin embargo, no sucede.
Cuando en mis talleres yo hablo de los bonobos, se genera una cosa mágica, de deslumbramiento, de azoramiento. En general, todo lo que tiene que ver con la naturaleza y corre un velo sobre nuestra propia ineficacia como especie genera una especie de interés súbito. Además, De Waal escribe bárbaro, es un autor valiosísimo.
Con relación a este tema, el de la empatía y solidaridad de los bonobos, ¿cuáles son los peligros que podría traernos la empatía? Muchas filosofías imaginan que, por naturaleza, somos malos, guerreros, competitivos, destructivos. Pero una tendencia empática a la naturaleza, salvo en Spinoza, cuesta encontrarla.
No sé cuáles pueden ser los peligros de la empatía. Sí, hay que abandonar la ruta del pensamiento filosófico tradicional e ir por la ruta de Spinoza, de Nietzsche. Un camino más afín con la empatía, la solidaridad, la compasión y la espiritualidad como motores de las acciones. Estas cualidades son pre-políticas, pre-ideológicas, pre-religiosas. Cuando De Waal habla de empatía no se refiere a que alguien te caiga bien. Habla de una necesidad de ponerte en el lugar del otro. Un poco para descansar de vos mismo y un poco porque es lo que te manda tu naturaleza. Y no ocurre sólo con los bonobos, hay otras especies también. Cualquiera de esos animales, al lado de Bullrich o Carrió, son muy evolucionados.
La pregunta, o la reflexión, tenía que ver con que el miedo a ser empáticos tal vez provenga de haber sido criados para actuar en contra de esa empatía…
Yo creo que eso se debe a que el poder y el statu quo tienen que ver con la supremacía masculina y con las elites. Son los dos ejes del poder transhistórico. De acuerdo a cómo vayan cambiando las épocas, van cambiando las elites. La supremacía masculina ahora se está rompiendo, pero ha sido durante 20 o 25 siglos igual. Las mujeres fuimos las primeras colonizadas de la historia. Y ahí se construyó un mito acerca de qué es lo natural de lo humano. Si rompés ese mito, te encontrás con que lo humano está latente entre los que nunca tuvieron el poder. Trans-históricamente el populismo es lo reprimido en el poder.
ESA MUJER
“Siento que ella vendrá
y sus labios de rouge dirán algas
algas y vientos del mar”
“Ella Vendrá”, Palo Pandolfo
¿Qué te dejaron los encuentros que tuviste con Cristina, a raíz del proceso de escritura de su biografía?
Cristina es una mujer ígnea, un animal político como yo nunca había visto. Una tiene la sensación de que no puede estar a su altura. Me resultaba difícil interactuar con ella, te produce una especie de complejo de inferioridad inmediato. Ella es áspera, no intenta congraciarse con nadie. Nos encontrábamos ahí para hacer un trabajo, no jugábamos a que yo iba a tomar el té. Estaban los bombones, estaba el té, pero el objetivo era laburar para hacer un libro. Por otra parte, Cristina es una persona con una enorme predisposición a comunicarse. Cuando me contaba de los vestiditos de las muñecas que le hacía la tía, ella disfrutaba mucho esa memoria emocional, mientras la recreaba. ¡Yo estaba deslumbrada, no me imaginé a Cristina contándome de su familia, del parto, del dolor psíquico y físico! Pero, al mismo tiempo, yo veía que es una persona absolutamente estratégica en sus movimientos políticos y, a la vez, absolutamente honesta.
La designación de Alberto como candidato es un ejemplo claro…
Ella sabe que, ahora, este país aguanta un Alberto Fernández, no aguantaría de nuevo a Cristina. Se repartieron las cargas, existe una amalgama, y estoy segura de que no hay ninguna rispidez entre ellos. Puede haber diferencias, sin duda, que se discuten. Está claro que el kirchnerismo y el albertismo son orientaciones distintas. Pero ella sabe que el país hoy está para el albertismo. Ella es una estratega, de las mejores que nos ha dado la historia.