La desobediencia: entrevista a Ferni de Gyldenfeldt.
Entrevista: Estela Colángelo, Gabriela Stoppelman, Esteban Massa
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
“Un remolino de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos dio vueltas y vueltas y vueltas y vueltas.”
“Hombres de maíz”, Miguel Ángel Asturias
Un capullo de viento brota silencioso. Antes de ser viento fue sombra. Antes de ser sombra fue mar. Por eso se enjuga la cara con un reflejo de penumbra y se baña a contraluz. Algo se mece entre las formas de lo posible. Pétalo o gusano, hilo de seda o perfume, caras aliadas de un poliedro infinito. Pero no es momento de contemplaciones, hay que partir: empacar un pedrusco, dos retazos de color, el eco de una sierra al contornear el paisaje, y mudar. Se sabe, mudanzas son tensiones. Las plantas se aferran de raíz y los pasos se extienden de horizonte. En esos tironeos, es inevitable algún desgarro de infancia, alguna orfandad impensada, o cierta azarosa curva de la voz que propone nuevas filiaciones. ¿En qué dirección sueña un capullo de viento?, ¿hacia dónde lleva y hacia dónde se dejar encauzar? Entre tanta pregunta, la luz pone en marcha el camino. Donde se pensó rosa, hay ráfaga. Donde pretendió anclar la brisa, torbellino. Se sabe, mudanzas son conmociones. Pero una vez zarpado, el temor se va en hilachas. Ahora la casa es el cerro a contramano del asfalto, o el cielo encapsulado en un hierbajo. La risa niña del barro al buscarse en su silueta, el borde del territorio desperezado en canción. La alquimia se desata y azuza a las cortezas. El árbol se desviste fuera del pacto con las estaciones, agita calendarios, vuelve exceso a la dosis del color.
Quién hubiera dicho que la tarde se pondría tan multicolor, tan solo por el clarear de un capullo. La frontera es tan abierta, que hasta la noche se atreve en pleno mediodía.
Por fin, cuando el silencio acalla, el remolino ha mudado en nube. La corriente es puro aliento al coquetear con el verso. Chifla, zumba o susurra una ventisca desde la boca del río. Un soplo frunce el hocico, un tronco mueve la cola.
En fin, que la sustancia ha desbordado los confines del sueño y, en pleno estupor de la vigilia, se ha empecinado en mudar.
En una provincia de todo este suelo agitado, nos encontramos a conversar con Ferni de Gyldenfeldt. De fondo, se escucha una melodía sin bordes, como si un acorde asistiera a nuestras voces sin dejarse ver. Suena a pasos de abuela en la cocina, a un amamantarse del viento entre trigales. Capullos, bah. Que antes de ser mar fueron pura potencia de ser.
UN SONIDO AMARILLO Y EL AROMA DEL SILENCIO
“¿El silencio tartamudo de los grillos, escapa a su propósito? /Insaturada./
Ese cañaveral/furioso, heroico hasta las rodillas”
“Broches”, Daniela Seel
En una de tus historias de Instagram, luego de una breve charla con un hombre que trabaja en medio del paisaje y escucha la radio, vos te alejás. Y lo que resta es el sonido del viento y el de una herramienta. Una composición espontánea del entorno aliada al hacer del hombre, ¿soles atender a esas “otras músicas”?
Creo que esas músicas son los sonidos de nuestro cotidiano. Nunca están impostadas y siempre están vinculadas a memorias emotivas. En ese sentido, en este momento recuerdo los sonidos de los utensilios y el andar de mi abuela en la cocina. Esa música me constituye, y excede toda cuestión de acordes o de la voz cantada. Ahora, vos señalás los sonidos de la naturaleza, fundamentales al momento de interpretar, en particular, música popular y folklore. En realidad, cantar folklore es ponerles poesía y metáfora a cuestiones muy sencillas, como el mecerse de un árbol, el cantar de los pájaros, o el andar del viento entre las hojas. He tenido la suerte de viajar mucho y conocer varias provincias. Particularmente, en Jujuy, estuve en regiones comunitarias, a 4.500 metros de altura, donde solo se escuchaba el viento. No estábamos en medio del silencio, sino sumergidos en todo un paisaje sonoro. Aparte de resultarme muy placenteros, intento aprender del modo en que me afectan los sonidos en esas experiencias. En la ciudad es un poco más difícil, por la contaminación auditiva y por la dinámica de la vida urbana. Pero uno, una, une puede gestionar espacios dentro del cotidiano, para escucharse y escuchar el entorno. A veces pasamos mucho tiempo sin percibir el silencio. Por eso, cuando estoy entre la naturaleza. disfruto tanto. Por ejemplo, ante escenas como la que vos viste en mi Instagram. Me gusta la mezcla del sonido de un hombre al trabajar y la radio. O la mezcla de sonidos que se da cuando te invitan a una guitarreada, en un patio. Las mezclas son hermosas.
El silencio también es parte del sonido…
Totalmente. La gente que canta coplas te cuenta cómo, en la inmensidad de la montaña, el viento es el medio para que la copla viaje de un lugar al otro y la escuchen las señoras que están, por ejemplo, pastando sus ovejas.
Rodolfo Kusch hablaba del demonismo de la naturaleza, esa transformación que no permite identidades fijas. Cuando esto se aplica al paisaje y a quienes lo habitan, se trata de una experiencia real, de aquello que la materia puede. Ahora, muchos de los temas que interpretás parecen recoger metáforas de esas fusiones, de esas mixturas. Esta es una, “cuando muera, tal vez mezclado con la tierra, florezca vaina de algarroba”.
Sí, esa es de “El Grito santiagueño”, de Carnota. Una de las cosas más hermosas de cultivar el canto es cultivar la escucha, poder leer y aprender qué encierran metáforas como la que acabas de citar. La música popular argentina está muy cargada de estas imágenes. Y, cuando estás en los paisajes donde esas letras se compusieron, las palabras cobran vida. En uno de mis viajes por Jujuy, estaba en Chorcán, y me escapaba por el cerro. Iba caminando por ahí entre el viento y la melodía de “La Zamba de Lozano”, del Cuchi Leguizamón:
“Cielo arriba de Jujuy, camino a la Puna me voy a cantar. Flores de los tolares, bailan las cholitas el carnaval”.
Soplaba el viento y se mezclaba con esa melodía, las cholas bailaban, veía esas florcitas amarillas del norte, flores en lo alto de una planta resistente, de raíces profundas para captar el agua escasa del lugar. Esas florcitas son muy preciosas, son regalitos de la naturaleza. Estar atento a ese paisaje y a la gente me hace aprender mucho. Atahualpa decía que no hay mejor paisaje que el humano. Justo citaste a Rodolfo Kusch. Mirá, mi viaje a Jujuy comenzó a los catorce años, en 2009, como egresado del Liceo 9 de Belgrano R, escuela a la que regresé en 2015, como profe de música. Y hace ocho años soy coordinadora de ese mismo viaje. A veces, antes de partir, con los chicos y las chicas, leemos textos de Kusch, para entender su cosmovisión alejada del porteñocentrismo, para poder acercarnos con la lectura a las miradas del territorio a donde vamos a viajar.
PRODIGIOS DEL HUMUS
“Exactamente ahora, si llueve en las ciudades, /si desciende la niebla como un sapo del aire/y el viento no es ninguna canción en las ventanas, /no debe andar el mundo con el amor descalzo/enarbolando un diario como un ala en la mano.”
“Hay un niño en la calle”, Armando Tejada Gómez
Para nosotros Kusch es un filósofo trans, en el sentido de que plantea un movimiento transespecie, una continuidad entre lo vegetal, lo animal y lo humano. En su mirada, los humanos no somos, de ningún modo, una forma privilegiada. Todo lo que existente no es más que un “fruncimiento del humus”, dice él, bellamente.
Me encanta pensar que Kusch podría ser un filósofo trans. También hay muchos poetas, como Tejada Gómez, que proponen esas conexiones y esas continuidades. A mí me hacen bien, no solo me permiten amar y abrazar lo nuevo, lo que va viniendo, sino también reconocer aquello que nos constituyó, que fue tan importante para todo este suelo latinoamericano. Poder resignificar todo ese material es muy potente.
¿Cantás cuando vas a Jujuy?
Sí. Pero en eso espacios me gusta correrme del lugar de quien canta para que lo escuchen, y proponer que cantemos todes un carnavalito, un bailecito…
Creo que el arte en sí es trans. Casi todo lo bueno que nos pasa en el arte tiene que ver con dejar de ser, con devenir. Desarrollamos ojos y oídos nuevos para abordar textos y músicas que antes no comprendíamos. Metafóricamente, esto de expandir los sentidos no altera demasiado. Ahora, cuando una persona se pone un pene, se saca las tetas, se pinta los labios, ya la reacción es diferente, ¿por qué será eso?, ¿o por qué no se da esa misma reacción cuando una mujer se pone siliconas en los pechos?
Hay algo arraigado muy profundamente. Algo sustancial de la cultura de nuestro territorio, que se ha ido reproduciendo bajo cierto sistema. El sistema binario caló hondo y nos constituye. Así, poco a poco, sesga nuestros gustos, nuestros pensares y sentires. Esa única forma de plantear la vida en dos opciones: el cero y el uno de la computadora, el blanco y el negro. En ese sistema intervienen instituciones religiosas y otras. Bajo esa dominación, cayó el género humano. Se nos ha dicho qué es ser hombre y qué es ser mujer.
Pocos filósofos no son binarios. Entre ellos, Kusch y su demonismo. Y Spinoza, con su sustancia única que se expresa de infinitos modos.
Yo soy hija de filósofo, lo saben.
Sí. En el marco de esa familia, ¿cómo te habilitaste la desobediencia de asumirte trans? ¿Y cómo cayó eso en un contexto familiar que, según contás en otras entrevistas, te legó una herencia artística tan amorosa?
A lo largo de nuestra historia social y política, distintas facetas de la vida han asumido el riesgo de correrse del régimen de lo normal. En algunos puntos, en mi familia hay empatía en reconocer cómo yo quiero ser nombrada, tratada, cómo me quiero expresar. Vinculado a esa cuna y al hecho de que mis padres son docentes, está el imaginario que propone formar parte de un pueblo, pensar desde un pueblo para el que desean lo libre, lo justo. En cuanto a mi proceso personal, yo soy homosexual. O, mejor, puto. Porque también ahí aparece el orgullo de nombrarme como puto, como marica. Culturalmente, la palabra puto se usa como un insulto. Rescatarla es una respuesta política que implica abrazar y, amorosamente, reconocer qué es una. Dejar a quien insulta y te señala con el dedo, en la posición de tener que invertir la dirección de su índice acusador, y señalarse a sí mismo. Por otra parte, aparece la poética trans. Esa poética emerge desde el largo sufrimiento producido por una mirada que solo relacionaba ser parte de esa comunidad a las páginas policiales de los diarios, a lo más cloacal del sistema, a la prostitución, a la trata, a la pedofilia. Cuando el colectivo pudo correrse de eso que nos dicen que somos, cuando fuimos capaces de desobedecer al sistema binario y decir ‘aquí estamos, en libertad’, pudimos hacer poesía.
¿Cómo fue el paso de la homosexualidad a descubrir tu condición trans no binarie?
Terapia mediante, pude ver que no solamente era puto, sino que sustancialmente no me sentía varón. Entonces, surgió la otra pregunta, ¿quién soy? Y también apareció la filosofía trans. Como nos decía Susy Shock, no importa en nuestro devenir qué vamos siendo, sino qué no vamos siendo. Yo no soy Hitler, no soy Mussolini, no soy Videla, ¿qué soy? Lo veré día a día. No sé quién soy para siempre, voy siendo Ferni por ahora. Soy esta identidad trans no binaria, este corrimiento del deber ser, de lo que la cultura imponía sobre mi cuerpo. Eso fue entender que no era varón. Ahora, me gusta pensarme trans por transgresora. Y lo no binarie lo asocio con mi expresión de género. Por ejemplo, tal vez me haga la depilación definitiva, pero ahora mismo me estoy encariñando con la barba, me gusta cómo me queda, es parte de mi cuerpo, y no es por ser biologicista. A la vez, para mí la ropa no tiene género, nuestras expresiones no lo tienen y me gusta que algo de eso aparezca en mi identidad. Fijate que el binarismo sigue oprimiendo, sobre todo, a las infancias que quieren expresarse de otra manera y las familias les niegan esa identidad diversa. Hace más o menos diez años trabajo como docente en jardines, en primaria y en secundario, y me llegan muchos relatos de chicos y chicas que no son abrazados en sus casas y que no saben qué les van a decir el papá o la mamá, ante el simple deseo de pintarse las uñas. Por otra parte, filosofar tanto sobre el género a veces me hace sentir que le estamos dando una importancia mucho mayor a la debida…
Eso es lo preocupante. Todo parte de la cuestión de género, como si ser solidario, buena gente, inteligente, sensible fuera secundario ¿Dónde ves el riesgo de que lo que empieza como una desobediencia pueda volverse moral?
La desobediencia no es moral cuando pensamos la vida de una forma interseccional y plural, y no nos enquistamos en una forma dogmática. La desobediencia se corre de la moral, cuando observamos que, en este mundo, no es lo mismo ser varón que una persona trans o no binaria, que no es lo mismo ser trans o no binaria en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que en el Chaco o en Irak, en la pobreza, sin recursos para estudiar. Yo he militado mucho, en forma apartidaria, en barrios como José León Suárez, y he conocido también el trabajo de la gente de campo. Y creo que ninguna de nuestras luchas tendría que estar lejana de la lucha de clases o de la crítica a qué significa vivir en este sistema capitalista.
CON UN GRITO EN LA VOZ
“Silbábamos/Sosteniéndonos. /De golpe, me quedé lejano/Callando yo/Ellos callando. /Ya no sé recordar. / A veces/Los veo altísimos/ (y no veo el cielo) /Los oigo temblar en mi ventana/Balbuciendo/Un idioma extraño, /Otras voy yo/A ese árbol que tengo en la memoria/Y aguardo/Ardiendo como un búho/
que regresen”.
“Músico final”, Leopoldo Castilla
¿Vos componés?
Estoy empezando, de a poquito. Todos los miércoles, hago con Susy Shock “Brotecitos, otro será el cantar”, un programa de radio. Y cada vez que nos vemos, Susy me insiste: “Dejá de cantar ‘Canción con todos’, ¡parecés un bolchevique de los 60’! Voy a pasar al aire alguno de los audios con tus temas. Cantá tus canciones.”
¿Y por qué esa resistencia a cantar lo tuyo?
Porque amo toda nuestra literatura y nuestra música, creo que es tan vasta, hay tanto ya hecho y es tan hermoso… Retomar esas bellas canciones y resignificarlas me requiere un espacio y una energía importante y, por lo menos, por un tiempo más, quiero insistir en eso.
Pero no veo contradicción entre reversionar lo de otros y, a la vez, cantar lo tuyo. No debería ser una decisión binaria…
No, por supuesto que no. Solo siento que, por ejemplo, “Canción con todos”, ese himno que hicieron Tejada Gómez y César Isela, esa lucha por un mundo mejor, hoy está vigente: “Canta conmigo canta, hermane americane”. Poner esa “e” significa para mí fusionar toda la lucha de otro momento con la lucha actual, y marcar que hay una línea de continuidad histórica. Hace poco, en Tucumán, una periodista me preguntaba sobre el lenguaje inclusivo y la deconstrucción. Yo le respondí que conozco tucumanos, tucumanas y también tucumanes. Yo, Ferni, conozco personas no binaries de Tucumán, y las quiero incluir cuando canto una zamba, esa es mi postura al reversionar este repertorio. A veces lo canto como está y otras me tomo esa licencia. Ser desobediente también significa creérsela, en el sentido de poder reafirmarse. Ahora estoy componiendo una música con poemas de Ioshua, un poeta marica que falleció hace seis años. Él era de una villa del conurbano y escribía acerca de cómo viven los chicos homosexuales en los barrios pobres. Unas letras increíbles.
¿Y vos escribís letras?
A veces también escribo. Pero el tiempo disponible no es mucho. Tengo 44 horas cátedra en la escuela secundaria, ni hablar de todo lo hermoso que está pasando con la “Ópera queer” y con otros proyectos, como llevar la obra de Atahualpa Yupanqui a las escuelas, con el cuarteto “Allpa Munay”… Este año largué, luego de casi diez años, la dirección de un coro de murga estilo uruguaya.
LA MESA GRANDE
“Pude pensar la luz, los oficios del ángel, los gnomos de la siesta y el árbol con sus pájaros, /jugar al ajedrez con mi niñez de vidrio y hablar de la tristeza bajando de mis párpados. /Pude hablar de la fuga del ruiseñor al alba. /Pude pensar en mí porque en la calle, /nauseabunda, sin rezos, ni credos ni caballos, otros alzaban la cruz, se enfrentaban al mundo con los huesos y el alma.”
Hugo Francisco Rivella, poeta salteño.
¿Qué es lo poético para vos?
Hay algo necesario y urgente, que es la amorosidad en lo que hacemos. No todo gesto amoroso es poético, pero todo gesto poético debiera ser amoroso y abrazador. Lo poético es la herramienta que necesitamos trabajar para creer que otra cosa es posible. También relaciono lo poético con escenas simples, como una madre al besar a su hijito, o un animal que corretea en un contexto no urbano. Por supuesto, no olvido la potencia de la metáfora, el uso de la metáfora como algo sustancial para poder creer que no todo será siempre así, como nos dicen, para creer que otros posibles existen.
Hace un ratito hablabas de la militancia no partidaria, y también hacés música en lugares no convencionales. Dos actitudes que podemos relacionar con no aferrarnos a una camiseta…
Claro. Sería muy aburrido cantar solo para el aplauso fácil. O solo para marxistas o solo para peronistas. Está bueno que la música vaya más allá de lo que ha sido segmentado por ideologías. Por supuesto, no hay tribu más hermosa que la mía, me siento cantora de toda una comunidad LGTBIQ++++, y me siento muy abrazada por esa comunidad. Soy feliz de poder ir con frecuencia a “Casa Brandon”, a “Mu”, espacios que han sido y son realmente trincheras fundamentales. Por eso hablamos de ‘tribu mostre’, de trinchera. Pero, al fin y al cabo, toda tribu está compuesta por personas que, en un momento, se pusieron a pensar quiénes son, qué quieren ser. En ese sentido, luego de haber sido abrazada en esa comunidad, hay que abrir el juego. Para mí fue muy importante haberme presentado en el festival de Cosquín, ese templo ‘sagrado’ de nuestra cultura y del binarismo, de una forma tradicional y conservadora de hacer música. Mi presencia allí (*) significó salir a decirle a todo el mundo que existimos y formamos parte de una diversidad que incluye al resto de las personas.
Ahora, no me opongo a que bailen una chica vestida de paisana y un chico de gaucho, ¿cómo voy a estar en contra de eso? Pero que no se nos diga que nosotres no podemos bailar, que dos chicas no pueden bailar juntas o dos chicos no pueden bailar juntos. A ver, yo no fui a Cosquín el año pasado con vestido y con barba porque quería joderle la vida a las personas. No busco hacerle mal a nadie por venir a esta entrevista maquillada, lo hago porque me hace más feliz. Entender que es mi derecho sentirme cómoda debería ser un abc para, después, poder hablar de otras cosas. En este momento particular del siglo, ejercitar la libertad significa habilitar la discusión hacia las personas que viven en lugares donde te siguen imponiendo un modo binario de ser. Lo de Cosquín fue una catapulta impresionante para que me llamen de Mendoza, de Rosario, del sur, del norte, para tener charlas con institutos de danza y espacios de todo el país que han recibido este mensaje.
Recién hablaste del riesgo y de la trinchera. Términos que, entre otras cosas, sugieren peligro, ¿cuáles son tus miedos y cuál es tu relación con la soledad?
Hay algo muy triste que nos sigue pasando. Sabrán de Tehuel, una masculinidad trans que hace más de quinientos días está desaparecida. Por otro lado, yo no creo poder hablar de los miedos de toda la comunidad. Yo tengo mi trabajo en un colegio del Estado, tengo mis vínculos, mi familia, la música, me siento muy privilegiada. Pero también a mí los riesgos a veces se me presentan en formas muy sutiles de amenaza. En cierta ocasión, estuve sola en la calle y una camioneta me siguió una cuadra y media. Sin embargo, mi vida no corre tanto riesgo de ser dañada como las vidas de otras compañeras y compañeros en contextos mucho más crueles. En cuanto a la soledad, ella sí ha estado un poco más en mi vida, sobre todo, antes de animarme a poder mostrarme y vivir como quiero. Los miedos al rechazo, a las ausencias y a la soledad sí formaron parte de esas consecuencias no queribles que podemos sufrir cuando asumimos, nada más y nada menos, el tomar las riendas de nuestras vidas. También es cierto que lo vivido de unos años acá, luego de haber tomado esta decisión de mostrarme tal cual soy, ha sido el gesto de mayor felicidad, de mayor autoestima que he realizado en mi vida. Que hoy ustedes me reconozcan como Ferni y que yo pueda hablarles de qué va la música que hago, o de lo político, que pueda estar la identidad mía aquí sobre la mesa recibida de forma amorosa, y yo tranquila y segura de venir acá, ha sido lo más feliz que me ha pasado.
PA PA PA PA PA´ TODES
“De nuevo las urdimbres, con galgos de lavanda y cerros/distraídos La boca de locura, intencional ardida/ Los ojos del viajero mojado en las nubes/Frágil algarabía con sus plumas doradas Monigote de/sal arrojada a las piedras/
Y el topacio del diablo en tan
hermosa axila/ Los mares transparentes en el otro espejismo/que la alabanza amaba/Licores dolorosos que fermenta la noche/
Noche de rey Amantes Jinetes infinitos.”
“Por el vértigo”, María Meleck Vivanco, poeta cordobesa
Vimos el video “Papaguenes, el reencuentro entre Papagueno y Papaguena”, hecho por “Ópera queer”. Pensamos que ya el Papageno de Mozart es un ser trans, un hombre pájaro. Y una vez más, en “La flauta mágica”, uno de los grandes temas es la soledad…
Ese un momento hermoso de “La flauta Mágica”. El drama de Papageno es no tener una compañera. Oficialmente, yo tengo cuerda de barítono, he estudiado en esa tesitura en el Conservatorio. Y Papageno es uno de los roles que más he cantado, en producciones de ópera bastante serias, que hice antes de ser Ferni. El dúo de Papageno y Papagena genera en la gente un nivel de amorosidad muy divino. Con mi hermana Luchi, la idea fue poder resignificarlo. En el dúo original, ellos empiezan a soñar con los hijos. Nosotres nos manijeamos más desde el vestuario hasta que, en un momento, nos preguntamos, ¿y por qué no decirnos Papagene? Nos gustó la idea de mostrar esa transmutación hacia algo mucho más drag, más montado. Esa ópera está llena de un misticismo muy particular, porque Mozart era masón. El libreto lo hizo Schikaneder, que también lo era. Fue la última ópera de Mozart, y se dice que en ella él busca plasmar símbolos y un montón de cuestiones propias de la masonería. Más allá de eso, creo que Mozart plantea cuestiones que nos suceden a todas las personas a nivel individual y como comunidad. El rey del sol, de la luna, de los astros…es cierto que hay un poco de binarismo en la propuesta. Pero Mozart también nos hace entender que en lo malo hay elementos buenos, que hay personajes que parecen una cosa y luego devienen en otra. Con Luchi decimos que no es que hay una ópera queer, sino que, como género, la ópera es queer. Lo es en el modo en que plasma lo que nos pasa. Si la ópera se interpretase en esa dirección, creo que se daría a sala llena en todo el mundo, todos cantarían esa música tan hermosa, tan sencilla y popular. En los últimos cien años, ha habido una apropiación de la música de ópera de parte de cierta élite, de cierto mundillo que, a mi modo de ver, la ha alejado de cosas que todas, todos y todes podríamos entender.
Claro. La percepción hoy es que la ópera no es popular.
Estos días vi que una platea para un espectáculo de ópera costaba ocho mil quinientos pesos.
En una entrevista, decís que la ópera, como tal, ha muerto. Una ha escuchado muchas sentencias así. Ya han muerto la historia, la novela. Y lo que de verdad sucede no es que mueran, sino que se transforman, devienen…
Esa fue la idea, justamente. Picarla, porque hay una forma de hacer ópera que está caducando. También sucede eso con el folklore. Yo fui este año a Cosquín y, durante varias lunas, vi lo mismo… Digo, hay algo acá que tiene que cambiar.
Cómo salir de aquello que solo funciona, cómo soltar eso que en el pasado fue novedad, pero ya se instaló. En relación a ese punto, la idea de pelearle a la nostalgia aparece en muchos de los temas que cantás. En «La chacarera de los colores”, por ejemplo, dice “al mundo de la nostalgia lo pintamos con colores”. En esa dirección, ¿cómo creés que vamos con la cinchada deseo-memoria?
Hablaste de deseo y memoria, y me hiciste acordar a un ciclo en el Haroldo Conti, que se llamó “Liberar el deseo”. Ahí hicimos un concierto de folklore en transición. Fue muy importante cantar, nada más y nada menos, que en ese lugar. Aparte, cantamos las nuevas canciones de “Brotecitos”, el proyecto que tenemos con Susy Shock. Ella lo empezó hace dos años. Juntó veinte artistas travestis trans no binaries de todo el país, en pareja de poema y música, y se hicieron diez canciones. Después se sumó “Raíces”. Finalmente, son dos álbumes de casi veinte canciones.
LAS NANAS DEL DESEO
“Por la mañana abandono mi sexo. /Al atardecer vuelvo/cuando me desnudo para entrar en la ducha. /Mi madre siempre dice que tengo los hombros de mi padre. /Con el vaho en el espejo/el contorno es más ancho, más generoso. /Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago. /En los ojos guardo la tristeza de las muñecas/que jugaron a ser hijas/y que mis padres acabaron regalando. /El agua fría me trae a mi cuerpo, /escondo el pene entre las piernas. /Mamá, ¿a quién me parezco?”
“E io chi sono?”, Ángelo Néstore
¿Cómo armás tus repertorios?
Voy alternando un Tejada Gómez, con un Cuchi Leguizamón, y agrego algunos temas del cancionero trans para que se conozca esa producción. Así, de repente, canto un tema de Valen Bonetto, que es un chico trans de Córdoba. Para “Brotecitos”, él compuso una canción de cuna muy linda, “Duerme, dulce guaga, entre mis brazos, que estoy tejiendo un mañana nido de caña y junco, de todos los colores y los abrazos. En esos telares cantados sin celestes ni rosas atrapa sueños posibles donde anidan mariposas. Sueño dulce de un mañana, cancioncita pa ti, pa ti. Retoño de esperanza, gurí, guaga, ñemby.”
Fue una gran emoción cantar este repertorio en el Conti, sostenides en esa raíz poética, política, entre las memorias de los que faltan y de tantos referentes. Ente ellos, Kusch, Jáuregui, y también tantos referentes del movimiento disidente. Es hermoso poder cantar canciones de cuna, canciones que abracen infancias “sin celestes ni rosas, de todos los colores”. Mirá, si mezclamos el negro y el blanco del binarismo, tenemos el gris, y gris es el color del mundo como va ahora, el que vemos. El mundo de tantas personas que únicamente se levantan para ir a trabajar y después, volver a sus casas. Me imagino cuánta soledad y cuánta angustia debe haber en eses humanes. Hay algo de estos colores, de este liberar el deseo, que se convierte en una cuestión urgente. En ese proceso, la memoria es raíz para entender de dónde venimos, no una cadena para imposibilitarnos caminar hacia donde queremos ir. Hoy se pone mucho la lupa en la cuestión de género, como espacio de transgresión. Pero yo recuerdo algunas cosas que me contaba mi abuela. Hace no tanto tiempo, que una mujer se propusiera estudiar o trabajar también implicaba una desobediencia. Mi abuelo no quiso que mi abuela trabajase, mi abuela lo hizo por su cuenta. A su vez, mi abuelo le dijo a mi mamá que no quería que fuera actriz, porque era ser puta. También tenemos que leer esas memorias familiares, para comprender que ninguna lucha está ganada del todo o para siempre. Todo requirió mucho esfuerzo de tantos, tantas y tantes para llegar donde estamos. Por eso yo digo que soy un ‘artivista’: desde el arte, busco afirmar quiénes somos, qué fuimos y qué queremos. Simone de Beauvoir decía que ningún derecho es garantía por siempre. Hay que sostener, afianzar y cuidar lo conquistado.
En el camino de esa lucha, quiero preguntarte por ‘Allpa Munay’, el cuarteto que interpreta temas de Atahualpa.
Fue mi primer grupo consolidado de folklore. Por esas cosas del destino, el papá de Pablito, que es el pianista, conocía y era bastante amigo del Coya Chavero, el hijo de Atahualpa. Hace como diez años, se hizo una cena a la que vino el Coya Chavero y el papá de Pablo, Miguel, nos convidó a que fuéramos. Éramos trío en ese momento; Pablito, Nico y yo. Cantamos nomás. Hicimos “La viajerita”, “El arribeño”, canciones que ya tenían muchas versiones. También cantamos una canción de cuna que habíamos escuchado de un disco de Atahualpa. Que supiéramos, esa no tenía ninguna versión de otro artista. Era un tema que Atahualpa y su mujer, Nenette, habían compuesto para el Coya. Por supuesto, el Coya. se emocionó mucho y nos dijo: “Yo tengo obras de mi tata en la Fundación, que nadie grabó”. Y nos las dio. Ahí empezamos a grabar “Yupanqui inédito”, un disco de catorce o quince canciones, un proyecto muy lindo con el que hicimos giras nacionales. Como suele suceder, ahora hay crecimientos distintos de los integrantes del grupo. Pero «Allpa Munay» no va a dejar de ser nunca un homenaje, una manera de rendir tributo y difundir la obra de un solo hombre compositor. A mí, como Ferni, como cantora trans no binaria y como persona con distintos gustos musicales, ya me es imperioso no solamente cantar a otros hombres, sino a otras mujeres y a otras disidencias. Aunque, con “Allpa Munay”, me pasa algo muy lindo al ir a las escuelas a hacer música. Cuando los piojitos y las piojitas palmean con nosotros y bailan, te morís de amor.
Cuando te preguntaron cuál era tu canción favorita de Atahualpa, nombraste “Tú que puedes, vuélvete”, ¿realmente pensás que se puede regresar?
Me gusta creer que sí, pero casi es una expresión de deseo. Aquello que fue muy hermoso y que nos marcó la vida deja una huella muy grande. Una se dice, por ejemplo, ‘qué lindo sería volver a ver esa imagen’…
Pero vos ya sos otra. Y la imagen, también.
Sí. A veces pienso que es posible. Igual, no cambiaría este presente ni un futuro caminando hacia un devenir guiado por el deseo, por nada hermoso ocurrido en el pasado. Me doy cuenta de que no se puede volver, pero siempre podemos cambiar. Tal vez, nos alejamos mucho de algo o de alguien y, al regresar, ya no es lo mismo. Sin embargo, cuando esa nostalgia aparece de forma poética, es un bálsamo hermoso: “Soñé que el río me hablaba con voz de nieve cumbreña, y triste me recordaba las cosas de mi querencia. ‘Tú que puedes, vuélvete’ me dijo el río llorando. Los cerros que tanto quieres, me dijo, allá te están esperando.»
Esto de no poder regresar se vincula también a un tema bastante sensible. He escuchado muchos relatos, de parte de compañeros y compañeras del colectivo, que cuentan haber sufrido mucho en su adolescencia. Y, recién a partir de los veintipico, pudieron empezar a ser quienes son. Pero, ¿quién les devuelve esos años donde no fueron elles?,¿cómo se recupera el no haber tenido una niñez abrazada?
Carlos Skliar, pedagogo, nos dijo que la niñez es una, pero infancias hay muchas. En ese sentido hay algo que se puede recuperar cuando alguien sabe jugar. En un momento, con tu hermana, decían que “Ópera queer” remitía mucho a los juegos infantiles. Pensaba en qué queda de lo lúdico en la música profesional.
Poco, me parece. Cuando ves una propuesta que incluye lo lúdico como algo potente, cuando ves una obra de teatro donde hay vida, un trabajo que aporta algo desde ese lugar, con compromiso y entrega, es sorprendente y maravilloso. El mundo Spotify y el del mercado han ido maltratando eso. Con el canto, lo que ha sido cultivado y estudiado, lo que sale del corazón es muy movilizante. Pero hoy los editores les sacan las ondas a los sonidos, su trabajo en los estudios de grabación es volver todo más fijo, sin tantas vibraciones. Cuando escuchás el resultado de esas ediciones, las voces son todas iguales. Es una forma de hacer, que se convierte en hegemónica. Sin embargo, el arte va a ser disruptivo siempre. Lo otro es mercado.
(*) Ferni se presentó en Cosquín, en el rubro solista vocal femenino. Fue evaluada con el más alto de los puntajes. Luego de haber sido elegida para participar de la final en Caba, la comisión organizadora no le permitió presentarse, porque ella no había tramitado su cambio de DNI. Le ofrecieron, sí, cantar en el rubro vocal masculino. Entonces, Ferni se asesoró con abogados y, finalmente, llegó a Vicky Donda, presidenta del Inadi. Luego de una denuncia al festival por discriminación, Cosquín anunció que había cambiado el estatuto y que Ferni podía seguir participando: se abolían las categorías masculino y femenino, para unificarse en una sola categoría de ‘solista vocal’.