Editorial
Por Gabriela Stoppelman


LOS AMANTES

¿Te acordás cuando creíamos en esa escalada de la inquietud y del cuerpo?, ¿cuando pensábamos que elegirnos era un camino ideal para encontrarnos?, ¿cuando el futuro parecía una ladera escarpada, cuya inconcebible cima sólo llevaría al abrazo?

Alejandro Durán. "Washed up project".
Alejandro Durán. «Washed up project».

Cuando ya habíamos descubierto la falla, ni nos atrevimos a pensar que fuimos ingenuos. Ciegos, entusiastas, prepotentes, caprichosos del deseo, ávidos de ladearnos por fuera del hastío y los vínculos por contratos, nos transformamos en dos colores obstinados, derechito a estallar contra el muro.

Un día me detuve en el cordón de nuestra urgencia y vi a la confianza derramada en la cuneta, disuelta entre un resto de lluvia, dos hojas secas y un papel de alfajor que, infructuosamente, intentaba disimular la inconsistencia de tanta pérdida. Metí la mano en el agua, con la ilusión de volver sólidos los restos de nuestras ficciones. Pero el pequeño riacho de la cuneta tenía más fuerza y más lucidez que la desesperación de mis manos.

Ya que estaba ahí, en tren de observar, me vi y te vi enjuiciados entre las miradas de tantos conocidos. Unos, al vernos sumergidos en lo que ellos llamaban “el vetusto amor romántico”, desconfiaban de nuestra inteligencia. Otros, afiliados al club del poliamor y transgresiones varias, miraban con piedad los últimos estertores de nuestra impotencia. En una esquina, nos empujó un grupo de inteligencia práctica. En otra, nos atropelló una brigada de desaprensivos. Ya al borde de aislarnos, nos ligamos un escupitajo de una familia tipo y un insulto soberbio, desde un aquelarre de seudo amigos, atrincherados tras la frase, “no pueden cortar”.

En eso, el agua de la cuneta se detuvo por un instante para devolver los contornos de mi cara. Qué sospechoso: no me parecía en nada a quien imaginé ser ni a esa que trepó con vos la empinada ladera (que bien pudo ser un valle o una llanura, donde lo real y lo posible se atreverían, por una vez  a, darse la mano).

Arte urbano.
Arte urbano.

Con un poco de agua quieta, me lavé de las miradas ajenas, hasta donde eso es posible. Una luciérnaga titilaba al costado. Y yo desaparecí y me rehice entre cada hueco de luz y noche, hasta que encontré la letra adecuada para escribir esta figura en que me afirmo. Sin paz, confiada en esta gramática de intensidades y hondonadas. Irresuelta,  llena de grietas, pero siempre montada al pulso donde brota la frase.

 

LOS MUERTOS

No creo. No necesito creer en el más allá, menos, con la superpoblación que hay en este mundo. Aparte, hice taller literario con mi memoria. Lo primero que aprendí allí aún me advierte: a la hora de construir un relato, el reinado del “había una vez» puede destronarse. Esa idea se reforzó en un segundo nivel de taller, a donde fui promovida por el solo hecho de haber nacido. Los sueños resultan flor de escuela. Allí, el pasado se narra también en presente. Una inevitable instancia narrativa, donde el verso se quiebra y se acerca a la historia, el cuento se enreda con el delirio y la templanza se hace chirle a los pies de la osadía. Al borde del amanecer, la lengua despereza los restos de las ensoñaciones. Y así, el asunto invierte aquello ya incorporado al saber popular -”los sueños son restos de la vigilia”- y la vigilia del texto se compone, entonces, con los restos del sueño.Arte callejero.

Contar es otro modo de respirar. No hay nadie sin relato. Incluso, en la dificultad cognitiva, el intento jadeante por los conectores señala lo imprescindible del aire narrativo -un chisme, una derrota, un denuedo, una trampa, lo acuciante de una ausencia, la  persistencia de un fantasma- todos tienen una coreografía de palabras en busca de interlocutores. Algunos lo hacen por escrito. Y ahí la cosa se encuentra con los misterios del lienzo en blanco, donde el dibujo del sentido siempre se desvía de lo previsto. En ese intentar decir por escrito, ellos advienen. Como un avance de película, mis muertos tocan con la punta de su presencia la antesala de la memoria. El extraño recinto las bienviene y, por un pasadizo insospechado, las conduce hacia el recibidor de la escritura. Hay un cosquilleo en las manos, una torsión inquieta en las muñecas. Es un pujo de lenguaje, aún confundido con las contracciones y mezcolanzas de la sangre. Esa previa, ese vermut del texto, es una exaltación embrionaria de posibilidades. Algunas ceden el paso amablemente a otras. Y están las que no pueden sino arremeter a los empujones, como fugitivo a punto de perder el barco hacia la libertad.

Antonio Marin. "Perdiendo la cabeza." Arte urbano en Valencia.
Antonio Marin. «Perdiendo la cabeza.» Arte urbano en Valencia.

A esos vestíbulos de la letra se asoman mis muertos. Sus irrupciones quiebran el desamparo y la orfandad de los días. Por un instante, dan una ilusión de comunidad estrecha, de abrazo redimido. Sospecho, sin mística, que ellos se acomodan a gusto en el curso de mi escritura.

 

 

LOS AMIGOS

No hubo un tiempo en que fui hermos@ y fui libre de verdad. Cada tanto, ocurre un breve periodo donde la risa franca, la comida compartida, el futuro desplegado como una alfombra de bordes difusos, la vejez de los padres, la emoción de los hijos, la abdicación del deber y la urgencia hacen ronda alrededor de la mesa, mientras servimos algo para compartir. En el camino han quedado la persistencia de la armonía, el resquemor, la hermandad sin condiciones, los tiempos obligados, la permanencia sofocante, los contratos melancólicos de sostener la arena cuando arrecia el viento, los otros y otras que hemos sido.

Arte urbano. Broma abraza la magia de los grafitis.
Arte urbano. Broma abraza la magia de los grafitis.

De todas las desataduras andadas, quedan algunas sospechas biográficas. A la distancia, a la cercanía le sienta mucho mejor la presencia de un texto que discurre que las adherencias. La intensidad puede adoptar la forma de un puente esporádico y ya no nos hechizan los cultores de la desaprensión y su arenga de “sufrimos menos”. Ahora sabemos que arriesgan menos, siembran menos y que viven aterrados por las pérdidas. Más por las elegidas que por las advenidas. Que muchos condenan la competencia y el éxito pero, cuando se prueban la capacidad de admiración, siempre les queda grande y, ante las formas de la generosidad, con frecuencia se achican. Las confusiones acechan y nunca está del todo claro si el gasto es una demostración de lo que alguien puede porque le sobra o de lo que alguien brinda. El don tiene bordes difusos. Y, entre lo que anhelamos y lo que somos, nos cuelgan las hilachas de lo descosido y lo incierto.

Boa Mistura. "El abrazo". Arte Urbano, Berlín.
Boa Mistura. «El abrazo». Arte Urbano, Berlín.

Y a veces la fiesta es nomás ese encuentro mínimo. Puede suceder en la última porción de la noche, cuando ya todo ha transcurrido sin sobresaltos. Entonces, para cierre de velada, ella se despliega. Es un tejido de malla abierta, de contornos rodeados por tenues hilos, donde lo que falta rechaza el vacío y confirma su imposibilidad entre amigos. Caídos los posters, las tarjetitas con sonido, los rituales del mercado, Doña Confianza estira los brazos, cómoda, a gusto. La cuestión se reduce a una sonrisa, a la mitad de una palabra, a una palmada en el hombro. Pero, por ese instante, el universo vuelve a ser ese gran animal que nos respira, tan soñado por los románticos. Y nosotros, tripa de tierra, cuerpo respirado con los otros.

 

LOS OTROS

Me llevó muchos años, muchísimos años de pasar el borrador por la pizarra del cuerpo, por los recovecos de las tripas, por los automatismos de los gestos. Toda la escritura impresa sobre el cuerpo desde el vientre de mi madre pretendía haber sido anclada a mí con tinta indeleble. Y, aunque el pulso se tiente en la frase “pero un día”, lo cierto es que la transición llevó un largo tiempo de vacilaciones. Aun hoy, ciertos resabios de viejas frases irrumpen y me empujan hacia esa que no quiero ser.

Arte urbano.
Arte urbano.

Entonces, para empezar, abandono la primera en singular. Quien transita el puente es una multitud de ausencias y despuntes. Nada que la distinga de otras singularidades. Quienes transitan el puente no están dispuestos a confundir puerto de partida con puerto de llegada. Los demás y los otros no son lo mismo. Los demás son un resto, un amontonamiento de sobras, una molestia, el fastidio de un propietario que ha podido deshacerse de algunos empleados, pero no de la obligación de simpatía con sus clientes. Los demás son ese reaseguro “por si un día necesitás algo”. Como quien mantiene una amistad con un abogado, por si alguna vez cae preso. O, con un artista, para que no lo incluyan entre los insensibles. Los demás son embolsables, eliminables, despreciables. La moneda que se intercambia con los demás es la suspicacia: la sospecha constante de un fraude camuflado tras los buenos modales, el balance de pérdidas y ganancias ante cada gesto presuntamente afectuoso. Y peor: todo lo afectuoso, en esos términos, resulta solo una gran estafa, una herramienta en pos de un rédito: alpiste para el ego ya obeso, ventajitas para los amigos coimeables.

Los otros son el estupor y el deseo por la diferencia y la chance. La afección del propio cuerpo, deformado y transformado ante estos advenidos y descubre, para empezar, que el cuerpo propio no es propiedad. Imposible de poseer, con esa noción cae también la vanidad de las biografías: los dolores de primera clase, el ranking de sufrimientos que otorga privilegios, la muñeca para la alegría, que transforma en amargado a cualquier audacia de alguna idea.

Los otros son el abrazo que no se busca para saldar nuestras carencias.

Ni ying encajado con yang.

Ni opuestos binarios que alardean la armonía del blanco al contrastar con el negro.

Ni plenitudes ni purezas.

Matices, zonas de aridez, discusiones que van de la dulzura al jugo agrio, limón y azúcar, para que el paladar no se cebe en el sabor único. Ilusión de transformaciones radicales, pero también reclamo por el derecho a fundar la raíz. Ni regresos al vientre de lo esencial, ni contactos con esencias salvadoras.

Ure Vajguroree.
Ure Vajguroree.

Los otros: esa serpiente inquieta que trepa, repta, se funda dos patas, dos brazos, dos piernas, se hace pulpo, se hace ronda. Y ahora también va por lo profundo y por la altura. Serpiente de pieles infinitas que nos cuenta: escritura de lo imposible. Los otros.

 

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