Rituales: sobre la obra de teatro “Aquí hay leones”, dramaturgia y dirección Javier Swedzky.
Actuación: Flor Sartelli, Leonardo Volpedo
RETAZOS DE CIUDAD
Nuestro ritual es el radar. Que el cuerpo esté atento a los textos en tránsito. Que no nos deje de interpelar la pared que grita en un grafitti, ni la tristeza de la mujer al paso: su retacito de soliloquio, su ensimismamiento a medias, donde guarda en pudores su reclamo.
Repetir, repetir la sucesión de los ojos alertas, de las manos dispuestas a retener el temblor de un saludo saturado de biografía, de los brazos prestos a rodear el cuerpo anciano, ya hace tiempo retraído dentro de sus contornos.
La calle se ha vuelto una gran página carcomida por los sudores de las cunetas. Quienes tienen zapatillas las apuran hacia el umbral que amenaza con la pérdida de trabajo. Quienes no las tienen revuelven los containers aún sin cerrojo, para ver si pueden calzar en el número que otros han desechado. Es de madrugada en la ciudad. Las secretarias tensionan el esmero de su maquillaje sobre la piel exhausta, no pueden darse el lujo de protestar por no haber dormido lo suficiente. Los trenes se abarrotan, los estudiantes desquitan su hastío en algún jueguito de celulares, mientras exponen el aparato al voleo de algún desesperado. Madres y padres arrastran mochilas y deudas hacia la puerta de la escuela, donde se despiden de sus hijos con la mitad del cuerpo, mientras la otra mitad pasa agenda a los imperativos del día.
Por la avenida avanza un coche con vidrios polarizados. No importa no ver a través, la mirada que escribe intuye los contornos, los perfiles y las direcciones de quien conduce. Por si nuestra imaginación no alcanzara, al llegar a la esquina, el vidrio desciende a través de una grieta en la carrocería y deja al descubierto un par de lentes, también oscuros. Un brazo extiende su complicidad hacia la severidad de un uniforme. Valió la pena descaparazonarse para conversar unos segundos, de autoridad a autoridad. La escena es un absurdo de prepotencia, que se desvanece ni bien cambia el semáforo.
No caben en la mirada todas las escenas de este día recién amanecido y ya viejo de cansancios. Pero algo golpetea los ojos. Son pilas, pilas de colchones diseminados a las puertas de los bancos, bajo la angostura de un techo, bajo las nuevas y tan coquetas paradas de colectivos, en las entradas de las iglesias, en las sinsalidas de este tiempo, fiera que no para de acechar. Vendrá el invierno. Y los leones todavía serán gobierno. ¿Quién abraza en el mientras tanto?
AQUÍ HAY LEONES
Decía Federico Nietzsche que el hombre camello es aquel que carga y padece. Por su parte, el león advierte que carga, pero no hace o no puede hacer nada para cambiar sus condiciones. Aun así, dio el paso de la conciencia: no quiere ser más camello. Y el niño es el dios que baila. En «aquí hay leones» el universo está rodeado de fieras al acecho. A más invisibles, más terribles. El espacio se ha vuelto estrechísimo y la capacidad de movimiento oscila entre la torpeza y el desconcierto. Una pareja hace equilibro sobre su pila de colchones. Mueve al dolor para que no se instale. Capa tras capa, reinstala el ritual en su casa -milhojas, donde la escritura se acurruca en busca del nombre adecuado para el bebé por venir-. Libertad es lindo nombre. Aunque alrededor ruja la música, aunque la máquina de consuelo con que se abrazan no funcione, aunque los recuerditos de turismo clasemediero no respondan al hechizo del deseo, Libertad es un lindo nombre. Podría ser que si él se atreviera a laburar de astronauta, en vez de insistir en su trabajo de vendedor de inventos -un personaje a lo Roberto Arlt, aunque más contemporáneo- la prepotencia del deseo estallase contra la furia de los leones. ¿Cuándo va a terminar todo esto? Una noche de romance entre los reflejos de una mínima bola de espejitos, una abuela desclasada que descansa en una maceta, un sueño con el juicio final, que los aniña en un juego de sombras. ¿Imaginate si los leones no son más que eso: fantasmas inconsistentes manejados por el hilo de un titiritero en lo alto de la caverna? Como sea, Libertad, sin duda, es un lindo nombre.
LEONES ACAMELLADOS
Ay, mi querido Federico, ¿qué decir de estos leones? Como una inversión de los tuyos, estos son conscientes de cargar a otros con fardos pesadísimos. Estos han dado siempre el mismo paso hacia una conciencia sin desataduras: la de clase. Estos son leones acamellados, metidos en la jaula de sus privilegios. Lo de estas bestias es la costumbre, no el ritual: repiten para instalar siempre lo mismo.
Mientras tanto, lo que ellos llaman “el resto”, tiene que hacer equilibrio en lo alto. El ritual de sostenerse sobre tierras movedizas requiere paciencia, creatividad y nudos. La cucharita no quiere quedarse quieta sobre el platito del café. Hay que colocarla de nuevo. Pero la cucharita no quiere quedarse quieta sobre el platito del café.
Y otra vez.
Y no quiere.
Y otra vez.
Por su parte, el tío que “siempre encuentra un negocito” duerme aplastado entre dos capas de la milhojas. Sólo lo desperezan de su chatura, para que atruene con la voz de los adaptados, para que humille a los sin empleo con sus formulitas de rituales gastadísimos: “Yo presto un poco de dinero y me quedo con un punto, al que le presté presta dinero a otro y, de esa transacción, me quedo con un punto”. Punto a punto, el tejido del tío se sostiene, al final, a punta de pistola. Claro: por si, en la cadena, algún acreedor falla.
Y, si el aplastamiento del tío irrita, qué decir de la abuela venida a menos. Titiritearla ha sido una decisión brillante de quienes tramaron esta puesta en escena. Ella es el harapo de lo que supo ser. La vergüenza de no tener cuando se tuvo. El cuerpo disminuido que descansa en una maceta, como si de un ensayo de la tumba se tratara.
VENDAMOS EL COCHE
Pero no tenemos.
La nafta, la patente, la correa, el aceite, la nafta, otra vez, la nafta. El combustible.
Pero no tenemos.
Es muy sano andar en bicicleta. Un montón de ventajas tiene andar en bicicleta. No importa si uno elige bicicletear o si le han bicicleteado el tiempo. Es muy sano, vendemos, el coche.
Pero no tenemos coche.
¿En qué se trasladan los leones?
RECUERDITO, RECUERDITO, DIME DÓNDE ENCONTRAMOS UN SENDERITO
¿Te acordás del souvenir que trajimos de Europa, el muñequito de plástico vestido de inglés… o era de holandés? Y el platito que compramos… no me acuerdo dónde, ¡pero quedaba tan lindo sobre la pared!, ¿te acordás cuando teníamos pared? ¿Y la bailaora española? Esa sí me acuerdo dónde la compramos, seguro fue en España.
Ay, cómo se impregnan los objetos con la memoria. ¿O es al revés?, ¿es la memoria la que se embadurna de objetos?
Hay que hacer un altar. Pedirle a los recuerditos que dejen de atarse al pasado y nos señalen un camino.
Pero no funciona.
Si no funciona, hay que volver a pedirles.
Para qué, no funciona.
Para repetir y repetir y que se genere la diferencia. El ritual, ¿me entendés?
Ah. Y, con respecto al nombre de nuestro bebé, ¿de verdad te parece ponerle Libertad?
LA ADUANA DE LOS LEONES
Íbamos a irnos de viaje, teníamos todo, te lo digo: el mapa, el trayecto, el sueño. ¿Qué más? Pero pasó que, cuando llegamos al borde de la partida, estaban ellos. Después, un día, nos decidimos a ser padres, porque eso de esperar el mejor momento es una trampa, nunca llega el mejor momento. Libertad nos pareció un hermoso nombre, ¿vos qué decís? Y sí, al borde de todos los nombres merodean ellos. Otro día salí a buscar un empleo, porque eso de que los niños vienen con un pan bajo el brazo yo no me lo trago. Y, en la recepción… sí, ¡ellos! No sé cómo explicarte. A mi compañero se le ocurrió una idea brillante, él es muy creativo, ¿sabés? Una tarde vino y me dijo que debía cambiar de trabajo. Al principio, yo me opuse. Pero, cuando me largó un ¡Yo podría ser astronauta!, me pareció que por allí habría una salida. ¿Andarán los leones por el espacio sideral?
PRESENTAR BATALLA
No hay mañana, no hay tarde, no hay tiempo si el hacer no lo organiza. La máquina de consolar tiene las articulaciones torpes. Hay que armar y desarmar la pila de colchones, agitar la ausencia y la falta. Si se aquieta el hueco, te morfan los leones. Y los leones son insaciables. No se van ni cuando pierden. Y, a decir verdad, tampoco hacen demasiado. Se toman vacaciones cada vez que pueden y dejan al rugido y a las garras a cargo. No, no, no. No son las sombras en la cueva de Platón. Son los que manejan aquello que proyecta sombra desde arriba de la cueva. Y, sí, es evidente: más alto que sus manos, ellos también son manejados. Es una milhojas de desgracias. ¿Y nosotros, qué?
No hay mañana, ni tarde, ni tiempo si el hacer no lo organiza, si la queja desbarata, si la nostalgia se apodera hasta de nuestras sombras.
Resistir en el ritual y aguzar el radar. Está lleno. Lleno de pilas de colchones. Tal vez, si les preguntamos a ellos, a los otros que -como nosotros- insisten y persisten, se les ocurra algún nombre. No, no puede ser ni Soledad, ni Caridad, ni Misericordia.
Tenemos que reinventar las palabras. Y que los leones se disuelvan en sus propias sombras.
[button-blue url=»#» target=»_self»]MANIFIESTO DEL TEATRO CHOTO Hacemos teatro pero no sabemos para dónde ir. Estamos perdidas/os y el teatro que nos sale no tiene valor de cambio ni perspectivas. Escribimos este manifiesto a sabiendas que no lleva a ningún lado. Somos un pequeño grupo teatral y vivimos en la Argentina de hoy, pero no somos contemporáneas/os. Nuestro lenguaje es fallido, está fuera de cuadro, no responde a las expectativas de las vanguardias ni de la modernidad, menos aún a las de la crítica. Por lo que nos dimos cuenta que es, definitivamente, choto. Hacemos teatro acá, pero no hacemos teatro argentino. Tanteamos en terrenos desconocidos, guiados por nuestras ganas de divertirnos y nuestra decisión de compartir nuestras dudas. Nuestros pensamientos, elecciones y acciones no colaboran a erigir la identidad de un ser nacional, ni a la de un teatro nacional. Menos aún están pensadas para edificar un teatro argentino de títeres (que nos mira como si recibiera en su casa un sobrino borrachín y cleptómano al que se le aguanta con una sonrisa que diga cualquier barrabasada mientras se mira las pertenencias de reojo). Nos libramos de la responsabilidad de colaborar con un teatro que no terminamos de entender y que nos quiere imponer una mirada. No somos tributarias/os de las tradiciones teatrales pero tampoco las negamos; no somos, por fortuna, depositarias/os de herencias, fardos ni misiones teatrales y no tenemos legado alguno a transmitir. Estamos al margen de las conversaciones interesantes y afuera de los templos. Nos falta lustre. Financiamos nuestro trabajo con nuestro dinero. Las colaboraciones del estado o privadas para la creación de estos espectáculos son ridículas y consideran nuestros salarios de una manera menor, refregándonos en la cara que para ellos nuestro trabajo no vale nada. Esto tiene consecuencias en nuestro funcionamiento y creaciones: ensayamos poco porque es caro, pagamos todo, o con suerte casi todo, y nos queda poco o nada para nosotras/os. Por eso hacemos lo que nos viene en gana, con la complicidad de nuestras amistades, con las pocas chucherías que hemos podido conseguir y sabiendo que lo que hacemos no le importa a nadie. Las obras que producimos están muy lejos de ser obras bien hechas. Nos gustaría ser parte de una familia, la de Kantor, (a quien le copiamos la idea de hacer un manifiesto), los dadaístas, Girondo, Zappa y Bonino -y la lista sigue- pero creemos que ninguno de ellos nos hubiera prestado atención o les hubiera convencido la idea, de todas maneras nunca lo sabremos. Hoy, acá, hacemos teatro choto. Los que hacemos «Aquí hay leones»: Flor Sartelli, Leo Volpedo, Laura Cardoso, Nicolás Botte, Javier Swedzky[/button-blue]
* Las escenas que se relatan en esta nota son recreadas, no textuales.
** El texto de esta obra fue escrito en base a experiencias personales de los integrantes de la compañía.
Muchas, muchísimas gracias Gabriela por tus palabras y tu mirada atenta, que nos hace repensar nuestro trabajo y ver nuevas cosas. Cuidado con los leones cuando salgas, están al acecho y hambrientos!
Jaja. No voy en tren, voy en avión !Abrazo