Rituales: Entrevista Charo Bogarín
Entrevista: Lourdes Landeira, Adriana Valletta, Estela Colángelo, Pablo Soprano, Noemí Pomi,Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Diego Grispo
“He caído en la trampa de estos pies/ como un rehén del cielo o del infierno que se interroga/ en vano por su especie,/ que no entiende sus huesos ni su piel,/ ni esta perseverancia de coleóptero solo,/ ni este tam-tam con que se le convoca a un eterno retorno. /¿Y a dónde va este ser inmenso, legendario, increíble,/ que despliega su vivo laberinto como una pesadilla,/ aquí, todavía de pie,/ sobre dos fugitivos delirios de la espuma, debajo del diluvio?”
“El sello personal”, Olga Orozco, de “Museo salvaje”
La piel del lenguaje se despereza en la sombra. Lidia amorosamente con la primera luz del día, pero no sucumbe al hechizo del resplandor. Antes de pisar la vigilia, humecta sus ausencias, agita sus deseos. Conversa con el árbol su ser madera, canturrea su devenir arcilla. Mientras, la luz avanza hacia su cima y desoculta cueros y caparazones: la ciudad es un reguero de dientes apretados, donde la alquimia del sol forcejea con las desesperanzas. La novedad resulta siempre literal, obscena y redundante. Ahora le ha dado por encarcelar la basura para que el hambre no la aceche, para que los paseantes no se indignen. Por eso, la piel del lenguaje esquiva la novedad y busca las esquinas del origen: el sitio exacto y móvil, donde confluyen las primeras caligrafías, la infancia de las manos sobre la página en blanco, el abrazo del padre que regresa de la lucha.
Y ya bien entrada la tarde, pone a cocer otro tiempo en el crisol de las horas. Filtra las intrigas y las prepotencias, muele y mixtura el cielo con las raíces, desnuda a la fruta, la invita a rezumar en el caldo de su historia.
Cuando la noche comienza a disputar el color de las siluetas, la piel del lenguaje está bien nutrida, pipona de matices y curvas, dispuesta a dar batalla a todos los embates de los sin vuelo. Brilla la piel con el oro del maíz. Despunta una melodía al filo de una metáfora. Guerrea, cantora brava: en las tierras de las sombras queda mucho verso por hacer.
LA GRAN TETA LATINOAMERICANA
“Viento del norte que abrazas mi luna distante/Tierra quebrada, transitar de los pies cansados/Fondo del alma, son tus ojos claros, poema y luz/Y en el rocío se formó tu canto y el mío”
“Tierra quebrada”, Charo Bogarín (tema dedicado a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo), de “Cantos de la Tierra sin Mal (2014)
¿Este corazón tiene un significado?
Sí. Lo usamos para la primera escenografía y como disparador de mi proyecto solista, “La Charo”. El rojo es también un color de la pasión, yo soy una mujer muy apasionada. A algunos los tracciona la razón, a otros el corazón y, a otros, la intuición.
Tus canciones hablan del amor, pero también de los desamores ¿cuál te parece que es el desamor que más nos afecta hoy, como colectivo y a nivel individual?
En tiempos como los que corren, todos somos “los nadies”. Son tiempos donde se nota un desamor a lo propio, a la raíz. Ese es el desamor colectivo que más nos está afectando. Sobre todo, porque venimos de una década en la que, como nunca, se realzó y se nos hizo aprender de nuevo a mamar de esa gran teta latinoamericana, a reconocer nuestras raíces, que son nuestro alimento, a volver a abrazar a nuestros pueblos originarios, esa mixtura de pieles y de razas.
La patria grande.
Exactamente ¿Y qué concibe como patria cada uno? Primero, pensemos que son términos que vienen de una concepción europea, porque no creo que los pueblos originarios hayan dicho “Esta es mi patria”. En todo caso, habrán dicho “este es mi territorio”. Entonces, si hablamos de desamor colectivo, creo que hoy padecemos el desamor a nuestras raíces.
CIMBRONAZOS DEL POEMA
“Yo te esperaba paciente limpiando la vereda/Y sacudía los santos a mi santa manera/Quitándoles polvareda de los días de espera/Por ti, por ti”
“La espina”, Charo Bogarín, de “Cantos de la tierra sin mal”
En tus temas nos llamó la atención, como recurrencia, la continuidad entre el mundo y las personas. En tus metáforas, vimos elementos de paisaje en los hombres y paisajes atropomorfizados. Como si la gente tuviera orillas y los paisajes, rostros.
Puede tener que ver con una concepción ancestral y olvidada, que no concibe al ser humano y a su entorno como entes separados, sino como partes de un todo. Esto me llega a mis treinta años, cuando yo empiezo con el canto. Antes, no. El canto originario dice que nosotros somos uno con el paisaje, entonces, somos el paisaje. Los procesos que sentimos en nosotros están también reflejados en la naturaleza. A partir de esta concepción -de no dualidad, de no división- empieza a cambiar la poesía que uno pueda escribir. Somos parte de la naturaleza, no la lastimamos. Aprendemos a convivir y no a destruir. La construcción es verdadera.
¿Y cuando ella nos lastima?
¿Cuándo te lastima?
En un terremoto o en un tornado, por ejemplo.
Esas son también las expresiones del amor. Hay veces que para que las cuestiones se acomoden, se producen cimbronazos: acomodamientos de placas tectónicas o esas necesidades de sacar la energía afuera. Porque eso es el clima, energía en movimiento. Hay un tornado o hay terremoto, es parte de esa sensación de la ira humana. El paisaje es tan humano como nosotros naturales.
Hay un espejo ahí.
Absolutamente. Si uno entiende que eso es parte de uno y de la naturaleza de uno, cambia también la filosofía con la que uno ve estas cuestiones. Ya no como un castigo ni como una gracia divina, sino como parte de lo que estás habitando.
Tampoco como un evento científico estrictamente.
Nunca algo que sucede en la naturaleza va a ser un evento científico. O quizás pueden venir tormentas de laboratorio, ¿por qué no? (risas). Al tener nosotros este encuentro coercitivo y no amable con la naturaleza, provocamos en ella enojo, una herida, una ira. Cuando vos cuidás una planta, provocás el amor en la naturaleza… Lo mismo cuando podás un árbol, hay que saber cómo cuidarlos, como a las relaciones. Uno sabe cómo cortar una relación sanamente para que siga creciendo. Creo que, de todo acto humano, podemos encontrar una analogía en la naturaleza y viceversa.
ALQUIMIA SOBRE UNA HOJA EN BLANCO
“Rumbo a la cosecha, cosechero yo seré/Y entre copos blancos mi esperanza cantaré/Con manos curtidas dejaré en el algodón/Mi corazón”
“El cosechero” Ramón Ayala, Plegaria del árbol negro (2008) /Tonolec Folk, Los sos Labrados (2010)
En tus canciones, otra cosa impregnada en la naturaleza es el pasado.
Bueno, pinta tu aldea y pintarás el mundo. Mi aldea es mi historia. Y mi historia es la de los sucesos que me fueron atravesando desde pequeña. Mi gran ausencia es mi padre desaparecido. Esa ausencia está presente siempre. A veces, es mucho más pesada que las presencias. Metafóricamente, la ausencia está en tus palabras y en tu obra, como un recurso. Pero yo también hablo de cómo uno trata a la ausencia. Podés abordar la ausencia con una enorme nostalgia: es el caso del tango, es el caso de esos inmigrantes que extrañaron demasiado su tierra y esa nostalgia la volcaron en las letras y la llevaron al bandoneón. Es, también, la nostalgia de nuestros exiliados en la época del Proceso. Por otro lado, podés también vivir la ausencia como una hoja en blanco para la creación. Allí la ausencia es el motor y la inspiración. Yo hago mis canciones con esta gran ausencia que es mi padre, así como esta gran presencia que es mi madre. A mi hermana y a mí, mi madre nos ha enseñado a transformar la realidad que tenemos. Si sos transformador de tu entorno y de tu historia, te hacés responsable, no culpás al otro. La transformación de la ausencia de mi padre se dio en el proceso de asimilar qué nos pasó y de tomarlo como un aprendizaje.
Aprendimos del dolor de ser tres mujeres solas, de ponernos la vida al hombro y de intentar salir adelante sin quedarnos sumidas en una desesperación. Para mí, transformar la ausencia de mi padre es una hermosa responsabilidad. Lo transformo en poesía, en algo luminoso, en una bella melodía, en una canción. Entonces, mi padre ausencia es presencia luminosa y bella, es faro que nos guía. Es una enseñanza y un recuerdo de valores, de una forma de ser incondicional, vinculada con un sentimiento colectivo. El amor que él tenía estaba relacionado con esos valores colectivos, él dio su vida y eso tuvo que ver con su compromiso social. Son cuestiones bastante en desuso, hoy pretenden enseñarnos a dejarlas de lado, como si no fuera importante sentir amor a lo propio, a la familia.
¿Cómo es la relación del canto con esta cosmovisión que planteás?
Para mí, el canto es como mi portal energético con un más allá, que es el de los ancestros, el del espíritu, el de la energía flotante, de esa alma de mi padre que está presente. En el canto, como disciplina, encontré ese lugar donde me siento en sintonía, donde me siento un canal de comunicación. Y fijate que todo tiene que ver con las disciplinas anteriores por las que fui pasando. Cuando hacía danza, pensaba que podía comunicar a través del cuerpo y de la música clásica. Sentía que había algo especial para comunicar, aunque en ese momento no sabía qué. A mis dieciocho años, vine a probar suerte al teatro Colón y al San Martín y fallé en los dos. Cuando volví a Resistencia con el caballo cansado, mi madre me dijo: “Bueno, Charo, pero vos tenés que saberlo… Muchos de nosotros pensamos que tenemos algo especial para transmitir, pero pasa en uno, de un millón”. Bueno, después de escuchar a mi madre, colgué las zapatillitas de punta y el tutú y los dejé en un armario. Me dije “¿Qué voy a hacer?” Ahí tuve un reencuentro con esta figura de mi padre. Esta crisis mía con la profesión que había elegido me llevó intuitivamente a preguntar qué pasó con mi papá, cómo despareció y a reclamar un montón de cuestiones a mi madre porque, en concreto, nunca lo habíamos hablado. Hasta ese momento, yo me dedicaba a bailar y ese era mi mundo. Entonces, mi madre me explicó que la de mi padre y de ella fue una generación que no estaba preparada para lo que vendría porque no había antecedentes de eso acá. Ella me marcó el pensamiento valeroso y heroico de un chico de veintinueve años como mi padre. Imaginate, hoy yo tengo cuarenta y seis y mi hija, veinticuatro. Me la imagino en unos años más, con veintinueve, la misma edad en que mi padre se inmoló. “No pensaba que podía pasarnos algo malo”, decía mi mamá. “Nosotros no teníamos armas en casa. Si él daba discursos, si era congresal por Formosa, ¿qué nos iba a pasar? No hacía nada malo”. Era un pensamiento muy utópico e idealista, muy de esa época también.
Tal vez sí pensaba que le podía pasar algo y, aun así,…
Yo creo que sí. Porque, primero, él quedó preso político. En marzo del ’76 lo tienen cincuenta días en la cárcel de Formosa. Mi papá sale con media parálisis facial. Es decir, lo picanearon, lo golpearon, lo torturaron. Después, en septiembre, lo desaparecieron. Recién a mis dieciocho años pude reencontrarme con esta historia, pude sacar ese reclamo que tenía para con ellos, de por qué, si se podían ir a España, se quedaron acá. Y mi mamá respondió que nadie pensó que lo que sucedió sucedería. Fue un lindo encuentro y ahí me decidí por el periodismo, porque tenía que ver con ponerse “al servicio de”. Creo que, a partir de ahí, salí del ostracismo de la danza clásica y empecé a abrir el panorama.
MADERA Y ARCILLA
“Un caminito de flores y el olor a madera/Atesoré en mis recuerdos los momentos más lindos/Pero a seguir el camino me dispuse tan pronto/Volví, de ti”
“La espina”, Charo Bogarín, de “Cantos de la tierra sin mal”
En los videos se te ve como una amazona, muy concentrada y seria en tus espectáculos.
Cierto. Yo soy así. Soy muy alegre también. Pero, cuando estoy con las cosas serias, con esto que hacemos, cuando se trata de dirigir una palabra a quien te escucha, cuando se trata de una versión de un canto ancestral, yo no estoy metida en un mero entretenimiento, estoy transmitiendo un contenido. Y eso es cosa seria. El canto sucedió, finalmente, después de estar siete años como periodista y de darme cuenta de que ese tampoco era mi lugar de comunicación. Intuitivamente y salvajemente, me puse a cantar. La decisión fue salvaje, sí.
Mi hija Gala ya tenía siete años, vivíamos en Resistencia y le dije a mi mamá que me venía a Buenos Aires a hacer música. Ella me contestó: “Bueno, pero dejá a Gala acá” De ninguna manera. “Pero, Charo: tu entorno…” A ver… hoy es muy natural ver a las chicas de la mano con un amigo gay, con un amigo trans. Desde mi época de de la danza clásica, yo me mezclaba con un entorno en su mayoría gay. Lo he vivido siempre con mucha naturalidad, pero era algo muy avanzado para la época. En aquel año 2000, mamá me sugería dejar a mi hija en Resistencia por ese viejo paradigma de que muchos chicos del medio artístico se drogan. Nunca tuve tabúes en ese sentido. Yo me negué a dejar a mi hija, porque esa criatura me iba a perdonar cualquier cosa, cualquier falla que pudiera tener como madre, pero nunca que la dejara. Tal cual, fue así. La traje conmigo, la llevaba conmigo a los conciertos, se dormía en el regazo de mis amigos, pero la madre estaba. Por otra parte, el padre de mi hija había fallecido cuando ella tenía menos de un año, otro padre ausente presente, hay varias historias que se repiten. Aunque todo lo que me pasó me hizo aprender de ausencias y también, de presencias. Es muy importante la presencia. Puedo tener raptos egoístas. Puedo dejar a mi hija con su abuela e irme un mes a México. Pero siempre estoy, en los momentos importantes, estoy.
La distancia es otro tema que aparece en tus letras, pero nunca es quejosa.
Es que yo no soy una mujer quejosa ni melancólica. Esto tiene que ver con este espíritu de transformar y hacerse cargo. La queja viene cuando vos estás disconforme con algo que te sucede. Te quejás del otro, de algo que pasa afuera y te repercute a vos. Para mí, la queja no es un lugar de asentamiento. La queja no es transformadora.
Decís, al hablar de tus talleres de canto, que la salud está adentro. Spinoza decía que la enfermedad viene de afuera, de cosas que componen mal con vos y separan tus partes constitutivas.
Es cierto. Aunque acá no hay verdades universales. Hay cosas que pueden suceder de una manera o de otra. Es cierto lo que dice Spinoza. Nosotros, culturalmente, vamos adquiriendo pensamientos y también mañas, hipocondrías, enfermedades, vínculos enfermos. Lo vemos quizás en nuestras familias, lo tomamos como algo natural y, después, lo reproducimos. Somos una arcilla que se modela, como el árbol mismo lo es. Un árbol encuentra una gran piedra, se tuerce y sigue creciendo. Ese árbol es madera y es también arcilla que se va modelando con lo que pasa en su entorno. El entorno me condiciona y me modela. Por ejemplo: las mujeres somos muy propensas al cáncer de mama, al de útero, ¿de dónde viene? No es que te hacen un análisis genético y ahí se encuentra siempre un antecedente. Es un ejemplo de enfermedad que se genera desde uno. Nuestra mente es muy poderosa. Muy pocos saben utilizar la mente. Muchos de nosotros la usamos, inconscientemente, para hacernos daño. Por otra parte, nuestras defensas tienen que ver con un estado mental que, a su vez, tiene que ver con un estado espiritual. Podemos generar una enfermedad y también una medicina. El canto es una herramienta muy poderosa para curar, para sanar. Somos portadores de nuestra propia medicina, podemos curarnos y sanarnos con el canto y con cualquier expresión, con cualquier mínimo ritual que tengamos a la mañana, como cepillarnos la piel, pasarnos aceite. Ahí estamos cuidando el órgano más importante que tenemos: la piel. Ahora, en cuanto a lo que me preguntabas de la voz y la salud, la voz puede ser hablada, cantada, puede ser una onomatopeya o un grito de liberación. A veces las madres lanzamos un grito animal, guerrero, de lobas. ¿Por qué? Porque somos un canal a través del cual fluye algo, un sonido en este caso. A la vez, dentro del cuerpo, tenemos canales por donde fluye, por ejemplo, la sangre. Siempre hay un canal conductor. Si tenemos conciencia de que somos un canal conductor, sólo resta discernir qué vamos a conducir. La palabra, la voz… El amor es el motor y el combustible de esto.
EL SOL ENTRE LOS DIENTES
“Y me dice que el sol brillará/Sobre un pueblo que él sueña/Labrando su verde solar»
“Adagio en mi país”, Alfredo Zitarrosa, en el álbum de Tonolec, “La Celebración” (2015)
¿Y el espíritu?
El espíritu es lo que traemos, la ancestralidad. La materia se transforma, el espíritu es nuestra constante. Es como una energía con sus características propias, eso que algunos llaman la personalidad.
Y lo poético, ¿qué es para vos?
Es la belleza. Ciertos patrones culturales pretenden determinar que algo sea bello y otra cosa, no. Lo peligroso es que uno no discierna que se trata simplemente de un patrón cultural y tome sus sentencias como verdades absolutas. Es lo que nos pasa con esto de querer ser los más europeos de Latinoamérica, aparentemente, nos daría un piné diferente a otro país, donde se note más la negritud o la piel aindiada, del color de la tierra. Ahí vemos al desamor otra vez ¿Por qué? Porque primero tenés que aprender a amar lo propio. Después, que los negros elijamos a los rubios, que los rubios a los negros, no importa. Eso ya es diferente, se hará en base a un discernimiento.
¿Se trataría de asumir la propia espiritualidad?
Lo propio es asumir el origen. Creo que la espiritualidad tiene otro plano, menos terrenal. El espíritu no se pude ubicar, es la esencia de algo.
Moira Millán nos decía que el pueblo mapuche ve al espíritu revelado en los sueños. Tanto, que los sueños llegan a ser prueba en los juicios, con tanto peso como un hecho de la vigilia.
Bueno, los mapuches ellos tienen esa manera de ver el mundo. El guarní es mi raza, mi sangre y tiene una concepción de la espiritualidad vinculada a su cosmovisión. Ahí es uno de los lugares donde entra el conflicto religión versus espiritualidad. La religión nos viene desde afuera, es un modo de ver con verdades absolutas, muy crueles. La espiritualidad tiene que ver con un modo de vida relacionado a la cosmovisión de las comunidades originarias, donde la naturaleza es la que manda y no el hombre.
¿Manda u organiza?
“Manda” es una manera de decir quién está a cargo. Todos opinamos, pero alguien conduce ¿quién es la guía, la conductora? Si tu guía es la naturaleza, tu espiritualidad estará en adaptarse a ciertos ciclos, en cuidar el entorno. Creo que ahí está la espiritualidad y la fortaleza de los pueblos. Entre los guaraníes, hay una concepción del mundo que habla de un edén o de un paraíso terrenal. El guaraní habla de la tierra sin mal, el Yvy Mara He’y. Ahora se está hablando de eso, antes no ¿por qué? Por miedo a que otra vez empezaran a devastar un territorio en busca de ese paraíso terrenal. Esto pasa porque el conflicto espiritualidad versus religión, también se da en términos de metáfora versus literalidad. Latinoamérica es metafórica. Cuando Europa desembarcó aquí con su gran literalidad, al escuchar hablar al indio, al inca, al maya, al guaraní, ellos decodificaron literalmente lo que oyeron. Así fue con “El Dorado”, donde los pueblos originarios hablaban del maíz. Los europeos interpretaban que se hablaba de la riqueza mineral, del oro, mientras que la riqueza verdadera era para los originarios el alimento, el maíz, el dorado.
DEBATES EN EL EDÉN
“Delante del mar, hacia la Tierra sin Mal”
“Ore Ru (*)”, Charo Bogarín, “Cantos de la tierra sin mal” (2014)
(*) Nuestro padre, en guaraní
¿Se siente hoy el peligro de una neocolonización?
Creo que, desde el año 2000 en adelante, los pueblos originarios, favorecidos por políticas de Estado a nivel continental, empezaron a enlazarse entre ellos y a compartir y ver que sus cosmogonías eran muy parecidas. Entonces, se encontraban aymaras, mapuches, guaraníes, porque los estados propendían a esos encuentros.
¿Y los Qom que estaban acá con el acampe, con Félix Díaz, este hombre que después devino macrista? Ellos no se sentían integrados. Al contrario, reclamaban…
Nos estamos saliendo de tema con eso. Estábamos hablando de cómo fue la apertura. Cuando empezó el año 2000, se hizo un gran cónclave de pueblos originarios. No recuerdo si eran los ancianos mayas, pero dijeron que ya los pueblos originarios estábamos listos para abrirnos y abrir el conocimiento a la sociedad. Que ya no se tenía miedo, ¿de dónde surgía este análisis? De que veían políticas de Estado, presidentes, jefes de Estado, guías que conducían en una dirección favorable a la apertura. Eso, sumado a sueños, a péumas como dicen los mapuches. Por esa época, el guaraní empieza de nuevo a hablar de la tierra sin mal, ese paraíso terrenal, esa especie de edén en la tierra que no es otra cosa que un territorio en el que la Pachamama nos da lo que necesitamos: abrigo y alimento. Y nosotros
devolvemos esa gentileza con cuidados, con bailes, con cantos. Un lugar donde no hay cercos ni violencia. Es esa, una concepción simple, pero metafórica, que con criterios literales se puede confundir con un paraíso de propiedades mágicas y maravillosas de rejuvenecimiento. Hoy en día hay una sociedad más preparada para la metáfora que para la literalidad.
¿Sí?
Es que nosotros somos los mismos de antes. Lo que pasa es que cambió la guía, la conducción.
Pero la nueva conducción ganó sin ninguna metáfora, con una estrategia discursiva de literalidad hueca, los globos, la revolución de la alegría…
No hay que ser absolutistas. Nosotros estuvimos doce años en el gobierno y hubo una mitad que no se sintió representada por ellos. Nuestra guía, nuestra conducción, seguía con su relato y con eso nos sentimos identificados. En ese entendimiento, los pueblos originarios se abrieron. Ahora, en ese entendimiento, también nos damos cuenta de que nosotros no tenemos que tener esa mirada romántica en relación a lo originario y a lo espiritual. No podemos ser más papistas que el Papa ni más indios que los indios. Pretendemos que en las comunidades originarias todos sepan qué tienen que hacer
Es como cuando se pide que el feminismo sea el portador de la justicia universal.
O como que compartas que ser feminista es conducirte de cierta forma y no de otra. Hay matices y hay grises.
Tengo la sensación de que, más allá de estos pueblos que nacen de la metáfora y que la tuvieron que recuperar, hoy hay una propensión a la literalidad. Que si no hubiera habido una manera de captar a la gente literalmente, no hubiéramos llegado -por poquito margen- a donde estamos hoy. Por supuesto que la metáfora contraataca, pero…
LOCOMOTORAS BRAVAS
“Yo te canto corazón dolido/Yo te canto cántaro de gritos/Con la furia de un corazón bravo/Furia de un corazón lastimado”
“Ay, corazoncito”, Charo Bogarín, de “Plegaria del árbol negro” (2008)
Cuando hablás del pueblo guaraní, a veces te incluís y a veces hablás de “ellos”
Tengo esa libertad de salir y volver a entrar y no quiero perderla. No tengo una palabra malintencionada ni peyorativa. A veces se entra en la literalidad de decir “raza”, ¿somos raza?, ¿no lo somos? Hay que ver quién habla y en qué contexto. Que yo diga “indio” y venga uno más papista que el Papa y me diga “No, indio es tal cosa…” Bueno, ya lo sé. Hace rato que a mí me gusta decir que soy una india brava y no lo digo desde un lugar despectivo. De cualquier modo, a veces hay que hacer esas salvedades. Sobre todo, cuando se deja impreso en papel, porque allí no hay la posibilidad de explicar cada palabra. Mis orígenes guaraníes son de parte de mi papá, donde hay muchos ancestros en el territorio, que ahora es Paraguay y parte de Brasil, el antiguo Chaco paraguayo. Eso después se mezcló con sangre italiana, de parte de mi mamá. Digamos que guaraní e italiano son las sangres que predominan en mí aunque, en mi rostro, se ve más lo originario.
En algún lugar has dicho que la mujer originaria fue la precursora del feminismo.
Sí. Estaba hablando de la mujer guaraní, que refundó una nación, después de la guerra de la Triple Alianza, donde devastaron a una sociedad y mataron a todos sus varones. Allí la labor de la mujer fue ponerse al frente, como amazonas, fue fundacional. Por otra parte, todas somos amazonas en nuestras casas, es como un gen que nos hace encargarnos de las cosas. La casa es tu grupo de trabajo, tu entorno, tu nación. Dentro de las comunidades originarias, la mujer guaraní carga con esta historia. Ojo, tenemos también grandes ejemplos de machismo, el feminismo apenas se está instalando en las comunidades.
Cuando, con “Tonolec”, cruzamos del lado brasilero, participamos en un Opy, que es una casa de rezo, una ceremonia donde estuvimos tres días con guías espirituales mayas, venidos de Guatemala. Ahí me di cuenta de algo: esto que decía Cristina de “todos y todas”, venía de ellos. Lo escuché de una pareja de ancianos que hablaban de caminar “juntos, a la par”. Cuando agradecían, lo hacían a la abuelita montaña y al abuelito montaña. Todo tenía su femenino y su masculino. Entonces siempre estaba el “todas y todos”, el discurso integrado. ¿Cristina habría participado de una ceremonia maya y lo tomó de allí? (risas)
EL VIENTO HABLA EN EL AGUA
“Yo seré del viento, serás del sol/Yo el agua crecida en tu corazón/Como el río quieto surcaré tu amor”
“El camalotal”, Charo Bogarín, de “Cantos de la tierra sin mal” (2014)
En este número de nuestra revista el tema son los rituales. Vi en el cancionero “El rito”
“El rito” tiene que ver con rituales cotidianos, donde importa cómo dirige uno la acción, la intención. No es lo mismo hacer una comida con amor, que hacerlo de una manera mecánica. La mecanización tiene que ver con la costumbre y, en la costumbre, uno es desaprensivo. En el ritual, pasa todo lo contrario. Uno es consciente de cada cosa que sucede y, entonces, todo está cargado de una energía maravillosa, poderosa y mágica. En “El rito” yo digo “Lavémonos la cara, que el viento habla para despertarnos”. Esto tiene que ver con ese ritual que es tan cotidiano y tan básico, que uno pierde el contacto con el agua, con la sangre que fluye por el frío. Lo mismo sucede cuando te das una ducha, cuando te acariciás el cuerpo y te frotás y te sacás todas las células muertas, cuando te mimás el cuerpo y sos consciente de él. Entonces, uno empieza a armar santuarios, lugares sagrados en ciertos espacios de la casa. Puede ser el baño: lo llenas de velas, ponés música que te relaje, apagás la luz, colocás aceite con esencias en la bañera y te sumergís. Así, nuestro cuerpo se transforma en nuestro santuario. No necesitás estar literalmente en una catarata o en un río para sentir el milagro, para sentir esa belleza y esa purificación del agua, de los olores.
O sea que el milagro es algo muy cotidiano para vos.
Sí, si uno lo concibe de esa manera. Porque es metafórico. Otra vez, el problema está en cuando somos literales, cuando creemos que la paz la vamos a hallar solamente en ciertos lugares. ¿Por qué? Lo ritual tiene que ver con ser conscientes de lo sagrado. Tu cuerpo es sagrado, tu hogar es sagrado, tus espacios son sagrados. Allí donde generes tus territorios, vas a cargarlos y direccionarlos con esa energía. Y todo va a empezar a fluir.