Fotografía, Ana Blayer

El tiempo: entrevista a Alfredo Moffatt

Entrevista: Liliana Franchi, Estela Colángelo, Milena Stoppelman, Pablo Soprano, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer

Agradecemos la colaboración y la presencia de Malena Moffatt en la entrevista.

 

                 “¿Qué podría hacer para que entiendan que no hay que resignarse a lo que venga, sino imponerse a las cosas, enderezarlas, negarse a aceptar toda esta ruina? Y ya sé que parece una tontería, pero estoy harta de ver gente triste…”
                “Los besos en el pan”, Almudena Grandes

Se empieza por apostar, no por creer. Por afirmar que, de una mínima torsión en la piedra roída, puede brotar una figura, un garabato. La minúscula maqueta entonces se atreve y se prueba fuera de sí. Ya externada, es espacio que sucede y marca un pulso. En su infancia de trazos y volúmenes, en su gatear entre bocetos y horizontes, rescata formas del escombro, libera del letargo antiguos polvillos.
Tiempo atrás, tiempo adelante, tiempo vertical y tiempo en largo, para la hora de gimnasia.
Tiempo que cojea y anda en una pata, para el taller de reparaciones.
Roturas de los días, astillas de una tarde y rebabas de la noche, justo al borde, en la estación de reciclados.
Y, para la clase de plástica, el alma bien nacida en el reclamo de una ruina revancha su niñez en amasados: futuro con orígenes, presente con ciclones. Así persevera la porfiada, sobre la ardua arcilla de la duración.
Aunque siempre la delicia es el recreo. Después de corretear y de perderse, qué mejor que pasarse la pelota, seguir la comba de un globo en la arcada del sueño, aprovechar poste y travesaño, si escasean los perfiles. Hundir la red hasta el colmo del día, y liberar toda la pesca. No detenerse en nimiedades como el triunfo personal o los trofeos. En cambio, aprovechar el contorno de esa ventana sin vidrios, colarse en los salones, sumergirse en el diseño de la ronda, hacer de cada mano entrelazada a otra mano un hito, el cimiento que engendra una columna.
Y, entonces, sí, sin plata y sin permiso, tender vigas contra el vacío, sanar los muñones mutilados del paisaje, ventanear fuera del recinto viciado de burocracias y estertores. Empeñarse en hacer, de un corte y una quebrada, una sutura y un refuerzo.
Recién cuando la maqueta sea grande, podrá ser niña, ciudad, territorio.
Recién cuando el boceto torne en raíz, tendido de cara al cielo sobre las vías del tren, el viaje será el vagón, el aliento, el pasajero, la comunidad que nos falta para sanar.
En esa frontera, a puro azuzar vacíos, nos encontramos con Alfredo Moffatt.

Arquitectura ruinas, Croft Lodge Studio

 

VIGAS CONTRA EL VACÍO

                     “(…) quién dijo que la verdadera ambición (de ese paraguas) no es encabezar la rebelión que lo llevará al trono en el vastísimo Reino de los Objetos Perdidos, quién dijo que no está listo para atacarte si fuera necesario, y por eso se entrena clavando en la pared el extremo aguzado con el que planea atravesarte dejando en la mampostería esas heridas que manan polvillo de yeso y cómo, sobre todo, persuadir a tus padres -alarmados por el estado de las paredes de tu cuarto- de su fatal amenaza, de su culpa.”
                      “El estado de las paredes”, Ana María Shua

Como el tema de este número es el tiempo, nos detuvimos en los textos donde vos contás de qué modo, en el hospicio, los internos pierden toda noción de futuro y de pasado, o lo transforman en un pasado mítico -el tiempo en que estaban “afuera”-. De tal modo, viven en un perpetuo presente.

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

Alfredo Moffatt (A): Sucede que el futuro se hace con pasado. En los psicóticos desaparece el tiempo, es como estar en un vacío en el que también se pierde la identidad.

Es una experiencia muy parecida a la de estar exiliado, pero del tiempo. ¿Y cómo se hace para recuperarle esa conciencia?

A: Primero, hay una persona sola en el jardín. Eso es la psicosis, queda sola. El tiempo se hace con el diálogo, operás con la palabra. Cualquiera que esté solo, solo, desaparece como identidad.

En uno de tus libros, contás que priorizás la acción al pensamiento, para poner el cuerpo en juego.

A: Sí, y lo digo porque en gran parte de las llamadas “terapias” no hay acción. En muchas comunidades y círculos no se hace nada, literalmente. En ese sentido priorizo la acción, pero no de manera excluyente. La palabra sirve para actuar, sin embargo, no hay acción sin palabra, sin transmisión de pensamientos. Los primeros humanos inventaron algunos sonidos y, con eso, pudieron darle forma a una idea. Inventaron el lenguaje y, con él, el tiempo.

¿Fue bueno o malo inventar el tiempo?

A: Es que no hay futuro sin tiempo. Y, si no hay tiempo, no hay identidad. Es un invento peligroso, sí, porque uno asume que vive para morir, lo cual es muy fuerte quizás como idea, pero sin tiempo la persona desaparece.

Hablando del futuro, has dicho que no puede encontrar un futuro quien no tiene un vacío. Esta última es una palabra que aparece mucho en tus textos…

A: Es así, porque el tiempo llena el vacío. Si no hay palabras, aparece el vacío, la palabra construye el lleno que es el futuro, porque ese sonido quiere decir algo que yo quiero transmitir.

Sant Miquel

 

VENTANEAR EL TIEMPO

                 “Una boca bien cerrada indica orejas abiertas y en tensión, de ahí que las puertas situadas bajo las ventanas de la nariz tengan que estar siempre cuidadosamente atrancadas. Una boca abierta es un hocico y nada más que un hocico, y cada uno de nosotros lo sabe muy bien. Los labios no deben brillar ni florecer lascivamente en su cómoda posición natural, sino que han de mantenerse fruncidos y apretados en señal de enérgica renuncia y expectativa… Hablando en serio: los que obedecen suelen ser una copia exacta de los que mandan.”
                   “Jakob von Gunten”, Robert Walser

A lo largo de tu experiencia como docente y terapeuta ¿tuviste alguna experiencia con el tiempo distinta a la meramente cronológica?

A: Recuerdo a un interno que, en el hospicio, inventó el tiempo para atrás, por ejemplo. El hospicio es un lugar donde se construyen muchos tiempos de distintas formas. El depresivo está largamente detenido. Y vivir en un presente continuo es muy angustiante. A veces, algunos pacientes hasta agreden para salir de esa depresión, de ese vacío sin palabras. Con respecto a experiencias propias distintas a la cronológica, recuerdo una, cuando fumé haschisch en Nueva York, allá por el ’68.

¡Qué año y qué lugar para fumar haschisch!

Hassan Rabag

A: Sí, era algo bastante habitual en esos tiempos. A decir vedad, cualquier droga produce una alteración en la organización de la realidad. En Estados Unidos había drogas fuertes y accesibles, digamos, y seguramente fumé una dosis que hizo su efecto. Estaba parado en un lugar y sentía que caminaba hacia una ventana. Como el tiempo se me había desconfigurado, era medio desesperante percibir que no podía evitar saltar por esa ventana, aunque en realidad seguía parado lejos de ella.

Malena Moffatt (M): Fue como una psicosis tóxica. Solo lo calmó que mi madre lo pusiera en una bañadera.

Como sea, son experiencias que ponen en cuestión si el único tiempo que existe es el cronológico…

A: Claro, porque el tiempo te organiza la realidad y el dónde estás, hacia dónde vas. Si no vas, no existís. Otras realidades se organizan de otros modos.

Alfredo y Malena Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

 

EMPEÑADO EN LÍNEAS POÉTICAS

                 “«¿Sabría decirme por qué estamos tan solos mojándonos en estos descampados?», la obliga a observar con detenimiento en sus ojos. Acostumbrada a escudriñar la mirada de sus alumnos y la de sus hijos, todos los días y durante horas; a descubrir en ellos alegría, pena, olvido, ilusión, angustia, miedo, desazón, esperanza, encanto…, le resulta fácil advertir que en lo profundo de esos ojos no hay maldad, no hay violencia. «Hay… Son dos espejos negros, en los que no se ve agresión —y busca la palabra que los describa—: Hay solo ausencia de respuestas», piensa. Por la forma de hablar, sabe que es un hombre educado. Por la delicada presión de su mano tibia contra su boca, sabe que es de buenas maneras. Como ella no parece asustada, él la suelta y le pregunta. Perdone, ¿puedo caminar a su lado?”
                  “Los irreales”, Alba Vera Figueroa

Volviendo al hospicio, en “Psicoterapia del oprimido” te detenés en los modos de resistencia del lenguaje en el hospicio: el silencio, los grafitos, la invención de neologismos, como “cuchasangre”…

Grupo Escombros

A: Sí, como el psicótico pierde la organización de la realidad, debe inventarla de nuevo. Quienes están sumergidos en un delirio inventan que no están ahí, que ahora no es ahora, que ellos no son ellos y vos no sos vos. Para definir un asesinato por arma blanca decían cuchangre: cuchillo y sangre, una condensación del lenguaje hace que se genere otra presencia inmediata.

Qué poético que es el delirio a veces, ¿no?

A: Sí, porque sintetiza, inventa palabras. El delirio es poesía, sí. El hospicio es un lugar donde encontrás gente que está sola. Se van perdiendo los vínculos, alguien queda encerrado en su delirio y entonces inventa, poetiza, digamos. Es uno de sus modos de resistencia.

¿Y cómo te vinculás con lo poético?

A: Lo poético es una forma de reconstruir la realidad, cuando la realidad se destruye. Si vos tenés cierto talento con las palabras y los sonidos, sos poeta. La poesía es decir algo de otra forma, construir otro vínculo.

Recién hablabas de la soledad. También en la calle la gente está muy sola…

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

A: Sí. Especialmente en ciudades con mucha densidad. Nueva York, por ejemplo, es un lugar donde no conocés a nadie, son tantos y todos están tan solos… Uno está de verdad con otro si hay un juego de sonidos que permite construir una temporalidad, un devenir. La vida es tiempo. Las construcciones delirantes suceden en el tiempo. Quizás la comunidad fue la primera construcción delirante, después legitimada. Por su parte, el hospicio es la destrucción de toda construcción. Por eso creé la Peña Carlos Gardel (1). En esa época, me la pasaba haciendo gráficos, líneas de tiempo, intersecciones, círculos y flechas que eran mi vida, la de otros, una especie de antropología de lo existencial.

M: “La Peña” fue algo instituyente que después se instituyó, que sembró precedente. Algo sacado de la nada en un momento muy necesario en ese hospicio, el delirio que necesitaba para construir dentro de lo loco y destructivo de ese sistema.

 

AL BORDE DE LOS TRAZOS

                “Me dio una gran alegría oír esas voces e imaginarlos a todos juntos allí, en la sala de estar de Las Margaritas, esa sala de estar que recuerdo tan bien, con la gran mesa ovalada, la pantalla de la lámpara con el borde descosido, el cesto de la leña y el cojín del perro, el sofá frente a la chimenea y, sobre ella, el cuadro del rey Lear.”
                “La ciudad y la casa”, Natalia Ginzbug

¿Cómo comenzás a interesarte por la psicosis?

Débora Mesa y Antón García-Abril, Ensamble Studio

A: En todo loco el delirio es una manera de ver el mundo, relacionada con algún evento que le pasó a él, especialmente con una situación fea de la que quiso salir. Así, el delirio es una construcción que sustituye a esa realidad. Yo tuve un vínculo cercano con el delirio: mi primo hermano Toby era psicótico. Después, conocí a un hombre que logró que la locura dejara de ser para mí algo espantoso y pasara a ser algo interesante: Pichon Riviere. Con él, yo entraba protegido al hospicio.

Has contado alguna experiencia en que Pichon se metía en el deliro del otro.

A: Sí, sí. Fue una maniobra terapéutica de Pichon Riviere: mientras el paciente estaba en brote y recostado en el diván, alucinaba que se hallaba acostado sobre las vías del ferrocarril. El tren se acercaba, lo percibía cada vez más cerca, ya lo estaba por atropellar. Pichon, rápidamente se acostó al lado de él, lo abrazó y, sacándolo del diván, le gritó… “¡Rajemos que nos agarra el tren!” Ahí el otro recuperó la realidad porque, si hay otro que ve lo mismo, eso ya no es más delirio. El delirio funciona cuando estás solo, pero si convencés a los demás de eso, como hacen en general los grandes líderes… Pero, quiero volver a esta experiencia de entrar en el deliro del paciente. Pichon se metió más adentro, le preguntó al hombre si su padre había sido muy autoritario. Cuando el padre decidía que estaban en tal lugar, aunque no fuera cierto, el hijo debía aceptar esa arbitrariedad como real. Por ejemplo: “Esto es un barco que va a Europa, yo soy el capitán y vos no tenés que salir de acá”, le decía el padre. Es decir, el delirio estaba formado en base a un padre con esas características. Cuando el hijo por fin sale al mundo, o se inventa que el mundo es un barco o vive como un náufrago.

M: De todos modos, no todos los delirios son iguales. Hay delirios que segregan y separan, y hay otros, como el de mi padre, que unen a las personas.

A: Sí, sí. Lo primero que le digo a un loco es “Usted tiene razón”, ahí se entrega, se afloja porque me metí en el mundo de él. En general, los delirios son mucho más divertidos que la realidad.

Y qué distinto es este modo de abordaje que planteas, al de las terapias tradicionales, que proponen la distancia.

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

A: Por supuesto, porque la terapia se inventó para defenderse del delirio. Y el delirio siempre es una razón, una situación que denuncia algo negado. Las terapias tradicionales trabajan para que no se modifique la realidad. Todo delirio es una forma de denunciar que estamos en un mundo que no compartimos, por ejemplo. El peligro del delirante es que se separa, hace desaparecer a la sociedad.

Usás mucho la palabra borde, decís que todo borde es un espejo. ¿Qué se ve en los bordes?

A: El borde es ese lugar en el que entrás en otra realidad: yo no soy un loco ni esto es un disparate. Si una persona me dice “el mundo es una mierda y es muy tenebroso” y yo le doy la razón, ya entré a ese borde.

 

ESCALAS PARA MUNDOS ROTOS

              “Comencé a sentir que andaba mal ecualizada, que mi dimmer interno se había roto. Por seguir sumando imágenes hasta dar con la exacta: me sentía arriba de una hamaca que iba para atrás y para adelante sin nunca tocar la tierra. Jamás los puntos y comas de mis artículos fueron tan chapuceros como en esos días de ansiedad supina.”
               “La luz negra”, María Gainza

¿Cómo surgió la idea de El Bancadero (2)?

A: Yo ya había fundado comunidades terapéuticas. Esa vez, salíamos de la dictadura militar y todo era un desastre. La realidad estaba destruida y había que reconstruirla. La gente necesitaba un centro de salud. Yo encontré una casa de diez habitaciones que estaba abandonada, destruida y con problemas de sucesión. Entré allí y recordé que era arquitecto. Por supuesto, no estaba solo, tenía una banda de cómplices conmigo. Así que los cité, les enseñé albañilería básica y nos pusimos a reconstruir. Hicimos una comunidad en un estilo que llamé hippie chacarero, porque en Estados Unidos había trabajado con los hippies y el chacarero es el que, con dos palos y un alambre, arregla cualquier cosa. En cada habitación había talleres: de plástica, de mateada, de escritura… Los psicólogos atendían a la gente por un bono contribución que tenía el valor de un paquete de cigarrillos. Sin plata y sin permiso era la consigna. Al principio, lo alquilamos a un precio muy bajito, prácticamente nada. A los dueños les sugeríamos: “si quieren, podemos arreglar acá y allá un poquito”. Y, como los dueños tenían miedo de que le tomaran la casa y nosotros éramos psicólogos que íbamos a hacer una comunidad terapéutica, gente más o menos correcta, no sospechaban nada. En esa banda estaban, entre otros, Ulloa y Tato Pavlovsky. Se trataba de un momento muy tremendo. No sabíamos qué hacer con la destrucción del país, no existía la Sociedad de Psicología, ni un carajo.

Simón Marchán Fiz

M: Se trabajaba mucho con psicodrama, una vez vino el elenco de “Hombre mirando al Sudeste” e hicieron un gran psicodrama. ¿Te acordás, Alfredo?

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

A: Sí, claro. El psicodrama consistió en dividirnos en dos grupos (algunos tenían cintita verde en la frente,” los cuerdos”) y otros cintita roja (lo “locos”) . Se armaban las parejas del loco y el cuerdo. Los cuerdos “acompañaban  a los locos” . Luego, intercambiábamos roles, y finalmente intercambiábamos los sentirpensares que tuvimos desde una y otra perspectiva. Nos sorprendía que, a veces, los locos parecían los cuerdos y los cuerdos estábamos bastante locos también. Trabajamos con ruinas, literal y metafóricamente, yo soy un especialista en reconstruir mundos destruidos. Tirábamos abajo una pared para construir allí un salón grande y ese nuevo espacio se usaba para reconstruir mundos rotos. En fin, de algo sirvió que mi padre me haya obligado a estudiar arquitectura cuando yo quería estudiar medicina. Esos direccionamientos de los hijos eran bastante comunes en aquellas épocas: mi papá era un maestro mayor de obras que quería ser arquitecto y no pudo. Así que su sueño lo debía cumplir yo.

 

FLUJOS CONTRA BURÓCRATAS

             “Hay personas que dicen “nosotros”/ cuando hablan de su empresa./ Si fuésemos capaces de admitir que/ somos huérfanos que/ necesitamos un abrazo/ que estamos cansados que somos/ niños solos/ no habría yugo/ ni tierras/ ni amo/ ni buey.”
            “Los trabajos sin Hércules”, Mayte Gómez Molina

En varias notas, vos decís que sos arquitecto de almas…

A: Es que el alma es una especie de suposición que existe en el tiempo adentro de una persona. Eso tiene un proceso con un ayer y un mañana. Era necesario en cada caso trabajar sobre ese tiempo interno y vincularlo con la realidad. Esa fue mi manera de ocuparme de la salud mental, que siempre tiene que ver con un proyecto. El loco es aquel que perdió su proyecto de vida, nada más.

Matías Hacker

Hay gente afuera que tiene demasiados proyectos de vida, que le pesan tremendamente porque hay que cumplirlos todos y a esos no los consideramos locos…

A: ¡Esos son burócratas! Gente con obligaciones, y nada más. Tiene que haber un proyecto que tenga que ver con la vida. Nosotros sacamos a los locos de la muerte, a través de reconstruir ese edificio destruido. Y la reconstrucción es siempre grupal. Así se fueron armando grupos de mateadas, de lectura. Insisto, a partir de esos pequeños grupitos, terminamos por construir una institución de la puta madre. Una vez más: sin plata y sin permiso.

Les pegás fuerte a los burócratas en tus libros.

A: Porque son aburridos.

Decís que hay muchas cosas que se han burocratizado en nuestras vidas, como los rituales de la muerte, por ejemplo ¿cómo se puede devolver esa tensión dramática que tenían los rituales a nuestra vida burocratizada?

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

A: La muerte sigue existiendo, pero se instalan fantasías sociales que declaran su inexistencia. Dentro de la burguesía, hay una serie de rituales que hacen que la persona muerta siga existiendo imaginariamente en el grupo. De la misma manera que niegan y desdramatizan la muerte, niegan e intentan desdramatizar que se ha perdido un proyecto. ¡No se dan cuenta que perdieron el proyecto, no solo a una persona! Por eso la clase media es muy aburrida. Pero la clase marginal no lo es, porque todo el tiempo cambia, inventan.

 

LOS GESTOS DEL PAISAJE

               “Dónde estás tú que recomienzas/ tus cabellos como un ramo/ sosteniendo los globos y las copas./ La flor del sol se ajaba/ yo te ofrecí las riendas verdes/ y tú saltaste al solo corazón que cuenta/ sin girar sin vacilar/ sin confusión/ inmóvil/ en medio de la sangre de la luz.”
               “Hierba a la luna”, Valentine Penrose

¿Y los manosantas que tanto investigaste, en algunos casos, como lo contrario de los burócratas?

Skinned, Knol Ontwerp

A: ¡Son burócratas también! Yo investigué, sí, y me encontré, por ejemplo, con un San Benito de la Costa, rodeado de rituales y ceremonias. Los manosantas son como sacerdotes. Yo revindicaba a los chamanes, a esas culturas otras, esos otros pensamientos que conocí porque soy semi antropólogo. De chico tuve muchas casas, porque mi mamá era paralítica y mi viejo laburaba. Así que pasaba de la casa de una tía que tenía plata a la de una lavandera pobre, de la de una tía vieja a la de una sirvienta que vivía en no sé dónde. Desde chico puedo cambiar completamente de cultura, me adapto en seguida para poder sobrevivir. Eso me permitió ser semi antropólogo, ¿qué hace el antropólogo? Acepta y se adapta a nuevas realidades. Si vas a una villa, tenés que aceptar algunas formas de conducta, de supersticiones. Todo, hasta la muerte y los ideales de salud tienen allí otro sentido.

Me pareció que, respecto de los sanadores, vos destacabas la afectividad, la cercanía. Al menos, no mantenían la distancia que proponen ciertos psicólogos. El solo hecho de llamar hermano al paciente ya generaba un acercamiento afectivo. Por otro lado, en tiempos de crisis, como después de la caída de Rosas o en el ’55, decías que esos espacios se constituyeron en formas de psicoterapias del pueblo, ya que el pueblo no podía acceder ni se encontraba a gusto con las terapias de clase media.

M: Y eso es algo que hacen hoy los evangelistas, yo trabajé con gente en situación de consumo problemático grave y he visto que los han sacado de eso y los engancharon de nuevo a la vida.

También se dice que cambian la adicción por la adhesión…

M: Sí, pero están compitiendo con el diván.

Recuerdo las técnicas de la Hermana María. Ella se tiraba sobre una tumba junto a una persona que venía a verla para sanarse. Una vez sobre la tumba, empezaba gritar. De golpe, cambiaba la voz y pasaba a hablar suavemente. Ese cambio de tono hacía que la persona que venía con un problema se inquietara y comenzara a hablar…

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Ana Blayer.

A: Yo he usado técnicas mágicas populares, como el psicodrama, que consiste en meterse en el delirio del otro. Cuando el otro ya no está solo, y podés modificar algo desde adentro. Pero para practicar este tipo de técnicas, primero tenés que haber aceptado unas cuántas cosas. La primera es que la realidad es un delirio, solamente que lo compartimos todos.

M: Esa captación de la vibración energética de otro se tapa muchas veces con la teoría desde la academia. Hay que rescatar ese ir al cuerpo del otro, hacer pequeños gestos, hacerle mirar algo…

Hace poco, con otra agrupación, “la SinFondo”, hicimos un ciclo sobre Rodolfo Kusch en el Isauro Arancibia, una escuela para chicos de la calle. Kusch decía que este es un continente amputado que ya empezó mal, con el genocidio de los pueblos originarios. Vos hablás del loco como un ser amputado, alguien a quien lo amputan de la realidad. Kusch decía que aun en el muñón del paisaje se puede leer…

A: Al Isauro Arancibia lo conozco. Su directora, Susana Reyes, se recibió en mi escuela… Y, por supuesto que coincido con Kusch, a quien conocí. Leer el muñón es como meterte en el delirio, tener la amplitud imaginaria o de vidas vividas para poder ingresar a paisaje de mundos conocidos y extraños, de otra concepción del tiempo.

¿Y cómo se lee el cuerpo del loco?

A: Se lee en tonos muy distintos. El pelo, por ejemplo, que es algo mágico, peligroso. Se lee con mucho respeto, buscando entender que esa persona está dentro de una historia que puede enseñarnos muchas cosas, de esas que sanan a los burócratas.

M: Conozco una mujer que se hace la toca en la cabeza, se pone un gorro. Lo hace aun en días de muchísimo calor. En principio, podes pensar que son todas intervenciones, por lo menos, inconducentes, que le van a hacer mal. Pero ella te dice que hay rayos que la perjudican, rayos que salen desde computadoras y le meten ideas ajenas. Por eso se pone el gorro, para protegerse. Si lo pensás detenidamente, está advirtiendo algo que vos y yo también percibimos a nuestra manera. Se trata de una realidad que compartimos y, aun así, nos cuesta atender a esa otra manera de describirla.

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MUJER ADENTRO

                “La morocha, como hipnotizada por la música, se acercó a Homero Stábile. El hombre tomó a la mujer por la cintura, le acomodó una mano arriba de las caderas. La llevó despacito. Tangueaban entre los gritos de la multitud, los cánticos, las injurias. Ella se dejó llevar por Homero, reclinó la cabeza en su hombro. Tranquilo, seguro, el hombre se dejó llevar por el ritmo, por la música de las palabras que luego iba a descifrar. Al fin, todo era un tango. El hombre condujo a la mujer por la invicta tristeza de la música. Ella insistió que era como morir, como olvidarse de una.”
                “Aquel día de octubre”, Pedro Orgambide

En muchos de tus libros te detenés en el tango…

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A: Siento que los argentinos somos migrantes fracasados. No somos un país de inmigrantes, sino un país de desterrados. La mujer que llora el tango es la Europa que perdieron esos argentinos, un signo de colonización, finalmente: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida, dejándome el alma herida…”

M: Es el delirio que se tuvo que armar en esa época, para poder sanar.

Ya que entramos en la música, en algún sitio destacabas cómo los locos cantan, pero para adentro…

A: Sí, todo lo dicen para adentro. El loco quedó solo en el proceso de psicosis. Así, solito, para superar la soledad, habla con él mismo. Y, después, hace que ese “él mismo” hable con otro.

¿No hacen lo mismo quienes van con los auriculares, como sumergidos en su propio mundo, y cantan a los gritos algo que nadie escucha?

A: Sí, pero esos no se desconectaron totalmente de la realidad. Todos estamos muy solos, pero no se angustien porque nosotros, así, reuniéndonos, estamos arreglando este mundo. Yo pude hacer El Bancadero en una casa destruida y con gente sola y pobre. Vamos a arreglar el mundo… ya verán.

Alfredo Moffatt con El Anartista. Fotografía, Malena Moffatt.

 

  1. La comunidad terapéutica “Peña Carlos Gardel” funcionó entre 1971 y 1974 en el “Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda”, en la calle Dr. Ramón Castillo 375 de la ciudad de Buenos Aires.
  2. El Bancadero, asociación mutual de asistencia psicológica, ubicada actualmente en el pasaje Carlos Gardel.

 

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