El encuentro: sobre los modos de la muerte en la dictadura militar.
Por Liliana Franchi
EN EL DIARIO HABLABAN DE TI
Mayo 26, 1977 “Son abatidos 16 sediciosos en Monte Grande, sorprendidos en una reunión” |
Apenas caluroso se sentía la caída del sol a las seis, mientras mis pasos se cargaban de miedo camino a la pensión. Dos cuadras tediosas a puro control hacia mis costados. Dos pasos más y mirar hacia atrás, así sucesivamente, una y otra vez cada día. En realidad, yo no acostumbraba a comprar el diario, pero algo multiplicado en cada portada llamó mi atención, en una catarata perfecta de percepciones. Para cuando me había dado cuenta, ya tenía el periódico en mis manos, sudorosas porque la tinta se había corrido a mis dedos y una mancha con forma de nube ridiculizaba mi mejilla derecha.
Sin querer hacerlo encontré su nombre, era el primero de una lista de dieciséis, ahí estaba impregnado en rojo y negro, “…abatido en un supuesto enfrentamiento…» que nunca sucedió. No comprendía lo ocurrido. Entonces, sentada sobre el cordón de la vereda, me sorprendió la noche. La muerte vino a visitarme, me encontró. El presente puede elevarse débilmente, mientras le hacemos preguntas, gritamos, lloramos, maldecimos, ella sigue su camino, implacable, solemne, hasta despiadada.
El abajo era confuso, se movía lento, para aquel momento me sentía muerta, sin vida ni sensación alguna. Hablé con ella, monologué sin miedo atrevidamente, fue un deceso imprevisto, una caída brutal en un espacio sin palabras. No puedo asegurar dónde estuve, solo recordar miradas vanas, brazos vencidos, no había luces ni pasadizos, solo un muro que estalló en mi pecho. De pronto, sin mediar siquiera un motivo, fui a su desencuentro. Dolorosa la ida, asimismo, la vuelta. Retorné diferente, más sabia y triste, llena de interrogantes, sin entender nada, salvo que era otra.
Comenzó a llover, me incorporé, me supe viva y vestida de luto para siempre. Buscaba su imagen en las paredes para que lo regresaran. Compré cada ejemplar que señalaba su nombre, los apreté fuerte hasta amanecer con ellos.
La muerte ronda conmigo Y con crecido respeto Silvio Rodríguez |
HABITAR LA AUSENCIA
¿Quién dijo que no se le puede dar un giro a la muerte? A pesar de su lenguaje ausente, yo, que supe desafiarla, amordazarla, sufrir con ella, aún habiéndola provocado y padecido, por un instante, supliqué, me entregué a su devenir y también la sentencié al olvido. Su encuentro fue desencuentro, sin embargo, caminaba junto a mí solo para hacerme saber su presencia poderosa.
En definitiva, he tenido suficiente tiempo para sentir su intensidad que arrebata, no avisa, sobreviene impetuosa e inesperada, por ejemplo, a través de un “crimen”, de una masacre. Hay más de una víctima en esta coincidencia, muchas más. Una aproximación cercana a ella nos enfrenta al sufrimiento más profundo e imprevisto. Nos señala que hay un tiempo para el amor y otro -extenso, muy extenso- para el dolor. Traje la palabra en grito, la sostuve, regresé para llorar. Ella habitó este cuerpo a mi pesar. Grité en un aullido interno, regresé para contarlo.
VINO PENDIENTE
Por fin cayó la palabra, dejó de ser memoria, se hundió en la boca para ser luego pensamiento. Puedo admitir, entonces, que no quiero la muerte sin aviso, no logro pensarte sin una despedida, quiero prepararme para un último encuentro, planearlo único, donde sobren las palabras, imagino el brindis programado con vino generoso, vestidos solamente con la mirada del otro. No admito el pasmo que inmoviliza. En cambio, por extraño que parezca, escojo saber, para elegirte cada día hasta el final. Priorizo conocer el “cuándo” para entrenar al dolor, engañarlo y hacerlo gota, que se deslice lenta, armoniosa, tal vez sutilmente.
Esta vez el desencuentro me empoderó, me puso de pie y explotó la palabra. Volví. Me hice lucha, si bien fui pena y desconsuelo.
“Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.”….
Así la espero, feroz y previsible.
Mientras tanto, las palabras se hacen finitas hasta enmudecer, un silencio solemne se apodera de todo. Sufrir y solo sufrir, encerrado el dolor en nuestro propio cuerpo. Eso sentimos los que tocamos el infierno, mientras los recuerdos hacen añicos a los recuerdos. Así sucesivamente hasta volver para amigarse con uno mismo. Ya no podremos disimular el horror. Pero, a pesar del alma herida, podemos tocar su nombre donde cuelgan las voces.