Deseantes: sobre las prohibiciones y deseos en el fútbol.
Por Nicolás Estanislao
«Si mi poesía no ayuda a cambiar la sociedad, no sirve para nada…»
Roberto Santoro
PERRO NUNCA GATO
Desde el lugar más remoto. Ese, ahí, al costadito. Ese que no se logra ver nunca. Desde ese lugar, es de donde intento escribir de manera sencilla, una historia mínima. Mi historia. Familiar. Barrial. Mundial. O lo digo de otro modo: la historia de no sé cuánto he amado. El amor, claro, trajo los hijos, pero ellos son la misma y otra historia. Hay perros, nunca gatos. No sé por qué. Hay gritos de gol furiosos y mucha amargura, también. Hay alambrados y trapos. Por otra parte y más allá de lo que hay, puedo muy bien con lo que falta, con la soledad. Siempre despacio, con encuentros y desencuentros. Tal vez esta distancia sea nomás una excéntrica historia, que se enoja, se desdibuja, se ofrece y se retira. Ayer, domingo, me refugié entre libros. Todavía tengo un poco de domingo entre las manos. Lo toco, lo leo (es tan tocable el domingo) después acomodo los libros y el contacto con ellos excede a la propia lectura.
Resulta que debía comenzar una nota para la revista, pero estaba lejos. Me distraje. Algo que sucede a menudo, hasta que las imágenes comienzan a dispararse solas, mezcla de azar y búsqueda. Y ahí me reencuentro con lo sutil. A veces, eso se manifiesta como un desdibujado horizonte. O, por ejemplo, en una cifra. En meses, cumplo 40, entre rutinas, búsquedas insólitas, laburos innecesarios, sufrimientos futboleros… pero eso sí, señores, asados de todo tipo y de toca clase. Con la banda de siempre. Con la de antes y, también, claro, la de ahora. Y así me pierdo, como si le humo del asado no me permitiera hacer foco. ¿Me pierdo o regreso? Volvamos al tema central (¿central?).
TANTO POR DECIR
¿Para qué? Escribo en pleno horario laboral. Me acompaña Cerati de fondo, quizás, un modo de que me acompañes vos. A Gustavo Cerati lo empecé a escuchar mucho más, de grande. Por alguna conexión letra/música tiempo/espacio, esta música achicó distancias. Seguí de cerca la tremenda forma de irse su vida y eso me marcó en algún lugar íntimo, pero inaprehensible.
El pasado lo reinvento. Guardo muy pocos recuerdos, no por elección, sino por capacidad de memoria. O, quizás, por selección. Conocí islas, nortes y sures. Caminos, valles y montañas. Nieves y mares. Ojos y ojazos. Como los de ella, que los veo entre constantes parpadeos. Siempre. A través de esa mirada, regreso a la imagen en el espejo y veo mundos e inframundos de proezas y secretos. Y, al instante, ya no los veo más desde el azogue, algo pica, driblea. El fútbol también tiene sus secretos mejor guardados, poderosos, que permiten persistir en el silencio oculto de una vida hostil.
Disculpen, pero me fui otra vez por ahí. Me subí al oscilar perpetuo de ese péndulo oculto que a todos nos atraviesa. Nos lleva y nos devuelve.
De inmediato, irrumpe el despertador a las 6.50 AM y todo vuelve para atrás. Mientras, intento algún verso que alivie, al tiempo que mi hijo mayor me exige dinero para su baile de la primavera. Y el otro entre risas mañaneras vocifera que recordó o soñó o quien sabe que tiene evaluación de lengua. La suerte está echada, la mañana rodando. No sé a dónde iré con todo esto, pero lo interesante acá es cargar la mochila de palabras y bordear el destino invisible. Completarlo de viajes. Los viajes, devenir fáctico de mis desequilibrios. Me fascinan, me asustan, me paralizan. Así, subido a una corriente difícil de describir.
EN LA CIUDAD DE LA FURIA
“Escribir es la manera más profunda de leer la vida”, dice por ahí Francisco Umbral. Ahora que esto se re configuró como nota, y ya que hablaba de viajar vamos a la República de Mali. Específicamente – TIMBUKTU – una ciudad cercana al Río Niger, en los confines de la zona fértil del Sudán, cargada de dinastías, apogeos e historia. Es un punto de encuentro entre al África Occidental, las poblaciones nómadas bereberes y los árabes del norte. Allí, todo está prohibido. Es en este contexto que se desarrolla Timbuktu (2014), dirigida por Abderrahmane Sissako, nacido en Mauritania. El film oscila entre el compromiso propio del documental y la recreación simbólica desde el campo de la ficción, donde la crueldad es llaga propia de paranoicos, el dolor humano es poesía de denuncia y la esperanza, un canto rebelde.
No se trata de una historia de guerras o de aventuras de carácter lineal ni de un relato de la vida real, sino de una serie de cuadros, a modo de pequeñas historias interconectadas, que nos acerca a las terribles circunstancias. Las situaciones se desatan cuando un grupo de fanáticos armados se cree dueño de las vidas de los pobladores. La tensión se desarrolla en torno a sus presencias. Prohibir la música, el fútbol, la belleza natural de las mujeres.
https://www.youtube.com/watch?v=QEz0-vnIJl8
También, se captura la belleza que provoca el vértigo implacable de los cuerpos deslizándose en secuencias infinitas por la cancha de arenas, dándole por consiguiente composición final al acto sutil de un partido de fútbol. Un partido jugado con una pelota diferente: la imaginación.
La necesidad física y psíquica de jugar es una manifestación de la incapacidad humana de soportar las formas cotidianas de repetición y los sistemas cerrados que no ofrecen ninguna posibilidad de cambio inmediato.
Ante ello se desata el deseo de libertad, de crear, de ser feliz. A veces creo que su contrario es la frustración. Pero, en cuanto estoy por patentar mi convencimiento, desde bien adentro de la frustración, sale un ejército de deseantes, sin nada que perder, y que se reinventan en cada pase, en cada corrida en busca del espacio vacío, en cada grito callado de gol. En cada letra que se derrama frágil pero resoluta. Precisamente en ese partido sutil invisible contra la vida. Contra la historia. Contra la prohibición.
Cuántos mundos caben, cuántas vidas se entremezclan en el ínfimo transitar silencioso de las horas y los días. En el ínfimo arte de colgar las banderas y esperar que lo mejor suceda. Las diferencias son todas. Las necesidades se camuflan, las carencias se evidencian. Las verdades únicas e irrebatibles explotan en cada una de las gargantas arrugadas de desolación: GOL.
DESTROZAR EL SILENCIO
La nota tenía una dirección, pero un acontecimiento desvió el rumbo, vale la aclaración.
Dos equipos del ascenso más profundo- del ascenso más orillero-, no quieren callarse ante el olvido. Jugadores de Centro Español y Liniers salieron a la cancha con una bandera que gritaba:
¡Basta de jugar día de semana, ¡el jugador “D” ascenso trabaja!
El fútbol es más que un juego; es un sistema de signos que codifica experiencias y significados. Permite leer desde ese lugar el propio lenguaje de la vida. Así, el fútbol habilita relatos, con eje en el hombre y en todo lo que lo rodea y se hace literatura. Y así es como un martes cualquiera de lluvia, la tormenta y el amor por la pelota se presentan por igual. Se complementan, se naturalizan.
Todo sucede, no olvidemos, en el contexto del sátiro slogan: “Ascenso Unido,” que catapultara a la hoy nueva dirigencia a hacerse cargo de los viejos nuevos rumbos del fútbol argento. El peso de representatividad que pregonaba la unión de fuerzas de los equipos del Ascenso barrería de un plumazo a los poderosos de “Primera” línea. Y así como en un cuento de hadas, el tan golpeado ascenso tendría el lugar que tanto se merece.
Los jugadores quizás pensaron que tener mejores celulares, mejores botines, también los habilitaría a jugar los mejores días: los sábados por la tarde.
La idea es: allí donde reina la prohibición, jugar cuándo y cómo se pueda será un triunfo. Pero allí donde no reina la prohibición, se exigirá jugar en un buen día, en un día posible dentro de la realidad del jugador y el espectador. Todo para dejar en claro que la ilusión de gol no se apagará mientras haya un compañero a quien pasársela redondita, para que vuele rasante al último toque a la red.
Las preguntas se desatan como gambetas para adelante, endemoniadas maniobras en búsqueda del mejor compañero.
¿Por qué prohíben el fútbol en aquel país inmensamente lejano para nosotros?
¿Quieren diferenciarse de las barbaries de Occidente?
¿Por qué no se puede jugar el ascenso como el ascenso se define por su histórica condición: sábados a la tarde?
¿Qué tiene acá o allá de peligroso el fútbol? ¿ la prohibición de jugarlo, de que asistan visitantes, que no se puedan llevar banderas es más poderoso que el deseo de vivir el espectáculo a destajo? Como antes, como debería ser siempre.
No conozco muchos héroes de renombre importante, pero sí héroes anónimos, que intentan cambiar desde su pequeña trinchera su modo de vivir. Y en los bajos, en las orillas, al borde de los ojos cansados, en el conurbano profundo o en el África más retrasada, más oculta, más golpeada, en silencio, pelean en la “clandestinidad” de jugar al fútbol. Cuando fuere, cuando se necesite. Porque jugarlo es concreta necesidad de placer.
Aún con la vida escindida entre una superficie visible y una aérea oculta. Aún con sensaciones confusas, pero siempre con el desafío diario de salir a vivir por ese grito de gol; sea acá en el ascenso o allá en el África el acto central de dar vuelta la historia se basa en simplemente jugar al fútbol.
Y desde ahí, desde ese costadito, bordecito casi olvidado, intento construir las historias que nos suceden, y así soñar despierto con un pasado-presente-futuro inmediato existente y real, que permita el desborde del deseo constante y latente, de ir más allá de la vida ordinaria.