La sospecha: Entrevista a la fotógrafa peruana, Cecilia Larrabure
Entrevista: Carolina Diéguez, Gabriela Stoppelman
Edición: Carolina Diéguez, Gabriela Stoppelman
“Es un nido de cóndores andinos, / En cuyo negro seno
Parece que fermentan las borrascas, / Y que dormita el trueno. / Aquella negra masa se estremece / Con inquietud extraña:/ Es que sueña con algo que lo agita / El viejo morador de la montaña.”
“El nido de cóndores” Olegario Víctor Andrade
Desplegaron las alas para probar la piel del aire. Cuando la mirada coincidió con la letra del horizonte, aletearon una curva y encerraron en ella un vacío. Y luego otro y otro, hasta ir más allá de una palabra. El alfabeto de la luz rápidamente enfocó las sombras. Entonces, los cóndores vieron la selva tajeada. Con estupor, contemplaron una fila de niños orillar su inminente orfandad, frente a un agua demasiado turbia y sin voluntad de vientre. Vieron a la caridad soltar los restos de grandes banquetes, a cuenta gotas. Por cada pizca de piedad, la mano caritativa reclamaba un aplauso a las cámaras. Como si todo esto hubiera sido poco, después- unas cuantas frases después- vieron grandes parcelas de tierra cercadas. Por el número de hombres armados alrededor de esos enormes latifundios, es claro que, dentro, vivía gente muy peligrosa. Cerca, algunos campesinos cabizbajos reclamaban a la tierra yerma alguna hierbita para su escaso ganado. No muy lejos, en catacumbas sin derecho a duelo, morían de hambre, de miedo o de encierro, varias rebeldías sin suerte y ya sin futuro. Ahí se detuvieron los cóndores. Permanecieron de ronda, en busca de un eco o de una huella. Por acá y por allá, hallaron filigranas de alguna cicatriz, de algún ausente. Sin dudarlo, las mezclaron al siguiente vuelo. Repuestas al transcurso del tiempo, unas pocas filigranas rescataron del silencio a unos pocos nombres. El aire fue buen papel ese día: imprimió formas de lo invisible y desbarató chicanas de la intemperie. Tan ocupados en grafías estuvieron los cóndores durante toda esa jornada, que sacaron de quicio a los negociantes del avistaje. Desesperados por la posible ira de los curiosos, los sicarios de los Ceos apostaban su última esperanza a una lluvia de caballos muertos que, sin embargo, no distrajo a las aves de su escritura, ni por un segundo. Fueron horas muy duras para el negocio del turismo. Mientras la noche avanzaba, los cóndores se arrimaban al punto final de su texto. Ya en la oscuridad completa, se escuchó un extraño chirriar desde la cima de las montañas. Era el sonido de una tristeza muy honda: la pena que sentían los cóndores por esta generación de abandonadores rapaces, de ambiciones furiosas, de hipócritas a sueldo. Seguramente, Cecilia Larrabure estuvo allí para fotografíar la cadencia de ese gemido. “Aves de rapiña”, “raza carroñera” resonaba en la letra de los cóndores. Obviamente, se referían a nosotros.
CHOLA CON ENVASE GRINGO
“Moza de la sierra adentro / chola blanca de la loma: / cien ojos se hicieron flechas / siguiéndote hasta las frondas; / cien ansias se hicieron largas / y cien esperanzas cortas / al pretender el regalo / de tu frescura de moza / para hacer de tus ojitos / espejitos de las horas. . .”
“Chola”, Lucas Bárcena
El tema de este número de la revista es “La sospecha”. Ante los textos y las fotos de Turupukllay y ante el conflicto entre culturas que allí se plantea, ¿qué sospechás de la tradición y qué de la modernidad?
Llevo muchos años metida en ese proyecto, más de veinte. He ido once veces al pueblo a fotografiar y he recogido muchísima información. Imagino que el tema es una realidad parecida a lo que pasa en el mundo rural argentino. Perú es un país altamente centralista; aquí se da validez a lo que pasa en Lima, lo que pasa en provincias puede ser mirado con desprecio. Felizmente, esto ya no sucede tanto como en la primera mitad del siglo XX. Para mucha gente, el interior aún es el territorio de cholos ignorantes. Dicho esto, yo soy una peruana con sangre paterna francesa y materna, escocesa. Mi madre y mi padre han nacido aquí y todos tenemos un corazón muy cholo y muy orgulloso, a pesar del envase gringo. Por este tema de ser periodista y trabajar en medios desde muy chica, recorrí mucho el Perú y me enamoré de este lugar. La mía es una opinión un poco sesgada, creo que en otra vida debo haber sido una chola andina, porque siento una conexión muy grande con ellos. En relación a tu pregunta, en cuanto me puse a investigar por qué capturan a un cóndor y lo hacen participar de una fiesta de esas características, el antropólogo peruano Rodrigo Montoya me aportó que hay evidencias, a través de relatos orales, de que los andinos capturaban cóndores antes de la llegada de los españoles. Era una manera de comunicarse con los Apus. Y se hacían ciertos juegos con ellos.
El cóndor pukllay, que es juego en quechua. Al ser el ave que vuela más alto y más cerca de los picos de las montañas, el cóndor se convierte en un mensajero de las divinidades -los Apus, según la cosmovisión andina-. Entonces, el hombre andino lo captura para recibir y para enviar mensajes a los dioses. Esta es una interpretación que he ido recogiendo de varios actores, desde campesinos e intelectuales de la zona, hasta académicos que han trabajado en el área andina. Luego, está la versión de que el Yawar fiesta sería una especie de revancha del mundo inca contra el mundo español: por eso, montan el cóndor encima del toro. Cuando vinieron los españoles, hubo todo un gran desmadre. Ante este intento de desbarajustar sus costumbres, esta ceremonia fue una manera que encontraron los indígenas de sostener lo propio. Como quien dice: “Ah, ya. ¿A ustedes les gustan las corridas de toros? Montemos el cóndor sobre el toro para que nos dejen ser felices”. Más o menos así.
¿El cóndor sobrevive a esta ceremonia?
Sí. El cóndor es el invitado de honor a esta fiesta, es un personaje vinculado. El hombre andino -el peruano, al menos- no da un paso sin hacer un pago a la Pachamama y sin consultar al Apumás cercano. Todos los pueblos de las sierras tienen, obviamente, montañas alrededor. Cada paso de su vida, como mandar a un hijo a trabajar a la ciudad, matar dos vacas para pagarle la Universidad o construir la casa, lo consultan y hacen pagos a la tierra y a los Apus. Dentro de estas creencias, está la fiesta que incluye a los cóndores. El montarlo sobre el toro dura, como mucho, cinco minutos. En ese tiempo, el cóndor corre un peligro, obviamente. Ha habido casos en que el toro se ha dado contra la pared del ruedo y se la ha roto un ala al cóndor o incluso ha muerto. Esto es terrible, es una señal de mal agüero para todo el pueblo. Durante los primeros años que trabajé -desde 1995 a 2004- este era un tema más visto por sociólogos, antropólogos e historiadores. Había una corriente turística que comenzaba a ir a los pueblos a ver al mal llamado “Yawar fiesta”, nombre que no es el original, se le puso así después de la publicación de la novela de José María Arguedas (1941), con más intención de atraer al turismo que otra cosa. Yawar fiesta quiere decir Fiesta de sangre, en realidad, la poca sangre que pueda caer es bienvenida, porque fertiliza la tierra.
Luego, esta versión de que es una revancha de los incas contra los españoles ha sido muy alimentada desde el mundo académico también. Pero ahora hay una situación muy distinta en el Perú. En 2014, un congresista de Arequipa, donde está el Cañón del Colca y donde también hay cóndores -allí existe un punto turístico llamado “La cruz del Cóndor”- hizo lobby y propuso una ley para proteger al cóndor andino de todo tipo de captura. La propuesta del congresista devino en ley, que castiga, desde el 2014, con pena de cárcel, toda captura o caza del cóndor andino para fines no científicos. Hay rumores de que AutoColca, que es la Autoridad Autónoma del Colca, mata caballos y los tira a las profundidades de la Cruz del Cóndor. Así nunca faltan cóndores allí y los turistas pueden tomar todas las fotos que quieran.
QUINUA GOURMET
“Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor uy, de las aves pequeñas. Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos. En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis infaltables ojos.”
“Llamado a algunos doctores”, José María Arguedas
En relación a choques de culturas y de lecturas, para vos, ¿cuándo un otro se transforma en un enemigo?
Cuando no quiere entenderte, básicamente. Esa es la historia del Perú y de toda Latinoamérica. Los españoles sólo vieron oro en su caminar y todo lo que tuvieron que pisar para conseguirlo lo pisaron y lo destruyeron. Quienes tuvieron un interés por conocer la vida precolombina fueron muy pocos, y no fueron tenidos en cuenta. Hablo de cronistas y de otros. Creo que el otro se convierte en enemigo cuando no quiere conocerte y,además, te prejuzga y te rotula. No tienes entonces oportunidad para decir quién eres.
¿Qué restituyen estos rituales que ya no restituya nuestra sociedad actual?
Antes quiero contarles que, a partir de 2014, dejó de hacerse el Yawar fiesta en Perú: está penado con cárcel. Puede que sí se haga clandestinamente en algún lugar, pero hay mucha fiscalización al respecto. Tal vez, en comunidades donde no llega el turismo, continúe esta práctica, no sé. Creo que este ritual es una de las varias manifestaciones que han sobrevivido a la conquista. Cuando los incas son sometidos a una nueva cultura, a tener que evangelizarse y aceptar algo que ni siquiera entendían, no dejan lo suyo. Solo lo fueron transformando. No estaba yo tan segura de esto hasta que, hace unos años, entrevisté a un antropólogo, un gran estudioso de la obra de José María Arguedas, el Dr. Rodrigo Montoya, que además es de la zona de PulloPuquio, en Ayacucho, donde se celebraba mucho Turupukllay. Él me confirmó que, por relatos orales,se sabe que el cóndor se capturaba mucho antes de la Conquista. Es muy fuerte aún aquí en el Perú la presencia y el orgullo inca. En la medicina, por ejemplo. Hoy hay muchísima gente que no quiere ir al doctor alópata y sí va al naturista. De alguna manera, eso está legitimado. El tema de la comida, también. Hay un chef peruano muy nombrado, Gastón Acurio, que ha hecho una campaña enorme por reivindicar la gastronomía peruana en el mundo. Así volvió a poner en valor una serie de insumos andinos como la quinua, por ejemplo. Yo soy limeña y jamás comí quinua de niña, porque no teníamos costumbre. Si ahora quiero comprarles quinua a mis hijas, en los supermercados cuesta carísima, porque lo comen en París, ¿entiendes?
Lo natural restituye cosas que habían sido eliminadas de la cultura. Pero la moda de lo natural como superior, porque era anterior a la modernidad, me da muchas sospechas. Es como si la idea de progreso de la modernidad a ultranza, tuviera su inverso conservador, a la que se suma la idealización del pasado, un toque melancólico, no sé…
Sí. Ningún extremo es bueno, eso está clarísimo. Al mismo tiempo que está el orgullo de pertenecer a esta raza y a esta sabiduría, hay también una voluntad y una acción para integrarse a la modernidad por parte de todos los agentes, incluido el Estado. Y hay corrientes extremistas definiendo una postura o la otra, claro.
DE ESO NO SE HABLA
“(…) no vivía ningún cristiano. Había allí un pueblo en ruinas. Entre las abatidas paredes de piedra crecían arbustos y herbazales. Daba pena considerar que donde ahora había solamente destrucción y silencio, vivieron hombres y mujeres que trabajaron, penaron y gozaron esperando con inocencia los dones y pruebas corrientes del mañana. No quedaba uno de su raza.”
Ciro Alegría, “El mundo es ancho y ajeno” (1954)
Hablando de extremos, un gran tema que aparece en tus fotos son los huérfanos que dejó la acción de Sendero Luminoso. Al mirarlas, nos preguntamos por el destino de estos chicos de rasgos claramente indígenas, atacados por Sendero y por la policía y “salvados” por las misiones franciscanas, que vienen a ser también representantes de los conquistadores ¿Cómo se puede salvar a un chico sin restituirle su identidad?
Un tema bien complejo. Nosotros pasamos por todos estos años de violencia política que, en ciertos aspectos, puedo pensar un tiempo parecido a la dictadura militar de los 70 en la Argentina. Una situación de cero libertades, de miedo y terror permanentes, de ganas de rebelarse, también de impotencia. Una mezcla de sentimientos. El episodio Sendero Luminoso, MRTA y el terrorismo en general nos ha marcado a todos los peruanos profundamente. Cuando yo tenía dieciocho años gané una beca para estudiar periodismo en Brasil. Estuve allá desde 1985, cuando estaba empezando a ponerse jodida, bien jodida la cosa aquí, hasta 1993. Vine dos veces en esos años y salí corriendo. A mi regreso definitivo, comencé a trabajar como fotógrafa en el diario “El Comercio”. Allí empecé a conocer mi país verdaderamente. Hasta mis 17 años era una limeña de Miraflores, en su burbuja de clase media acomodada, que viajaba un poco y conocía algo del Perú. Recién cuando entré a trabajar en el periodismo peruano, conocí realmente el Perú. En relación a tu pregunta, con respecto a Sendero Luminoso, fue tal la locura… Creo que me metí en este proyecto también, de manera inconsciente, para conocer mi identidad. Y lo mismo pasó con estos chicos, envueltos desde edad muy temprana en este tema. Y, claro, cuando son rescatados, son insertos en diferentes alojamientos o albergues para huérfanos en donde, en realidad, continúan nada más que en un estado de sobrevida. Ahí tienen algo de comida, un techo, ropa y una educación muy deficiente. Las cosas básicas pero -y ese fue uno de los puntos de mi proyecto- siempre pregunté por qué no se trataba el tema de la salud mental con ellos. No hay manera de restituir la identidad a nadie que ha pasado por traumas tan bestiales, sin tratar la salud mental. En ese entonces, ese cuestionamiento me lleva a armar un segundo proyecto que se llamó “Espacios de Memoria”. Destiné el 50% de las ventas de mi libro “Ciertos Vacíos, un ensayo fotográfico sobre orfandad, violencia y memoria en el Perú” para financiarlo. La verdad, fue muy difícil sostenerlo. Lo hicimos durante un año, sólo con los chicos que ya estaban en Lima, porque era imposible ir a provincias, estoy hablando del año 2004.
Entre los ’90 y el 2005, los peruanos no querían saber de nada relacionado con el terrorismo. Toqué puertas tres años para publicar ese libro. Todas las empresas a las que contactaba me decían “Qué importante tu trabajo, qué bonito. Súper motivador, súper emocional, pero nuestro logo no puede ir relacionado a temas de terrorismo”. Entonces, me cerraban la puerta en la cara. Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, porque no aguantaba una respuesta más de esas, aparecieron dos ángeles, uno pertenece a una ONG que trabaja en temas de ciencias sociales. Y ahí salió. Pero fue muy, muy difícil. A ver: a Abimael Guzmán lo capturan en el ’92.
En los siguientes diez años en el Perú, la palabra terrorismo fue prácticamente vetada, porque el dolor fue tan fuerte y tan grande el trauma, que sólo queríamos olvidar y pasar la página. En ese contexto, yo salgo a pedir plata para este proyecto. Pero, bueno, se hizo y es un libro que ha marcado un hito en la fotografía peruana. Y, además, es el único documento visual a profundidad sobre lo que pasó con los niños que se convirtieron en huérfanos debido al conflicto armado. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación trató el tema de las viudas, pero no el tema de los niños.
L@S AMANTES DEL CHE
“Vienes quemando la brisa / Con soles de primavera / Para plantar la bandera
Con la luz de tu sonrisa.»
«Comandante Che Guevara”, Silvio Rodríguez
Varias cosas nos llamaron la atención en estas fotos. Primero, cómo sigue la historia de estos huérfanos: hay una nena, Tania, que después tiene una hija, vos sacás una foto de su bebé y ella se emociona mucho al verla. Su bebé tuvo foto, eso le hacía a Tania una diferencia. Pensaba en qué cosas aporta la foto que la realidad no aporte.
Dice Berger que las fotos son referencias, meras referencias de la realidad, porque la foto es un momento recortado de la línea de tiempo real. Pienso que la fotografía es, efectivamente, eso, pero es un corte en el cual se captura el alma, la esencia de las personas en el instante en que se las fotografía. Y eso trasciende, porque hoy vemos una fotografía de hace cien años y aún nos emocionamos y nos identificamos con esas personas, vemos puntos en común. Si uno mira una foto de Courret o del mismo Daguerre, es una emoción increíble. Le he mostrado daguerrotipos a gente que no es fotógrafa -a mi familia- y se detienen, lo miran y se emocionan.
¿A qué te referís con el alma?
Pues a la energía vital, al ser real de las personas. Si tú miras una fotografía del Che Guevara, ¿por qué todos nos hemos enamorado de él?, ¿por qué todos hemos querido ser el Che Guevara en algún momento de nuestra vida? Por esa energía vital que tenía este hombre y que se transmitió a través de la foto de Raúl Corrales, aquel fotógrafo cubano ¿entiendes? No lo has conocido al Che y yo tampoco, pero en algún momento de nuestras vidas hemos querido ser como él. Ese es el poder de la imagen.
VENTANAS PARA CÓNDORES
“Inaccesible… / Si otra vez mi vida
cruzas, / dando a la tierra removida / siembra de oro tu verbo fecundo, / tú curarás la misteriosa herida: / lirio de muerte, cóndor de vida, / ¡flor de tu beso que perfuma al mundo!”
“Boca a boca”, Delmira Agustini
¿Qué es lo poético de una foto?
¡Guau! Es un punto de encuentro entre varias cosas, entre las cuestiones técnicas -como la composición, la luz-, el momento mismo y la energía vital de las personas, del paisaje que estás fotografiando. La poesía se da cuando todos esos elementos se alinean para crear una imagen que se puede recordar pasados cien años. Lo dice Koudelka, en una entrevista: “He visto diez millones de fotografías, pero son sólo diez las que retengo en mi mente”
En tus fotos, nos parecieron muy poéticas las ventanas muy altas, por donde apenas aparece luz. ¿Qué importancia tienen esas ventanas?, ¿cuáles te quedan muy altas, a vos y hoy, en tu oficio?
Qué bonita pregunta. Las ventanas son fuentes de luz, referencias que yo busco en ciertos momentos, porque básicamente trabajo con luz natural, uso muy poco flash, salvo en mi trabajo de reportera. Además, soy una admiradora de la arquitectura. Siempre digo -mitad en broma y mitad en serio- que, de no haber sido fotógrafa, hubiera sido arquitecta. Y, cuando llego a esos espacios, que generalmente son antiguos porque la arquitectura moderna ya no usa esos ventanales ni esas dobles alturas, los admiro mucho y me digo que un día quiero tener una casa así. Hasta ahora no lo consigo, pero sigo deseándolo…. En relación a qué ventanas me quedan muy altas, uy… Mira, ha sido un reto grande para mí compatibilizar el ser madre y fotógrafa: esa es una ventana alta para mí. He sido madre, a mis cuarenta y tres años. Mi primera hija va a cumplir veintiún años y vino con mi esposo de su primer matrimonio. Me he pasado desde los 18 hasta los 40 con una mochila en la espalda, de acá para allá. Después, a mis cuarenta y tres años, he tenido a mi segunda hija. Las amo a las dos profundamente y disfruto a plenitud mi rol de mamá, ¡ellas son mis dos grandes proyectos! Pero ha sido muy difícil aprender a bajar el ritmo de los viajes y de las convivencias con otros mundos. Mi hija menor ya tiene diez años y, poco a poco, puedo retomar mi pasión por el documentalismo. No hago prensa hace muchos años, hago trabajos documentales y de investigaciones en profundidad, ese tipo de cosas. Ya es otro momento de la vida, digamos.
MEJOR QUE NO SE JODAN
“¿Qué es la vejez, Juan Gelman? “Mire, lo único que me consuela de la vejez es que el tiempo envejece con uno y eso me deja muy tranquilo?” ¿Y la muerte?
“La muerte que se joda”.”
Juan Gelman, nota a “El vigía”, México.
Hablando de eso, nuestro oficio es la escritura. Vos también escribís mucho, tu escritura acompaña bastante a tus fotografías. ¿Qué te da la escritura que no te dé la fotografía y viceversa?
Ahora estoy muy abocada a la escritura por la maestría, y me está costando, eh… Mira, vengo de una escuela periodística en la que siempre he trabajado la fotografía vinculada al texto. Me he hecho fotógrafa en los diarios y siempre he trabajado con un redactor o una redactora. A diferencia de la escuela americana, por ejemplo, donde trabajan muy por separado, en nuestra escuela latinoamericana el binomio redactor-fotógrafo es un clásico. En realidad, he trabajado sola, más bien por mis proyectos propios que en los diarios. Aparte, estoy casada con un escritor y periodista. Y, con respecto a tu pregunta… en algún momento, he sentido la necesidad de escribir para darle marco al trabajo. No tanto como un complemento, porque creo firmemente en la narrativa visual como lenguaje autónomo y que mi trabajo se sostiene solamente con imágenes. Pero sí creo que dar un marco textual ayuda. Sobre todo, porque aquí no tenemos una educación visual y a las personas les cuesta mucho entender una historia sólo con imágenes. Hoy en día, en mis talleres de fotografía documental, tengo alumnos que me retan y me dicen “Yo no voy a escribir una palabra. Si lo entienden bien. Sino, que se jodan”. Yo no soy de esa generación, pero los comprendo, es parte de la evolución del lenguaje fotográfico como narrativa.
EL ABECEDARIO DE LA LUZ
“Le queda un poco de luz a la sombra, verde, sombra del pájaro, en seguida oscuro y esa voz con mi nombre”
De “El libro de las mariposas”, Arnaldo Calveyra
¿Existe un pensamiento fotográfico, una manera de pensar con fotos?
Sí, totalmente. Es más, mi tesis en esta maestría es la evolución del lenguaje fotográfico en los ensayos documentales peruanos, publicados entre 1980 y 2020. Eso es lo que investigo. Y digo que es posible narrar solamente con imágenes, pero falta educación visual, porque los sistemas educativos están centrados en la lectoescritura.
¿Y cómo es la relación de los pueblos originarios con lo visual, si los comparamos a nosotros?
Es ambiguo. Por un lado, desde la conquista, ha habido una cultura evangelizadora a través de la imagen por obvias razones, ¿no? Por eso, en los siglos XVI y XVII, el tema de las artes fue tan fuerte: pintura, escultura, arquitectura, para someter, para evangelizar, para imponer el poder español y el poder de la religión sobre las creencias indígenas. Además, en el caso de los incas -específicamente y a diferencia de los aztecas, que lo hicieron con imágenes- no hubo una cultura alfabetizadora como la conocemos hoy, no hubo un alfabeto y una comunicación. Pero lo que sí hubo fue una interpretación en el arte con imágenes. Todos ellos -los Paracas, los Nazca, con su escritura pictográfica tanto en textiles como en ceramicos- se comunicaron con imágenes. Que no sepamos hoy verlo es otra historia, pero hay mucha gente dedicada a estudiarlo. Entonces, esa relación tan fuerte con la imagen se ha ido perdiendo a lo largo de todos estos procesos. En relación con nosotros, los urbanos con más privilegios en cuanto a la educación que la gente rural, estamos en igualdad de de ignorancia, visualmente hablando. El sistema lectoescritor, no sólo en el sistema educativo oficial, sino también en lo familiar, acapara de tal manera que no deja espacio para otro tipo de lectura. En los últimos años han llegado cuentos infantiles con narrativas bien interesantes, mucho más visuales que textuales.
Tengo un par de amigos a cargo de un proyecto que se llama “Un millón de niños lectores”. Ellos impulsan la creación de bibliotecas en lugares pobres, con mano de obra de los padres de familia. Consiguen los materiales para construir o reconstruir el lugar y luego, la donación de libros. Lo que han comprobado es que, en grupos de niños entre 4 a 7 años, tienen muchísimo más éxito los libros con narrativas más visuales, con menos texto.
Qué paradójico, porque parece que la abundancia fuera carencia. Todos los chicos tienen hoy una relación mucho más cercana con lo visual que con lo textual. Cuesta más que lean un texto a que miren. Sin embargo, cuando miran, no leen lo que miran.
Claro. Y ahora hay otro punto que es el tema de internet, de las redes. Hay allí un exceso de imágenes que causa ceguera. Es muy complejo. Para el colegio, mi hija tiene que leer diez libros al año. Seis en español y cuatro en inglés. Y debe hacer un reporte de lecturas de manera muy lúdica, muy chévere, pero igual hay que estar tras de ella. Hay que motivarla constantemente para que lea. Pero, por otro lado, hay que arrancarla de Netflix, porque todo el día quiere ver películas.
EL AMANECER DE LO INVISIBLE
“Con todas mis muertes / yo me entrego a mi muerte, / con puñados de infancia,
con deseos ebrios / que no anduvieron bajo el sol, / y no hay una palabra madrugadora / que le dé la razón a la muerte, / y no hay un dios donde morir sin muecas.”
“Artes invisibles”, Alejandra Pizarnik
En tus fotos, hay elementos escondidos debajo de las camas, detrás de las cortinas, un intento de fotografiar lo que se buscó que no se vea o lo que habitualmente no se ve…, ¿cómo te llevás con lo invisible?
Muchas veces lo invisible aparece después de tomada la foto. Hablando literalmente de las imágenes, estos son elementos que quizás no registro en el momento de la foto y que, cuando los veo en pantalla, me sorprendo. Muchas veces me alegro de que estén ahí, porque creo que aportan. En muy pocas ocasiones, malogran la foto. Lo invisible, además, es un misterio maravilloso, es el alma de las personas, la energía vital que se revela luego en la foto. Es, finalmente, lo que todos los fotógrafos queremos capturar, lo que te impulsa a salir a las tres de la mañana a esperar que salga el sol, a irte a un lugar peligroso o a dormir encima de una piel de cordero durante tres días, con sólo papas como alimento.
Tú solo esperas que aparezca de la nada lo invisible, lo imprevisible, y te dé aquella imagen poderosa que va a trascender. Porque es importante que la imagen trascienda. Imagínate cuántos millones de imágenes se hicieron en el mundo desde el arte rupestre hasta acá… ¿de cuántas nos acordamos? Esa también ha sido una situación de quiebre en mi oficio. No he tenido ninguna conciencia de querer que mi trabajo trascendiera, hasta un momento de mi vida, en el cual entendí que es importante que eso suceda, entonces empecé a trabajar de una manera más consciente hacia eso.
¿Hubiera valido la pena igual, de no haber trascendido?
Sí. Todas las experiencias que uno tiene valen la pena. Pero es másinteresante que puedas lanzar un mensaje con cierto poder, que pueda tal vez ayudar en el conocimiento de esa realidad. Ese es el sentido de trascender que me interesa.
JUEGOS DE INTEMPERIE
«¿Y en qué se convertirá este pequeño poema mío, expuesto sobre este muro a la mirada de otros? Pequeña nada abandonada a la intemperie igual que el objeto que fue su referente, signo de un pasado personal que dejará de ser el mío en cuanto alguien lo reciba y lo haga suyo».
Chantal Maillard
Aparecen muchos juguetes en tus fotos, ¿qué papel tiene lo lúdico en tu trabajo?
El primer proyecto fotográfico de mi vida fue el de los huérfanos que dejó la acción de Sendero Luminoso. Al poco tiempo, empecé también con el de Turupukllay, han sido casi paralelos. Imagínate, que estaba regresando de Brasil a Perú, a mis veintisiete años, y venía con un gran desconocimiento de qué había sucedido, más allá las noticias generales.
Cuando uno se adentra en las provincias y ve esas realidades, conoce a las víctimas, empieza a escuchar sus relatos y ve a estos niños tan chiquitos, tan desvalidos y con historias tan terribles… “Dios mío”, me dije “¿En qué planeta he estado viviendo que no me he enterado de lo profundo y lo jodido que ha sido esto?” Recuerdo muy vívidamente haberme deprimido mucho, al comienzo. Entonces, empecé a leer todo lo que pude sobre Sendero Luminoso. Y, con cada libro que leía, más me quería morir. Junto a esta impresión tan fuerte, tenía esta pulsión por fotografiar. Me planteé: qué mejor proyecto que este para conocer el tema en su real dimensión. Entonces, hice las gestiones y tuve acceso a esos orfanatos. Claro, el comienzo del trabajo con los niños también fue muy duro. Si bien me gustan mucho y tengo facilidad para entablar conversación con ellos, me costaba mucho digerir las historias, imaginarme a un niñito de tres años ver a su mamá degollada frente a él. Eran pensamientos que no me dejaban, me costaba dormir, escribía sobre ello, se lo contaba a amigos. La gente me decía “Pero ya no vayas, si te hace sufrir tanto”. Sin embargo, repito, tenía una pulsión -creo que es la mejor palabra para describirla-, que me llevaba hacia allí. Y, en el medio de este dolor, estaba también el lado del amor incondicional de los niños, su gran capacidad de resiliencia. En ese contexto, entran los juguetes, como parte de este proceso de ilusión, de amor.
Pensaba que lo que no se puede ver en una foto y sí aporta la letra es el nombre de los chicos. Darle un nombre es afirmar su identidad, sacarlos del anonimato de la intemperie. ¿Qué tiene de singular fotografiar la intemperie?
En este caso particular de los niños, la intemperie es el abandono, el estado de desvalidez. Tú mencionabas hace un ratito el tema de darles nombres. Yo lo pensé en algún momento y tuve acceso a sus nombres, no era un tema cerrado. Pero el trabajo, si bien fue hecho en tres orfanatos específicos, también trasciende esa frontera física de los cuerpos, de las personalidades de los niños, para representar un universo más genérico del estado de desprotección de un niño tan pequeño. Es un momento de la vida en el que necesitamos amor a raudales para poder tener más seguridad en nosotros mismos, para poder afianzarnos en la vida, para no tener temores o para tener menos. La intemperie es una buena metáfora de eso, de ese estado.
A diferencia de lo que ocurrió en Perú, aunque aquí hubo huérfanos que sabían del asesinato de sus padres, acá muchísimos niños fueron robados. El modo de restituir la identidad fue devolverles su verdadero nombre, aquel del cual los privaron. Para muchos, eso fue muy importante. Para otros, un verdadero problema, porque habían vivido durante veinte o treinta años con un nombre y, de golpe, se enteraron que tenían o que hubieran debido tener otro.
Sí, sí, conozco bien esa historia, por un amigo fotógrafo argentino. Y conozco lo que están pasando ahora. Ojalá que las cosas mejoren por ahí. Son un país lindo, de gente no sólo muy bella de corazón, sino hipercreativa, hipercrítica. Me encanta el sentido crítico argentino. Y tiempos mejores vendrán. Siempre con la frente en alto, porque recién ahora, después de todo el terror que hemos vivido durante tantos años, en Perú, podemos decir que estamos por fin en un momento donde se hace justicia de verdad. Habrán leído que está presa Keiko Fujimori, lo cual era impensable hasta hace un año. El sistema juducial peruano simpre ha estado en manos corruptas, pero hoy parece despertar de ese letargo. Hay un equipo de valientes fiscales especiales, que están haciendo una labor de limpieza enorme. Confio en que ahora que el Uruguay le negó el asilo al mega corrupto, Alan García, pronto los fiscales puedan encontrar las pruebas y los procesos para meterlo en prisión, que es donde le corresponde estar. Caray, ya basta.