La potencia: sobre la ley de huertas urbanas en CABA.
Por Lourdes Landeira

 

ENTRE LA LETRA Y EL LÁPIZ

“Si no discutimos esto –sugiere Remo- vamos a seguir teniendo ciudades con millones de personas estresadas, enfermándose, sin producir algo realmente útil o necesario para la vida, en sociedades intoxicadas por el odio, la confrontación y la muerte: mirá las noticias a ver si tengo razón. Entonces hay otro futuro: recuperar la fraternidad y el sentido común”. Sentido común como capacidad de pensar, sentir y actuar, una apuesta a la convivencia en la granja humana”
“Agroecología. El futuro llegó”, Sergio Ciancaglini

Nací, crecí y viví siempre en ciudades. Soy la típica candidata a creer, contra cualquier razonamiento básico, que la zanahoria crece en los canastos de los supermercados. Conozco el medio rural por películas idílicas a las que nunca deseé pertenecer, por haber visto campos cultivados desde la ventanilla de algún medio que me transportaba entre destinos o por el relato periodístico de los infortunios, que los autodenominados “el campo” pretenden imponer como “bien nacional”. Y también, sé del medio rural a través de las fotos de quienes en las últimas décadas enfermaron y murieron por el uso de agrotóxicos. Y, a su vez, sé por otras fotos, las de quienes promueven y practican otro modo de producir alimentos, otro modo de vivir y de morir. Ambas series de fotos son igual de conmovedoras e indisociables.

Llegado ese punto en que la conmoción hace cosquillas en el cuerpo, puede una rascar la molestia hasta lastimarse o abrir la puerta para ir a jugar, me decidí por esto último. Y así conocí al “Colectivo Reciclador” sobre el que conté en el número anterior de nuestra revista. En esa nota, hice mención a la ley de huertas urbanas. ¿Por qué traer una ley a un número en el que merodeamos la potencia? Entre otras cosas, porque la letra de una ley es un modo más en que nos narramos y nos constituimos como sociedad. Y porque una ley que se pone a escribir la escucha activa de lo que tienen para decir los miembros de una comunidad tiene capacidad potenciante. O no, depende de la mano que empuje el lápiz.

En la última sesión de la legislatura porteña del año 2020, el legislador Roy Cortina presentó un proyecto de ley de promoción y difusión de las prácticas de agricultura urbana en la Ciudad de Buenos Aires. El título suena muy atractivo. Sin embargo, algo no parecía estar del todo bien. Por eso, conversé con Agustín Reus: licenciado en economía agraria, miembro del Colectivo El Reciclador y parte activa de otro proyecto, de otra ley. Y le pregunté.

 

LA ALEGRÍA DE LA PRIMERA CITA

“Lograron entenderse gracias a un dialecto que abarca terminologías curiosas: tréboles, bosta, malezas, venenos, lombrices y otros misterios similares”
“Agroecología. El futuro llegó”, Sergio Ciancaglini

¿Cuáles son los antecedentes a la ley aprobada por la legislatura el último diciembre?

En el año 2019, el Gobierno de la Ciudad citó a los que integramos el espacio Inter-Huertas, entre quienes está el Colectivo El Reciclador. Somos distintas organizaciones y armamos huertas en espacios públicos y cedidos, al costado de una plaza, o donde podemos. En nuestro colectivo hacemos agroecología y huertas urbanas en terrazas y en veredas. Nos alegró el llamado de la Ciudad: la idea era pensar un proyecto de ley para regular la actividad. Era lo que necesitábamos para terminar con los recurrentes desalojos y la caza furtiva de huerteros. Quizás, por burocracia o por desconocimiento, los huerteros nos enfrentemos a que se nos combata por ocupar espacios públicos, sin pensar en los beneficios de esa ocupación: reconstruir el tejido social, los alimentos que producimos y la revalorización de espacios abandonados u ociosos.

Contra lo que suele suceder con las citaciones, esa parecía auspiciosa.

Lo era, pero el 2020 llegó con la pandemia y para los funcionarios dejó de ser una finalidad. Sin embargo, la legisladora Cecilia Segura, del Frente de Todos, recogió el guante para darle marco legal a nuestros objetivos. En conjunto, desarrollamos el proyecto de ley de sistema de huertas públicas agroecológicas. Una política pública para el uso de un pequeño espacio, por ejemplo, una plaza o un parque, como lugar verde de uso demostrativo de agroecología urbana, que no es solo huerta, sino también reciclaje, compost, bio-preparados, reutilización de materiales. Se previó, además, integrar a clubes, centros de jubilades, sociedades de fomento, en fin, entidades privadas socialmente abiertas y ligadas a la comunidad, que suelen disponer de espacios donde ejercer estas prácticas. Pudimos presentar el proyecto a la comisión de Ambiente y Presupuesto hace justo un año, el 27 de mayo de 2020.

Quedaba esperar fecha para su tratamiento, ¿no?

Sí, pero no fue lo que sucedió. El proyecto quedó cajoneado. No obstante, no nos quedamos quietos. Salimos a pedir firmas, nos movilizamos en las redes, en los medios de comunicación y logramos una fuerza con conjunción de actores no solo huerteros, sino también urbanistas, colectivos de arquitectas, referentes de la agroecología. La huerta es una excusa que trasciende la producción hortícola hacia el pensamiento de una ciudad mejorada. Y nos tuvieron que escuchar. Entonces, el legislador Roy Cortina, con el aval del oficialismo porteño, desempolvó un proyecto muy lavado de agricultura urbana, que había armado en 2018.

¿Por qué “lavado”?

Porque distaba mucho de ser una política pública para enseñar y expandir conocimiento. Lo que nosotros habíamos elaborado era y es disruptivo, es algo que no existe. Yo me formé en la Facultad de Agronomía y te aseguro que nunca vimos el concepto de producción en las urbanidades. Lo urbano solo se concibe como el consumidor al que la ruralidad provee. Y lo peri urbano no existe o solo existe como un medio. Nuestro accionar se da en espacios reducidos, en el uso de intensivo. No hablamos de hectáreas, hablamos de metros cuadrados. Nuestra idea es mostrar que donde había cemento puede haber alimento.

 

AMANECER EL DÍA DESPUÉS

“Podría hablarse de una república transgentina, que tiene toda una historia cultural y política en la aplicación de maquillajes de ese tipo: para que nada huela mal, se elimina el olor, no lo que lo causa.”
“Agroecología. El futuro llegó”, Sergio Ciancaglini

¿Y qué sucedió con el tratamiento del proyecto de ley del oficialismo?

La aprobación del proyecto Cortina fue express, por eso decimos que fue antidemocrático. Porque se impuso entre gallos y medianoche. Las intenciones pueden ser o parecer buenas cuando se lee el muy corto texto de la ley. Pero hay dos cosas graves, una es que se deja abierta la posibilidad de ceder el uso de espacio público a la actividad privada y/o sponsoreada. La otra, que desoyó la experiencia de quienes venimos trabajando la agricultura urbana en la práctica. La ley, en este caso, no viene a proponer soluciones, sino a acallar nuestras problemáticas y conocimientos.

En este número de la revista, el tema es la potencia. Y pensé en abordar el tratamiento de la ley, en tanto potenciante de la comunidad. Pensaba que, en general, las leyes que más resuenan en este sentido son precedidas de la potencia de las luchas populares, como las leyes de matrimonio igualitario, la de interrupción voluntaria del embarazo. ¿Cómo sigue, entonces, esta lucha?

Nosotros no bajamos los brazos. Continuamos en la acción y en la búsqueda de formas viables y mejores de abrir el conocimiento. De hecho, y por más insuficiente que sea, esta ley se generó por una demanda genuina que los obligó a darle un algún espacio. Son las reglas del juego. Nosotros continuamos con las huertas en las veredas en base a pasivos ambientales, como herramienta de trasformación.

Queda adjunto, para quien se quiera interiorizar, el texto completo del proyecto que elaboraron con el equipo de la legisladora Cecilia Segura.

TEXTO Y FUNDAMENTOS DEL PROYECTO DE LEY

 

NUESTRA QUERIDA PRESENCIA

“Maritsa Puma, mamá de Gaia, campesina y técnica, es una mujer menuda, educada, de esas personas que con pocas palabras dice mucho: ‘Quieren hacer una ley para que exista un monopolio de las semillas, como si fuera un crimen que las plantas tengan flores y nos den semillas. Así, nos dejarían dependientes de las empresas. Las mujeres vamos a la quinta con nuestros hijos. Si estoy envenenando, mi hija está al lado mío.’”
“Agroecología. El futuro llegó”, Sergio Ciancaglini

Sobre el proyecto, me gustaría destacar uno de los antecedentes que menciona en sus fundamentos: el programa Escuelas Verdes.

Es un programa vigente desde 2010 que apunta a que cada escuela tenga un espacio de huerta y reciclaje. La mayoría, por falta de recursos o de conocimientos, no lo tiene. Es un problemón que se podría resolver sin necesidad de disponer de presupuesto especial. Bastaría con que varias escuelas compartan la huerta de la plaza más cercana. Imaginate lo que podríamos haber hecho en pandemia, tomando sol y aprendiendo, en lugar de discutir si presencialidad sí o no. Lejos de un espacio cerrado o un patio frío, sin dependencia del acceso a computadoras y redes, las clases podrían haber sido en las huertas, en grupos de diez chicas y chicas por turnos, reunidos alrededor de la huerta urbana. En la huerta aprendemos matemáticas, biología, física, ciencias naturales. Y hasta gimnasia. La huerta te enseña a agacharte bien, a no encorvar la espalda, a usar la técnica de la fuerza. Creemos que debe pensarse el modo de hacerlo viable.

Educación integral, de verdad.

La huerta puede ser parte de la escuela de manera sencilla. Yo no soy educador, pero creo mirar un pizarrón durante horas es un método obsoleto. En la huerta hay magia. Ahí se puede ver en vivo el compost, la alquimia de la materia que se transforma en humus, en un abono de altísima calidad, que no contamina. Es un disparador del que surgen muchas preguntas, por ejemplo, por qué enterrar nuestros desechos orgánicos en lugar de transformarlos y devolverlos a un ciclo vital.

Mencionaste que no sos educador, ¿querés contarnos de dónde venís y por qué haces esto?

Desde el secundario, estuve muy atento a la problemática del hambre. En la licenciatura en economía agraria, encontré algunas bases para entender que la escasez tiene que ver con la distribución y no con el producir. De todos modos, el sesgo de la carrera es paradigmático: el productor tiene que someterse al paquete químico prestablecido. Como porteño nacido y criado, quise hacer otra cosa, pero desde la ciudad. En línea con lo que proclama la ONU, quiero una urbanidad eficiente que dé respuesta a las problemáticas de la concentración poblacional. Y esas respuestas no pueden ser enterrar la basura a 30 km de distancia. A su vez, como trabajador del ministerio de Agricultura y Pesca, aprendí que la política pública es lo que puede dar solución a todos, sin discriminar. Pero creo firmemente en la movida y la acción de las bases, porque allí donde las políticas tradicionales no llegan, más tarde o más temprano, la sociedad toma la iniciativa y hace uso.

 

ENTRE MALEZAS Y BIENEZAS

“Remo Vénica dice que más que de revolución prefiere hablar de re-evolución, pero creo que todo confluye en lo mismo: una potencia transformadora del pensamiento, de la voluntad, del deseo, de la acción, de la producción, de las relaciones entre las personas, de los etilos de ser, del trabajo. Si este es el horizonte entonces creo que este no es un final, una conclusión, algo que terminamos aquí, sino el prólogo de una historia que estamos viendo nacer.”
“Agroecología. El futuro llegó”, Sergio Ciancaglini

La conversación no terminó. Hay mucho para decir y para hacer. Y, en mi caso, aprender. Por eso continúo de puertas abiertas, dispuesta a ser parte del juego. Mi balcón, lejos de las hectáreas, apenas ostenta centímetros cuadrados. No puedo armar una huerta en ese espacio. Mi vereda no es mía, es del frente del edificio donde convivo con unas sesenta unidades familiares a las que no conozco. No puedo sembrar cubiertas sin su consentimiento. Sin embargo, mi espacio es suficiente para compostar, germinar, repicar y luego distribuir. Que el ciclo continúe en otro espacio. Me pregunté adónde llevar lo producido en mi recinto privado y fui a consultar la página del gobierno de la Ciudad. Entre los muchos dibujitos de personas sonrientes, ingresé al Área Ciudad Verde y supe que hay Centros de Reciclaje. Me entusiasmé, pero solo son tres y ninguno cerca de donde vivo. Lástima, me dije. Pero decidida como estaba a hacer mi tarea, seguí en la búsqueda. Y entonces lo encontré. Hay Puntos Verdes en todas las comunas. ¡Ahí puedo llevar mis residuos orgánicos! La exclamación duró poco, tengo el más cercano a unas veinte cuadras y me esperan los jueves de 11 a 13 horas. No logré armar una estrategia para hacer todo ese camino cargada con las bolsas de una semana de desechos ni para conseguir que mi trabajo me otorgara esas horas libres. Pero, claro, obstinada en potenciar mis posibles, no me di por vencida y, sin haberlo previsto, me encontré de lleno con el amor. Las personas disfrazadas en rostros felices dibujados en la pantalla me explicaron que puedo armar “botellas de amor”. El procedimiento consiste en llenarlas de otros plásticos de un solo uso con los que luego se hace mobiliario urbano. Una vez listas, las puedo entregar en los Puntos Verdes que, para este cometido, atienden hasta las 17. No, por mi trabajo, tampoco llego a esas horas. Calma, lectores que hay más y ya estamos por llegar al final. Alguien pensó en mis limitaciones horarias y, por eso, también puedo entregar mi amor en lugares de horarios extendidos: en supermercados Carrefour hay centros de recepción. ¿Será una invitación a comprar más plásticos para armar más botellas para entregarlas y volver a comprar? Recordé las acciones sponsoreadas de las que me habló Agustín, cerré la página y me fui. Pensar la potencia me remite siempre a lo colectivo. Lo que a nivel individual se efectúa en distintos grados que nos acercan o alejan de alegrías y tristezas es siempre situado –aún en periodos pandémicos- en una geografía planetaria que se expande y se contrae entre lo familiar y lo global. Porque es urgente revincularnos con la potencia que somos, voy a llevar mis producidos orgánicos y mis plantines a La Margarita, la primera Escuela de Huerta Urbana Agroecológica del Colectivo El Reciclador. La próxima se los cuento.

[button-grey url=»#» target=»_self»]AGROTECTURA[/button-grey]

[button-grey url=»#» target=»_self»]

Me encantan las palabras compuestas que concentran y potencian sentidos. Agrotectura, la que da nombre a este recuadro, es una de ellas. No la inventé, la escuché en algún lugar que ya no recuerdo. Ese es su gran logro, lo que expresa trasciende el contexto del que surgió.

En la conversación con Agustín Reus, él se refirió a la híperconcentración de la población. Y me dio datos. En las ciudades vivimos el 92% de las personas. Argentina es uno de los países con mayor tasa de habitantes urbanos. ¿A cuántas personas se podría mudar al campo?, se preguntaba. No se puede criar vacas para obtener leche y carne, pero sí se puede producir localmente la cantidad de frutas y verduras que cada quien precisa para alimentarse de forma saludable, libre del veneno que enriquece a las multinacionales y enferma a la humanidad.

Me permito acá abrir un paréntesis para destacar, en medio de la pandemia que tanto nos perpleja, que de acuerdo al informe de la Organización Mundial de la Salud de diciembre 2020, el 70% de las principales causas de muerte ocurre por enfermedades no transmisibles. Entre ellas, la diabetes, los cánceres del sistema digestivo, las renales, los accidentes cerebro vasculares vinculados a altos índices de colesterol. Sí, no hace falta aclarar su relación con qué comemos cada día.

Retomo la charla con Agustín para decir que no fui a verificar el dato preciso de si es exactamente 92 el porcentaje de quienes vivimos en ciudades en Argentina. La contundencia del número lo hace incontrastable. Y recuerdo que, entre los grupos que apoyaron el proyecto de huerta urbanas que la legislatura porteña desoyó, mencionó al colectivo de arquitectas. Ahí hice el vínculo con mi palabra del día: la agrotectura.

Del mismo modo en que precisamos rampas en las esquinas, ascensores en los edificios, ventilación en las cocinas, es indispensable que nuestros espacios públicos y privados sean amigables con el compostaje comunitario y con la producción de alimentos en pequeña escala. Por supuesto, las locaciones gubernamentales deberían ser las primeras en pensarse y adecuarse a la idea. Pero también, en esta Buenos Aires que construye edificios por doquier y que incorporó rápidamente, por ejemplo, los bicicleteros, como parte de las necesidades de los habitantes/consumidores, ¿por qué no diseñar desde el vamos la compostera y la huerta del futuro consorcio?

Estoy segura: hay gente pensando en esto. Lo voy a investigar. Por lo pronto, dejo la inquietud y un par de brevísimas reseñas de referentes históricos de la materia. (*)

ADOLF LOOS: Fue un arquitecto comunista, intendente de Viena a principio del siglo pasado, que creía que las plazas urbanas debían ser destinadas a plantaciones populares. En su conferencia de 1926, “Los modernos barrios residenciales”, planteaba la necesidad de que las personas se pusieran en contacto con la “Naturaleza libre” en parques públicos ya que “la posesión de un jardín particular es antisocial”. Para él, el horticultor aficionado era un hombre feliz, porque en la huerta, después de un día de trabajo agotador, volvía a ser hombre tanto espiritual como psíquicamente.

“¿Qué aspecto debe tener la casa que forma parte de una colonia residencial? Partamos del huerto. Este es lo principal, la casa, lo secundario. Tendrá que ser, como es natural, lo más moderno posible. Debe ser pequeño, cuanto más mejor, porque 200 metros cuadrados es el área máxima que un colono puede cultivar. Si sólo tiene 150 metros cuadrados, tanto mejor, ya que cuanto mayor sea, tanto más irracionales y anticuados serán los métodos con que el hombre trabajará en él, cuanto más pequeño sea el huerto, tanto más económica y modernamente será cultivado”

LE CORBUSIER: También fue un arquitecto, en este caso, más conocido por nosotres. Muches hemos visto la famosa casa de La Plata que diseñó con un árbol atravesado en sus entrañas, donde se filmó la película “El hombre de al lado”. Parece que, entre las cosas que este señor pensó, estaba la idea de que los techos fueran planos, para devolver el espacio libre de expansión que los edificios robaban, con sus pisadas en sus techos.

“Se puede revolucionar totalmente la economía tradicional de la casa. Si construyendo sobre pilotis se recupera la casi totalidad del terreno cubierto por la construcción, al hacer la azotea-jardín se dobla aquella superficie: en vez de perder el terreno al construir sobre él, se dobla. Y si se considera la cuestión urbanista, se verá que se ha recuperado toda la cara alta de la ciudad al barrer los tejados: en metros cuadrados, haría un hermoso capital. ¿Hay alguno todavía que plañe en favor del tejado inclinado, del “buen viejo tejado” de todos los días?

(*) Agradezco al arquitecto Claudio Zlotnik el haberme acercado estas referencias[/button-grey]

 

 

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here