Ultraviolento: Sobre el match Karpov-Korchnoi
Por Horacio Intorre
ME RÍO A LA DISTANCIA
Es 1978, estamos en Baguio, Filipinas. El match entre los rusos Anatoly Karpov, entonces campeón del mundo de ajedrez, y Viktor Korchnoi dio lugar a numerosas controversias. Para empezar, Korchnoi era considerado por muchos un traidor a su patria, por haber desertado en 1976 de la Unión Soviética. Sumado a esto, otros condimentos “picantes” que rodearon al encuentro hicieron que el ajedrez quedara en segundo lugar, eclipsado por intrigas, espías, poder mental, amenazas y agresiones.
Para los amantes del juego de las 64 casillas, esto fue un verdadero bochorno, algo muy triste, donde la caballerosidad y el respeto estuvieron ausentes. Aunque, a la distancia, algunos sucesos durante la disputa no dejan de resultar graciosos.
SE VIENE
Quien aquí escribe, amante del ajedrez, imagina. Todo aquello que la información no da estimula el imaginario. Por las fotos existentes, es claro que el auditorio estaba colmado de aficionados, ansiosos y entusiastas, quienes deseaban ver en acción inmediata a los grandes gladiadores. En el ambiente se podía respirar un aire de guerra fría y angustia. El escenario lucía impecablemente iluminado. Arriba, solitario, el tablero de ajedrez, cómodo y prestigioso, sobre la mesa reluciente. Algunos espectadores movían sus pies nerviosamente y las voces cuchicheaban las cuerdas de la tensión para aliviar la atmósfera. En eso, las autoridades pidieron silencio: hizo su aparición, Karpov, recibido con grandes aplausos, por espacio de varios minutos. Se sentó frente el tablero y entró en estado de concentración absoluta. A los pocos minutos, hizo lo propio Korchnoi, también recibido con entusiasmo por el público.
El ansiado match había comenzado.
Korchnoi se quejó airadamente ante el árbitro por la presencia, en una butaca muy cercana a los jugadores, del parapsicólogo de Karpov. Adujo que aquel influía sobre su concentración, mediante el envío de mensajes telepáticos, tales como: “eres un traidor”, “no puedes vencer a Karpov”, y cosas por estilo.
Comprenderá el lector, que esto fue incomprobable. Y la cosa fue subiendo en decibles. Korchnoi se enojó mucho y, con gestos airados, advirtió al árbitro:
-Si ese sujeto no se retira, yo mismo lo sacaré-
Esto puso nervioso a Karpov pues, mientras la discusión continuaba, su reloj era el que estaba corriendo. Ante semejante desbarajuste, se decidió que el parapsicólogo se sentara en las últimas filas del auditorio. Y la partida continuó.
Ni tibio ni perezoso, Korchnoi convocó al recinto a un par de yoguis, con el fin de contrarrestar las nefastas influencias mentales del siniestro parapsicólogo. Ambos yoguis se sentaron en las butacas, cerca del escenario. Comenzaron a meditar, mientras sus túnicas casi rozaban el aire respirado por los contendientes. Entonces, fue el grupo que acompañaba al campeón el que se quejó. La acusación era grave.
– Esos dos disfrazados con túnicas, están procesados por asesinato, en Filipinas, ¡lindo ambiente para una partida de ajedrez!, ¿no?
Korchnoi minimizó el hecho, -qué otra le quedaba-. Dijo que, en realidad, las imputaciones formaban parte de una persecución religiosa. Los yoguis eran nomás “un par de dulces personas”.
Dulces o salados, ambas túnicas fueron expulsadas del país.
ME TOMO CINCO MINUTOS, ME TOMO UN YOGURT
Pero no se relaje, querido lector. Luego de lo anterior, un nuevo incidente tuvo lugar. A Karpov y cada tanto, le servían un vaso con yogurt durante las partidas. Korchnoi detuvo nuevamente el encuentro, alterado porque los vasos de los que bebía su rival eran de distinto color, y aquello tenía tufillo a una especie de código secreto que advertía a Karpov si estaba en mejor posición, o si debía buscar las tablas.
Además, exigió que le trajeran siempre el vaso del mismo tono. Y, si por algún motivo, se cambiaba el color, el árbitro y su entrenador debían avisarle a él, antes. Al parecer, Korchnoi sospechaba que se trataba del nuevo código secreto de la KGB. Supongo que, a esta altura, los EEUU estaban muy preocupados. A partir de ese momento, Karpov recibió su bebida siempre en un vaso del mismo color.
LENTES ESPEJADOS
En una partida, Korchnoi apareció luciendo unos grandes lentes espejados. Karpov se quejó nuevamente, pues decía que los lentes reflejaban las luces del escenario y le molestaban. Se iniciaron, así, nuevas conversaciones por el tema.
Korchnoi dijo que los usaba porque le molestaba que Karpov lo mirara fijo a los ojos mientras jugaba. La controversia se zanjó y Korchnoi pudo seguir con sus grandes lentes espejados a cuestas. Pero la sangre en el ojo continuaría su curso.
PATADITAS BAJO LA MESA
Como dos señoras que, una a la otra, se propinaran pataditas por debajo de la mesa, estos dos niños grandes lo hacían, hasta que el árbitro les llamó la atención y debieron disimular sus infancias maduras, restringidos y con los dientes rechinantes, dentro de un recato que no se correspondía con sus estados de ánimo.
NEGATIVA A LA CEREMONIA
Karpov ganaba 4-1. Korchnoi estaba deprimido ya que, con seis victorias, el otro se proclamaría ganador. Pero, para sorpresa del mundo entero, Korchnoi emparejó el match, 5-5. Como en un quiero retruco, Karpov se impuso después de tres meses de enfrentamiento. El match era al mejor de 6 partidas y las tablas no se contabilizaban. Se jugaron más de treinta partidas. A medida que los enfrentamientos avanzaban, los nervios de Korchnoi estaban destrozados: Karpov era mucho más joven y resistente. Korchnoi renunció, no aceptaba la contienda como válida, razón por la cual, no sólo no asistió a la ceremonia de consagración, sino que renunció al premio que le correspondía.
Así las cosas, este encuentro entre dos de los mejores jugadores de ajedrez de la historia, lamentablemente, es recordado por todo lo que lo rodeó: intrigas, amenazas y paranoia. Korchnoi pensaba que, si ganaba el trofeo mundial, lo iban a asesinar. Si sus sospechas eran válidas, menos mal que perdió. Para rematar el asunto, en el mundillo del ajedrez se comentaba que algunos jugadores -colaboracionistas del régimen- fueron a menos frente a Karpov. La violencia estuvo al borde de la ultraviolencia. Pero la sangre no llegó al Volga.
Bibliografía:
“El antiajedrez”, Viktor Korchnoi