Deseantes: Sobre la película Bajo la Arena de Françoise Ozon (2001)
Por Alicia Lapidus
TOMA TRES
Un auto viaja en la autopista. Una pareja. Maneja ella, maneja él. Parada, café. Rutinario y normal.
Una casa de veraneo, en el medio del bosque. Un matrimonio donde lo cotidiano se expresa sutil en un beso a la pasada, un café compartido, la cena con vino. A Jean se lo ve pensativo, cansado. Ella, alegre despreocupada.
El director se detiene explícitamente en gestos habituales, que podrían parecer intrascendentes. Pero no lo son.
Un paseo a la playa, una siesta al sol y la tragedia se desploma sobre Marie como ese sol que la baña. Él se va a nadar y desaparece. El ojo de Françoise Ozon lleva de la mano hacia la desesperación de la mujer, una inolvidable Charlotte Rampling. La búsqueda con helicóptero, lanchas y hombres. El retorno, en el mismo auto en que eran dos. Ahora, ella sola.
Una brusca interrupción desemboca en una cena con amigos. Confunde. El reloj avanza pero la estampa parece antigua. Ella habla de Jean en presente, otra vez de temas cotidianos. Pero su ausencia grita angustia. Los comensales se miran con preocupación.
La mujer vuelve a su casa y un Jean muy vital la espera. Conversan, ella le cuenta de su salida y del hombre que quiso besarla. No está sola.
Marie inicia un vínculo con otro hombre, pero, Jean siempre está presente, hasta en el sexo. Ella cierra sus ojos para ver al ausente.
TOMA TODO
Según la psicología, la negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos con desmentidas y rechazar su existencia o su relación o relevancia con el sujeto. Se desechan aquellos aspectos desagradables de la realidad. El individuo resiste los conflictos emocionales y las amenazas de origen interno o externo, no quiere reconocer algunos aspectos dolorosos, bien manifiestos para los demás.
Marie vive la presencia de Jean en su casa, lo siente acostado en su cama, le pide que la abrace. Ozon deshilvana la historia en dosis, como la vive Marie, pero las escenas siempre empatizan con el espectador, quien sufre por y con esa mujer. Difícil no identificarse con esa negación, con ese deseo fundante: que lo sucedido sea mentira.
De a poco, tras los pasos de Marie, se desocultan los misterios: Jean tenía una profunda depresión, tomaba medicamentos. Pero su esposa ignoraba ese dato, ella había iniciado el camino de negar la realidad mucho antes de la desaparición.
DAR EL CUERPO
La felicidad es leve, ilusoria, momentánea. Se escurre como la arena que ella toma entre sus dedos, sentada sobre la playa donde Jean ha desaparecido, mientras mira el mar. Su bienestar efímero impregna al espectador, quien también se aferra a él y esconde, bajo “la alfombra”, lo insoportable.
La suegra, venenosa, niega también, pero de otro modo. La culpable es Marie, él se aburrió de ella y se fue a empezar una nueva vida. El fantasma de Jean sobrevuela y moviliza a ambas mujeres. Todo encuentra un argumento “lógico” para desdecir la verdad. La ausencia de cuerpo, contribuye: si no hay cuerpo, no hay muerte. Es un duelo imposible. Y Marie se sumerge alegremente en esa teoría. Su Jean vital, quien la acompaña en su casa, la ayuda a desmentir su ausencia. Lo que todos ven, ella no lo puede ver.
Sin embargo, la realidad se abre camino en la red del “nada ha pasado”. Una llamada, un cuerpo aparecido. Marie se niega a escuchar más, no contesta. Como una gota que, poco a poco se clava y astilla su mente la duda, por fin, aparece. El espectador quisiera sacudir a la mujer, hacer que entienda, abrir hacia el presente esos ojos, clavados en el pasado.
TRISTE Y SOLITARIO FINAL
Mientras escribo esta nota, apareció en el Río Chubut un cuerpo que probablemente sea el de Santiago Maldonado, desaparecido por la Gendarmería. No me puedo sustraer al dolor, ni a pensar cómo todo un Gobierno es capaz de negar de este modo. “Que lo vieron por acá, que lo vieron por allá, que se fue a Chile, que está en Entre Ríos”. Una pesadilla de película de terror, que hiela desde adentro hacia afuera hasta que nos convertimos en una estalactita, quebradiza y, al mismo tiempo, hirviente.
Esto no es el cine, no es un fantasma, es un pibe, un chico con sueños, defensor de “causas perdidas”, un amigo de la naturaleza, que no tendrá nunca novia, no será padre ni besará a su madre. Esto es real, es la pesadilla de un Estado sin derecho, que hasta los sueños mezquina.
EL TOPETAZO
Vivir con la verdad es muy difícil. Para Marie aceptar su incapacidad para ver qué le pasaba, casi imposible. Su existencia misma se pone en entredicho si Jean no está. Su vida era él. Y, frente a la certeza que el espectador tiene, Marie niega la ausencia una vez más, quizás la última. Jean está, la espera en la orilla del mar que se lo tragó. Y ella corre persigue a ese fantasma a ese lugar donde jamás se encontrarán.
Para nosotros, en nuestro país, el riesgo de la negación es mucho más que el riesgo individual, es el riesgo de la desintegración social. Como esa Marie- quien desasida de la verdad, corre sin sentido en busca de esa ilusión-, los negadores nuestros se tropiezan a ciegas, sin rumbo, aferrados al fantasma de las promesas, para estrellarse al final de este doloroso camino con la verdad, única y cruel.