Teatro kabuki, foto de Nakamura Shichinosuke

El encuentro: sobre Chejov y su mundo.
Por Carlos Coll

 

ESPACIOS MÁGICOS

El teatro nació en el seno de sociedades primitivas bajo la forma de rituales mágicos y luego fue asociado a las primeras religiones organizadas. Ha sido un arte ligado a la evolución de los sistemas de valores de las distintas culturas y contraculturas. Si le añadimos su extrema vitalidad y la tendencia del hombre a transformarse temporalmente en otro y a adoptar su apariencia en las distintas formas de hablar, no es extraño que las manifestaciones teatrales se encuentren profundamente arraigadas en el sentimiento del colectivo popular.

Desde los antiguos griegos, dioses, conflictos sociales y personales encuentran un espacio de expresión delante y detrás de las máscaras.

Escenario de nō (Teatro Nacional de Nō, Tokio), fuente: Wikipedia (dominio público)

Por su parte, las culturas americanas precolombinas y las sociedades africanas hicieron su propio camino en lo teatral.  Primero, en lo estrechamente relacionado con los rituales agrícolas. Cómo no mencionar a China y a sus manifestaciones antiquísimas, de un refinado ritualismo, entre la danza y la música.

Dentro de este ámbito destaca el teatro japonés, entre cuyas modalidades se encuentra el “Noh”, nacido de las enseñanzas del budismo zen, y el teatro “Kabuki”, de carácter popular.

 

EN EL PODIO, SUS PALABRAS

Retrato de Chéjov por Osip Braz (1898)

De todo este gran universo teatral, elijo hoy hablar de Chéjov. Antón nació un 29 de enero de 1860 en Taganrog, una pequeña ciudad al sur de Rusia, cerca de la actual Ucrania. Un abuelo siervo y un padre dueño de un almacén de ramos generales conformaron parte de su genealogía.

En Taganrog contactó diferentes objetos y diferentes hablas populares que alimentaron su capacidad creativa.

Su nacimiento fue acompañado por la campaña de Garibaldi para tomar Roma, Lincoln como presidente de los Estos Unidos y el comienzo de la Guerra de Secesión.

En 1879 se trasladó con su familia a Moscú, donde alternó estudios de medicina con la composición de narraciones cortas para diversas revistas humorísticas, convirtiéndose en el principal sostén de su familia.

En estos relatos breves, Chejov se reveló como un maestro de la narrativa rusa. Se destacan “La dama del perrito”, con aquella mujer que camina junto al mar o “La tristeza”, con aquel cochero que hace el duelo de la muerte de su hijo ante un único interlocutor: su caballo.

El 14 de julio de 1904 fue despedido por una multitud. 

Foto de la procesión del funeral de Chekhov en Moscú, 9 de julio de 1904, Archivo: PL/Alamy Stock Photo

 

TELÓN Y PASIONES

Sus obras dramáticas, lo mismo que sus relatos, son estudios del fracaso espiritual de personajes inmersos en una sociedad que se desintegra. Para presentar estos tremas, desarrolló una novedosa técnica dramática, “la acción indirecta”. Marcaba los detalles de la interacción de los personajes más que el argumento o la acción propiamente dicha. Muchos acontecimientos tienen lugar fuera de escena y lo que se deja sin decir es, muchas veces, más importante que las ideas y sentimientos expresados.

“El circo” de Fernando Botero

Otro rasgo esclarecedor de la escritura de Chéjov está dado por el diseño de sus personajes. Sus obras maduras carecen de figuras centrales bien definidas, más bien, son retratos de grupos que se subdividen en monólogos, dúos o tríos. Además, Chéjov rechaza la visión de un mundo escindido en fuerzas extremas contrapuestas. Para él, el bien y el mal se confunden en conflictos internos, personales. Es por ello que sus personajes no son arquetipos de héroes o villanos, sino seres capaces de amar y odiar al mismo tiempo, de sufrir y gozar, dentro de la ambigüedad que caracteriza al hombre. Se trata de figuras rutinarias, monótonas, enmarcadas en lugares cotidianos. “En la vida la gente no se suicida, no se enamora o dice cosas geniales a cada minuto. Pasa la mayor parte del tiempo comiendo, bebiendo o haciendo tonterías. Las escenas teatrales deben ser lo que es en la realidad y la gente, por lo tanto, debe andar naturalmente y no sobre zancos.”

 

EL PUEBLO Y SUS EMOCIONES

 

“Hombre solitario” de Ramón Casas Cardó

Imposible olvidar un “Ivanov” (1887), donde un incapaz de empatía deja entrever algo no expresado, toda una vida que no está puesta en las palabras.

Y quién no escuchar de “La gaviota” (1896), donde una mujer devastada es consciente de que su fin será la soledad, que tiene frente a ella y se debate en el  perpetuo desencuentro.

“La forcé du volcán” de Julia Escalante Ramírez

Y, claro, no puede quedar afuera “Las tres hermanas” (1901), mujeres lúcidas a quienes las circunstancias no las conducirán en dirección a sus sueños, pero, aun así, decididas a componer hacia la alegría. Recorren el camino de los encuentros y desencuentros y saben que nunca podrán vivir juntas en Moscú.

Museo Estatal de Historia de Moscú

Y para cerrar este breve paneo, “El jardín de los cerezos” (1904): la vida seguirá aunque destruyan el jardín de los cerezos. Sin embargo, alguien siempre estará presente para recordarlo, como testigo mudo del devenir.

“El Baobad de las flores blancas” de Cristina Alejo

 

TÍO VANIA, (1897)

“Padre e hijo” de Edward Nogués

Sonia y Tío Vania podrán perder lo económico, la familia, pero nunca ese entrañable afecto que los une: vivir.

Así comienza la obra “Tío Vania”. Muestra típica de una finca en la Rusia de fines de siglo XIX, donde no falta el vodkita para un viejo amigo de la casa: el doctor Astrov, viejo conocido de Tío Vania. Este es un personaje de características siniestras, rasgo que solo se podrá percibir a lo largo del desarrollo de la obra.

“Mujer de Scheveningen” de Vincent Van Gogh

 

LA BELLA ARISTÓCRATA

Elena resulta la belleza personificada. A su paso, los hombres caen, incluso Tío Vania, pero ella es la esposa del profesor, pertenece a quienes vienen de la ciudad, a los aristócratas. Se desplazan de vacaciones en medio de la vida campestre de Sonia y su tío que cuidan su finca y trabajan para que los ricos disfruten de la vida. Elena se desliza en la finca como su dueña y señora, no solo del lugar, sino de los seres que la habitan. Junto a un marido muy mayor, vive resignada a su destino.

“La aristócrata esclava” de Dido Elizabeth Belle

 

ROSAS DE OTOÑO

No es fácil pasar el invierno en la finca. Elena suspira indiferente ante el intento de Vania de seducirla.: “Rosas de otoño (…) encantadoras, tristes rosas (…)”

“Jeanne Hebuterne con Jersey Amarillo” de Amadeo Modigliani

Por su parte, Sonia se siente fea y confiesa a Elena, inocentemente, su amor por Astrov. Es entonces que Elena se ofrece para intervenir. Interrogará al doctor y averiguará sus sentimientos hacia Sonia, quien prefiere un rechazo a la incertidumbre. Elena es experta en estos temas y sabe que Astrov no tiene en la mira a Sonia. Disfruta del coqueteo con él, ya que en el fondo le atrae la idea de sentirse deseada por un hombre menor que su viejo compañero.

El doctor no es tonto y conoce perfectamente el manejo de Elena que sugiere a Sonia, mientras lo trata de seducir con una indiferencia cruel. Elena se asusta con la situación y trata de convencerlo de que no vuelva más. Huye.

 

EL ABRAZO

“El abrazo” de Enric Hernaez

Tarde de otoño en la que se van el anciano profesor y la bella Elena. También se retira Astrov, el viejo amigo. La finca queda en soledad. En ella solo persisten el territorio, los animales, Sonia y Vania. La tarea asignada a estos dos seres es cuidar la tierra, hacerla producir para que, en la ciudad, el señor profesor y la bella dama desarrollen una vida trivial y vacía.

Pareciera que, durante toda la obra, no pasase demasiado. Sin embargo, la vida arrasa a los personajes y encuentra a una Sonia y a un Tío Vania unidos por siempre.

El cierre es con un solo de guitarra, Sonia y Tío Vania en un abrazo al trabajo, a una vida tierna y quieta. Ninguno de los dos ha obtenido aquello que ama, aunque -a pesar del llanto- saben que no están solos. Se tienen uno al otro y van a poder descansar, descansar.

 

NOSOTROS Y LA MULTITUD

En sus obras, el maestro Antón Chéjov presenta la vida diaria, aparentemente monótona y llena de frustraciones. Sin embargo, en casi todos sus personajes, podemos rescatar -a la manera estoica- la aceptación de lo que les toca vivir. Los presenta en situaciones de desencuentros no solo con los demás, sino con ellos mismos y, sutilmente, se encarga de mostrar la decadencia de una sociedad no comprometida.

¿No es para preguntarnos si hoy no nos ocurre lo mismo? ¿Será nuestro mayor problema la incapacidad para aceptar?, ¿será ese resistir sucesos que no podemos controlar lo que nos desencuentra y nos priva de recursos para aquello que sí está en nuestras manos?

Sin empatía, sin solidaridad, no gastamos nuestra potencia con alegría, nos desperdiciamos en tristezas. A fines del siglo XIX este grande ya se lo planteaba y desafiaba, a través de sus obras, a una sociedad decadente que, enceguecida por la abulia, no lo podía percibir.

“Multitud” de Judet Izquierdo Castañeda

 

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