La potencia: EDITORIAL
Por Gabriela Stoppelman

 

¿EN EL PRINCIPIO FUE EL MENOS UNO?

Desde la religión a una larga lista de filosofías, venimos caídos o fallados o carentes o incompletos. De ese modo, si la última criatura creada en el Génesis es pecadora o si “el hombre es el lobo del hombre”, se impone entonces la necesidad de ser disciplinados, rectificados o mantenidos a raya, por ejemplo, a través de un contrato social. O cedemos parte de nuestra potencia o alguien debe impotentizarnos. El mal, la pulsión de muerte, “el instinto animal” -siempre con el precio bajado con respecto a nuestra nunca demostrada superioridad racional- impregnan la naturaleza de ferocidad. Hay un signo negativo en el comienzo. Parece que todo empezó en el menos uno y, a partir de esa tachadura, debemos remontar largos caminos, pagar carísimos precios, soportar inhumanas compensaciones para recibir, como premio máximo, pasar del menos uno al cero. La frase “yo puedo” proyecta dos sombras inmediatas. La soberbia y la culpa. La vida como afirmación, ese latido alegre en la filosofía de Spinoza, no encuentra un sitio cómodo en un mundo que oscila entre justificar cualquier trampa para hundir al ya caído, o reclamar “humildad” a todo grito que niegue la indignidad de vivir dentro de un pozo.

 

CON LA CASA ABIERTA

Para muchas personas, los invitados son una molestia. Hay que atenderlos, el living debe estar limpio, sacar del medio toda huella de entrecasa, armar un espectáculo de pulcritud, como si el orden fuera una señal más de que hemos superado el casillero menos 1 de la evolución. Al Bosco, hombre del siglo XV, parece que estos asuntos lo tenían sin cuidado. Sus espacios son transparentes, a puertas abierta o, mejor dicho, a huevo partido.

Este es un detalle de “El infierno”. Cierta mirada bíblica indicaría que se trata de la tercera parte del tríptico, un punto de llegada, no de partida.

 

Pero, por suerte, El Bosco no dejó manual de instrucciones sobre cómo leer el cuadro. Así que podemos empezar del infierno hacia el paraíso, sin miedo al castigo. La información siempre destaca que se trata de un infierno musical. Extraño modo de torturar a los pecadores, brillantemente retomada en la película “La naranja mecánica”, en base al libro de Anthony Burguess, donde la venganza sobre el personaje central consiste en hacerlo escuchar a gran volumen una versión electrónica del segundo movimiento de la ´Novenad sinfonía´ de Beethoven. Pero el personaje de “La naranja mecánica” logra sobrevivir y, si mantenemos nuestra propuesta de recorrer el cuadro de modo inverso a la tradición, podemos decir que los personajes de este tercio del tríptico también lo harán.

Pero vamos lentamente, porque no hay modo de encontrarnos con este cuadro de un rápido vistazo. Acá prima la potencia del detalle, la multiplicidad de entradas, la falta de centros, la identidad mutante de segmento a segmento.

Empecemos por una pregunta obvia: ¿qué escuchaban estos “supuestos condenados”?

Cuentan las redes que Amelia Hamrick, una estudiante de música, fue quien se detuvo en las nalgas de un hombre aplastado por un laúd. Lo interesante es que este hombre llevaba grabado en su trasero una partitura. Amelia se ocupó de darle sonido y la tituló “Butt song from hell”, “La canción del trasero del infierno”. Al comienzo, Amelia pensó en transcribir la melodía como una broma, pero con una notación moderna, en la escala de Do, común en los cánticos gregorianos. La interpretó en el piano, la colgó en su blog y la música del infierno hizo furor en las redes.

Sin embargo, depongan ya mismo su imaginario con respecto a cómo debe sonar una música infernal. Escuchen: para tratarse de una tortura, resulta una amable y placentera melodía:

O deténganse en esta otra versión:

 

SE PONE FEO

Es cierto que no todo en el infierno parece tan amable. Si bien las reuniones, como anticipé, son a huevo abierto, y el hombre árbol mantiene su cabeza en horizontal con el resto de su cuerpo -tal vez, en rechazo de toda superioridad de la razón sobre la carne-; si bien las piernas perseveran en su condición anfibia, sostenidas sobre dos botes, pero muy cerca de la orilla, donde algunos invitados aceptan la pendiente de una escalera, como bienvenida a la entrada principal; y si bien la hospitalidad se multiplica en las aberturas de los pies, donde los troncos se abren a los visitantes, es cierto que el cuerpo se mantiene en un frágil equilibrio, gracias al refuerzo de una cinta (¿ vendaje?, ¿adorno?) y al delicado estirarse de las yemas de unos dedos-ramas, que apuntalan el vientre – tronco, recibidor de esta figura.

 

Y si esta inestabilidad no parece gran cosa como para merecer el nombre de “infierno”, basta levantar un poco la mirada hacia un cuchillo que avanza entre dos enormes orejas para hallar ruido, mucho ruido en el desbarajuste de la música desvanecida sin recorte y sin esmero.

He aquí el cuchillo, al que una lectura bastante dolorosa ha querido asociar a un falo, que condena la lujuria de los cuerpos aplastados bajo la escena. No creo que los falos del siglo XV hayan sido tan puntiagudos, pero dejemos el detalle al margen. Es posible intentar otra aproximación. Hay allí dos orejas envenenadas de bochinche, a tal punto que las poblaciones sucumben por la falta de silencio y pierden su rostro. Somos pura oreja, dispuestos a escuchar todo, a hacer de nuestros pabellones dos masas de carne atravesadas por una lanza, y de nuestro conducto auditivo, un túnel por donde invade toda la oscuridad.

Por no hablar de la dirección de ese cuchillo, que lleva grabado en su hoja una extraña M (¿Mundus? ¿Mortis?) y se orienta hacia el poblado carrusel sobre la cabeza del hombre árbol, donde gira y gira, como los círculos viciosos del pensamiento, que no encuentran pausa al aturdimiento, taladrados por una extraña gaita del exacto color con el que está pintado dios en el paraíso.

 

A CUCHILLAZO LIMPIO

Y si de cuchillos hablamos, cómo iba a faltar la guerra, la carroña contra la cual no hay armadura que te proteja, ni siquiera la famosa santidad del grial, cuyo elixir sucumbe y se derrama sobre otro cuchillazo, a cuyo filo se expone la vieja violencia de género, aplastada bajo la derrotada virilidad de los guerreros.

 

Un poco más abajo, la cosa se pone más y más espesa. Todo lo que se agiganta termina por derrotar lo sutil, la belleza y cualquier posibilidad de armonía.

Los instrumentos se han vuelto monstruosos. Como si de las dos partes que componen su modo de denominarse, “instrumento musical”, una -instrumento- se hubiese sobrepuesto a la otra -musical- y, en ese desequilibrio, se jugara todo el desbarajuste de dolor y crucifixión que muestra la imagen. Mal instrumentada, la pasión es solo incendio, como en lo alto del cuadro:

 

O lago congelado, como debajo del hombre árbol, donde danzan unos patinadores. Uno de ellos cae al agua invernal y lucha por salir.

 

LA QUINTA DE EL BOSCO

Pero salgamos de este infierno. Y vayamos al jardín de las delicias. Antes cerremos un rato las ventanas, para limpiarnos los ojos de tanta oscuridad. Que donde hubo música regrese la música. Y digo cerremos las ventanas, porque este tríptico es en realidad un políptico, compuesto por cinco partes. Sí, el tríptico se cierra en dos paneles, que son la creación del mundo, aparentemente, durante el tercer día bíblico, donde el universo se encuentra dentro de una esfera transparente, con solo vegetales, agua, cielo y territorio. Así que el famoso y tan venerado equilibrio del 3 se resume en un dos, que es un uno múltiple. O podemos pensar que el dos se abre al tres y, en ese sentido, se podría seguir abriendo al 4 o al cinco. Si miran, tienen un dios chiquitito en una esquinita. Una desdivinización del mundo, la creación es mucho mayor que el creador. Aparte dios no escribe la biblia, apenas la lee desde un rincón.

 

AGUANTE EL MESTIZAJE

Y por fin, bienvenidos al jardín de las delicias. Es este un mundo sin jerarquías, un auténtico mundo trans, como diría una de la entrevistadas de este número. Es difícil saber dónde dirigir la mirada, porque aquí reina la potencia multiplicada de lo que no se aferra, acá circula el curioso devenir.

Lejos de la imagen de “enfiestada”, que suele asociarse este panel, algunos de los personajes comen frutos, otros miran escenas vecinas o nos miran, pero la mayoría conversa. La gran delicia, el gran reinado del placer consiste en intercambiar la palabra y que el sentido se vuelva híbrido, renovado. Por eso vemos animales comunes y exóticos, con tamaños distintos a los usuales.

Una de las cosas más curiosas en este mundo es el mestizaje en acción: hay hombres vegetales, sexo con forma de fruto y pájaro, mujeres, blancos y negros entrelazados, cuerpos femeninos con vello masculino, lo fantástico continuado con lo real en las cinco construcciones sobre el agua. Si se fijan, la construcción central es similar a la fuente de los cuatro ríos del panel del Paraíso y está resquebrajada. Es frágil, las «delicias» son efímeras.

 

 

Si fuera por mí, ni paso al paraíso. Aunque hay algunas cosas buenas allí. Un dios casamentero presenta a Adán y a Eva, más cercanos al árbol de la vida -un drago, árbol de las canarias, cuya savia tiene múltiples usos-, que al árbol del bien y del mal. Los animales no están necesariamente apareados por especie, por ejemplo, el mono va sobre el elefante. Por otra parte, se acabaron los privilegios, el hombre y la mujer son blancos, pero también lo es el cisne -entre otras imágenes-, símbolo de la Fraternidad a la que pertenecía El Bosco. Dios tampoco tiene un color exclusivo, está hecho del mismo tono que a la fuente de los cuatro ríos del Paraíso.

Y un dato más, el árbol de la ciencia del bien y del mal viene, sí, con la famosa serpiente enrollada en el tronco, pero se apoya sobre una piedra con forma humana. Debajo de la roca hay una serie de reptiles de formas extrañas, ¿una proto idea de evolución? Aquí resuena la entrevista hecha con Alberto Kornblihtt.

Sin embargo, yo dije que no quería irme al paraíso, prefiero quedarme allí donde el deseo mueve las fichas, donde las casas son esferas transparentes, porque nadie parece creer que su intimidad sea algo tan diferente a la de los demás; donde la desnudez toma forma de sororidad en la piscina, como una danza de centralidad femenina en el goce de los cuerpos, mientras los hombres jinetean en un círculo más externo.

Me quedó allí, en la ilusión de regresar a los cuerpos rozándose, a los abrazos postergados, me quedo en la usina de puentes e intercambios que puede sobrevenir a esta espera. Por los que ya no están, por los cuerpos que han padecido el devastador choque con un gigante minúsculo, con ese pedacito de material genético que vive a nuestras expensas. Por los que van a regresar con algunas orfandades, por los que transitan el miedo, pero no renuncian a una nueva apuesta. Por todos ellos y por cada detalle del infinito cuadro de lo que vive y pulsa, tenemos el enorme desafío de reinventar la potencia de estar juntos. Que suene fuerte entonces el detalle, podemos empezar por una pequeña pero poderosa tujes music.

 

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