Ultraviolento: sobre “El Silenciero”, novela de Antonio Di Benedetto.

Por Viviana García Arribas

 

“Alguien está lleno de violencia hacia todos.

(Es cada uno, son todos.)”

El Silenciero, Antonio Di Benedetto

 

LA PERTURBACIÓN Y EL SOBRESALTO

 

audioHace varios años sufro un mal bastante poco conocido, aunque no por eso infrecuente. Tengo acúfenos, es decir, escucho ruidos que no existen, zumbidos o grillos dentro de mi cabeza. La presencia, en forma continua, de sonidos inexistentes puede resultar muy molesta y, a menudo, quien lo padece se ve sometido a una situación de estrés bastante intensa. La solución, aunque parezca un perogrullo, consiste en evitar el silencio. Escuchar música, prestar atención a la sonoridad ambiente, concentrarse en algún pensamiento. Trato de hacerlo. Lo difícil es cuando intento dormir. En la quietud de la noche, se hace más notorio el estruendo en mi cabeza y resultan más complicadas las técnicas de evasión: si me pongo a pensar mucho, me desvelo. Contradicciones de la vida.

De lo dicho, podría inferirse que amo el batifondo y que no puedo estar sin escuchar alguna música estruendosa. Pues no, desde chica me afectaron los sonidos fuertes, la música muy alta, los gritos, las máquinas bramantes, el aullido de las sirenas, la sequedad de los golpes y martillazos, el metálico alarido de las bocinas. Por eso, cuando “El Silenciero cayó en mis manos, creí haber encontrado una novela sobre mi vida… en compañía del ruido.

Hugo Aveta - Síntomas
Hugo Aveta – Síntomas

“La cancel da directamente al menguado patio de baldosas. Yo abro la cancel y encuentro el ruido.”: así comienza la historia de este hombre atormentado por sonidos, incluso, desde el interior de su propia casa. En realidad, se trata siempre de sones desde afuera que invaden la quietud del hogar, se encarnan y socavan su equilibrio.

 

ELLOS

El protagonista y narrador de esta historia se relaciona solo con un reducido grupo de personas: su madre, Besarión -un amigo, mezcla de filósofo y linyera-, y Nina, su esposa. Como al pasar, menciona también, a sus viejos compañeros de estudios. Fuera de ese círculo, nadie. Solo están los ruidos. Según sus propias palabras, la alegría de los otros lo deteriora. Los constituye en enemigos, en tanto alteran el silencio por él anhelado.

Sin embargo, su agresividad pronto se vuelca también hacia los cercanos. La saturación lo obliga a aislarse en el último de los cuartos o a ausentarse por períodos cada vez más prolongados. Pese a todo, se refugia en su música o en un cine. No elige una cápsula aséptica de ruidos, sino que construye su aislamiento dentro de “ruidos amigables”.

Radio New Zealand Concert-Musical Battle
Radio New Zealand Concert-Musical Battle

El problema, entonces, ¿está en los otros? A medida que la historia avanza, el círculo se cierra en forma más estrecha sobre sí y el protagonista percibe a todo el resto como a su enemigo. “Sobrellevo la perpetua sujeción del hombre a otras miradas (…) Creo que es el miedo. Tengo miedo.”

 

 

ESCRITURA POSTERGADA

Cuentan quienes conocieron a Di Benedetto que sufría una gran aversión por los ruidos fuertes. Como él, el protagonista es escritor o, al menos, pretende serlo: “Mi convicción de que puedo escribir no presupone trato alguno con escritores, sólo con libros.” Esta imagen me recuerda una de las características frecuentes de quienes escribimos: nuestra preferencia por los libros y por la soledad que favorece la lectura y la escritura, antes que el contacto habitual con otras personas.

Mirtha Dermisache
Mirtha Dermisache

Pero, en este caso, los ruidos se yerguen sobre el protagonista y lo anulan. Le impiden toda actividad fuera de la búsqueda infructuosa del silencio. Le brindan, también, una excusa para no comenzar nunca a escribir. Colman cada instante de su tiempo y consumen toda su energía. Sin embargo, fantasea con la idea de volverse más normal, casarse y comenzar su obra: “Ahora dormiré más protegido. Besarión se fue o se irá. Me casaré con Nina. Tal vez pueda volver al libro (comenzarlo).”

Mirtha Dermisache
Mirtha Dermisache

A pesar de todo, el ruido lo persigue. La batalla por el silencio es una gesta perdida. El límite de su tranquilidad se corre cada vez más hacia el interior de su hogar. Finalmente, su lucha en la ciudad fracasa y aun su escapada al campo durante la luna de miel se ve invadida por la presencia de una herrería.

 

EL CANTO DE NINA

Los objetivos del “silenciero” siempre parecen estar un poco más allá de sus logros: en su trabajo es “subjefe” y por eso no puede tomar decisiones. Ansía escribir un libro y lo posterga eternamente, desea cambiar de casa por otra más silenciosa y se pasa una larga temporada de pensión en pensión -a cual peor, en cuanto a los ruidos-.

Vasily Kandinsky - Amarillo Rojo Azul
Vasily Kandinsky – Amarillo Rojo Azul

En el amor parece ocurrirle lo mismo. Ama de lejos a Leila, pero se casa con una amiga de ella, Nina, quien le resulta más accesible y más simpática, ya que pertenece al bando de los perdedores, según él mismo manifiesta. Esta mujercita dócil, sin embargo, se refugia en una pequeña rebeldía: cuando algo no le gusta o no puede decir qué piensa, ella “canta bajito”. No es una manifestación de desacuerdo, sino un refugio para su individualidad. A su manera, logra que el mundo exterior no la afecte tanto.

Pero, poco a poco, en la medida en que su marido se encierra más y más, ella logra expresar su desagrado. Él busca silencio y ella habla… aunque no mucho. Y eso lo desconcierta: “Responde, no más, y nada viene de su iniciativa. No se regocija conmigo por el sosiego recobrado, como si ella no fuera de mi bando. Lo cual me resulta extraño.”

 

HABLAN LOS OBJETOS

People Too - Music to live
People Too – Music to live

“Vuelvo al hogar. A mi paso, la ciudad que desciende por mi calle apaga sus vidrieras, echa persianas: desmantela su andamiaje de trabajo. Hasta mañana.”

En la escritura de Antonio Di Benedetto: la ciudad desciende, un cepillo borra huellas en el piso, el ruido ingresa. Casi podría decirse que los objetos tienen carácter. Los personajes, en cambio, son descriptos en su aspecto físico, sus movimientos, sus diálogos, pero nunca en su psicología. Este estilo nace como consecuencia de dos factores que pesaron en su carrera de escritor: el hartazgo por las novelas de Balzac -con su tratamiento psicologista de los personajes- y una conferencia ofrecida por Sábato en la que el escritor argentino cuestionaba duramente las nuevas tendencias literarias y decía que nunca habría literatura sin drama humano. La respuesta de Di Benedetto no se hizo esperar: escribió el cuento “El abandono y la pasividad”, donde se narra la ruptura de una pareja sólo a través de los objetos… Y lo dramático vibra en sus páginas.

Queda para la anécdota, la polémica con Alain Robbe-Grillet, escritor y cineasta francés, por la paternidad de este estilo, conocido como objetismo. El propio Di Benedetto le resta importancia a este enfrentamiento, en una entrevista con Joaquín Soler Serrano para la televisión española.

Por otro lado, en “El Silenciero”, la narración en primera persona, sin ser íntima, destaca singularidades: la presencia invasora del ruido cobra fuerza y entidad propias, se le torna visible. Adquiere, entonces, una propiedad sinestésica a partir de su irrupción en todos los órdenes de su vida.

PACÍFICO HOMBRE VIOLENTO

Hugo Aveta - Casa de los conejos
Hugo Aveta – Casa de los conejos

Los sueños del protagonista merecen una consideración aparte. En especial, uno de ellos, donde una bala le destroza los dos oídos y, sin matarlo, lo deja sordo. Ni siquiera esa sordera lo hace feliz: “Yo era sordo. No recuerdo si también era dichoso.” Este momento nos anuncia el final: la lucha vana se traduce, inevitablemente, en violencia.  Su soledad y el encierro, cada vez más acentuado, lo ponen en un camino sin salida: solo podrá descansar cuando la fuente del ruido sea destruida.

Su sorda lucha se vuelve agresión -aun en la quietud aparente del relato- y el asedio del ruido, que llega desde el exterior,más allá del protagonista, se transforma en una cuestión personal. Como decía Spinoza, la enfermedad siempre llega desde afuera. La ira provocada por la sociedad hostil deviene en frustración y muerte. “Siento el cerebro machucado; como si estuviese al cabo de un abnegado esfuerzo de creación. Como si hubiera escrito un libro. Pero mi cansancio no es feliz.”

PONER EL MOTOR EN MARCHA (A PESAR DEL RUIDO)

En cada uno dmural-1614090_960_720e nosotros la violencia aguarda como un germen. Toda persona es capaz de ejercerla en determinadas circunstancias. El matiz está en el freno que los individuos decidimos ponerle a nuestra agresión, la mayor parte de las veces, en forma inconsciente. Cada viaje en subte, conducir nuestro auto o atender en el trabajo a una larga fila de personas -quienes, como mínimo, ven en nosotros la causa de todos sus males- ponen en cuestión, todos los días, nuestra educación y las “supuestas ventajas” de la vida en sociedad. Ahí donde se acaban las palabras, donde el silencio tan buscado se instala y se enquista, se encuentra el terreno propicio para la reacción.

La ausencia de diálogo -característica del personaje, pero también arraigada en sus interlocutores- opera en “El Silenciero” como un disparador de su percepción paranoica del mundo que lo rodea. Por ese motivo, la agresión del ruido se le torna insoportable y lo fuerza a actuar para ponerle fin.

La quimera permanente de una existencia pacífica desafía a postergar el impulso de agresión. Mientras tanto soportamos -al menos, quienes vivimos en grandes ciudades- el peso de una sociedad cada vez más abusiva. El encierro de cada uno en  pequeños aislamientos aparece como una solución engañosa. La interacción con el resto de la sociedad es inevitable. Todos los días, al cerrar la puerta de nuestra casa y quedarnos del lado de afuera -para trabajar o hacer compras o cualquier otra cosa que demande una exposición-, ponemos en juego todos los mecanismos que desactivan la violencia. Sin embargo, muchas veces, esa misma represión nos enferma y se transforma en caldo de cultivo.

Es evidente que la parálisis genera -a corto o largo plazo- episodios de agresividad. Tal vez, el secreto se encuentre en ser consciente de la violencia como una potencia de los individuos y actuar en forma positiva, para ejercer las capacidades de cada uno.

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