El encuentro: entrevista a Juan Quintero.

Entrevista: Gabriela Stoppelman, Lourdes Landeira y Josefina Bravo
Edición: Lourdes Landeira y Josefina Bravo
Fotografía: Ana Blayer

 

No existe el infinito: / el infinito es la sorpresa de los límites. / Alguien constata su impotencia / y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea, / y nace el infinito. / El infinito es el dolor / de la razón que asalta nuestro cuerpo. / No existe el infinito, pero sí el instante: / abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido; / en él un gesto se hace eterno. / Un gesto es un trayecto y una trayectoria, / un estuario, un delta de cuerpos que confluyen, / más que trayecto un punto, un estallido, / un gesto no es inicio ni término de nada, / no hay voluntad en el gesto, sino impacto; / un gesto no se hace: acontece. / Y cuando algo acontece no hay escapatoria: / toda mirada tiene lugar en el destello, / toda voz es un signo, toda palabra forma /
parte del mismo texto.
“No existe el infinito…”, Chantal Maillard

 

Leonardo Herrero

El párpado alzó su pliegue por encima de la nota de rasguido clásico. Al mismo tiempo, el hombro izquierdo se acercaba a la oreja, imperceptible. El ojo, advertido esa vez de la danza de esos pequeños movimientos, detuvo el instante antes de que la garganta arremetiera con la letra tantas veces dicha. Y clavó la pupila en otra, que lo escuchaba estremecida. El encuentro se prolongó más allá de su materialidad. Y dijo presente toda vez que las palabras rezagadas volvieron a decirse, en la misma melodía y su nuevo contenido.

La mano comenzó a dibujar acordes en las cuerdas y bailó con la mirada quieta que se encarnó en sus dedos. Sin haberla vuelto a ver, sabía de esa otra escena instalada para siempre en su pupila. También, de su propia piel hecha sonido. Y sentido. Si la vuelvo a encontrar, la voy a reconocer de inmediato, pensaba entre silencios. Sin embargo, el día que el aire volvió a detener el decir, no la reconoció de inmediato.

Juan Quintero con El Anartista, entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

Muy rápidamente, decidió jugar a la escondida, ser otras voces, desafinar toda su intensidad compartida. Y siempre, volver a cantar.

Por eso, era cantado, el encuentro con Juan Quintero fue a viva voz, contra la imposible soledad, con sus enormes gestos.

 

LOCO POR EL BICHO

“Yo quería que supieras que pude elegir / unas veces acerté, otras tantas me perdí / lo poquito que aprendí, con amor lo dejaré / soltaré desde lo alto del palo mayor /
las canciones que más quiero y que canto mejor”
Todos los epígrafes corresponden a letras de Juan Quintero

Como este número es sobre “el encuentro”, nos gustaría conversar sobre un profundo desencuentro entre el que trabaja y el producto de su trabajo, que aparece en algunos versos que compusiste y en otros que interpretas: “mi negra lava penas pa’que ande limpio el que no sueña”, y “doblando el cuerpo para que otros doblen los bienes”, por ejemplo. La injusticia social, en general, es un tema que aparece poéticamente en algunos de tus personajes.

Diego Rivera, Mujer con cuerpo de guitarra

¡Qué bueno! Porque es tiempo de revisar las cosas que cantamos. Los intérpretes tenemos distintos estratos. A veces, estamos muy conscientes de lo que decimos y a veces nos quedamos con la melodía nomás. Por ejemplo, de chico, yo cantaba: “Un bichito colorado mató a su mujer / con un cuchillito de punto alfiler / le sacó las tripas las puso a vender / a 20 a 20 las tripas calientes de su mujer”. ¡Y lo cantaba feliz!, me divertía como loco, sin pensar. La disociación entre texto y melodía se da porque el texto está en otro nivel, al que a veces llegamos años después de repetirlo de memoria. Pero si estamos cantando un manifiesto nazi, por más que nos pegue la melodía, mejor que alguien nos avise, ¿no? Este es un momento clave de relectura feminista. Yo canté letras machistas sin identificarme con lo que decía, pero mucha otra gente lo cantaba y lo sentía. En mi caso, me copé con ciertas melodías y con el juego musical.

Conversemos sobre las relecturas…

Ante una nueva mirada, si te corrés un poquito de lugar, la misma canción pasa a ser otra. Con Luciana Jury, nos propusimos un juego. En el folclore argentino se habla mucho de “hermano”.  Buscás en internet la palabra y aparecen hombres abrazados. En cambio, si buscas “hermana”, se llena de fotos de monjas. En el programa de radio, con Luciana y Chiqui Ledesma, hicimos un ejercicio muy lúdico, cambiar la canción de Atahualpa Yupanqui y decir: “Yo tengo tantas hermanas”. Y eso transformó la potencia de las imágenes poéticas. “Nuestras muertas” no es lo mismo que “nuestros muertos”.

En tus producciones hay distintos encuentros entre música y palabras. Una cosa debe ser componer y otra contestar con música a las palabras de otro, como sucede en el espectáculo con Luis Pescetti. ¿Cómo se da en uno y otro caso?

En la dinámica del espectáculo con Luis hay algo a resolver inmediatamente. Estás ahí, en el escenario, y hay que dar el salto creativo. Algunas veces, se logra de manera más feliz que otras. Si bien tenemos una hoja de ruta, no queremos que se estandarice y se pierda la sorpresa. Puede que responda desde el sentimiento ante la melodía o ante una palabra dicha por Luis. Quizás el poema hablaba de la inmensidad del mar y yo digo barco. Pero, bueno, había un barco. Está también la cuestión de la forma, de los detalles mínimos, de ciertos gestos que puede tener una palabra. A veces, en cosas que yo desdeño por no ser poéticas, por ejemplo, responder con sol a la palabra amarillo, sucede algo que no preví. Y me emociona.

 

EL BARCO DE LA VIDA

“Cuando me abrace el recuerdo me da por cantar / arden las voces queridas / paloma mía, hasta otro día será. / Dejo que pase nomás / oigo lo que haya que oír / dejo por ahí de pensar en mí.”

Recuerdo un caso en que Luis decía: “Existir, lo que se dice existir, empecé a existir de grande”, cuando pudo deshacerse de la mirada de los otros. Y vos le respondiste con “Barquito marinero”, que habla de la complicidad con los otros.  Ese asunto de dejar ir al que sos aparece mucho en tu obra. ¿Cómo hacés para sacarte de encima? 

Juan Gris, La mirada sabia

Creo que ese puede ser el trabajo de la vida. En un taller de canciones que doy, me acaba de caer muy fuerte la ficha del sentido de la escritura comunitaria. Es decir, me di cuenta de que la escritura comunitaria no es una elección, porque escribimos con todos nuestros muertos, familiares, con nuestra zona. En mi caso, con mucha información de España, de la copla. Todo eso está, no se me ocurrió a mí. Por ejemplo, para “Barquito marinero”, sé que estuve jugando solito en la casa y salió, no lo fui a buscar a YouTube. Otras veces sí lo hice, robar con estilo. Pero componer en soledad, en silencio, no es menos de los otros. El solo hecho de que hagas una canción y sepas que querés compartirla con alguien, ya hace que ese tema sea de ese público. Si no estuviera la diana dónde cae, esa canción no existiría, entonces, ese vínculo ya es comunitario. Muchas veces, un gesto mínimo del otro, una levantada de hombros, un arqueo de ceja pueden definir el curso completo de una canción. El juego no debería faltar, pero la especialización y la jerarquización de roles dio espacios estancos. ¿Cómo el tipo que hace las letras no va a poder meter mano en la música?

En verdad, para que haya robo tiene que haber propiedad. Ahí la cuestión es: si no lo hiciste solo porque no es posible, ¿por qué sería tuyo? Es muy lindo tu planteo de lo colectivo. A propósito, en tus letras, observamos que la soledad no existe. Puede ser que a alguien le falte compañía, pero los personajes siempre tienen el paisaje, sus ausencias, sus herencias, el tono de la voz.

Es imposible estar solo. Siento que, en los momentos de soledad más estricta -que cada tanto busco- hay tendida una enorme red de sostén afectivo. Mucho más en este tiempo. Hay gente con la que no nos damos la mano hace más de un año y medio y el vínculo sigue. Por un lado, está la voluntad de querernos y eso es hermoso. Pero, además, hay otra cosa involuntaria. Un gesto que alguien hace al azar se te puede volver carne, aunque quien lo hizo no haya querido modificarte. Por ejemplo, si me fascino con un modo de tocar que veo, lo incorporo y empiezo a tocar algo diferente, eso da curso a un montón de otras cosas que finalmente terminan por modificar el total de mi vida. Y fue a partir de un gesto mínimo.

 

HOGAR NO HAY UNO SOLO

 “Tomo carrera y junto coraje tarde o temprano me he de encontrar
en los abrazos, en los paisajes, todo es mi casa siempre hay lugar”

“En los abrazos, en los paisajes, siempre es mi casa”, dicen tus versos. Nos llamó la atención la idea de los otros como casa. Pero, también hay una inversa a eso. Por ejemplo, en “Agüita”, el mundo no está solamente afuera, nos atraviesa y va por nosotros. Leemos, entonces, una continuidad entre los seres y el paisaje.

Me encanta que haya salido eso. Me parece que, en mí, como en varios artistas, hay una gran contradicción que debemos sanar en este tiempo. Cuando te subís al escenario y aparece el spot, se terminó la horizontalidad. Hay algo hermoso en el escenario, sí. Pero también hay algo antinatural. Estoy revisando eso, cuándo el arte se volvió esta cosa separada que cae de arriba.

Pablo Picasso, Tres músicos

Quizás es que, como artista, provocás muchas cosas en un montón de otres que se emocionan cuando te ven. Vos no los conocés, y se genera algo que no manejás. 

La sola escucha es un gran acto. En la facultad leí eso con complejidad y ahora lo entiendo de un modo mucho más simple. Sucede que alguien se percata de una cosa, y todo el conjunto lo empieza a leer de esa manera y se transforma en otra composición.

En relación a lo que decías del escenario, pienso que no puede haber narcisismo cuando uno se siente hecho por tantos. El problema es cuando eso no se advierte y se cree que, de un solo nombre, depende toda la belleza. 

He reflexionado cada vez con más conciencia sobre eso. Mi novia, que es licenciada en letras, me muestra que, en la época de oro del siglo español, copiar era la norma. Y era un valor que se notara a quién le habías copiado y cómo con eso habías hecho otra cosa. Era fantástico. Me pregunto por qué no trabajamos así nosotros. 

Tal vez lo hacemos, aunque no tan rígidamente. 

Sí, lo hacemos. Te pongo un ejemplo. Está muy vigente la cuestión del respeto al autor. A veces, en un juego con otros compositores de canciones, tengo que ponerle una música y eso no implica conflicto. Pero en otras, lo que quiero es cortar una parte, modificar, dar vuelta algo. Y no lo toco porque es del otro. Con amigos de años todavía actúa eso del respeto a la autoría.

 

A GOZAR SE HA DICHO 

     “Pa’qué la quiero redonda / chacarera porque sí / chacarera sí, sí, pues / no se si saldrá redonda / y el que quiera oír, que oiga” 

Hablaste hoy mucho de las relecturas y, en alguna entrevista en otro medio, dijiste que no querías seguir repitiendo cosas que estaban mal ni dejar de celebrar las otras, las que están bien. Me preguntaba qué lugar ocupa el juego, tanto abajo como arriba del escenario, y que te vincula más al placer y a la celebración.

Tuve y tengo una profunda crisis respecto al hacer, por sentir que he perdido el goce del juego. Hay un punto en que casi todo el hacer musical cae al escenario o a un disco. Esto que les cuento es muy reciente, y por eso me vi en la necesidad de establecer que algunas músicas no se van a tocar por plata, que algunas músicas solo se van a tocar en cierto día, otras en cierta situación. Ayer, justamente, escuchaba una charla de Hugo Mujica, en la que hablaba del arte por el arte, del arte que no sirve para nada. Y yo no sé si no sirve para nada, no lo siento así porque sé que el arte siempre cae en algún lugar, donde hay otra persona. 

No tiene valor productivo en términos de lo que es la mercancía, pero sí como don. 

Emilio Pettoruti, El improvisador

El personaje que uno termina por crear incide en la posibilidad de lo lúdico. Por esa misma cuestión del respeto de la que hablamos antes. Muchas veces pierdo la oportunidad de jugar. Por suerte, están las canciones para niños y un montón de situaciones de juego. Sin embargo, con 40 y pico de años, tenés que establecer una relación directa con lo que te es dado, el sonido, la palabra, las posibilidades de tu cuerpo y con lo que vas a emitir. Pero hay que poder limpiar. Por eso al encuentro con Luis lo siento muy sano, porque cuidamos el espacio para jugar. Sé que hay un lugar donde puedo hacer lo que quiera y está bueno decirlo así: quiero poder cantar en inglés, hacerme el súper hombre, el marica, un bicho, una vieja y un nene.

Cantar y ser otres.

Ahí empezás a jugar.

Me quedé en lo que decías del respeto y de movernos de lugar para pensar las palabras. Si nos paramos en otro lugar para pensar el respeto, quizá, tener respeto por la autoría de una persona sería meterle mano a una canción y hacerla dar todo lo que creo que puede dar.  

Para mí, la noción de respeto más cabal implica, con lo que te ha sido dado, involucrar toda tu emoción, toda tu motricidad y toda tu intelectualidad. Todo lo que podés, se lo entregás al juego. Yo no concibo una forma más plena de respeto. En relación a esto, déjenme que les lea este fragmento de Eliseo Diego: “La idolatría literaria al ver un poema como el destello de un pequeño dios que debemos adorar es una desdichada impureza. Deberíamos leer con la misma dura inconsciencia, con la misma ingratitud con que juega un niño, haciendo suyo lo que es sencillamente suyo. A medida que crece en mí el tiempo, crece mi convicción de que solo vale de veras aquella poesía que es capaz de servirnos literalmente para algo. ¿Para qué?, preguntarán ustedes. Pues nada menos que para vivir, respondería.”

 

CAMINAR SIN ANDADOR

“Voy hurgando pa’ver que llevo / sin olvidar destino y pasaje / origen y documentos / me voy a un horizonte / tan difuso / y tan incierto / que mejor me llevo en norte /
en una brújula que me invento / la palabra con el acento.”

Hermoso. Varias veces nombraste el cuerpo, un tema que aparece mucho en tus letras. Liliana Herrero nos dijo, “la voz piensa”. Federico Fernández, primer bailarín del Colón, agregó: “el cuerpo piensa”. Desde tu experiencia con la voz, con el cuerpo y con la palabra, ¿qué opinás al respecto?

Pedro Pérez Parra, Cuerdas

En el hacer musical de las orquestas y los coros se estableció una cierta rapidez en que hay que resolver las cosas. Pero mi experiencia con el cuerpo y las canciones es otra. Cuando paso un tiempo con una canción, primero me emociono, me fascino y empiezo a pasarla por el cuerpo. Leo la letra, escucho, escribo con lapicera, no en la computadora. Para mí, existe una analogía entre la música y algo que nos dijo el médico, con respecto a mi hija, que nació prematura. Él nos recomendó que no usara andador para permitirle aprender con su propio cuerpo esa parte del proceso de movilidad. Por otro lado, hay capas. Primero entendiste el total de la música, te hiciste un dibujo mental. Después lo transitás, cantás la canción un montón de veces. Entonces tu cuerpo se acostumbra a que, durante el tiempo que dura la canción, está ocupado en eso. Es un espacio temporal generado en el proceso, no hay otra manera de crearlo. Las decisiones se incorporan al cuerpo al andar ese espacio un montón de veces. Ahí, te olvidás de la letra porque la internalizaste y, si dejas de lado lo formal, empezás a establecer una relación con las palabras, que viene de adentro, que no es la de la sola emisión. Este proceso, en una orquesta, es más difícil. Yo disfruto de esa lentitud, de repetir y repetir y repetir. 

En el folklore hay ciertas rigideces, sobre todo en relación al baile. Si no es estrictamente una zamba, si es un aire de zamba, se complica la figura preestablecida. Por otro lado, siempre invitás a bailar, pero no te vimos hacerlo vos. 

Me encanta, pero me da mucha vergüenza. Por otro lado, el que toca nunca baila. En algunos recitales de “Patio”, nos dimos la licencia de pedir un relevo, que nos sustituyeran en la música, para que pudiéramos bailar nosotros. La de “Patio” ha sido una experiencia muy liberadora para mí, se trató de tocar en función de que la gente bailara, había que estar atento a la energía. Y en ese punto, la relación con el baile es interesante. Por ejemplo, el palito era una danza prostibularia en la que bailaba un hombre con dos mujeres. Y las letras, a veces, están llenas de inocencia: “suena guitarra querida, con tu dulce vibración, que esta noche quiero darle rienda suelta al corazón, vidita, para qué yo habré aprendido esta guitarra a tocar.” Me encanta. Hoy no hay continuidad con estas experiencias, porque, muchas veces, desde la danza se construyó un dique: esto se baila de esta determinada manera, en esta parte el hombre reta a las chicas. Sin embargo, contra ese dique, hay una rebelión, un replanteo desde lo lúdico. ‘El triunfo’ también es una forma que me gusta mucho, pero ahí el Negro Aguirre y Sebastián Maqui dijeron: “Es casi medio triunfo seguir viviendo, / de cara a la injusticia y andar queriendo. / Si dejo que la historia / le cante al verso / dirá que hay más derrotas / que triunfos nuestros.” 

Con mis alumnos, en el taller, abrimos con un triunfo. A partir de allí, hubo propuestas de continuar con temas vinculados a lo cotidiano: una mujer que logró arreglar el lavarropas, un tipo que labura en el rapi, al que le dieron una buena propina.

Triunfos más mínimos, como los gestos.

Claro, ¡qué vas a hablar de lanzas! Y, otra vez, el juego acá propone dar un espacio más cercano, más propio. Podrán decir: bueno, no hay nada de épico -o sí- en arreglar un lavarropas, pero al menos esa propuesta permite un vínculo planteado desde una Argentina actual. Es una forma de divertirte, de ser ingeniose…

Pensaba en la canción “Chipá”, que es una receta.

Y una receta que no está bien, por favor, no la hagan nunca.

Otras cosas no tan concretas, pero sí cotidianas, insisten en tus temas. Por ejemplo, esas zonas raras donde “no hay abrazo ni soledad”, ese “ir al fondo de mí”, el vacío, el dolor. Experiencias muy cotidianas, a pesar de que no tienen forma de lavarropas o de chipá.

Sí, está buenísimo para mí poder transitarlos, poder nombrarlos. Incluso nombrar a la muerte. No hacer hincapié siempre en las cuestiones optimistas, luminosas y poder transitar lo otro.

 

TRAPITOS AL SOL

“Todo tapao, vengo cegao por ese manto de nubes. / Desesperao y manoseao por el dolor que me cubre (…) ya no sé si estoy llorando o es el agua de la nube.”

Tus alegrías siempre vienen con alguna ‘desafinada’…

En ese sentido, me parece que las canciones de amor son más bien canciones de odio, en la medida en que no aparece un pequeño gesto o el puntito de yang, si se quiere.

Alguna suciedad que haga interesante al amor…

Ana Blayer, Juan Quintero con El Anartista

Por otro lado, en algún punto me di cuenta y, en otro, me lo hicieron notar, al encanto de lo patético como herramienta de seducción. Después leí sobre eso en Borges y me sentí identificado. El vago que siempre extraña su pago o que está lastimado por un amor que dejó. No se trata de compadecerlo, sino también de poder reírse del dolor o poder jugar con esas cosas. Eso es algo que yo no transité mucho. Está el odio, la calentura, pero también está su contrapeso, aunque sea en la omisión.

 

GALLO CIEGO 

 “Me han dicho por ahí / que te han visto triste y mal de golpe y porrazo /
quejándote a cada paso / (…) ¡ay, basta, que todo me ataca! / te digo
en serio compay / alzá la frente y dejá / que el sol te pegue en la cara.”

“El angustiao” dice: “El llanto me ha cegao y aquí me ves que estoy agarrando el aire”. En varios de tus temas aparece la ceguera, como falta de lucidez o como imposibilidad de ver algo. ¿Hay algo que la ceguera haga ver?

No podés discernir un momento de claridad si no tuviste antes uno de ceguera, de no encontrar.

¿Te preocupa la vigencia entre tus oyentes?

Es lindo saber que te escucha gente de generaciones más jóvenes. Es una sensación grata. Pero, si uno empieza a pensar en aggiornar su música, podría perder la relación con el juego. Por otro lado, en cada época, uno se para distinto en relación a la energía. La energía que teníamos con “Aca seca”, alrededor de los veinticinco años, esa sensación de “vamo el equipo”, ahora cambió a una energía un poco más calma. Hay algo que se pierde y se debe dar lugar a otra cosa. La vigencia entre tus congéneres es muy probable que se modifique. Y, en ese lugar, el farito del juego musical es el sostén. 

¿Y el deseo? Se podría repensar en distintas formas del deseo, distintas intensidades. Porque, en el imaginario, ese deseo desbordado de los veintipico parece ser el mejor. Sin embargo, hay gente de 70 u 80 años que desea intensísimamente, pero no te baila un rock en escena. 

Totalmente. Hay algo de la intensidad vinculado al músculo, si se quiere. Y otra parte, no.  Supongo que pasaremos por diferentes estadios varias veces.

Nombrás dos palabras que nos parecieron interesantes: prudencia y paciencia.

Juan Gris, Naturaleza muerta con guitarra

Paciencia, porque entendí que los motores y las direcciones que uno va tomando no dependen de uno. Yo asumí eso. No es que fui a estudiar porque tenía ganas, sino que me dijeron que estudiara. No es que me salieron todas las ideas porque yo las busqué, sino porque me vinieron. La voluntad no siempre decide, muchas veces depende del entorno. Y prudencia con las canciones, porque entiendo que la canción es un espacio en el que vos pusiste las reglas en un principio. Quien se mete en una canción se entrega y la música tiene un poder fuerte, que te puede modificar. Entonces, hay canciones donde se pueden hacer cagadas, podés decir algo de más, podés hacer una macana. Es un terreno a explorar. En principio, hay que tener cuidado. 

Te quiero hacer una pregunta que circulamos entre todos nuestros entrevistados, ¿qué es lo poético para vos? 

Hay muchos mapas: las formas en que aprendimos a hacer una canción, palabras que vamos a usar, lo que pensamos que queremos decir, cómo lo queremos decir con lo que tenemos. Hasta ahí, existe un cúmulo de cosas que sabemos, que creemos que queremos. Y, después, establecés una relación con el juego y aparece algo que no estaba o que vos no sabías que estaba. Para mí, en ese lugar sucede lo poético.

Un encuentro.

Claro. Es ahí, donde esto que no estaba aparece y te modifica. Y se modifica también. Lo poético sucede cuando une se brinda plenamente.

Juan Quintero con El Anartista, entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

 

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