El encuentro: entrevista a la escritora Guadalupe Nettel.
Entrevista: Cecilia Miano, Luisa Luchetta, Estela Colángelo, Lourdes Landeira, Gabriela Stoppelman
Edición: Cecilia Miano, Luisa Luchetta, Isabel D´Amico, Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
“No tiene altura el silencio de las piedras.”
Manoel de Barros
Una piensa que el agua arremete contra la orilla, pero cada bucle de espuma diferencia muy bien el contorno de la piedra que acaricia. Hay algunas que se muestran de canto, amantes de los márgenes, les gusta que la marea trepe por sus bordes, las sobrepase o se derrame. Las hay propensas al juego, sobre todo, al disfraz. Son las que se enredan con algas y caracoles y forman pequeños túneles por donde los breves cauces se entrometen. Y están las que arman tribus: chatas y redondas, oblongas y curvadas. Cuando el atardecer despunta sobre las horas, ellas se reúnen, bifurcadas en la copa de un árbol de luz. A la mayoría les gusta el juego y los pétalos de la voz. A veces, se atreven con el gallito ciego, pero en vez de vendarse los ojos, cubren todo su cuerpo, salvo las cicatrices. En esa cartografía de pasados, las compañeras buscan el ritmo y el detalle. Gana la que no busca ganar, la que entreteje la mancha con un reflejo caído de las estrellas. Gana la que, por mucha sed de silencio que tenga, comparte la bebida y la palabra.
Después están las piedras de toque, la gema coqueta, la profecía de piedra lunar. Cada tanto aparece una preciosa, o un trozo de cuarzo convoca a una ronda urgente, y frota las memorias de cuando era ígneo y profundo, parte del abismo y de su emoción.
Entre todas, curan la piel de la piedra triturada. Entre todas, velan la inconsistencia aparente de la arenisca. Y, mientras protegen su tenue silueta del viento, se dan un baño de otras, para luego echarse a descansar.
Es de noche en la orilla del cuerpo, en el texto inquieto donde las formas se difuminan sin desaparecer. Ahí, en ese linde, entre espuma y deseo, hablamos placenteramente con Guadalupe Nettel.
CAÍDOS DE LAS ESTRELLAS
“¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed, / hasta aquí el agua? / ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire, / hasta aquí el fuego? / ¿Quién dijo alguna vez:
hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio / ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre, / hasta aquí no? /
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. Sangran.”
“Límites”, Juan Gelman
“Madre, tú me tuviste, pero yo nunca te tuve / Yo te quise,
pero tú nunca me quisiste”
“Mother”, John Lennon
El tema de este número anartista es el encuentro, un asunto recurrente en tus libros, asociado a lo lúdico, a lo ritual, e incluso a aquello que no fue, como leímos en “El cuerpo en que nací”: “Pienso que a mi madre no le guardo rencor, pero sí reconozco un sentimiento de amargura por todo lo que pudo haber sido nuestra relación y no es ni será nunca, a pesar de los buenos momentos que pasamos cada tanto, a pesar de la complicidad que nos une en muchas ocasiones.”
Los surrealistas -sobre todo, Breton- tienen muchos escritos acerca del encuentro, pensado como algo mágico, espiritual y muy fuerte. Breton se refiere, más que nada, al encuentro entre dos almas, un poco como dijo Nietzsche, después de conocer a Lou Andreas Salomé: “¿de qué estrellas caímos para encontrarnos aquí?”. El encuentro es una de las experiencias que hace más válida la existencia en este planeta. Es extraordinario hallar a alguien en quien reconocernos con nuestro dolor y también con nuestra alegría, con quien sentimos que nos complementamos. De hecho, la idea del alma gemela está presente en muchas culturas, esa alma gemela que vaga por ahí hasta que la encontramos y, finalmente, nos permite sentirnos completos. Esa sensación de completud aparece cuando conocemos a alguien con quien resonamos. De pronto, aunque sea por un breve tiempo, la soledad que está siempre ahí en el fondo desaparece. Y es cierto, el tema del encuentro está presente en varios de mis libros. En “Después del invierno”, Claudio tiene ese anhelo del alma gemela que cree encontrar en Cecilia. En “La hija única”, se da también entre Doris y Laura, la narradora, y también entre Doris y Nicolás, un encuentro que hace que todos los prejuicios y barreras se rompan y, por unos minutos, le permite a Nicolás ser el niño adorable que no es en su casa y, a ella, ser la madre que decidió nunca ser.
Bueno, en la vida, después de cortos tiempos, el alma que parecía gemela deja de serlo. ¿Cómo hacer para encontrarnos entre diferentes, y no solo entre complementarios, como dicta el ideal? En ese sentido, en tu narrativa se destaca la importancia de la mirada del otro…
Sí, el encuentro con el alma gemela es una sensación pasajera, dura acaso unos días. Es como si, en esencia, nos pudiéramos reconocer y, después, la vida cotidiana complicara mucho las cosas. La convivencia, sobre todo, es muy difícil y es lo que acaba con el ideal. Pero el verdadero encuentro consiste en aceptarnos con nuestras diferencias, en aprender a convivir. Allí radica el verdadero trabajo y también nuestra posibilidad de evolucionar como individuos, de aprender a desarrollar paciencia, curiosidad, comprensión, apertura.
ÁRBOLES DE LUZ
“Llamóla Utopía, voz griega, cuyo significado es no hay tal lugar.”
Quevedo
“Mírame, estoy tan indefenso como un gatito en un árbol / y siento que me aferré a una nube / no puedo entenderlo / me nublo solo tomándote la mano”.
“Misty”, Johnny Burke y Erroll Garner
En “El huésped”, tenemos esa instancia que vos llamas “la Cosa”: “Es difícil resistir a la ‘la Cosa’. Se sirve de mis manos, de mi voz, de mi oído para alcanzar lo que quiera”. Entre otros efectos, la Cosa provoca un desencuentro con nosotros mismos…
Sí, en “El huésped”, la figura del doble propone la existencia de dos personalidades distintas en cada uno. Una de esas personalidades es esa antagonista que está dentro de mí, lo opuesto al alma gemela. En esa novela el tema es la sensación de extrañeza y de miedo que podemos llegar a tener de nosotros mismos. El terror a no reconocernos, lo que Jung llamaba “la sombra”. Creo que todos hemos sentido esa experiencia de desconocimiento, donde nos preguntamos acerca de nosotros como si fuéramos otros: “¿Quién es esa persona, capaz de hacer estas atrocidades o de decir estas cosas?”. También sucede lo opuesto: yo misma, cada vez que encaro un libro nuevo, me pregunto cómo he escrito los anteriores. Hay textos míos que de verdad me resultan muy desconcertantes cuando los releo, como si yo ya no fuera esa que una vez escribió la novela.
¿Y cómo van tus relaciones con la Cosa actualmente? La Cosa nos remite un poco a lo innombrable, a lo indecible. En fin, a lo poético…
Yo elegí que la narradora se llamara Ana, me gustaba que fuera un nombre palíndromo. Ana es dos en una. Muchas lectoras me han dicho que sentían que “la Cosa” era su enfermedad crónica, o su alcoholismo, o su marido. A mí el tema del desdoblamiento siempre me ha resultado muy interesante. Soy de Géminis y ese signo presenta mucha dualidad: la idea de dos hermanos con personalidades opuestas. Además, tengo un hermano que es también de Géminis, solo hubiera faltado que fuéramos gemelos. Con él, tenemos relaciones de amor y odio, muy intensas. Por otra parte, siempre viví mi dualidad, mis perfiles son muy distintos, mis dos ojos son de colores y formas diferentes. Tal vez por eso siento que habitan dos personas en mí. Es una situación que puedo relacionar con el hecho de haber llevado un parche tantos años sobre un ojo, con el haber visto la realidad de una manera durante una parte del día y de otra manera durante otra parte.
En “El huésped” leímos: “Madero me dijo que las maneras de ver el mundo son miles y los ojos un umbral intermitente que abre el paso hacia el universo” y en “El cuerpo en que nací”: “Las llamas formaban una silueta semejante a la de un árbol de luz”. ¿Cuándo necesitás el lenguaje poético?
Lo necesito cuando no logro explicar con palabras algunas experiencias, sobre todo, ante lo inquietante, eso que no se puede nombrar. Y la poesía es ese intento por nombrarlo, por crear nuevas formas. La poesía intenta crear de nuevo lenguaje, señalar cosas para las cuales las palabras que usamos todos los días no alcanzan. Esa es la idea que me gusta, la de la poesía que reinventa el lenguaje y, al hacerlo, también reinventa el mundo.
PÉTALOS DE LA VOZ
“El lago se ha extinguido, / oscuros duermen los juncos / susurrando en sueños. / Sobre el campo, extendidas, / interminables montañas amenazan. / No descansan. / Hondamente respiran, se mantienen / unidas unas contra otras. / Hondamente respiran, / colmadas de oscuras fuerzas, irredentas/ en su pasión devoradora.”
“Mañana en la noche”, Herman Hesse
“Cada día doy las gracias al señor y a la señora / Por la forma en que viniste a mí / De todos modos, tenía que ser dos mentes / Un destino /…/ Fuera de la energía azul de la vida / De la nada viniste a mí / Como un OVNI. Viniste a mí / Y destruyó la miseria de la vida / De la nada, la energía de la vida /
De la nada viniste a mí”
“Out the Blue”, John Lennon
Es muy llamativo el modo en que tu escritura invita a leer huellas. Una vez más, en “El huésped”, “Las ramas de los árboles, las líneas de los aviones que atravesaban el cielo, las propias nubes me parecían diseñadas para emitir mensajes entre toda clase de seres”. Y también, en “Pétalos”: “La voz de Michelle era de esas que dejan eco en la cabeza. La luna parecía una madeja de nubes luminosa.”
Algunas personas tenemos la obsesión de buscar mensajes cifrados en la naturaleza o en la vida cotidiana. Eso está también muy presente en los surrealistas. Pensaban que si abrimos los sentidos, en vez de mirar el mundo con apatía y desgano, es posible encontrar mensajes cifrados en todas partes.
Nosotros leemos y emitimos mensajes. Pero las plantas, los animales y las cosas, ya por el hecho de ser materia, también emiten mensajes. Pienso que quizás nuestras traducciones puedan ser apenas imaginarias, o no del todo correctas.
Sí, nuestras traducciones son solamente un intento de explicar. A veces, cuando voy a ciertas playas en las que hay bastantes piedras sobre la arena, siento claramente que todas están vivas y tienen incluso una personalidad. A veces están junto a otras y parecen grupos, parejas, familias. Es como si gritaran “mírame, estoy aquí”. Admito que tengo la manía de descifrar mensajes por todos lados. Y escribir es también un intento por hacer eso.
En tus textos está presente la idea de encontrarse con lo animal o lo vegetal, desde un lugar distinto al de manipulador y la cosa manipulada, desde un lugar que excluya toda superioridad.
No creo ni un poquito en la superioridad del ser humano. Hace poco, en la Revista de la Universidad de México publicamos un artículo que lleva por título “Kamazootra”. El autor, Andrés Cota, un biólogo y divulgador de la ciencia, describe todas las maneras en que copulan los animales del planeta. Entre otras cosas, cuenta cómo las serpientes viajan durante kilómetros para participar en orgías multitudinarias. Por su parte, los albatros son monógamos, se quedan con una pareja durante toda su vida y, después de volar por todo el mundo, regresan al lugar en que nacieron para tener ahí a sus crías. También hay animales hermafroditas y otros que cambian de sexo varias veces durante un mismo día. En la naturaleza, hay una diversidad mucho más rica de lo que pueda ocurrírsenos a nosotros. Para mí es una lección de diversidad mirar a los animales y a su comportamiento. Todo cabe allí.
La diversidad es otro tema que aparece como un gran reclamo en tus textos. Lo vimos en las referencias a marcas físicas, a huellas y a todas las formas que se desvíen del modelo, a las que se suele nombrar desde la falta -discapacidad, carencia, dificultad o error- y no desde la singularidad. ¿Por qué pensás que es así?
Es un sesgo cultural, algo relacionado con miedo a salir del grupo, a ser excluido. Ese temor hace que señalemos a otros como externos, como si fuera necesario que alguien de “afuera” confirme que nosotros estamos dentro. Son actitudes atávicas que nos vienen de traumas históricos y que heredamos inconscientemente. Sin embargo, ya antes se han superado otros oscurantismos. Ha habido una evolución muy grande en el pensamiento y en la aceptación de los seres “diferentes”. Lo he notado a lo largo de mi vida. Por ejemplo, el prejuicio hacia la homosexualidad no es el mismo que había durante los años ochenta o en los cuarenta. Se ha abierto muchísimo el pensamiento. La lucha por la inclusión es característica del siglo XXI. Va un poquito rezagada en cuanto a lo que llamamos “discapacidad”, a las diferencias físicas y neurológicas. Durante mucho tiempo las personas que nacieron con estas características eran escondidas en sociedad por miedo al rechazo y a la incomprensión. Las familias preferían esconder o negar la existencia de estas personas, a veces ni siquiera las registraban. Hay relatos muy fuertes acerca de este tipo de historias. En la Revista de la Universidad de México, publicamos también un número sobre discapacidad, donde hablamos de muchas de estas cuestiones. Hay un artículo sobre la sexualidad de personas con Síndrome de Down, por ejemplo. Hay que considerar sus sexualidades pero, al mismo tiempo, es muy importante protegerlos del abuso. Es un tema muy polémico, y justamente por eso es tan interesante.
TRIBUS DE NUEVOS BOSQUES
“Mirar el río hecho de tiempo y agua / y recordar que el tiempo es otro río, / saber que nos perdemos como el río/ y que los rostros pasan como el agua”
“Mirar el río hecho de tiempo y agua”, Jorge Luis Borges
“Una gran sacudida en el vagón en movimiento / una gran sacudida de la tierra que está cayendo / una ola de viento hace que una palmera deje de silbar /una piedra grande, grande cae y rompe mi corona”
“Aquí viene tu hombre”, Pixies, Black Francis
Varias veces nombraste la revista de la UNAM. En general, el trabajo de un escritor es bastante individual, solitario y a veces narcisista. ¿En qué sentís que te potencia armar una publicación con otros, alrededor de un mismo tema?
Creo que compensa el trabajo solitario y aislado de la escritura. Trabajar en equipo puede ser muy difícil a veces, pero también muy gozoso. Se trata de varias personas, que piensan alrededor de un tema que les interesa a todas. Nos obsesionamos durante un mes con un tema y luego lo soltamos al mes siguiente, cuando aparece otro tema con el que volvemos a obsesionarnos. Además, el proyecto incluye un programa de tele y otro de radio. Pero debo admitir que todo esto le roba tiempo a la escritura.
¿Por qué decís, “le roba”? ¿No es también otra manera de escribir?
Es otra manera de crear. Muchas veces las personas que colaboran no son escritores y nuestro trabajo implica también la posibilidad de ayudar a que sus palabras, sus experiencias o sus conocimientos encuentren una forma lo más cercana posible a la literatura.
En “El cuerpo en que nací” y en “Después del invierno”, quienes se sienten segregados huyen hacia refugios solitarios, como árboles, escaleras o cementerios. Pero, en esta charla, acaba de aparecer otra opción, la de armar tu propia tribu.
Totalmente. Es una tribu que se renueva y que encuentra sus raíces en la tradición. Esta es una revista muy vieja, tiene más de ochenta y cinco años ya. En ella publicaron, entre otros, Alfonso Reyes y Borges. Juan Rulfo publicó allí el borrador de “Pedro Páramo”, es una revista con enorme tradición. Ha sido toda una responsabilidad retomar la estafeta y a la vez modernizarla un poquito -entre otras cosas, digitalizarla-, para que encuentre lectores entre los jóvenes y los estudiantes. Al principio tenía un poco de miedo, pero estoy muy contenta con el resultado y me siento muy orgullosa porque soy la segunda mujer directora en todos estos años. Espero que siga habiendo mujeres dirigiéndola en el futuro. Es muy importante para nosotros que haya paridad de género, buscar autoras que puedan hablar y que los temas también tengan que ver con cuestiones que nos interesan a las mujeres.
DETALLES DE ARMAS TOMAR
“Soy libre / Soy libre de amarte / Soy libre de hacer lo que quiera / Soy libre de vivir mi vida / Soy libre / Nadie tiene derechos sobre mí / Nadie manda sobre mí /
Soy libre”.
“Je suis libre”, Jaques Plante
Ya que hablamos de mujeres, cómo no mencionar a la madre y a la abuela de “El cuerpo en que nací”. La madre «progre» parece buscar muchas transformaciones. Pero, ¿se trata de transformaciones o de disfraces?
Yo creo que fue un intento verdadero de transformación, pero es muy difícil liberarse de la educación recibida durante la infancia. Por progres que fueran, nuestros padres estaban formateados y ellos trataron de formatearnos a nosotros de una manera distinta. Fuimos un experimento, fuimos conejillos de indias. Nosotros lo sentíamos así. Por eso creo que, al mismo tiempo que se intentó un cambio, podemos hablar de un disfraz. La voluntad de cambio era muy grande y muy racional, pero un poco artificial, en el fondo quedaban los mismos miedos.
A la abuela la mencionas como a un personaje muy original, más allá de sus morales y de su gusto por los zapatitos de charol, la leímos como a un personaje muy afirmativo y consistente. ¿Qué es indispensable para que un personaje se presente con fuerza?
Yo creo que todas las personas podrían ser personajes, depende de cómo las miremos. Cuando fui a vivir a Francia, noté que en ese país había una fuerte necesidad de pertenencia y un miedo constante a ser marginado. Por ejemplo, la moda era seguida al pie de la letra. Había muchas cosas que no podías hacer para no resultar sospechoso. Pero pasa también en otros países. Como nadie quiere ser sospechoso, muchos tratan de borrar sus rasgos distintivos, lo cual es tristísimo porque, de ese modo, la realidad y la gente se vuelven planas. Pero no siempre es así. Cuando conoces a alguien realmente, te das cuenta: cada uno de nosotros tiene muchos rasgos que nos vuelven únicos, irrepetibles. Si tú tomas ese conjunto de rasgos, cualquiera se puede convertir en una persona original e interesante o en un personaje literario.
Al comienzo de “El cuerpo en que nací”, vos señalás a la escritura como a un “mosaico de imágenes, recuerdos y emociones que conmigo respira, recuerda, se relaciona con los otros y se refugia en el lápiz como otros se refugian en el alcohol o en el juego”. ¿La noción de mosaico también se aplica a la construcción de personajes?
Siempre tomo detalles de personas que he conocido o que he escuchado y los sitúo en otros escenarios, que visité o vi. Me gusta juntar cosas que en principio no tendrían que ver con otras.
Tu abuela también juntaba: “Víctima de lo que se denomina comúnmente como el síndrome de Diógenes, mi abuela guardaba montones de revistas y ejemplares del periódico Excélsior desde los años cuarenta” …
Sí, juntaba muchísimo, era una acumuladora.
¿Qué le dirías hoy a esa abuela?
Se murió hace muy poco tiempo. Vivió 107 años. No siguió acumulando tanto al final, pues ya casi no se podía mover. Éramos dos personalidades muy fuertes, encontrándonos en la arena de combate. Yo era una adolescente o preadolescente muy aguerrida y contestataria. Y ella alguien capaz de machetear a una serpiente que entró a su casa: una mujer de armas tomar. Hoy le diría que la quiero, que fue hermosa su manera de ser y que, aunque me hizo la vida muy difícil cuando viví con ella, yo no le guardo ningún rencor.
HUÉRFANOS ALQUIMISTAS
“De pronto la noche se vuelve más fría / El dios del amor se prepara a partir”
“Alexandra leaving”, Leonard Cohen
Hablemos de la muerte. La hemos visto en casi todos tus textos. Sobre todo, en la recurrencia de los cementerios, en las marcas en las lápidas. Por ejemplo, en “Después del invierno”: “La gente se muere, deja su nombre escrito sobre una lápida, sus vidas cesan de correr en línea recta. Desaparece el cuerpo y con él su rutina, sus necesidades, pero quedan una infinidad de pruebas. Las emociones que cultivaron durante años siguen flotando en el aire: la ira, la frustración, también el desamparo y la ternura. Todas esas cosas son como garras minerales que se perciben más allá de las lápidas.”
Siempre ha sido un tema importante. Cuando yo nací, pensaron que la afección que tenía en el ojo era un tumor cerebral y que yo podía morir. Mi propia familia se vio cimbrada en aquel momento. A su vez, la recurrencia del tema probablemente tenga que ver con México, un país donde se celebra mucho a los muertos, una costumbre que viene desde antes de la conquista y está muy arraigada. Eso me marcó de niña. En el mes de noviembre, exponemos las fotos de todas las personas fallecidas de la familia. En la casa de mi abuela había muchas fotos de personas que yo no había conocido, y también estaban en el imaginario de todos nosotros, gracias a los relatos sobre ellos. Supongo que pasa mucho con las familias de este continente. Con las migraciones y las distancias de los lugares de origen, apareció una necesidad de reconstruir esa narrativa. ¿Quiénes eran? ¿Por qué se fueron? ¿Qué les pasó?
¿Y cómo te llevás con la orfandad?
En cuanto a la sensación de orfandad, la atribuyo a la partida de mi madre durante tanto tiempo, cuando yo era chica. Ella lo vivió como una época corta, pero para mí transcurrió muy lento. A su vez, hay otra ausencia: la desaparición de mi papá, su encierro y el no poder estar con él me marcaron mucho.
¿Te unís a otros huérfanos?
Sí, una de mis mejores amigas se quedó huérfana a los siete años y siempre conectamos ahí, nos volvimos familia. La otra creció sin su padre y esa ausencia le dejó secuelas muy profundas. Aunque vivimos en países distintos, somos muy cercanas, como hermanas.
Aparte de la orfandad, la maternidad es un tema fuerte en tu escritura. Planteás muchas formas y singularidades del maternar: la diferencia entre el hijo deseado y el hijo real, la pérdida de embarazos, las mujeres que no quieren ser madres. Incluso es interesante la situación de la mujer que no se da cuenta que quiere ser madre, de tanto hablar en contra de la maternidad, como en el caso de tu personaje, Alina…
Yo soy madre de dos niños, situación que, obviamente, revolucionó mi vida. Si hago una comparación con mi madre, ella me tuvo a los veinticuatro y yo tuve a mi primer hijo a los treintaicuatro, diez años mayor. En «El cuerpo en que nací» es donde empiezo a explorar nuestra relación. Lo comencé a escribir justo después del nacimiento de mi primer hijo. Fue una casualidad: me encargaron un texto autobiográfico largo, y eso actúo en mí como detonador. Empecé a recordar los relatos sobre las circunstancias en las que yo había nacido, tan distintas a las que acompañaron el nacimiento de mi primer hijo. El libro lo escribí entre el nacimiento del primero y la llegada del segundo. Tenía todo calculado para corregir las pruebas antes de que naciera mi segundo hijo, pero se adelantó un mes. Las correcciones las hice mientras lo amamantaba. Ahora, en relación a la figura de la mujer que no quiere tener hijos, me interesé en ella a partir de la lectura del libro de Lina Meruane, «Contra los hijos». Por diferentes razones, varias de mis amigas decidieron no ser madres. La libertad con la que lo hicieron las más jóvenes y la dificultad con que lo hicieron las mayores muestra un cambio de mentalidad en estas últimas décadas. Antes, sobre todo, pero aún hoy, hay que ser muy valiente para decidir no ser madre porque, eso nos pone -otra vez- “bajo sospecha». Por otra parte, una mujer que decide ser madre debe renunciar a muchas cosas. Por eso en “La hija única” me interesó ponerme en los zapatos de quien decide no serlo.
Aparte del sacrificio que solía exigirse a las mujeres, que recién mencionabas, ¿qué otras emociones vinculás a la maternidad?
La experiencia del amor y la alegría de verlos crecer es muy grande. Y también el miedo, mucho miedo cuando pienso qué tipo de mundo les tocará. Definitivamente, ser madres nos proyecta al futuro, es una transferencia de energía, de vitalidad. El libro de Samanta Schweblin, «Distancia de Rescate» habla bastante de los miedos que rodean a la maternidad, allí aparece esta idea de traspasar tu fuerza vital a otro cuerpo. Este tema también se ve en el libro de Mariana Enríquez, «Nuestra parte de noche». Suena a literatura fantástica, pero en la realidad también sucede así: ser madre a veces implica sentirse vampirizada.
LA SOCIEDAD DE LAS CERTEZAS MUERTAS
“¿Quién te aliviará de todo tu dolor, cariño / y también de toda tu angustia? / Pero si tú me necesitas, sabes qué siempre estaré cerca”
“Cry Baby”, Jerry Ragovoy
El discurso médico que aparece en “La hija única” es muy cruel. Tanto el de la tanatóloga como el de la neonatóloga, la que da la pastilla para intoxicar al bebé que no responde al ideal hegemónico. ¿Cómo es el sistema de salud de México con respecto a esto?
Existe esa idea de que los médicos se tienen que blindar a lo emocional, igual que muchos periodistas que dicen, “si yo me permito sentir, entonces, no puedo trabajar”. Piensen que, en México, asesinatos y feminicidios forman parte, lamentablemente, de la noticia cotidiana. A Marcela Turati, una gran periodista que ha cubierto temas tan duros como el de Ayotzinapa, la apodaron “la periodista que llora” porque, si entrevista a la madre de un desaparecido, se emociona con la entrevistada. A mí me parece mucho más saludable esa postura. Tanto para periodistas, como para médicos. Cuando uno está en manos de los médicos, más que seguridad -que los médicos ni tienen ni se les puede exigir- necesita la presencia de un humano que te diga, “estoy haciendo todo lo posible, voy a poner todas mis herramientas y todo mi conocimiento en tratar de salvarte”. Pero nadie te puede dar la certeza de que te va a salvar. Por otro lado, existen situaciones que a mí me dan mucha rabia, como sucedió con mi padre, a quien no le querían decir que tenía muy pocas posibilidades de salir de un cáncer muy avanzado. Ni si quiera le informaron de qué tipo de cáncer se trataba. Mantenían esa fantasía de “acá te vamos a curar a como sea”. Por supuesto, cada cuerpo es diferente, la medicina está llena de excepciones, por eso nunca se puede saber nada con certeza. Y, en el caso de Alina, el personaje de “La hija única”, las certezas que los médicos le largaban, una y otra vez, eran insultantes. Los médicos hablaban con seguridad absoluta: “tu bebé no va a vivir” y la niña negó todos esos pronósticos.
La resolución de ese conflicto se da con la aparición de un grupo de pares, un grupo de Facebook, formado por gente que ha pasado por situaciones semejantes y, desde ahí, acompaña, cosa que el dispositivo médico no puede hacer.
Exactamente. Lo que nos hace falta es empatía. La necesitamos para poder atravesar la enfermedad, la convalecencia y la recuperación, si es que la hay. Y, aun cuando no la haya, ante el aislamiento gigante que siente el enfermo en nuestra sociedad, es mil veces mejor sentir empatía alrededor, preferentemente, de personas que estén atravesando cosas parecidas.
En algún momento, vos marcás que los médicos les dan a los personajes las causas de lo que les pasa. Sin embargo, esas causas no alivian, no les permiten saber. ¿Cómo diferencias saber y conocer las causas?
Las causas se pueden interpretar de mil maneras. En relación a esto, el libro de Susan Sontag, “La enfermedad y sus metáforas”, dice que al enfermo siempre se lo estigmatiza, o se lo acusa de haber enfermado por su forma de ser o por alguna decisión que tomó. Ella plantea que eso es una falta de respeto. La vida de cada ser humano es compleja y tiene múltiples factores. Pero yo creo que es casi imposible conocer todas las causas de una enfermedad. En “El cuerpo en que nací”, está este momento en que la protagonista sueña que le abren el ojo y, adentro, están escritas las razones por las que nació de esa manera. El cirujano extirpa ese papel diminuto con unas pinzas y lo destruye diciendo que ningún humano debe conocerlas.
EL CUERPO QUE ME ESCRIBE
“Bebé, no llores / una buena mañana te vas a levantar cantando / y desplegarás tus alas / y llegarás al cielo / pero hasta esa mañana / nada podrá hacerte daño / mientras papá y mamá estén contigo / no llores”
“Summertime”, George Gershwin
Pensaba que, por más implicancias que les demos a las causas, siempre estamos hablando de cicatrices. En tu obra, encontramos que las cicatrices dan forma a las singularidades de tus personajes. Casualmente, hace muy poco, el 9 de agosto, se celebró en Argentina el día de la Educación Especial. En las cicatrices que despliegan tus novelas, percibimos un homenaje a esas diferencias.
El cuerpo es para mí como un texto, ahí quedan escritas las cicatrices como quedan en la tierra las marcas geológicas de las diferentes épocas. Por ejemplo, yo tengo una lesión crónica en el hombro, a causa de un movimiento que una vez hice, con mucha rabia. En otra ocasión, me rompí el pie y todavía tengo un pequeño dolor en un dedo. Estos dos eventos ocurrieron alrededor de la muerte de mi padre. Son el relato que hizo mi cuerpo de ese momento tan duro. Las cicatrices son escritura, marcas de vivencias, de personas con quienes estuvimos, de cosas que nos pasaron. Me gusta que las experiencias dejen marcas externas y visibles en nuestros cuerpos. Se vean o no, las cicatrices van acompañadas de emociones.
Pensaba si los disfraces de los que antes hablábamos forman parte de la escritura del cuerpo…
Me gustan los disfraces. Creo que hablan de nuestras inseguridades, de nuestros anhelos de pertenecer y de diferenciarnos de los otros. Me atraen los peinados de la gente gótica, el modo en que se pintan los ojos, los piercings. Incluso, aunque no es mi estética, me dan mucha curiosidad las personas que se producen mucho, las que se pone tetas, las que peinan cabelleras frondosamente rubias. Yo podría quedarme observando un buen rato cómo se ocupan de cada detalle, porque todo eso cuenta cosas. El disfraz y las decisiones con respecto a la apariencia forman parte del personaje que somos. Por eso, no creo que debamos despojarnos de ellos. La idea es asumirlos, jugar y gozar lo más posible. Debajo, hay otras marcas y, debajo, otras más. Es como una cebolla con muchas capas. La personalidad está en constante transformación. Basta ver, a través de las fotos, cómo se modifican los rasgos de una persona desde que nace hasta que es vieja. Y el cambio no es solo físico. Incluso ahora, con este nuevo descubrimiento de que el cerebro es maleable, sabemos que la cantidad de neuronas no disminuye necesariamente con el paso del tiempo. Por el contrario, se pueden reproducir. Hay buenas noticias de vez en cuando.
Como complemento a la idea del disfraz, en tus textos, encontramos el fantasma. Esos cuerpos que, de modo muy presente y sin desaparecer, se diluyen, se invisibilizan, no quieren molestar. Algunos llegan hasta el silencio. ¿Cómo te llevas con el silencio y qué potencia encontrás en el difuminarse?
El silencio me parece hermoso, es como la semilla de la que puede surgir cualquier palabra o música. Ahí están todas las palabras en potencia. De tan bello que me parece el silencio, cuando era adolescente, yo decía que a mi hijo le iba a poner Silencio. Por supuesto, no lo hice. Pero muchas veces siento una gran necesidad de silencio, como una especie de sed. En cuanto a lo que se difumina, siempre he tenido la fantasía de poder desaparecer y así evitar la mirada, pero creo que en realidad lo que quisiera evitar es ser juzgada.