El Lado B: Sobre los portales
Por Néstor Grossi
DEL LADO DE ACÁ
Hay un momento, un lugar, una hora del atardecer, en que el sol se deshace sobre el oeste de la ciudad. En ese instante se revelan todos los pasajes. Es el segundo de silencio donde el aliento del mundo se apodera de las calles y enciende, uno a uno, los faroles de una avenida que muere a los pies de un parque que ya no está. Y entonces, habrá que buscar, seguir el aullido de los perros y saber que el lado B es solo un estado, que no hay mejor lugar que uno mismo, para renacer en dos ciudades.
Más allá de ese estado, existen los portales, los puentes que conducen hacia esa nueva tierra, a ese continente que se levanta sobre las ruinas de una vieja leyenda de amor. Porque, solamente eso buscamos del otro lado.
SUCIO Y DESPROLIJO
Los portales escapan a la vista del hombre común y, aunque todos pueden llegar al otro lado, para los vulgares no hay séptimo cielo. El resto solo debe buscar, llegar a ese estado. Yo nunca vi uno, pero se dice que algunos logran cruzar en total estado de sobriedad. La verdad, me cuesta creerlo. Del otro lado no me topé con un limpio jamás. Del lado de allá todos estamos sucios, con el norte puesto en el deseo, los sueños y todas nuestras perversiones que laten al día, como la primera vez. Por eso no podemos parar, por eso buscamos. Porque, después de todo, no sabemos cuál es nuestro lado, solo intentamos salir de ahí y evitar que la vida nos convierta en unos verdaderos tarados.
Hay sanos que buscan a través de la meditación y el ayuno, ese también es el otro lado, pero no es el B. Al nuestro, se llega de una sola manera, al menos para mí, y es tan personal como esa hora del día en que se abren todas las puertas, porque la ciudad está ahí, lista para devorarnos. Amor, escritura, marihuana; en ese orden. La verdad, no sé qué carajo harán los sanos, pero yo no conozco otra forma.
Sin embargo, aquella última navidad del ´95, con la Rubia, aprendí que, a pesar de todo, el otro lado es un Ella.
Algunos, por naturaleza, elegimos siempre el lado B de todas las cosas: complementarnos, ser uno con el otro, olvidarnos por un rato de este mar lleno de mierda.
SHANGRI LA
—Mirá, yo creo que deberías probar otra cosa. No sé, buscar en otro lugar. Vos necesitás una perra de verdad y no a la putita de Sonia, ¿se entiende? Una mina que haga algo: te veo con una rockerita, pero creo que vas a tener más éxito con las intelectuales — mientras decía esto se corría el pelo de la cara— Por eso siempre te digo que deberías ser escritor. — Bebió un trago corto y me pasó la botella. —Esa mina, la Ideal de la que hablas en tus canciones, existe, loco. Pero estás en el lado equivocado, te lo aseguro. Todo tiene dos lados , A y B, como los discos, chabón… vos no caés todavía: somos dos ciudades en una. —Hizo una pausa, sonrió. —Ya vas a entender, y yo voy a ayudarte. Palabra.
—A encontrarla. A ella, la mina que pueda llevarte al otro lado; yo no puedo, creo que apenas puedo explicártelo. Y no es un lugar, es otro plano, pero ya basta. —Se ató el pelo, su sonrisa era más grande. Nene: eso ya pegó, era cuestión de esperar ¿viste?
—Salud, mujer— le dije mientras soltaba el humo por la nariz y bebía. Ella me sacó el Phillip de entre los dedos. Yo no sabía de qué carajo hablábamos ya. —Feliz navidad, amiga. – Y le pasé el trago. —Te juro que vamos a encontrarla. —Dejó la botella en el suelo, me tomó de la nuca y me dio un beso demasiado corto. —Feliz navidad.
¿Es una promesa eso?
La Rubia me miró a los ojos. —Imagino que sí, solo sé que no es otro pacto ¿está bien? Hay una gran diferencia: ¿cerramos ahí? ¿vos qué pensás?
Pensaba que sólo me importaba reafirmar nuestro pacto, la verdadera promesa, terminar nuestras vidas juntos , si a los cuarenta seguíamos sin encontrar. Y sí, cerrábamos ahí.
A lo lejos, se escuchó el estallido de una ráfaga de fuegos artificiales sobre la noche del parque Centenario; después volvió el silencio, era la madrugada y ya no quedaba nadie. Volvimos a besarnos sin saber que esa era nuestra última navidad; que, a nuestras espaldas, la luna brillaba blanca sobre el lago y que no volveríamos a vernos jamás.
CABALLOS, CABALLOS, CABALLOS
Hay días en que se abren todas las puertas, en que una ciudad se come a otra. Y, entonces, los lados se mezclan, es una de esas noches en que el viento mágico del mundo se apodera de las calles, devora de a poco el otro lado. Una de esas noches es la navidad y, entonces, el A es el lado devorado. Quizás es por eso que las promesas y los deseos se hacen uno, es el poder de la madre tierra sin los designios de un dios, es la anarquía en la naturaleza.
La Rubia se murió sin poder cumplir el pacto, pero su promesa la cerró veintidós años después. Porque esa Mujer que me ayudó a terminar de cruzar el puente no llegaba por casualidad: con ella pasaría al otro lado – la ideal- como me decía a por aquellos días en que no hacíamos más que tomar cerveza y fumar porro en el parque.
Después de todo mi amada amiga, había tenido razón: el otro lado es un estado al que se llega para hacerse uno con el otro. Su profecía de cómo sería mi Ella se cumplió, al igual que su palabra. Porque no creo en las casualidades y éstas eran muchas. Además, fue una promesa de navidad.
Mi otro lado es una perra, una de verdad. Es tan fría como mala e intelectual. Con ella, trabajamos juntos a la perfección y podemos superar cualquier cosa. Nos amamos y no nos soportamos. Encajamos, así de simple. Y, de alguna extraña forma, llevamos mucho tiempo juntos ya. Fue un enamoramiento complicado y fatal que, por momentos, parecía acabarse cuando en realidad solo se convertía en verdadero amor. Pero esa será otra historia: el verdadero final de este Centenario.
Porque, si muero al despertar, que sea del otro lado.
Muerto el amor, hundido el continente, no hacía falta más que resistir; recordar el verdadero nombre de todas las cosas, cada pasaje, cada maldita esquina y cada puto rincón de esa ciudad donde había que bajar y hacerse uno con los portales, seguir a la jauría, porque solo los perros podían atravesar hacia ese otro lado, donde todavía la magia del mundo se movía entre el viento de los faroles de una ciudad que comenzaba a encenderse; donde los muertos y los libres beberán del mismo pico a la hora en que regresan todos los rituales.