El Lado B: Entrevista a Luis Bruchstein.
Entrevista y edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Santiago Resnik
“El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió. La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo mismo que andar en mancarrón. Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires. Casi a mediodía entró el guarda con paso de «aquí van a suceder cosas», y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando. En el ferry fue tan lindo mirar el agua. ¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.” “Cartas para que la alegría”, Arnaldo Calveyra.
Va una vez al hueco y otra vez al lomo. Entre la falta y el presente, erra. Pocas veces acierta lo que busca. Pero, en los desvíos, la mirada encuentra. De pronto, se apura en el juego de no conceder al reclamo del único libro inclinado de la fila. Y, de pronto, se alía a la mano inquieta. La mano entonces sigue la sombra que la última búsqueda dejó derramada al borde de un estante. Y casi no elige, manotea sobre las huellas, con tal de aportar una marca para el que siga. Así, el lector errante deambula las ausencias como un tesoro. Cuando por fin cierra el día, se ilusiona con un sueño extenso, donde larguísimos tablones sostienen la noche de extremo a extremo. Es el momento en que entra en escena la voz cantante del libro sobre la mesa de luz. Ni bien el lector se duerme, anuncia el comienzo de la película. Es una especie de “Toy Story” con escenario de biblioteca. Primero, avanzan los atolondrados. Sin fijarse hacia dónde ni contra quiénes, apuran sobre sus vecinos un derrumbe en cadena, que sólo se detiene en la punta del tablón. Justo ahí, un viejito prueba el equilibrio de sus fantasías en fuga: quiere volver a esa librería de usados, de donde nunca debieron haberlo movido. El pobre melancólico lo sabe: vueltas con alta expectativa solo engendran bajones, pero igual se zambulle en el vacío de la noche. A ver, si en alguna curva encuentra una línea, un camino a casa. Muy cerca de la nostalgia, varios ejemplares se mueven con una discreción casi elegante. Algunos, porque guardan el tacto de gastados señaladores. Otros custodian el último trazo sin borronear de alguna anotación al margen. Y unos pocos privilegiados cuidan los delgadísimos restos de una flor marchita entre dos páginas. Y está ese grupete sin escrúpulos, meta apostar fragmentos enteros de texto, a ver quién adivina hacia dónde irá el deseo del lector a la mañana siguiente. Mientras el pobre tipo duerme, le corren la voluntad y las ganas como si fueran muebles. Pensar que el hombre va a despertarse, muy creído de elegir libremente sus lecturas, cuando una timba nocturna se ha jugado todas sus predilecciones, sueño bien adentro.
Y vuelve la mañana. Va una vez al hueco y otra al lomo. Y se repite, siempre igual, salvo en los amaneceres turbios, horas exiliadas de la luz, donde el ritmo de la historia clausura toda letra. Entonces, sí: atolondrados y nostálgicos, atesoradores y timberos olvidan todas sus diferencias y sellan la alianza. Buscan un espacio, pliegan tablón en bolsa, se amontonan en una boca del tiempo y salen a vagabundear.
Cuentan los hombres de cielo abierto que, en noches amables, se puede ver a las errantes reescribir la historia. De lomo en lomo. De falta en falta.
LOS NOMBRES NÓMADES DE LA MEMORIA
“Hombrecitos, hermanos, entretenidos camaradas de especie, compañeros en esta despiporrada, transitoria aventura que llamamos vida, pasajeros fugaces de esta pelota efímera que pelotudamente gira y gira en el espacio. Hombrecitos, apenas una nada, una invisible cosquillita en el cosmos, apenas una copa de vidrio, una osamenta, un cachito de acrílico entre el polvo reseco de un planeta difunto que pelotudamente seguirá mañana girando y girando en el espacio (…) Hombrecitos, sí, pero de pronto generosa entrega, coraje, centelleos de hermosa piantadura, amor, prodigio, prodigiosa belleza o heroísmo. Monitos marchadores sí, pero de pronto hombres, semejantes a Dioses, pero de pronto Dioses.” “De Dioses, hombrecitos y policías”, Humberto Constantini
En el testimonio a la Biblioteca, Chuchú (1) y Jarito (2) son personajes que cobran mucha importancia. Pasado el tiempo, ¿qué lugar ocupan estas voces, estos encuentros poderosos a la hora de escribir?
Para mí la escritura tiene una importancia fundamental en todo. Bueno, hoy eso es casi una antigüedad, porque ahora está más presente el lenguaje de la imagen u otras formas de comunicación. Pero se da una cosa, quizás anacrónica: para mí la escritura pesa mucho, me gusta mucho leer, escribir, y siento a estas formas como más completas para expresarme. Vos dijiste Chuchú y Jarito. De Jarito, no llegué a ser muy amigo. Sin embargo, nos cruzábamos bastante. Mirá, cuando yo empecé a hacer periodismo, le tenía una admiración total a Rodolfo Walsh, me atraía mucho lo riguroso que era, desde el punto de vista estético y del contenido. Tenía un modo de trabajar muy completo que no le retribuía fama ni demasiado dinero. Era un fuerte deseo de él, una cuestión de conciencia. Y ponía toda esa capacidad en función de eso. Por eso, Rodolfo, incluso cuando no era conocido como ahora, siempre fue una referencia importante para mí. Pero vuelvo a Jarito. Cuando yo empecé a trabajar y a relacionarme con el mundo del periodismo, era chico. Lo que me atraía de Jarito era la creatividad que tenía para generar proyectos de comunicación con mucha llegada. El primer trabajo profesional que tuve, y que me sirvió mucho como experiencia, fue en la revista “Gente”. Yo entraba a la revista cuando Jarito salía. Después, iba a las reuniones de la Agrupación, en el gremio, y Jarito se me venía al humo para decirme que teníamos que organizar algo en “Atlántida”, donde yo trabajaba. Y la verdad es que al sistema maléfico de la revista “Gente”- la fórmula tilinga, coloquial, pero que rompía mucho con las fórmulas anteriores-, en realidad, lo había inventado Jarito. Fue un proceso en el cual, al mismo tiempo, él iba tomando conciencia política. Era un tipo de una familia acomodada, jugaba al rugby…Cuando él se fue de “Gente”, con la plata que había sacado de ese trabajo, fundó “Nuevo Hombre”. No había una publicación de izquierda que tuviera esa llegada. Existían muchas revistas de izquierda, pero no trascendían más allá del grupito que las publicaba. Y, con “Nuevo Hombre”, Jarito generó una cosa muy periodística, con mucho sentido de la comunicación. Después se incorporó al equipo de “El Descamisado”, que era más un producto colectivo. Entonces, rescato de Jarito su capacidad creativa Y, de Rodolfo, el volumen impresionante de capacidad puesto en función de una cosa que no le generaba ni plata ni fama. Él era un tipo casi ascético, muy centrado en el lugar en el que se quería ubicar…
Al trabajar en un diario, ¿no extrañás esa posibilidad de crear medios nuevos para lograr nuevas herramientas?
Cuando estás trabajando en periodismo, eso siempre es un tema… Lo de Jarito es un ejemplo para poner énfasis en algo que a mí me interesa de este oficio. Pero, en realidad, esa posibilidad de lo nuevo la tenés todo el tiempo. Y, si tenés conciencia de su importancia, mejor, lo vas a encontrar. Está presente en cada decisión que se toma, acá, en el diario. Un caso se dio cuando discutíamos con Ernesto (Tifenberg), lo podíamos enriquecer… Yo venía de hacer una publicación más de tipo cultural y política, que se llamaba “Lezama”, con muchos intelectuales que se habían juntado para participar allí. Así que mi idea era incorporar un suplemento con notas de fondo que un diario, por lo general, no tiene, por razones de espacio y de tiempo.Y Ernesto estaba más entusiasmado con la idea de hacer un suplemento de género, porque no había de eso en Argentina. Al final, se hicieron las dos cosas. Por un lado, salió el suplemento y, por otro, le agregamos ocho páginas al diario. Eso nos dio la posibilidad de incorporar notas de mucho más aire, donde varios, como Nicolás Casullo y Horacio González, escribieron ya con otra idea…
Cuando vos escribís, ¿ellos están presentes?
Totalmente. Yo aprendí mucho de Nicolás y de Horacio.
INTENSA MENTE VAGABUNDO
“Este hombre está ahora en el suelo; tiene inmediatamente, instantáneamente, la visión del ridículo antes que la percepción del dolor físico; eso explica la coloración sanguínea que se pintó en sus mejillas. El hombre siente ahora el escozor en la lesión. La breve intensidad del dolor ya desapareció, pero persiste en la región golpeada, un hormigueo intenso. El hombre se incorpora; tiene entre sus labios, a medio abrir, una blasfemia de arrabal; se sacude con las manos el polvo del traje y echa a caminar nuevamente”, Roberto Mariani, “Cuentos de oficina”
¿Cuál es la función de la escritura en la posibilidad de darles una voz a los muertos?
No me gusta. Los muertos tienen un lugar y los vivos tenemos otro lugar. No quiero ni hablar en nombre de los muertos ni decir que ellos harían hoy tal cosa, porque no sé lo que harían ellos.
No digo hablar en su nombre, sino darles una voz en la memoria.
En la memoria, sí. Durante mucho tiempo me resistí a decir que habían caído los mejores porque no quería hacer esa mistificación de la muerte. Eso era exactamente opuesto a lo que cualquiera de ellos que yo haya conocido hubiese hecho. Pero, en el fondo, sí lo pienso. Había una cuestión de mucho compromiso, de mucha entrega y eso, en aquellos momentos, era muy valorado.
¿Y con tu dolor?
Hay de todo. La escritura y el oficio a mí me ayudaron a digerir cosas bastante indigeribles. Toda la historia que hemos vivido en mi generación y en mi familia: mis hermanos, mi viejo, tantos amigos. Cada vez que escribo sobre eso, al mismo tiempo que trato de explicar algo al lector, también trato de explicármelo a mí mismo. Es casi un ejercicio de auto análisis permanente. Ese tema me resultaba muy difícil y, en un momento, preferí tomar distancia. Sobre todo, cuando empezaron a aparecer algunos arrepentidos a los que fui a hacerles entrevistas. Después, me quedaba veinte días con la espalda contracturada. Son muchas y muy fuertes las cosas que se desataban en esa situación de hablar con una persona que había estado en esos lugares, que había participado en eso… Yo no puedo perdonar a nadie, yo no soy Dios y no me pongo en ese lugar del perdón o el no perdón. No me corresponde. Entonces, esto me generaba mucho dolor y ahí decidí tomar distancia porque, en un momento, me trabó. Desde el punto de vista periodístico, no puedo plantear o hacer que otro entienda lo que yo no puedo entender. Creo que el oficio se va atando tanto y tanto a ese tema que te llena de ataduras en ese aspecto.
Y de liberaciones… ¿escribir no fisura un poco la atadura?
Sí, y también podría haber otras formas ¿no? Pero, por oficio, uno lo va atando al tema de la escritura.
De todas maneras, más que a escribir sobre el dolor me refería a cómo ayuda la escritura a transformar el dolor.
Cuando estaba afuera, pensaba que no volvíamos más, que los militares estaban instalados y que la sociedad argentina había asumido esa situación. Pensaba lo que sucedía acá, como una situación más parecida a lo que ocurrió en Chile. Pero, después de Malvinas, ya empecé a pensar en volver. Tenía perfectamente claro que no iba a volver al mismo país que había dejado, al de los lazos que uno había generado. Uno se enamora de cosas y de actitudes, de personas, de lugares… Yo sabía que todo eso ya no existía, que no iba a volver a ese país sino a otro. Sabía que debía empezar de cero: volver a participar en la política, que es mi territorio y mi idea de la vida y de la felicidad, y también en volver a trabajar en periodismo, que es lo que sé hacer. Pensaba que, en periodismo, iba a tener una inserción muy tangencial, porque estaba incinerado políticamente. En la teoría de los dos demonios, yo era un demonio muy malo. Igual, siempre me las rebuscaba con textos de divulgación científica, porque estudié Biología.
El gran tema que uno lee en todo lo que vos decís es el de la errancia. ¿Hay una escritura de la errancia? Quien va de un lado al otro también se lleva recursos y modalidades de lenguaje diferentes, ¿no?
Y además te destapa la cabeza. Uno no se da cuenta, a veces, de la importancia que tiene vivir en otros lugares. Dejás de ser referencia de todo y empezás a darte cuenta que muchas cosas circulan de otra forma. Hay una relación con la vida y con las cosas que te ilumina eso. Si uno lo sacara del contexto terrible de la dictadura y todo lo demás, a pesar de que pasé hambre, busqué trabajo, me separé de mi familia y de que extrañaba un montón, el tiempo que pasé afuera lo viví con una intensidad fuertísima. Aprendí, tuve amigos entrañables, me metí en situaciones que nunca hubiera quizás elegido, conocí gente impresionante…
PROVERBIO ERRANTE: NADIE NADA DOS VECES EN EL MISMO LIBRO
“La memoria de la ola/ flota dispersa en la costa baldía./escucha ahora, vagabundo acechante, entre el vino/ descolorido y la noche./¿Y quién puede dormir?/El zumbido no cesa en el salón de las moscas./(…) El lugar ha desaparecido./Nada más que esa gente alrededor de la olla/donde algo se cocina lentamente./ Inútil que tiendas tu plano,(…) La memoria de la ola:/el blanco esqueleto del pez/junto a la barca abandonada./ Lo que trae, lo que lleva/ lo que no llegó nunca.”, “Las nubes no retornan”, Enrique Molina
En todos esos movimientos que marcás, siempre reiterás la importancia de armar y desarmar la biblioteca.
Ehhh…A ver. La idea de posesión, por una cuestión ideológica, no la tenía ni la había cultivado. Yo me mudaba y no me llevaba nada, sólo lo imprescindible. Me acuerdo que, cuando me fui de México a Panamá, tenía una colección de “Los mitos de Cthulhu”, muy difícil de conseguir. Y la regalé. Aparte, no me gusta leer dos veces el mismo libro. Cuando una historia pierde la sorpresa del relato, del transcurso, aunque me gusten mucho la estructura, el lenguaje y todas esas cosas, ya no me da para leerla dos veces. A veces, sí hojeo pedacitos que me gusta recordar.
En lo que escuchamos y leímos, vos te mostrás muy afectado, no cuando dejás los libros, sino cuando ves que se va llenando la biblioteca. Como si la biblioteca te dijera: “si yo crezco, vos te vas a quedar”.
Sí. Eso fue cuando volví de Panamá. Ya estaba muy peleado con Montoneros, era muy difícil… Uno le ponía a la militancia un proyecto de vida, no era solamente la afinidad política. Uno construía alrededor de eso porque eso era el motivo central de la vida, de la felicidad, de los afectos, del conocimiento y de su aplicación…. En fin, un proyecto de vida no lo cambiás de la noche a la mañana. Era como una pared. Resultaba tan difícil ver que, detrás de esa pared, pudiera haber algo capaz de completarte con la misma plenitud que la militancia. Cuando volví de Panamá a México, tenía esa sensación. Se me complicó todo… Ahí tuve esa enfermedad, seis meses con una paratifoidea. Y también apareció la enfermedad de mi hija mayor, por la que me habían dicho que podría quedarse ciega. A eso sumale la certeza de que ya los desaparecidos no iban a aparecer, que los milicos se iban a quedar definitivamente. Una malaria terrible…
Vos condensás todo eso en la imagen de una biblioteca que se llena.
Cuando salí de eso fue como, no digo una terapia de sueño porque no fue tal. Pero estuve seis meses fuera de circulación. En ese tiempo me saqué de la cabeza ese peso impresionante que tenía todo lo que estaba pasando, más el agregado de sentir que, si era complicado pensar las consecuencias de que me pasara algo- ahí, en un país donde era extranjero, sin red de contención ni nada- peor era imaginar lo que le podía pasar a mis hijos… Pero, bueno, la enfermedad te obliga a aceptar las circunstancias en que estás. Eso fue como un blanqueo de cerebro muy grande. Me permitió tocar fondo y salir. Ahí lo llamé a Cacho- Humberto Constantini- con quien éramos más o menos amigos. En esa época nos hicimos más amigos. Le dije de entrar al taller de cuentos. Salí de la enfermedad con ganas de hacer cosas, me conseguí un trabajo mejor y me pude mudar a un departamento más grande. Fue ahí donde, con unas tablas, me armé una biblioteca. Cuando estaba tranquilo, me sentaba y la observaba. Me había comprado un equipo de sonido, así que me ponía una música y me quedaba tranquilo, mientras miraba cómo iba creciendo la biblioteca. Ahora tengo un e-book con diecisiete mil libros en un solo dispositivo. Ya no me quiero llevar libros a casa. Pero recuerdo muy bien aquel momento. Fue una sensación de cierta paz, justo después de haber tomado la decisión de quedarme a vivir allá. Y no tuve mucho tiempo de disfrutarlo, porque al toque vino Malvinas y todo eso y se volvió a desarmar.
LOS FOGONEROS DE HERÁCLITO
“¿Y quién no posee un fuego, una muerte, /un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas/ aunque fuere con sonrisas?”, Alejandra Pizarnik
Da la sensación de que la biblioteca fuera la casa.
Sí, totalmente. En ese tiempo, había una ONG que te daba un espacio grande para que pudieras traerte cosas. Yo me llevé la biblioteca. La metí en un container, me llegó como tres meses después porque la mandaban por barco.
O sea que hay objetos que, más allá de tu relación con la propiedad, a veces atesorás…
¡Ahora soy un propietario! Pero, cuando vine acá, de regreso, estuve dando vueltas, me costó bastante darme cuenta de todo eso que uno ni se imagina encontrar. Había amigos que tenían esa actitud de volver a no sé qué felicidad y se pegaban unos golpes contra la pared terribles. Rápidamente, te dabas cuenta de que, después de la dictadura, los modos de relación de los sectores populares, todos los códigos entre las personas, el tejido social, todo estaba cambiado, roto. Por ejemplo, una amiga que era maestra, apenas regresó, se mandó a una zona bien popular a trabajar. Y se volvió loca, porque todos los códigos habían cambiado. Estuve ocho años afuera. Pensá que en ese tiempo la dictadura dio vuelta el país como a una media.
Vos marcás muchos casos en los que te impactan los cambios que se producen en poco tiempo. Lo marcás cuando salís de la colimba y después el 25 de mayo del ’73, cuando te mandan a cubrir una nota a Areco – porque eras molesto por tu filiación política- y, al volver, te encontrás con una ciudad modificada.
Es el río de Heráclito. A veces es cansador, pero no hay nada definitivo. Ni con un Macri de presidente, ni con esa sensación de que se te cayó la noche encima y está todo terminado, ni cuando tenés una primavera camporista, como en aquel momento, que parecía la felicidad y te la cortan al toque. Entonces, hay que estar abierto a ese ritmo de cambios vertiginosos. Aunque hoy el género estrella es el periodismo de investigación -que es importante cuando se hace bien, como lo hace Horacio Verbitsky, no como el gordo Lanata, que es muy berreta, puras operaciones de los servicios de inteligencia-, yo no soy periodista de investigación. A mí siempre me interesó descubrir los fenómenos nuevos que se van generando en la sociedad. Después vendrá el sociólogo y hará una investigación más profunda de eso. Por ejemplo, me interesó mucho cuando se creó la CTA. Creo que fui de los primeros o el que más escribió sobre le asunto, cuando Víctor de Gennaro armó la CTA en un congreso que hizo en el Luna Park. Por eso estuve ahí, con los cortes de ruta en Cutral Có y en Salta. Me interesaba mucho ese movimiento de lo que primero se llamó “Los Fogoneros”: muchachos que prendían el fuego en la ruta y luego quedaron como piqueteros. Era impactante el fenómeno para una sociedad con esa enorme cantidad de desocupados que generaba el neoliberalismo. Sobre todo, dos cosas me gustaron del periodismo: una, la crónica, porque creo que es un género literario refinado. En eso me ayudaron mucho los talleres que hice con Cacho. Y otro es el tema de descubrir los nuevos fenómenos que, en poco tiempo, se van convirtiendo en actores normales de la economía, de la política o de los procesos sociales… Me interesa dar cuenta de eso, me pone mal la imagen de una izquierda esclerosada y absolutamente petrificada, haciendo exactamente lo contrario de lo que hizo Marx, quien revolucionó una mirada que estaba estática. La izquierda esclerosa esa mirada, al no incorporar los nuevos fenómenos que transforman la sociedad desde la raíz. Yo creo que la forma de vivir es esa. Estar abierto a las nuevas percepciones, a las nuevas situaciones con la idea de que lo que estás viviendo como ser humano es una situación de transcurso y transformación. Todo el tiempo. Es algo incómodo… la verdad es que esa visión yo no la tenía tan clara en los setenta. La nuestra era una visión como más plana, digamos… Y, en realidad, no hay nada fijo.
ERRAR POR LA CORNISA
“Muchas veces, al acompañarla hasta Nazca para tomar su colectivo 110, nos habíamos detenido a contemplar ese hermoso árbol, extasiados por la belleza de su forma y por el intenso y embriagador perfume de sus enormes flores. No dudé entonces que, por lo menos en un plano estrictamente poético, yo estaba empezando a ocupar un lugar en sus pensamientos por lo menos desde hacía una semana. Y si me hubiera quedado alguna duda, la mención casi hacia el final del poema de «un solitario y atorrante bichito de luz», terminó de convencerme por completo.” “De Dioses, hombrecitos y policías” (XXI), Humberto Constantini
Te ocupás mucho de la cantidad y el tipo de lenguaje concedido a los hechos por determinados personajes. Te cito: “El Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich tiene una política de difusión. Por ejemplo convoca a la sociedad a bautizar a cinco perritos que nacieron en el ministerio. Publica y megafonea la detención del chico que amenazó por Twitter al presidente Mauricio Macri. Les dedicó un gran esfuerzo mediático a esas dos estupideces. Pero mantuvo silencio de radio sobre las torturas a Iván y Ezequiel y no dijo que habían sido detenidos varios prefectos por ese delito. Mutis por el foro.”
El tema del lenguaje es central para mí. Eso me pareció siempre importante, pero más en esta época, después de la forma en que ganó Macri y de cómo se hizo la oposición al kirchenrismo, con ese planteo de dos realidades tan diversas y contradictorias: una, donde había una cantidad de medidas de tipo social o progresista y otra, que decodificaba todo eso al revés. Eso me llama todavía la atención y me resulta difícil de entender. Creo que tiene que ver con el desapego a las palabras. En todo el discurso político hay como un concentrado de cinismo, donde se dicen cosas que no se piensan, como si se las estuviera pensando. Todo el discurso de Macri es así. Por ejemplo, cuando dice “pobreza cero”: nunca en su vida pensó en eso, lo sé. Si no, hubiera sido otra persona. Hay una relación entre la persona y la palabra que es muy importante y que representa el compromiso, es casi como un acto natural, porque las palabras sirven para representar algo en lo que uno está inmerso.
Y en esa relación personal con el lenguaje, ¿hasta dónde te permitís lo poético y la utilización de metáforas? O mejor ¿qué es lo poético para vos?
Yo creo que la buena poesía tiene la misma limitación que el periodismo. Va siempre por un borde entre lo emotivo, lo comunicativo y lo kitsch. Anda entre lo exagerado, lo melindroso, también lo desacomodante… Los grandes poetas conocen tanto esa cornisa, que pueden caminar por ahí hasta con los ojos cerrados.
Mmmm, más de uno se ha caído por pensar eso…
Sí, también.
Igual, yo me refería a lo poético, no a la poesía, a la concentración de sentido.
En eso, para mí está todo subordinado a la necesidad de comunicar. ¡Yo soy periodista! Si no hay comunicación o lo poético la impide…. Creo que pasa así en la poesía también. Pero ahí, tal vez, hay más eso de centrarse en una cosa muy personal y subjetiva.
No hay nada para documentar en la poesía. No más obligación que con la tripa.
Claro. En el periodismo estás obligado. Todo está subordinado a la potencia de la comunicación que le pueda dar lo poético. Si lo recargás, incomunica. Si lo potenciás hasta el punto que realmente necesita, lo multiplica. Cuando un periodista recién empieza, en las escuelas de periodismo, lo retan mucho con eso de que se manda y busca meter lo poético. ¡Pero por lo menos el flaco tiene ese impulso, arriesga! Y, bueno…, se irá dando cuenta, ya volverá a la cosa más tradicional y luego entenderá cómo funciona lo poético en lo comunicacional.
EL ESCENARIO AMBULANTE
“Allí donde otros exponen su obra, yo solo pretendo mostrar mi espíritu. Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida, “El ombligo de los limbos”, Antonin Artaud
Vos usás muchos recursos narrativos del cine, de la pintura. ¿Qué te aporta todo eso?
Son relatos. Si yo veo un cuadro, ese cuadro me está relatando algo, como cuando cuento una noticia, pero con otro lenguaje. Lo mismo, en un poema. Son relatos, lenguajes.
Uno puede aprender a contar con esas herramientas. En una crónica, un cuadro de repente te dice muchísimo…
¿Y lo teatral? Hoy dijiste muchas veces la palabra actor. En muchas de tus notas recurren las palabas “escenografía”, “máscara”. Por otra parte, en tu testimonio a la Biblioteca, también contás sobre los ejercicios que te hacía hacer Timmerman: “Te ponés en el lugar del pibe del CBC que va a entrar”. Son casi ejercicios teatrales.
Sí. La verdad es que no lo había pensado, pero sí. Jacobo me decía eso.
¿Te acordás de la crónica de Carlos Cajade? Es algo muy teatral lo que contás, casi una puesta en escena: “Sufrió otras muertes injustas y ahora le tocó a él, con la suya. En septiembre le detectaron un cáncer fulminante en el intestino, que lo mató el sábado. Sin dar tiempo a nada, sin poder acostumbrarse a la idea. La gente hizo manifestaciones en el hospital, quiso detener a la muerte como si fuera un patrón, quisieron que Carlitos los viera desde la ventana para darle un poco de vida y se dejara de joder con la muerte. Y desde la ventana los vio a todos, a los pibes del hogar, a los de ahora y a los que ya crecieron, a los educadores, a sus compañeros del Movimiento, a los trabajadores de La Pulseada y a los vecinos que lo ayudaban con lo que podían. No sé si será un consuelo, pero fue lo último que vio.” Esto es de tu nota “Las vidas de los sin tanta fama (2005 Carlos Cajade, “La última pulseada del Curita”)” ¿Hay algo de ese “dar a ver la acción”, como un traslado de ese asunto teatral a la crónica periodística?:
Es que lo de Cajade fue impresionante, de una emotividad infernal. Es como cuando uno escribe ficción, hay un peligro. Tenés que creerlo. Si lo que contás deja de ser creíble, perdiste. Hay situaciones de la realidad más increíbles que la ficción. Yo lo conocía a Carlos Cajade, le había hecho una entrevista muy larga, era un tipo bárbaro. Él manejaba dos o tres casas para chicos de la calle. Eran chicos que la sociedad rechaza, los personajes más marginados, nadie se puede sentir menos valioso y menos querido que esos chicos. Él fue quien armó el Movimiento de los Chicos del Pueblo, junto con Alberto Morlachetti, el sociólogo que murió y que tenía la “Casa Pelota de Trapo”. Esos chicos habían hecho una vida ahí. De repente, hace unos veinte años, Cajade se enferma de cáncer y se les muere. Un tipo de unos cuarenta y tres años más o menos. Estaba internado y los chicos y adolescentes que él había formado y criado se desesperaban y se iban frente al hospital para que él los escuchara, para que él los pudiera ver. No era una cosa mística, era una necesidad. Tenés que encontrar la forma de que no pierda la potencia emotiva ni credibilidad.
DERIVAS DE LENGUA MADRE
“Madre, madre, / vuelve a erigir la casa y bordemos la historia. / Vuelve a contar mi vida…”, “Les yeux sont fait”, Olga Orozco
El periodismo, para vos, incluye saberes de pintura, de cine, de teatro… ¿Y de música? Porque está eso de que tu mamá quería que cada hijo tocara un instrumento y nadara… Parece que te cubría las tres dimensiones: El aire, con la música; el agua, con la natación y la tierra, con lo que vos eligieras…
Mi vieja era un personaje total. Aparte, me daba libros para que leyera, no era una intelectual erudita, pero sí una mina muy inteligente, vivía con mucha intensidad.
¿Había una biblioteca en casa?
Sí. La perdimos con los milicos. Todo mi afecto por la lectura me viene de casa. En aquellas épocas estaban los vendedores de libros, un oficio interesante. Para las familias de clase media, era como una cuestión de status tener una buena enciclopedia. Y mis viejos habían comprado una colección espectacular de literatura que se llamaba “Colección de Jackson”, unos libros encuadernados en verde con motivos dorados. Yo me leí todos los clásicos rusos a mis diez, once años. Tolstoi, Dostoievski. Por ahí entendía la mitad de lo que leía, pero el relato me apasionaba.
¿No hubo una segunda lectura de esos libros tampoco?
De algunos sí, pero no los leí nunca más completos, porque ya sé cómo terminan. Por ejemplo, leí por segunda vez “El viejo y el mar”, de Hemingway, esa historia del viejito que pesca su enorme pez espada, se lo van comiendo los tiburones y se siente derrotado. Yo hice importantes reflexiones con esa idea… Y, después, la música, que es sobre todo más fácil, porque establece un vínculo… Leer un libro es como un acto, a veces, más erudito. No me gusta la cita por una cuestión de erudición. Borges, por ejemplo, en muchos libros recarga las citas, muchas de ellas inventadas. Son jodas. Y lo que él quiere destacar es una cosa de erudición, aunque lo hace con un sentido concreto. A mí el tema de citar, me interesa sólo en algunos casos, porque tiende a cerrarte. Y la música, la televisión o el cine generan, en cambio, puentes. Es más fácil que las personas hayan escuchado una música o se interesen por hacerlo, si vos la mencionás. Está como más al alcance.
MERODEOS DE FICCIÓN
“La esperanza se encuentra en la siguiente página. No cierres el libro.
-He pasado todas las páginas del libro sin topar con la esperanza.
-La esperanza quizá sea el libro.” “Las cortinas corridas”, Edmond Jabès
¿Para vos es importante el ritmo al escribir?
Sí, claro. Y es otro ritmo. Es una música de las palabras.
¿Nunca tuviste, estos últimos años, la necesidad de escribir ficción, de pensar que hay cosas que no encajan en el periodismo?
No. Y me cuesta un montón, porque el periodismo te genera un vicio, que es escribir casi por encargo. Entonces, cuesta muchísimo sentarte a escribir lo que se te canta el traste.
¿La historia de Huguito, no?
La contó Dora Apo. Una vez me la encontré en la calle y me dijo que estaba tratando de hacer un libro con las historias de la dictadura. Y ahí mismo, yo le conté la historia de Hugo.
https://www.inventario22.com.ar/textocomp.asp?id=61815
Pero debe haber cosas que requieran de otro registro más allá de lo periodístico…
Sí. Muchas veces pienso que viví cosas que parecen de ficción. Ahora, como salió la película de “La larga noche de Francisco Sanctis”, van a hacer una reedición de la novela. Entonces, me llamó el hijo de Cacho para que yo escribiera el prólogo. Pero yo no soy un crítico literario, ¿qué pongo? Me acordé de dos cosas: una, de aquellos talleres, en el ’79 – ’80, en la época en que Cacho estaba escribiendo “La larga noche…”. Cada quien llevaba y mostraba lo que escribía. Y, a veces, él mostraba lo que tenía de su novela… Cacho era un tipo bárbaro. Nos pasábamos horas en el taller, porque siempre se armaban unas discusiones políticas feroces. Cacho era un gorila total, muy simpatizante del ERP. Lo de gorila lo digo con todo el afecto del alma, porque es un tipo del que tengo los mejores recuerdos, igual que de Chuchú: esos tipos que a uno lo han alimentado mucho. Bueno, te decía que, cuando me pidieron el prólogo, me acordé de dos cosas. La segunda es que, al conocer a Cacho en un diario que empezaba a salir en México, yo estaba en la sección internacionales y él, en la sección de corrección, por esos tiempos, la más importante del diario. Todo había que corregirlo o reescribirlo. Este era un diario nuevo, tipo Página/12. Ahí nos hicimos amigos. A la noche, al salir de la redacción, teníamos que atravesar un barrio y así poder llegar a una avenida donde yo tomaba un ómnibus. Cacho vivía en medio de ese barrio. Un barrio de casitas, lindo, pero bastante oscuro de noche y con poca gente en la calle, medio solitario. Entonces, un día se hizo muy tarde y nos fuimos juntos. Íbamos por el medio de la calle y no veíamos nada. Veníamos hablando de huevadas. En eso, un tipo nos pasa, muy rápido. Y, al rato, despacito- como los Falcon verdes de acá- avanza un auto junto a nosotros. Lo miramos de reojo: tipos de civil, pelo largo, barba, armados hasta los dientes… Año ’77, el año en que transcurre “La larga noche…”. Nos quedamos helados, pero seguimos caminando. Cuando el auto había adelantado unos cincuenta metros, de pronto, se vino encima marcha atrás a todo lo que daba y echando humo por las gomas. Los tipos sacaron los cuerpos por las ventanillas, con las armas y todo eso. Eran policías de civil mexicanos. Nos pusieron contra la pared, de espaldas, nos pidieron identificación. En México, en esa, época, no había ni cédula ni nada, la gente se identificaba con el registro de conducir. Yo sólo tenía una cédula de identidad argentina. Entonces, metí despacito la mano en el bolsillo, saqué la cédula y se la di. Y, claro, decía “Policía Federal Argentina”, tenía el sello y demás… Los tipos la miraron y dieron: ¡Ahá! Bueno, la próxima vez que anden por acá tienen que avisar antes.”. Me devolvieron la cédula y se fueron. ¡Se creyeron que éramos policías federales argentinos! Eso lo puse en el prólogo de la reedición del libro de Cacho.
El lado B, ¿qué te dice?
Un diario no tiene lado B, no lo tiene tampoco un libro. Lo único que tenía lado B eran los vinilos. En realidad, ya no existe el lado B. Y si lo pienso respecto de mi vida, nunca tuve lado B, no lo tengo. Siempre mentí mal. Cada vez que quise mentir, perdí. En eso soy demasiado tonto… Ahora, en la realidad el lado A y el lado B vienen juntos siempre. No se pueden separar. Lo bueno siempre viene con algo malo. Lo único que tiene un solo lado es el dulce de leche.
- Chuchú Martínez, hombre de confianza del General Torrijos, del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
- Vicente Jarito Walker, periodista.
- Leer link asociado: “Memorando a Jarito”, por Vicente Zito Lema.
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