El miedo: sobre las reacciones físicas ante el miedo.
Por Verónica Pérez Lambrecht
“Solo en situaciones muy extremas, me provoca un fuerte dolor en la cintura, más específicamente, en los riñones. En otras etapas de mi vida, ante el miedo, tenía un fuerte sudor, pero eso lo corregí. Cuando algo me provoca miedo, tengo el impulso de ir hacia el motivo y enfrentarlo, eso casi siempre me calma.”
Jorge, 68
Desde todos los tiempos, el miedo se vincula con situaciones de riesgo, peligrosas, sean o no reales. Las reacciones ante estas situaciones componen un extenso abanico, desde paralizarnos hasta negarlas, al punto de “no sentir nada”. El cuerpo es el principio, existimos porque tenemos cuerpo, y ese cuerpo no cobra presencia en un limbo estepario, sino en el contexto que nos toca vivir. El cuerpo, entonces, es por composición con el otro (mundo) en un equilibrio dinámico. Así, cuando se produce un desbalance, miedo, estrés, angustia, incluso ira o broncas, no pueden pasar de largo al cuerpo. Aun cuando las sensaciones o expresiones físicas sean imperceptibles, el cuerpo siempre está enterado.
LO QUE EL CUERPO PUEDE SIEMPRE AFIRMA LA POTENCIA
“Mis miedos no me dejan dormir, tengo más dolores físicos, me bajan las defensas y me dan ganas de llorar, aunque no lo haga.”
Mónica, 73
“Últimamente las situaciones de estrés, y por ende de miedo, me provocan incontinencia. Me da miedo extremo lo que le pueda pasar a mis seres queridos.”
Leonardo, 74
Una noche cerrada me pidieron que condujera en autopista Buenos Aires – La Plata. Apenas avancé unos 500 metros y me detuve. Aunque imposible, sentía que los autos de frente iban a colisionar conmigo. Simplemente, no pude. Mucho tiempo después me vi empujada a enfrentar esa “fobia”. Una mañana, para mi primera clase de escritura, debí ir a la ciudad en auto, también por primera vez, en un horario de cochedumbre tranquila. Fue cuando crucé la General Paz para pasar de Provincia a Capital que la sensación se hizo tan intensa que no pude soslayarla: la lengua se me durmió a los costados, supongo que se tensó, el cuerpo era lengua, la lengua abarcaba todo. Aun así, el cuerpo supo sabiamente no consustanciarse y seguir su curso, pulsar pedales, mover cambios, desplazar la mirada hacia los otros y avanzar.
Pasé, seguí y llegué.
100 AÑOS DE PERDÓN
“El miedo me produce palpitaciones, temblor y sudor, cuando mi marido (Ramón) se violenta. También me ocurre cuando me siento amenazada por un perro.”
Berta, 44
“Ante una situación que me genere miedo, siento cansancio y un estado de somnolencia, por lo que necesito dormir. Yo lo vinculo a un estado de nervios.”
Pupi, 58
De la lectura virtual, surge que “El cerebro humano tiene la capacidad de crear algunas reacciones de pensamiento y acción, pero el miedo funciona de forma autónoma. El proceso que tiene lugar en el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala cerebral comienza con un estímulo. La respuesta a ese estímulo deriva en dos posibles reacciones: lucha o huida.” (1)
Las reacciones físicas más comunes son (2):
Para mayor información “dura”: internet.
ARRIESGAR EL CUERPO PARA EXISTIR
“Lo que más me da miedo es pensar en la pérdida de mis seres muy allegados, principalmente, que le pase algo a mi mamá. En esos casos siento un retortijón en la panza y angustia en el pecho. No siento que haya muchas cosas que me den miedo, tal vez es un mecanismo de defensa.”
María, 34
“Los miedos, en general, me producen escalofríos que van rápidamente al estómago y terminan en una diarrea. Cuando tengo situaciones de mucha indignación, bronca o impotencia, me sale una mancha en la nariz y a los costados de la nariz”.
Eduardo, 57
El biólogo molecular, Mariano Alló, en su libro “Cuando el cerebro dice basta” (3), escribe: “Miles de años atrás, la respuesta biológica al estrés solo se gatillaba en situaciones puntuales ante situaciones de alto riesgo para la vida. Hoy los estresores son diferentes. No ponen en riesgo la vida, pero se disparan decenas de veces durante el día, con exámenes, presentaciones, discusiones con otros, (…) Nuestra maquinaria biológica no tiene la capacidad de discernir cuándo el estresor es real. En el organismo, se disparan procesos de inflamación que afectan un equilibrio.” Mariano es, además, un querido amigo de la adolescencia.
Este planteo me recuerda una etapa en mi vida, cuando cursaba “Fenómenos de transporte I”, cátedra acerca de mecánica de los fluidos o transporte de cantidad de movimiento. La materia era una de las primeras específicas de la carrera, con la dificultad que conlleva. Sin embargo, el tópico resultaba maravilloso. Hacía los ejercicios en casa, a muchas cuadras de la universidad, y todo aquello que no podía resolver me implicaba una reacción de lo más estresante al hacer ese trayecto en bici, en el que se me cerraba la garganta y no podía respirar. Luego de la consulta con la ayudante, ese estrés decantaba en lo que debía implicar justamente la clase, un viaje al entendimiento. Esta conducta se repitió en muchas ocasiones en mi vida, hasta que logré detectar que era un mecanismo de subterfugio a la inversa: me estresaba en alto grado (con una tóxica y adictiva producción de cortisol) y luego los hechos terminaban bien. ¡Qué necesidad! “Discernir cuándo el estresor es real”. La clave está en que el cuerpo habla: escucharlo y razonarlo para liberarnos de ese imaginario, productor de toxinas.
El video realizado con producción de Disney es claro respecto de los mecanismos del miedo (además de vigente):
UN MAR DE SENSACIONES
De tanto en tanto, me gusta hacer participar en la revista a mis conocidos, amigos y lectores. Así, salí en busca de los testimonios de esas sensaciones físicas que nos provoca el miedo. Me encontré con varios “no tengo idea” o “no tengo miedo”. No me sorprende que no haya registro del cuerpo, en tiempos en que hasta no enfermar, el cuerpo no existe. Reconocer el miedo, tan visceral, podría ser un buen comienzo.
Algunas de las respuestas forman parte de los epígrafes. Otras, están por aquí:
“El miedo me genera acción, adrenalina. No me inmoviliza. Como síntoma corporal notorio, aparece la transpiración, primero en las manos, luego en la frente y cara y, en caso de persistir, se traslada a todo el cuerpo, incluso a las piernas. Así, al miedo de una situación determinada, se suma el temor a terminar empapado de transpiración. Los miedos actuales son en su mayoría secuelas o heridas de la infancia que toman vida, se ubican en el presente y se corporizan en nosotres.” Esteban, 48. Y por los miedos de la infancia viene la nota de Esteban: PLASTILINAS
“En lo cotidiano, el miedo me da diarrea. Situaciones que son simples para otros, a mí me llevan al baño. Pero puedo contar dos miedos extremos que viví. Uno me paralizó: mientras hacía trecking de montaña, me encontré en una cima muy alta que había que atravesar si o si para poder hacer noche en el siguiente refugio. Al tomar real conciencia de la altura a la que estaba, entré en tal pánico que quedé como de piedra. Quería convencerme de bajar porque la noche en la cima hubiera sido peor, pero la bajada era demasiado empinada. Bajar por donde subí (lo cual había resultado difícil) era más peligroso, porque el agua de deshielo había hecho barro. Comencé a repetir: ‘¡no puedo bajar, no puedo, no puedo!’. Lo que finalmente me sacó del shock, fue pensar que era peor hacer noche en la cima sin resguardo alguno, con frío y en soledad. Finalmente, bajé con la cola apoyada en la tierra, las piedritas me rasparon al punto de romper el pantalón. La otra situación extrema que viví fue cuando se acercaba mi primer parto natural y doble. Antes del parto, durante el día, no podía pensar y me desvelaba seguido. Cuando finalmente llegó el día, me di cuenta de que estaba como extraída de la situación: no escuchaba a mi marido, ni al médico, ni al anestesista. Estaba en otro mundo, ‘aterrada’ (¡fuera de la tierra!). Como si hubiera sido una simple espectadora de una película y no la protagonista. Así las cosas, cuando comenzaron los dolores fuertes de las contracciones y caí en la cuenta de que la vida de mis hijas dependía de mí, comencé a respirar y a pujar. Ana nació primero y, en lugar de sentir alivio, me puse a pensar que solamente tenía la mitad del trabajo hecho y no podía bajar los brazos ni decir que estaba cansada. Dos minutos después, nació Trinidad. A 11 años de ese momento, que fue hermoso, siento que resultó uno de los miedos más terribles que sentí.” Fernanda. 43.
“Hacía más de un mes de aislamiento por la pandemia, todavía conservaba la esperanza de que se solucionara pronto. Antes del aislamiento, estaba asignado a la oficina de NQN en las instalaciones de un cliente. Tenía buenas perspectivas de crecimiento porque me habían pedido gerenciar, en conjunto con el cliente, las obras cuyas ingenierías estaban en desarrollo. También me permitiría disponer de mayores ingresos para volcarlos en la obra de la casa familiar en construcción, después de tantos años de trabajo. Ese mediodía accedí a una noticia en la web vinculada a la contratista de las obras. Habían echado a todo el personal y suspendían la construcción. Menos de un minuto después, sentí la clásica opresión en el esternón que se irradia por todo el pecho. Luego, comenzó a ‘dormirse’ (hormigueo) el brazo izquierdo. Doble infarto de coronarias fue el diagnóstico 2 horas después en el hospital.” Ernesto, 58.
LA DEMOCRACIA INMANENTE DEL MIEDO
“Las situaciones de estrés me secan la boca, al punto que se me pega la lengua en los costados. Ante una discusión, por ejemplo, más aun cuando no tengo argumentos sólidos.”
Antonio, 47
La pérdida de control, el desequilibrio y lo que se escapa parecen ser las formas de los miedos de estos tiempos, más que lo que se acerca y nos acecha en términos tangibles. Muchos son imaginarios, y algunos sí, son genuinos peligros. Lo que nos produce en el cuerpo es una presunta verdad inmanente.
Si algo tiene de bueno el miedo, además de ser el agente de advertencia por antonomasia (cuando no se dispara), es que es democrático: nos asiste a todos sin discriminar. Y, con altísima probabilidad, le avisa al cuerpo para que no podamos no darnos por enterados. Registrar las manifestaciones físicas del miedo puede ser una herramienta para reconocerlo y gestionarlo mejor. Hasta, inclusive, hacerlo desaparecer, cuando el riesgo no exista o sea lo suficientemente manejable. Implicaría para estos casos, disponer de la potencia que somos: como tomar el control remoto y elegir el programa que queremos ver.
Referencias
- Así reacciona el cuerpo cuando tienes miedo
- ¿Cómo reacciona nuestro cuerpo al miedo?
- “Cuando el cerebro dice basta – La trampa de la evolución o por qué nos deprimimos”, Mariano Alló, Ed. Plataforma
Portada: fotomontajes, Juan José Stork