La orfandad: Entrevista a Carla Villalta.
Entrevista y edición: Lourdes Landeira
“Érase una vez un niño cuyos padres habían muerto; las autoridades lo colocaron en la casa de un hombre rico, a quien le encomendaron que lo alimentara y se ocupara de su crianza”. La frase es el inicio de un cuento de los Hermanos Grimm, “El pobre niño en la tumba”. La ficción continúa. En la infancia del huérfano no se multiplicaron los panes, sino las palizas. Abatido por el dolor y el hambre, decidió quitarse la vida con lo que creía veneno, pero era miel y vino dulce. La mezcla de saciedad y embriaguez lo condujo a los pies de la tumba donde, a causa del frío y no de la pócima, encontró la muerte que buscaba. El hombre rico y su esposa perdieron su casa en un incendio y vivieron pobres e infelices, llenos de remordimientos. Los Grimm escribieron la historia a principios del 1800. Como los sueños- entre el deseo inconsciente y el resto diurno-, la imaginación de los hermanos se habrá nutrido de una práctica social cotidiana y de la necesidad de dibujar una orfandad que todavía no conocía utopías. “La aspirante manifestó que se dio cuenta de que quería un perro y no un niño”. La frase es un textual de un periódico argentino de marzo de 2018. Fue incluida en una nota que daba cuenta de las devoluciones de niños dados en guarda preadoptiva: el 20% de la totalidad de los casos del periodo 2016-2017 en nuestra bendita Buenos Aires. En el medio, la categoría “huérfano” se construyó –y se sigue construyendo- al compás de lo que la moral hegemónica de cada época admite y posibilita. En el medio reciente, nuestras “Abuelas” revolucionaron cada intersticio de verdad. Hoy, hablamos con la doctora en antropología Carla Villalta. Ella estudia los dispositivos jurídico-burocráticos destinados a la infancia pobre y a sus familias e investigó los procedimientos para la apropiación criminal de niños durante la última dictadura. Mañana, quizás, proliferen manos para reescribir las fantasías.
EN LA CUERDA FLOJA
Me gustaría abordar el tema de la orfandad, pensar cómo se ha construido históricamente la categoría “huérfano” y cómo el Estado interviene -o no- en estas situaciones.
La categoría huérfano está presente en la literatura infantil, aparece allí de manera recurrente, con lo cual tenemos un contacto bastante cercano. No es de esas categorías que se nos alejan, aunque uno no haya vivido esa experiencia. Hago esta introducción para contarte que, a mí, la categoría huérfano me emerge al hacer mi tesis de doctorado e indagar- con la intención de reconstruir algunos de los mecanismos y dispositivos en relación con esta infancia desprovista de cuidados, en situación de abandono. Una infancia que ha sido y es intervenida habitualmente por el Estado, a través de sus distintas instituciones. La categoría huérfanos aparece incluso en nombre de determinado castigo. Y allí comprobé que los huérfanos, muchas veces, no eran tales. Había huérfanos que tenían padre y madre o uno de ambos. También me llamó poderosamente la atención cómo determinados niños que ingresaban en estas instituciones recibían ese rótulo, ese mote, esa categorización, aun con sus padres vivos. La condición de huérfano remite a esta situación de desprovisto de cuidados, abandonado, a toda una serie de categorías que no necesariamente son tales en el caso de otros niños. Digo, quizás hay niños huérfanos, pero provienen de otro sector social y no aparecen como el arquetipo del “ser huérfano”. Y hay niños que no son huérfanos, pero sí son merecedores de esa categoría por haber tocado, haber ingresado a alguna instancia estatal de cuidado o de protección que los construye como tales. Y entonces ese lazo, que a lo mejor ya era frágil, se vuelve más endeble, ¿no? Pienso en la relación de determinados niños pobres ingresados estos ámbitos de protección y que, desligados de su familia, se convertían en verdaderos huérfanos, porque ese lazo también se cortaba.
Es una orfandad carente, pero no necesariamente de padre y/o madre. Los antiguos hogares de “expósitos”, como leímos de tu investigación, debían su nombre a que albergaban niños que, desde el ámbito privado de la familia, eran “expuestos a lo público”. En el contexto actual, ¿cuál es la condición o cuáles los requisitos para ser considerado huérfano? ¿Ante qué carencias el Estado considera que debe intervenir?
No sería tan sólo considerado huérfano aquel sin tutor, esa ha sido la discusión para delimitar atribuciones legales de los funcionarios que intervienen sobre la infancia en tanto huérfana. Habrá algún familiar o algún pariente que se haga cargo en base a ser responsable o representante de ese niño, o ese niño quedará bajo el amparo de alguna familia. El conflicto se da cuando estos niños no tienen delimitado claramente quién es el que se hará cargo. Por eso, aparecen las figuras de los tutores públicos o de la tutela estatal, en su momento, para asumir esa tarea de protección y representación del menor, concebido como incapaz. Entonces, necesitaba estar representado legalmente. Hoy por hoy esto ha avanzado hacia el criterio de una autonomía progresiva. El menor que sí va a necesitar un responsable o un representante legal, a medida que crezca, va a poder desarrollar algunos actos por cuenta propia. Esta cuestión se inaugura con el nuevo Código Civil, pero ya había jurisprudencia al respecto.
¿Cómo se interviene hoy desde el Estado?
Está la cuestión de los niños pequeños sin protección adecuada o suficiente, o que no están siendo cuidados de manera correcta – tal como la legítimamente indicada y compartida por todos- , o bien chicos que son víctimas de abusos diversos, de negligencia, de malos tratos; en esas situaciones, se construye el deber del Estado de intervenir . Y ahí el tema es aún objeto de controversia. Ha habido un movimiento de no judicializar, no criminalizar las situaciones de pobreza. Entonces, los agentes estatales deben ponderar hasta dónde llega la situación de pobreza y dónde empieza la situación de negligencia. Confrontados a esas situaciones, a veces se interviene y a veces no. Realizan evaluaciones para determinar si el niño debe ser o no separado de su medio familiar. Y allí aparece otra categoría, en boga hace unos cuantos años, que es bien interesante: la de privados de cuidados parentales. La enunciación llamó mi atención, es como si se hubieran privado solos de ese cuidado parental. Se asemeja mucho a la cuestión de los huérfanos. Bueno, hubo un infortunio de la vida, los padres se murieron en un accidente y no tienen cuidados parentales. Entonces, ¿a quién se le aplica esta categoría de “sin cuidados parentales”?
¿A quién?
Hay niños que han sido separados de su medio familiar por la intervención de alguna institución del Estado en la que media la justicia. Han sido privados, no es que están privados. En muchos casos esas categorías más eufemísticas no permiten ver que hay un proceso de producción de niños sin cuidados parentales, porque previamente se evaluó que esos cuidados no eran todo lo buenos, suficientes o todo lo correctos que ameritarían. Aun así, hoy por hoy, está mucho más regulada que antes esa intervención. Más allá de que persistan determinados estereotipos y prejuicios asociados a la condición de clase y a la condición étnica – también hay mucho de eso- y de lugares comunes que llevan a considerar que algunas personas no son aptas para criar a sus hijos, que también se van reproduciendo no solo entre los organismos de protección –como juzgados o servicios de protección de derechos-, sino también entre otros agentes estatales, como la escuela. Cosas como que “los bolivianos son de maltratar a sus hijos o que les pegan” o que “los paraguayos tienen cuchillos” son prejuicios que continúan. Sin embargo, por otro lado, hay bastante trabajo reflexivo respecto de ser mucho más cauteloso y precavido en decidir una medida de separación de los niños de su medio familiar o, incluso, dictaminar la situación de adoptabilidad.
¿Qué propuestas tiene hoy el Estado cuando determina intervenir ante ese niño privado de cuidados parentales? ¿Hay lugares que funcionan?
Hay, en general, son hogares. Es llamativo que, en la Ciudad de Buenos Aires, el gobierno dispone de 40 hogares, pero solamente cinco son estatales. Los demás son de organizaciones de la sociedad civil o de ONGs que tienen hogares y que convenian con el gobierno. Existen algunos programas de fortalecimiento familiar, para no llegar a la situación de tener que separar a los niños de sus parientes, pero son bastante escasos. Después, está esta modalidad que está intentando implementarse y expandirse: el acogimiento familiar, que son familias que cuidan transitoriamente a un niño. Actualmente, estamos haciendo una investigación para Unicef y vemos que, en algunas jurisdicciones, es muy incipiente, recién se están instrumentando. Son programas que se han ido remozando. En otro momento fueron las familias de tránsito, que permitían descomprimir un poco los establecimientos de alojamiento de niños. Ya las entidades de beneficencia porteña, históricamente, se habían dedicado a colocar niños en familias, no tanto en función de los efectos nocivos de la institucionalización, sino porque los establecimientos no daban abasto.
Esas “colocaciones” resultaban bastante particulares, ¿no? No eran sus hijos, eran los “criados”.
Exacto. Se trataba de un contrato que podía llegar a ser en calidad de hijo, pero no existía la ley de adopción. Había que hacer un trámite legal para darle el apellido, pero igualmente no se equiparaba la condición de hijo. En su mayoría, eran colocados para que cumplieran tareas de servicio doméstico.
AL TRAPECIO SIN RED
Entre la idea actual de acogimiento y los hogares de tránsito que había antes, ¿cuál es la diferencia?
En relación con las familias que desempeñaban la tarea antes y ahora, no sabemos si hay tantas diferencias. Se supone que no deberían actuar como familias sustitutas, que era la denominación anterior, cuando se pensaba que el cuidado se orientaba a reemplazar al de la familia. Actualmente se sostiene que ese cuidado debe ser transitorio y no debe sustituir al de su familia de origen, sino que debe acompañar, apuntalar, poder cuidar en situaciones excepcionales y provisorias, pero con la mira puesta no en suplantar, sino en hacer posible que los niños y niñas puedan volver a convivir con su familia de origen. En esos casos, la cuestión de la temporalidad acotada debería ser la norma más que la excepción, de modo que permitiera que el niño- lejos de cortar lazos con su familia de origen, de desentenderse de su historia- pudiera hacer un tránsito por estas familias para recuperar, después, sus lazos familiares. Eso, en términos de conceptualización de esa modalidad de cuidado. Pero, además, hay ahora una cuestión de profesionalizarlas. Antes, en general, eran mujeres quienes se proponían, se trataba de una cuestión de voluntad, de ejercer en algún punto la solidaridad o la caridad o cuidar al niño por un tiempo. No existía ninguna preparación, ni capacitación, o ejercicio reflexivo sobre el cuidado hacia ese niño, de quien se espera que conviva como uno más de la familia, pero sin tener vinculación parental. Estas modalidades de cuidado que procuran implementarse actualmente tienen más en vista que no solo es cuestión de “el amor que tengo para dar”, sino el estar preparado para poder garantizar a ese niño sus derechos a crecer en un entorno familiar y comunitario. No obstante, todavía se mezcla lo antiguo y lo nuevo y, en las prácticas, se observa mucha heterogeneidad.
¿Hay un plazo para la actuación de estas familias?
Sí, los plazos existen, centralmente, para las que se denominan medidas de protección excepcional de derechos: medidas de separación de los niños de su medio familiar. Se supone que no deben exceder los 180 días. Según el nuevo Código Civil, al cabo de ese lapso, los equipos profesionales que intervienen en el caso deberían evaluar la re vinculación con su familia de origen, o bien, la solicitud de declaración de situación de adoptabilidad. Esto varía. En general, no se respeta cuando son casos en que la familia de origen está presente y quiere recuperar a su hijo. Allí lo que sucede, centralmente, es que los plazos quedan muy cortos.
Eso pensaba. Es muy poco tiempo para modificar una condición preexistente.
Tal cual. Seis meses es un tiempo muy, muy acotado porque a la familia se le exige, desde que construya el baño en la casa para que el niño pueda volver con ellos, hasta que la madre y el padre inicien tratamiento psicológico. Vos pensá: vas a un hospital público para pedir un turno y te lo pueden dar para dentro de tres meses…
¿Se contemplan excepciones?
Hay flexibilidad de hecho. Hace poco entrevisté a una jueza acá en Ciudad y me decía que todos conocen este plazo, pero realmente no se cumple. En algunos casos se hace una ingeniería jurídica para estar amparados. En otros, no. Pero es cierto que se han agilizado los tiempos y las estrategias en función de resolver rápidamente, de no eternizar a los chicos en las instituciones, en este tipo de dispositivos. Lo real es que la agilización, en general, va para el lado de la adopción y no para el lado de la re vinculación con la familia de origen.
¿Existen estadísticas de los casos revinculaciones?
Nos está costando muchísimo obtenerlas. Las estadísticas dicen que los chicos más grandes son los que más vuelven a su familia de origen y, en los más chicos, es más probable que se resuelva en adopción más que en revinculación. También existen estos niños ya adolescentes que quedan en los hogares y es un tema muy preocupante para los agentes institucionales, son adolescentes que permanecen vinculados a una suerte de situación de orfandad. Hay mucho para pensar y para hacer. Pensamos que los menores de edad deben tener un representante, un responsable. Deben tener una familia que los complete, que los constituya como sujetos. La categoría huérfano es muy pregnante, nos moviliza no sólo porque el niño huérfano aparece como desprotegido, solo, sino también como un niño sin representación, sin responsable. No pensamos en la posibilidad de crecer en función de otros sostenes no vinculados con lo familiar y con este modelo, tan propiamente occidental, diríamos los antropólogos: un parentesco, unas relaciones de parentesco que se organizan en derredor al tema filiatorio. O sea que, si vos no no tenés tus progenitores biológicos que además te inscriban en esta relación filiatoria, parece que vas a ser un individuo sin sostén alguno ¿Y por qué no poder crear otro tipo de sostén que, además, no se base en la limitación de esa institución familia? Más allá de los tantísimos cambios que ha tenido, seguimos pensando en la familia nuclear, conyugal, heterosexual, ¿no? Una familia un tanto modélica.
CALESITA SIN SORTIJA
Hablabas de la autonomía progresiva y pensaba en los chicos que llegan a la mayoría de edad en un Hogar. ¿Hay estrategia estatal?
Sí, pero el tema de los chicos que egresan de los hogares al llegar a la mayoría de edad es el mayor déficit. También considero que todos tenemos derecho a poder vivir en familia. El punto es que, cuando uno se maneja con una idea muy limitada, muy restrictiva de qué es familia, prontamente aparecen estos dilemas: o es una familia o es la otra. O es revinculación o es la adopción. Se normaliza de un único modo y así se transmite y así lo vivencian los propios sujetos. Crecer en un Hogar o en otro tipo de modalidad de cuidado es una situación conceptualizada como anómala. El acogimiento familiar es algo a lo que se le tiene que dar un cierre prontamente porque, si no, lo chicos están en una situación incierta. Uno se pregunta por qué incierta: no tenés por qué anular a tu familia o a una parte de tu historia para obtener certeza. Vivimos rodeados de incertezas. Hay ahora una ley- un tanto controvertida pero, como iniciativa, está buena- la Ley de Egreso, que impulsó una organización de la sociedad civil: se trata de brindarle un subsidio o una beca a los chicos próximos a egresar del sistema porque cumplen la mayoría de edad. También es eso: sos huérfano hasta los dieciocho y después arreglate. O sea, la situación de orfandad no amerita más… cuando en verdad, durante largos años, los que dependimos y dependemos de familia estamos muy insertos en esas tramas. Sin embargo, a estos chicos se les dice: “bueno, ya está”, de un día para el otro. Y ¿adónde van después de los dieciocho?
¿Hay experiencias de otro tipo de crianzas, fuera de la familia nuclear? Y, respecto a las re vinculaciones – o no-, pensaba en la ruptura entre una situación y otra, en el tema de la identidad y en todas las connotaciones que tiene post dictadura.
Prima la idea de fijar situaciones y lugares, como la relación filiatoria. Que a ese chico lo está cuidando una familia que no es la de sus padres no necesariamente tiene que tener el desenlace de la adopción. Habría que dar paso a la idea de crianzas más colectivas, no a la idea de los niños como propiedad. Eso es también lo que escuchamos: “El niño es de mi propiedad exclusiva”. Nos seguimos manejando con figuras de padre y madre excluyentes y exclusivas. Hay una sola madre por vez y una tendrá que salir de escena para que entre otra. Creo que ahí hay mucho por trabajar. Al deconstruir estos supuestos culturales, se abre un espacio para imaginar otros mundos posibles. Si no, es sólo vulneración de derechos y sólo políticas signadas, muchísimas veces, por la carencia o por la escasez. Tenemos que pensar otras formas, otras políticas, el propio diseño de estrategias de intervención.
En relación a lo que mencionaste antes sobre la propiedad, salió en varios medios la noticia de las “devoluciones” de niños adoptados. Las razones sonaban muy infantiles.
Sí, totalmente. Aparte, son situaciones muy intolerables, porque ves que al niño lo consideran un paquetito. Creo que ahí funcionan varias cosas. Habrá otras tantas explicaciones de corte sociológico y socio antropológico.Por un lado, el discurso- orientado a la institucionalización o a los plazos más rígidos de los que hablábamos- ha agilizado determinados procesos que ameritarían más tiempo. Una entrevistada del programa de acogimiento familiar me decía recientemente: “los jueces, no sé por qué, estallan de felicidad al llamar a un matrimonio y decirles: “Van a ser padres”. Como una cosa orgásmica. Y se supone que ese matrimonio tiene que ir, ponerse feliz y ser pura alegría cuando, a lo mejor, están cagados de miedo, o están atravesando una crisis de pareja y nadie les pregunta en el Juzgado… Los acompañantes de la vinculación entre el niño y la familia adoptiva observan ciertas conductas. La entrevistada me contaba que, muchas veces, -aunque esto parece muy psicologizante- al observar la cara de la pareja adoptante, podés pesquisar cosas. Algunos adoptantes han llegado a decir: “no imaginé que iba a ser tan morocha” o “yo no quería un pibe con rasgos bolivianos”. Aun cuando esto te genere una gran y profunda indignación, estas cuestiones tienen que poder ser escuchadas y controladas. Porque si, en esas condiciones, esa pareja se lleva a ese chico a su casa les será muy difícil construir un vínculo. A lo mejor lo construyen, pero más adelante, con más tiempo, de manera un tanto más gradual. Ahora, si en lugar de eso y de poder escuchar, hacés como el juez e insitís en: “Ah, ustedes ya son padres porque salieron elegidos por mi varita mágica”, la cuestión de la devolución es medio una profecía autocumplida.
¿Conocés casos particulares?
Estábamos siguiendo un caso y yo me indignaba con la jueza. Pero, justamente, el trabajo de cientista social- de la antropóloga, en este caso-, es poner entre paréntesis la indignación ante determinadas cosas para poder comprender qué está pasando ahí y cómo se trama eso. Un matrimonio había adoptado dos hermanitos en Corrientes, tres años atrás. En el colegio detectaron que tenían marcas. Finalmente los revisaron y vieron que eran producto de golpes. Los golpeaban con las llaves cuando se portaban mal. “Eran gente muy bien -, profesionales, él trabajaba no sé si en el Ministerio de Justicia, profesores universitarios”, me decía la jueza. Es muy interesante ahí ver cómo juegan los estereotipos de clase de los que hablábamos. Esto es: quiénes son o pueden ser una madre o padre violentos. Ciertamente, no se puede imaginar que un profesor universitario que trabaja en el Ministerio de Justicia, es abogado y gana muy bien sea un padre violento, eso parecería generar más indignación y desconcierto… Bueno, se inicia una intervención, en donde los citan para que den explicaciones respecto de las marcas de golpes que tenían los chicos y ¿qué hace esta gente? Los lleva al Juzgado a devolverlos. Los habían tenido en guarda durante tres o cuatro años, pero adujeron que se habían convertido en dos demonios, que no hacían caso y que los querían devolver. ¡La indignación de la jueza…! Entonces, hay que ver cómo significamos nosotros el tema de lo no perenne de los vínculos biológicos y lo desarmable de los vínculos sociales. Con un hijo, te imaginás una situación de abandono, de no querer continuar con la crianza, pero no se te ocurre devolverlo, y esto sí ocurre en una situación de adopción.
ESPEJITO, ESPEJITO
Ahí falla esto de querer reproducir el vínculo biológico en la familia adoptiva.
Totalmente. Creo que también impera más el principio de la gratitud, ¿no? Que estos chicos, en un punto, deben agradecer lo que vos hacés por ellos: ni más ni menos que adoptarlos, darles una familia, toda esa idea de salvación. Y la gratitud pasa por el deber de obediencia.
La adopción parte, a veces, de una posición más egoísta, del deseo de esa pareja de tener un hijo propio… El acto de amor enmascara.
Claro. Es como si estas razones tuvieran mayor potencia. Hace muchísimos años, en un reportaje a Cecilia Roth, quien tiene un hijo adoptado con Fito Páez, la periodista- transitando por el lugar común- le dijo: “Ay, bueno, vos con todo ese amor, con esa actitud tan solidaria y tan divina con que adoptaste un chico”. “Solidaria, no. Yo quería tener un hijo”. Hay que partir de ese reconocimiento, es un deseo del adulto, un deseo nuestro. Me parece mucho más transparente poder plantear de esta manera las bases a partir de las que se va a construir un vínculo, que seguramente será de muchísimo amor, pero que también va a ser diferente al que se construya sobre lo biológico.
Hablabas de construir un vínculo diferente al biológico. En tu investigación mencionas que, en un momento, se pretendió borrar todo lo anterior para crear un sujeto nuevo. Actualmente, sobre todo luego del gran trabajo de “Abuelas” y el derecho a la identidad, no está la mentira, porque no se oculta la condición de adoptado, pero está el borramiento de la familia de origen y de la historia.
En la investigación para Unicef que te mencione, aparece un testeo muy actual de qué pasa en este terreno. Cuando preguntamos en las entrevistas qué información se les brinda a los chicos separados de su familia de origen, suelen responder que les brindan información, siempre que tengan en claro cuál va a ser el desenlace. Si saben que no va a volver con su familia de origen, no se la dan, “¿para qué dársela?”. Lo que están propiciando ahí es la ruptura. Más allá de que políticamente no se llegue a la mentira, hay una situación de ocultamiento, de alejarlo de una historia para introducirlo en otra. Al contrario, debería ser prioritario que el chico guarde estos recuerdos, que tenga información de esa familia a la que no va a volver. Y esto sigue sucediendo a pesar de que, en nuestro país, a diferencia de en otros, es muy notorio el impacto de “Abuelas” y del derecho a la identidad. Pero muchas veces hay bastante disociación entre lo políticamente correcto y lo que se practica. Pareciera que el tema del derecho a la identidad está muy bien en el caso de los chicos de los desaparecidos pero, en estos otros, no tanto. ¿Para qué tener información de la familia a la que no van a volver? … En fin.
¿Qué pensás de las adopciones internacionales?
Es muy complejo. En la década de los 90 ha habido una explosión de las adopciones internacionales, una práctica de algún modo legitimada por estrellas hollywoodenses que se fotografiaban con un negrito. Y, en verdad, allí se revela algo como lo que vemos con las transferencias verticales que suceden en las adopciones nacionales, esta práctica tan común antiguamente, de ir al interior y traer chicos a la ciudad, a los centro urbanos, a Buenos Aires. En las adopciones internacionales se está hablando de países periféricos y centrales. Sobre todo, al inicio de este movimiento, las adopciones transnacionales se vincularon mucho con las guerras y con los niños huérfanos o desamparados de los países vencidos. Actualmente y como consecuencia de distintas variables, se observa un descenso en la cantidad de adopciones internacionales. Por un lado, yo creo que han bajado debido a los esfuerzos por fiscalizar esas prácticas. Ha habido casos realmente alarmantes que concitaron muchísimo rechazo. Uno de los más conocidos fue el de la organización humanitaria francesa llamada «El Arca de Zoé», con el caso de los “huérfanos de Darfur” que justamente no eran huérfanos, tenían padres y otros familiares que habían sido engañados, para que consintieran que sus niños fueran llevados a Europa por esta organización que pretendía protegerlos y salvarlos de la situación de violencia y miseria imperante en sus países. Ese caso sucedió no el siglo pasado, sino hace tan solo 10 años. En nuestro país, un ciudadano puede adoptar chicos de otro país, pero la ley no permite que un extranjero adopte un chico de acá y se lo lleve. Fue una de las condiciones de la reserva que se hizo cuando el país adhirió a la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Y esa reserva, entiendo yo, también tuvo mucha relación con el activismo desplegado por «Abuelas» y con la problematización que hicieron de la apropiación de niños que, más o menos directa o indirectamente, pudo también ayudar a visibilizar y a cuestionar del denominado “tráfico de niños”. Por otro lado, también se puede pensar que la cantidad de adopciones internacionales descendió debido al acceso a técnicas de reproducción asistida. De hecho, el impacto de estas técnicas está modificando -y mucho- el escenario. Y ahí también la pregunta tramposa, que surge desde algunos sectores muy conservadores, es: ¿serán huérfanos estos embriones? En verdad, sobre esto intenta avanzar el nuevo Código Civil y Comercial. De hecho, en él aparece una fuente de filiación muy novedosa, la voluntad procreacional. Es una innovación muy interesante para pensar de otra forma la relación filiatoria. No solamente se es padre o madre a partir del hecho biológico de la procreación, sino porque hay una voluntad procreacional.
¿Ahí se modifica la definición de huérfano?
Sí. Yo entiendo que sí, que no se puede hablar de embriones huérfanos. Sin embargo, hay algunas posturas sobre este tema que son bastante graciosas, por no decir, patéticas. Hace ya casi unos veinte años, cuando se empezó con el tema del congelamiento de embriones, un asesor de menores de la CABA había sostenido que esos embriones congelados estaban en situación de abandono moral y material y que necesitaban ser tutelados: eran embriones huérfanos.
Ahora, con el debate por la legalización del aborto, apareció la propuesta de una legisladora para que la madre gestante continúe el embarazo hasta los cinco meses
Claro. Y que después siga en la incubadora hasta que crezca y alguien lo adopte. Una locura macabra y, además, materialmente impracticable. Por eso está bueno pensar cómo se transforman los sentidos asociados a la categoría huérfano, en función de las posibilidades que brinda el avance de la ciencia y la tecnología y de estos cambios tan vertiginosos y tan profundos en nuestra manera de entenderm tanto la procreación como la filiación y las relaciones familiares. Estos cambio s también constituyen un alerta para pensar que los sentidos que se darán a esas innovaciones científico-tecnológicas no están prefijados de antemano y que pueden dar lugar a interpretaciones o bien a proyectos inspirados en posturas ideológicas muy disímiles, por no decir contrarias o antagónicas.
ES AL ÑUDO QUE LO FAJEN
Leo un párrafo de tu texto sobre la adopción en los 60”: “La figura de la adopción de niños fue recién entonces legislada en un contexto de fuertes cuestionamientos a las prácticas de las instituciones de caridad –que se tradujeron en la expropiación por parte del Estado de las funciones que tradicionalmente se les había asignado– y de políticas de asistencia pública y de justicia social impulsadas por los primeros gobiernos peronistas (1946-1955), orientadas a la equiparación del status de distintos actores sociales. En ese escenario la adopción, vista como una medida de protección para la infancia abandonada, fue presentada además como una verdadera “conquista social”, ya que mediante ella los niños y niñas adoptados pasarían a ser hijos legítimos y a tener un apellido. (…) así en la retórica y la praxis peronistas tendientes a transformar a la niñez desvalida en una“infancia privilegiada”. ¿Cuál es la retórica y la práctica del contexto actual?
Ya viste los afiches que hay por la ciudad “Adoptar es un acto de amor”. No sé cómo definirlo. Es una cuestión muy disputadaM vinculada con lo que decías del real impacto de “Abuelas”. No es solo el impacto de la construcción del Derecho a la Identidad de los Niños ni tampoco es solo el discurso de Derechos de la Infancia. Actualmente, más allá de que detectemos prácticas de ocultamiento y la ruptura, hay otra conciencia, otra forma de concebir a los niños y niñas en situación de adoptabilidad. Igualmente, existen concepciones encontradas respecto de la infancia y sus derechos y de los derechos que asisten también a sus progenitores. No son niños carentes de todo vínculo. Están vinculados, están en tramas vinculares. A lo mejor, no son las que son consideradas como legítimas, no son las adecuadas, o son violentas o uno ve ahí señales que podemos leer como de negligencia. Son tramas también atravesadas por muchas vulnerabilidades y todo lo que esto implica en términos de espirales de violencia. Resultan difíciles de superar, de sortear. Se necesita mucho apoyo. En los últimos años, la política redistributiva , la AUH – tan necesaria y que mejoró tan sustancialmente algunos indicadores-, en muchas situaciones fue insuficiente. No alcanza. Estamos hablando de otras vulnerabilidades asociadas a una situación prolongada de exclusión.
¿Y entonces?
Tenemos que poder pensar que este campo, el de las políticas y medidas de protección de la infancia, es un campo de disputa en el que permanentemente hay posturas que coexisten y que compiten, que disputan. A lo mejor, por eso me cuesta en este momento definir la praxis de manera uniforme. Aunque es cierto que, desde la gestión del Ejecutivo nacional, se está muy a tono con una retórica y una praxis neoliberal. Por eso, hoy se hacen más palpables que justamente hoy nos encontramos disputando ideas de Estado y de sociedad disímiles, ideas relativas al bienestar, a los derechos y a la justicia social muy diferentes. Se está dando una batalla cultural que excede el campo de la infancia pobre, pero que tiene allí un escenario central. Por ejemplo, una cuestión en disputa es la transformación normativa que implicó una agilización de los tiempos en el Código Civil. Que eso sirva y que redunde en un beneficio a los chicos, para que no se queden eternizados en instituciones o atrapados en la desidia e indiferencia institucional es una cosa. Pero, que sólo redunde en un beneficio para que las familias adoptantes consigan prontamente niños, es otra muy diferente. Eso depende de la praxis que acompañe a estas situaciones, y este es el desafío. Poder articular una práctica que abogue por más recursos para apuntalar a esas familias de origen adonde tienen, en principio, que volver los chicos, si ese es su deseo. O bien desentenderse de la situación de esas familias, optar por incapacitarlas una vez más y considerarlas no aptas para criar a sus hijos. Estas son cuestiones que están y van a seguir estando disputadas. Lo que nos proponen algunos discursos es una administración eficiente de estas cuestiones: que las familias sepan cuáles son sus limitaciones y, si no tienen posibilidades de cambio, es mejor que-como dicen los brasileños- abran mano de los niños. Total, otra familia los va a poder criar mejor. Yo pienso en una postura que abogue por que los niños sí estén en condiciones de disfrutar- como tantos otros- su infancia en las condiciones que les permitan vivir una vida digna y pienso que eso no sólo se consigue abogando por el respeto de los derechos de los niños en el limitado campo de las políticas de protección a la infancia, sino disputando proyectos de sociedad que sean en verdad más inclusivos y socialmente más justos.
ABUELITA, DIME TÚ
Al principio mencionaste tu tesis sobre apropiación de niños en la dictadura, ¿hay algo que quieras comentar o reforzar sobre esto?
Sí. Que ha sido un tema duro y lo sigue siendo. En su momento, la hipótesis fue bastante arriesgada porque se consideraba que era un hecho bastante excepcional, pero yo quería demostrar que todo lo horroroso y perverso que rodeó a ese plan sistemático de apropiación de niños, por momentos, no permitía ver las ligazones que ese hecho tenía con prácticas preexistentes. Busqué mostrar cómo, aun en su excepcionalidad, la apropiación de niños combinó prácticas que ya existían en relación con la infancia. Intenté identificar y analizar cuáles habían sido las condiciones materiales y sociales de posibilidad que habilitaron que este plan criminal se pudiera llevar adelante. Por un lado, en los últimos años, algunos casos de restitución de niños -ahora adultos, claro- han abonado varias de las hipótesis que manejaba ahí. Siempre cuento algo que me pareció muy significativo. En 2008, hubo dos casos de chicas que habían nacido en la maternidad clandestina de Campo de Mayo y fueron dadas en adopción. Eso era lo raro porque, hasta esos momentos, se pensaba que la adopción se había utilizado para los chicos secuestrados vivos y no para los niños nacidos en cautiverio. Se creía que para los nacidos en cautiverio se había usado la práctica de la falsa inscripción. Estos dos casos venían a demostrar, junto con otros que después se fueron sucediendo, que incluso para bebés nacidos en cautiverio, en maternidades clandestinas, se había apelado a la adopción. Y en estos dos casos el que participa es el Movimiento Familiar Cristiano.
La iglesia, presente…
En mi investigación de tesis, me lo mencionaron como un movimiento de laicos que había hecho mucho para legitimar la adopción. Para convertirla en un recurso moralmente válido. Había personas que iban a convencer a mujeres en duda con la continuación de su embarazo, de que lo mejor era dar al bebé en adopción. Tenían tanto el listado de familias como el listado de mujeres prontas a parir. Que haya participado este movimiento y que se haya verificado fue bastante fuerte. Pude confirmar lo que yo intuía y que también muchos de mis entrevistados pensaban. El Movimiento Familiar Cristiano no fue creado en ese momento como un cómplice de la dictadura, sino que era un recurso más, que ya estaba disponible de antes. Otra cosa que me impactó sobremanera, y a qué argentino o argentina no, fue la localización de Ignacio Guido Montoya Carlotto.
También para eso fueron necesarias ciertas condiciones de posibilidad. Aunque a una parte de la población no le haya erizado la piel.
Allí empecé a pensar, no sólo las condiciones de posibilidad, sino también en las condiciones sociales de perdurabilidad. Estamos hablando de una tarea ciclópea, de haber encontrado ya a un montón de nietos y restan todavía casi cuatrocientos. Han pasado casi cuarenta y dos años de ocurridos estos hechos. Sostener la mentira durante tantos años, sostenerla en Olavarría, que es un lugar tan chiquito… Un pibe muy sensible, aparte… Bueno, otro caso que me impactó muchísimo y ahora no recuerdo qué número de nieto es, fue de fines de 2014, un chico sociólogo e investigador del Conicet que trabaja sobre sindicalismo combativo en los ’70, un nieto apropiado. Qué operaciones de ocultamiento y de mentira ocurrieron ahí para que él no haya dudado antes, para que el entorno más próximo no le haya acercado alguna duda. Sucedió, justamente a raíz del nieto de Estela, que una de sus tías se quebró y le dijo: “Yo tengo algo que contarte”. El apropiador que lo había inscripto como propio era un médico de la Casa Cuna. El nenito había llegado en un estado de salud muy delicado porque había nacido en la ESMA. Nadie lo reclamaba, ese médico lo inscribió falsamente como hijo propio, nunca le contó nada y así vivió cuarenta años. Digo: ¿qué mecanismos operan ahí, qué condiciones lo hicieron posible y tan perdurable en el tiempo? Tan perdurable que, por momentos, pareciera resistente a las estrategias tan creativas y tan potentes que han ideado las “Abuelas de Plaza de Mayo”. Siempre digo que, si la apropiación criminal de bebés tiene algo excepcional en nuestro país, es el movimiento de derechos humanos que pudo problematizarla a posteriori. La violencia hacia los niños, este tipo de casos de secuestros, de robos, de desplazamientos masivos de niños han ocurrido, lamentablemente, en otras partes del mundo y en otros momentos históricos.
¿Qué pudiste elaborar sobre esas condiciones de perdurabilidad?
Creo que muchas actúan en simultáneo. Se imbricaron tanto en prácticas tan habituales que permiten hacer la vista gorda, en ese aspecto camaleónico de hacer muy bien el “como si”. Los transforman en hechos muy verosímiles. Estos dos chicos estaban convencidos de que eran hijos biológicos. Además, a mi modo de ver, la sensación de deuda de la que hablábamos antes, que opera en el caso de los chicos adoptados/apropiados, obtura mucho las posibilidades hasta de preguntar. Y, en estos casos, se profundiza en lo que se está simulando. Yo creo que acá cobra sentido esto que dicen muchos adoptados: aun cuando no les hubieran dicho la verdad, ellos algo sabían. Claro que sí, pero no es que lo sepan por una cuestión biológica o genética de tener inscripta la verdad en el cuerpo o por alguna cuestión psicológica ligada a los orígenes, sino que lo saben porque desde pequeños saben que hay cerca una situación muy incómoda. Por eso creo todos los adoptados dicen “Yo siempre supe”. Saben desde siempre porque es muy fácil darse cuenta cuándo estás cercano a transitar una zona muy fangosa, muy incómoda, porque de eso no se habla
¿Y a nivel social?
Creo que juega el estereotipo de “una buena familia”, no preguntar, no ahondar más. Hay un caso de una nena que nace en el Hospital Militar de Paraná y, de allí, es llevada al Instituto de Pediatría. Le dan el alta de este lugar y la derivan a un convento que funcionaba como un hogar de huérfanos. De allí, es retirada por sus padres adoptivos, que estaban anotados en el Juzgado para adoptar. Esta chica siempre supo que era adoptada. La adopción se realizó en 1978. En algún momento de su juventud, ella empezó a pensar que, a lo mejor, podía ser hija de desaparecidos. En el momento en que se presentó a “Abuelas”, ya había una causa abierta y la estaban por citar porque justo habían dado con ella. Los padres adoptivos siempre la acompañaron, y mucho, en la búsqueda. Había sido una adopción legal, por lo tanto, ellos no estaban imputados. En uno de los juicios que se llevaron adelante, el padre adoptivo fue citado a declarar y dijo “Nosotros no creímos que este era el mecanismo utilizado con los hijos de desaparecidos, creímos que el mecanismo era otro”.
Es una especie de desmentida.
Operaba esa idea. Esas interpretaciones respecto de lo que fue la apropiación en la dictadura, una idea de la forma típica de la apropiación rodeada de clandestinidad e ilegalidad y de listas de militares esperando para adoptar a un niño, obturan la posibilidad de conocer otras formas o de poder detectar otros casos. Cuando uno construye hipótesis sobre evidencias como “todos los chicos nacidos en cautiverio fueron inscriptos falsamente”, a lo mejor, tu propia hipótesis de búsqueda te hace perder otras posibilidades. En términos de perdurabilidad esto también incide, si bien el gran impacto de “Abuelas” fue poner en cuestión la filiación. Como dice una psicóloga de “Abuelas”, todos nos hemos preguntado- de alguna u otra forma-, sobre nuestra filiación. Lo cierto es que, en algunos lugares, todavía no hace ruido ¿Por qué? porque puede haber un acta de nacimiento que cubre todos los requisitos, puede haber una sentencia de adopción en la que medió la decisión de un juez, los padres podían encontrarse inscriptos, todos esos son elementos que llevan a no dudar. Pero igulamente se puede tratar de un “como si”, de una apropiación transfigurada en adopción. Entonces, creo que el hecho de insistir en la excepcionalidad y en el carácter clandestino de estas prácticas puede actuar como propiciador de esta perdurabilidad.
¿Seguís viendo cercana la condición de posibilidad?
Si bien las condiciones que posibilitan la perdurabilidad continúan, como sabemos, aún restan encontrar a casi 400 nietos, no veo tan cercanas las condiciones sociales de posibilidad. No creo que actualmente sigan existiendo las mismas condiciones, ni que sigan actuando de la misma manera. Creo que el trabajo de “Abuelas”, y lo que a partir de él han podido elaborar los profesionales que trabajan sobre estos temas, ha generado más cuidado, más precauciones. Además, la adopción en sí gozaba de valoración positiva, era como el remedio a todos los males. Incluso, o sobre todo, para las posturas más progresistas. No es que fuera algo de los sectores más ortodoxos o conservadores o reaccionarios. En esos momentos, fines de los años 60 y principios de los 70, desde los sectores que hoy denominaríamos más progresistas se decía: “qué mejor para los chicos que tener una familia” y eso posibilitó que la adopción fuese preferida y que además fuese preferido un tipo de adopción basado en lo que se ha denominado “ruptura limpia”, en hacer como si los progenitores biológicos desaparecieran de la vida de sus hijos. Creo que las condiciones sociales de posibilidad no siguen siendo las mismas. Sí, hay determinados prejuicios y estereotipos muy arraigados en lo social que propician este desplazamiento de niños y un reemplazo de su familia de origen. Pero, al menos en el ámbito institucional de protección de derechos de los niños, esta concepción respecto de la adopción ha cambiado sustancialmente.
HAMBRE DE PERDICES
Antes hablabas de la imaginación, decías que hay determinadas cuestiones – la familia nuclear, la exclusividad parental- sobre las que no se imaginan alternativas. ¿No hay un imaginario utópico hoy?
Sí, lo hay. Pasa que también somos el resultante de las circunstancias históricas. Sí existe la imaginación utópica que permite avizorar otro territorio. Ahora bien, se tienen que dar determinadas condiciones para que esto aparezca como realizable. Una figura que me gusta mucho, porque es muy explicativa, la enuncia una antropóloga hindú, Veena Das. Ella define a algunos sucesos como eventos críticos: son esos eventos traumáticos que hacen reconfigurar una serie de relaciones. La apropiación criminal de los niños ha tenido ese carácter, ahí se ve cómo este acontecimiento tan extremo permitió reorganizar, construir otra retórica, modelar otras sensibilidades a las que no estábamos acostumbrados. Creo que, antes que pasar por esos eventos tan traumáticos, una forma de imaginar mundos posibles es aprender de esas experiencias, para ponerlo en términos más banales. Incluso, todo lo que está ocurriendo con el feminismo ahora era antes impensable en las dimensiones, en la magnitud y en los temas problematizados y puestos en cuestión. Esto habilita otros horizontes. Después, está en nuestras manos ver qué se hace. Así es el terreno de la lucha, se gana y se pierde, se avanza y se retrocede. Eso me parece interesante.
¿Y cuál sería ese imaginario utópico en el terreno de la infancia?
No sé. Hay varios, creo yo. Proponer un horizonte utópico en estos casos tiene que ver, por un lado, con esa obstrucción de la idea de familia, de parentalidad tan arraigada, tan en términos más de propiedad de los niños, de pensar que determinada forma familiar te garantiza algo. Sería interesante poder pensarlo más en términos de ver cuáles son los arreglos posibles para hacer frente a la crianza del niño, novinculados solamente con una maternidad intensiva, con una familia solo pensada en términos de familia nuclea. También, es necesario que haya mucha más redistribución de ingresos: la infancia es el grupo etáreo más afectado por los niveles de empobrecimiento: la infantilización de la pobreza. Cuando una familia de sectores vulnerables se empobrece precipitadamente, no hablamos de un niño, estamos hablando de dos, de tres o de cuatro niños que caen en pobreza o indigencia. Esto se ve en los comedores, en las escuelas. Garantizar los derechos económicos, sociales y culturales para todo niño y niña es un horizonte utópico, pero también realizable, creo yo. No contentarse con “bueno, pobreza va a existir siempre”. Lo que va a existir siempre son los conflictos. Y los conflictos los tenemos las familias de clase media, las de clases altas y las de clases bajas. Gestionar formas de administrar conflictos que no sean clasistas, que no sean paternalistas, que no reproduzcan más desigualdad, sería el otro horizonte utópico. Reconocer que familias y personas podemos atravesar situaciones críticas y no por eso estamos incapacitados para ejercer determinado rol, ni estamos impedidos de ejercerlo de por vida. Porque también está esto de que una mujer profesional de clase media puede ir al psicólogo o se va de viaje con sus amigas y tiene recursos para enfrentar una situación específica. Para una madre con cinco niños, que no dispone de un jardín maternal, a quien los chicos lloran de hambre o lloran porque quieren el jueguete que vieron en la tele y que no le podés comprar, y a quien el tipo que es su marido, cuando viene de laburar todo el día la faja ¿cómo hacés para sostener la complejidad de la crianza en esas condiciones?
El Estado regula con representantes de clase media o media alta. Entonces, el conflicto se resuelve de acuerdo a los parámetros de determinada clase social.
Tal cual. Y vos, mujer de clase media, tenés los sostenes como para resolverlo y tramitarlo. Si no los tenés, hacés lo que podés y entonces: “¡Mirá qué madre violenta! Le pega una cachetada en vez de…” Realmente, hay que pensar cómo es posible una crianza tan intensiva sin red ¿cómo hacés?, ¿quién te sostiene a vos? Hay que pensarlo en términos relacionales. No es que la madre es todopoderosa. En todo caso, se puede aspirar a la fantasía de ser todopoderosa porque tengo obra social, tengo celular, lo llamo al pediatra, paso por la farmacia y compro el jarabe, me tomo un taxi si veo que no llego al jardín, tengo la niñera en casa… Si no tengo todo eso, a ver si puedo funcionar como madre modelo, no sé…