Los Exilios: sobre Santiago Maldonado y los medios.
Por Alicia usardi
“Uno se cree/Que los mató/El tiempo y la ausencia/(…)/son aquellas pequeñas cosas/Que nos dejó un tiempo de rosas/En un rincón/En un papel/En un cajón.”
“Aquellas pequeñas cosas”, Joan Manuel Serrat
CUMPLIR EL DÍA
Transcurre el tiempo de una publicación y somos testigos de hechos. A un año de la desaparición de Santiago Maldonado. El día de la Pacha Mama, día de la Madre Tierra que late por la vida, por todas esas vidas eternizadas a pesar de la muerte que los mata todos los días.
Hace un año desapareció Santiago y se conmemora en muchos lugares del país.
En la ciudad de Buenos Aires, con una convocatoria a la Plaza de Mayo para acompañar a la familia y a organismos de Derechos Humanos. Y, simultáneamente, se estrena una película con rasgos documentales sobre lo que ocurrió con Santiago.
Poco antes de la proyección de la película, piedras de un tamaño considerablemente grande impactan contra la entrada del teatro.Destrozos, susto, corridas y nada aclarado. Se ve a individuos huir, con esos uniformes no se puede distinguir el sexo de los cobardes.
Y así se conforma un relato objetivo de un hecho que arma, poco a poco, una realidad.
Una realidad vista y padecida por los protagonistas de las veredas. Luego, viene la repetición por los medios de comunicación y las redes informáticas. Muchas imágenes y mucha memoria se hacen presentes en mí. Y la memoria de un futuro anhelado que, por ahora, parece desvanecerse. Esos mismos medios, todos, muestran la cacería de un niño al saltar un muro para arrancar una fruta del árbol prohibido.
PASAR EL DÍA
Es una incierta hora de la tarde.
En un departamento común, con muebles comunes que habita gente común.
Un hombre joven. Pueden ser 30 años vistos de perfil, sentados frente a una computadora.
Y, sobre la mesa que se sueña escritorio- porque como sabemos los escritorios son más importantes que las mesas- se ve también un teléfono celular.
El respaldo de la silla es alto, flexible y le sostiene, incluso, su cabeza.
El cuerpo parece relajado y mira atentamente la pantalla.
Robot humanoide japones de última generación 2018
No logro recordar su nombre.
De pronto, todo cambia y su movimiento brusco nos saca de esas pestañas. Son largas, arqueadas, espesas. Hermosas y extrañas en un rostro masculino esquivo a nuestra mirada colonizadora.
Se escuchan voces, ruidos habituales en una casa que nuestro hombre no registra, o así parece. Estamos cerca y su nombre sigue esquivo en mi memoria. Vemos a una mujer, a una niña. Normales, casi aburridas, casi vulgares. Él está como ausente. Su nombre… su nombre… Recuerdo algunas melodías. La pantalla grande se prolonga al infinito y busca en ese mar de signos y en sordina saluda.
La mujer y las niñas salen con los ruidos de una casa. La propia.
Pero el mundo tiene atrapado al muchacho en un viaje solitario, individual. Único. Casi no hay movimiento. La luz se opaca ya por la ventana y el perfil sigue allí, frenético. No contesta. ¿Duerme? No sé. Trabaja ¿sin hablar? Sí, la palabra tiene un sonido que sobra.
Se agolpan las preguntas. Y arriesgamos respuestas.
MIGRAR SIN DÍA
¿Qué se necesita para describir a alguien? ¿Por qué hay que describir a alguien? Tal vez sea para darle un ser, una esencia, una forma que nos tranquilice. Tal vez, para hacernos creer que sabemos. Y pienso en los condenados, en los penalizados, los exiliados de hoy. Por qué no en nuestros propios exilios que nos cuentan.
Cerramos la ventana. Descolgamos las pestañas y queremos abandonarlo en una nada fuera de los límites de nuestra ciudadela. El hombre sigue allí, frente a su pantalla, sin enterarse del juego de su hija en la plaza, que ya no se ve. La sonrisa de su mujer mira los avances escolares de la niña, mientras comparte un charuto con alguien alegre de sonrisa grande y sin pestañas.
¿El exilio de quién, de qué?, ¿del pasado, del futuro? El futuro se exilia en la soledad de las palabras que no tienen dónde encarnar. El pasado es lejano. Deja al hombre de las pestañas creando un mundo que no lo contiene. Es un eterno presente escurrido entre lo más parecido al humo, que lo embriaga.
Gustav Klimt «El beso» (detalle)
Las cosas se nombran diferente. Un nuevo diccionario cargado de signos que no simbolizan nada. O abandonarse al corrector. Todo es mirado desde el privilegiado lugar de la nube.
¿Se aisló “pestañas lindas”? ¿Se impuso un exilio del pasado? ¿Nos exiliamos del futuro?
PELEAR EL DÍA
Las imágenes en la pantalla se suceden de prisa. Muestran, como en un documental del pasado, a los migrantes de hoy, obligados al exilio del hambre y también de la muerte.
Y son tantos, tantos, tantos que logran hacer sentir el exilio a los dueños de casa, responsables de la barbarie. Sin pausa, en una continuidad apabullante, reaparece el caso Maldonado, apedreado en un teatro de Buenos Aires. Con la rapidez de un rayo la pantalla lo conecta al mundo. Sí, a él. Está incómodo. O eso creo. Los pequeños exilios ocupan el cuerpo, la lengua, el color, la música. Los espejos devuelven otra verdad. Verdad joven, avasallante. Con hambre y manos cerradas. Puños fuertes de minas, de armas, de impotencia. De cielos y caricias. De montañas y tatuajes. De horizonte y agua. Los exiliados de sí mismos que van a encontrarse en otro espejo que los hace visibles.
“Oye, hermano, te llamo desde un muro;/Clavado entre unas piedras/Donde las sombras hacen su nidada./Hablo desde la pena.”
Marcos Ana