La queja: sobre Remedios Varo.
Por Viviana García Arribas
PUERTA GIRATORIA
Me crucé por primera vez con la obra de Remedios Varo, hace algunos años. Buscaba imágenes para ilustrar un texto que contaba por qué, un buen día, decidí dedicarme a la escritura. Sus personajes parecían venidos de otro tiempo. A veces, híbridos entre humano y animal. Habitaban espacios deudores del sueño, parientes cercanos del inconsciente, y se deslizaban -casi etéreos- sobre pisos en damero. ¿De dónde había salido esta mujer? Desde ese momento quise encontrarme con alguna de sus pinturas y observar de cerca el detalle de sus cielos tormentosos, las torres a medio des (cons)truir, sus mujeres atemporales.
En el mes de enero de este año -hace ya un siglo-, tuve la suerte de viajar a la ciudad de México con un grupo de amigas. Una de las visitas que planeamos -una de las más esperadas- fue al Museo de Arte Moderno, donde podríamos ver la obra de Varo, a nuestro “piaccere”. Nos anticipábamos a ese momento y contábamos los días que faltaban para nuestra cita con la artista, mientras recorríamos las ruinas de los aztecas o admirábamos los murales de Rivera, Tamayo o Siqueiros (y bueno, los gustos hay que dárselos en vida…). Pero siempre, con la mira puesta en la pintora. ¡Enorme frustración fue llegar al museo y enterarnos que la obra de Remedios no estaba expuesta! Por suerte, la angustia duró poco: inmediatamente, fuimos informadas sobre el destino de la colección. En ese momento la acondicionaban para enviarla a Buenos Aires, donde el MALBA organizaba una muestra muy importante. Iríamos a nuestro regreso. Ahí mismo se armaron planes de paseos, tés con scons y charlas que sucederían a nuestra visita.
A LA RAYUELA, POR EL MUNDO
María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga nació en Gerona, España, en 1908. Su padre era ingeniero hidráulico y esto obligaba a la familia a trasladarse en forma constante para acompañarlo en su tarea. Mecanismos, aparatos e intrincados alambiques que finalizan -o comienzan- en el cielo transvasan sustancias acuosas para dibujar pájaros vivientes. También generan alimentos capaces de nutrir a la luna: la obra de Varo está llena de restos de su padre.
La itinerancia de la niñez parece repetirse a lo largo de su vida: primero, Barcelona; luego, París. Siempre huye. En primer lugar, de la guerra civil española. Más tarde, del nazismo. Recala en México que, por aquellas épocas, llevaba una política de apertura hacia los intelectuales y artistas emigrados de Europa. Allí afirma su tarea como pintora. Ya se había relacionado con los surrealistas, en su paso por Barcelona y París pero, en México, establece los lazos más fuertes con el mundo del arte: junto a la pintora Leonora Carrington y la fotógrafa Kati Horna, forman un grupo inseparable.
En 1948, un nuevo desplazamiento la lleva a la ciudad de Maracay, en Perú. Allí se reencuentra con su familia -su madre y su hermano-. Sin embargo, se siente extranjera de esas personas, a quienes califica en sus cartas de “tan egoístas que no espero de ellos ninguna ayuda material, ayuda moral menos todavía” (1). Siempre en la búsqueda de algún dinero para poder sostenerse, acepta un trabajo para la empresa Bayer, de Alemania y realiza una serie de afiches sobre distintas afecciones que recrean todo su universo:
Una mujer encadenada a una columna no puede ver el cielo de tintes rosados, mientras un cuchillo hundido en su espalda ilustra el dolor reumático.
Con la misma elocuencia, otro afiche muestra una silueta femenina cubierta con vendas y a punto de caer sobre centenares de objetos punzantes.
Una torre agrietada presentará a la vejez. Y un hombre con un farol en su mano tratará de ahuyentar los fantasmas del insomnio.
Entretanto, Remedios se queja: del calor, de la sociedad de Maracay, de los problemas edilicios, de la falta de noticias desde México.
LA ÑATA CONTRA EL VIDRIO
El once de marzo se inauguró la exposición “Constelaciones”, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). El dieciocho de ese mismo mes, el museo fue cerrado en forma preventiva y el veinte se decretó el aislamiento social obligatorio. Mi abuela hubiera dicho: “me dejaron compuesta y sin novio”. Yo me sentí como la protagonista de “Exploración de las fuentes del río Orinoco” – (1959): varada en una corriente brumosa, sola dentro de un habitáculo mínimo, a punto de llegar al origen, pero sin alcanzarlo. Resignadas, con mis amigas nos despedimos del té con scones y de los mundos misteriosos de Remedios. Al principio, pensé que sería una medida pasajera. Hoy siento que el encierro es permanente. Como yo misma, sus obras permanecen cautivas, sin posibilidad de contacto con el público. Con muy buen criterio, el museo organizó una serie de actividades en forma virtual para contactarse con la obra y conocer mejor a su autora. Las recomiendo fervientemente. Sin embargo, me pasa con las pinturas lo mismo que con las personas: querría acercarme, abrazarlas con mi mirada, dialogar con ellas cara a cara para sentir el impacto de su presencia sin otra mediación. Por el contrario, me encuentro obligada a verlas a través de una pantalla.
RECUERDOS DEL FUTURO
Remedios reside en París desde 1937 hasta 1941. Llega a la ciudad de la mano de su pareja, Benjamin Péret, poeta que la vincula con el círculo de artistas. Pronto puede demostrar que solo necesita de su pintura para integrarse al movimiento intelectual de la ciudad francesa: la revista Minotauro -principal medio de difusión del surrealismo-, en su número de invierno de 1937, publica una de sus obras, “Le Désir” y le abre las puertas al reconocimiento de sus pares.
Nuevamente, en 1959, viaja a Europa y se aloja en París. El motivo del traslado es auxiliar a Péret. Ya no están juntos, pero continúan muy cercanos. Él se encuentra enfermo y con pocos medios de subsistencia. La correspondencia de Remedios la revela inquieta, angustiada ante los disturbios ocasionados por la tensión reinante entre el gobierno y los distintos grupos que discutían la situación en Argelia. El ambiente le resulta hostil: “siento una especie de pánico, yo ya no pertenezco aquí” (1). Le parece revivir los días previos a la guerra, sufre enfermedades. Otra vez, se queja. Extraña su círculo mexicano, su trabajo, a su amiga Kati Horna, a quien escribe sentidas cartas. Viejos terrores vuelven a su memoria.
ALQUIMIAS DE HECHICERA
“Le Désir” no tiene fecha cierta de realización. Los especialistas la colocan en algún momento, entre 1935 y 1937. Esta cronología incierta le agrega un poco de misterio a una obra que, ya desde esa época temprana, reúne muchas de las futuras características de su pintura: un cielo recargado, una fuente de luz titilante, las escaleras y un marcado clima onírico. Por otra parte, vale también pensar en el desafío que, ya desde el título, implica esta pintura. Una mujer deseante no era una figura habitual por esos tiempos. Y, en el medio parisino, mujer y extranjera no constituían las mejores cartas de presentación. Sin embargo, logró ser ampliamente reconocida. Luego vinieron el nazismo, la persecución y la huída de Francia.
Tal vez por eso, tal vez por la herencia de su padre y por los mecanismos misteriosos de la hidráulica y quizá por propia sensibilidad, se vinculó tempranamente con las ciencias ocultas. El espiritismo y la magia negra, así como la cábala y la alquimia, ejercían sobre ella una fuerte atracción y le sirvieron para crear un mundo propio. Se la relaciona habitualmente con la pintura surrealista. Sin embargo, más allá de algunas obras y experiencias -como cadáveres exquisitos-, su obra resultó algo distinto. También es posible encontrar en su pintura alguna influencia de Giorgio De Chirico, detectable en las arcadas y columnas, además de los espacios casi desiertos en alguna de sus pinturas. Se cuenta que, durante su estadía en París, había pintado varias falsificaciones de obras del maestro italiano.
Entre duendes y hechiceras, las figuras de sus cuadros parecen deslizarse dotadas de una cualidad ingrávida. Torres inalcanzables, ambientes anclados en un pasado sin tiempo, referencias a la alquimia -aunque también al psicoanálisis- fueron sus herramientas para la elaboración de una obra compleja que, no obstante, invita a perderse en sus imágenes.
PIXELADOS
Para la fecha de publicación de nuestra revista ya se habrán cumplido más de cuatro meses de aislamiento. Ni los pronósticos más optimistas se atreven a anticipar si, para entonces, podremos asomarnos con algo más de confianza a las calles de nuestra ciudad. Hoy, las multitudes se vuelven amenazantes y la cercanía puede ser un pasaje directo a la enfermedad. ¿Cómo no quejarse? ¿Cómo enfrentar el vacío que ni los trabajos manuales, ni las sesiones faraónicas de televisión, ni las lecturas pueden atemperar? Las personas nos hemos reunido desde siempre para la lucha y para el llanto. Pero también nos convocan los festejos y las celebraciones. Reivindico mi vida en soledad, aunque necesito encontrarme con mi gente querida. Experimentar las temperaturas, los olores, las infinitas sensaciones que nos asaltan al penetrar un espacio poblado de personas. El sonido ambiente en un restaurante, el aroma de otras preparaciones, distintas a nuestra comida casera, por muy rica que pueda ser. Volver a zambullirnos en una caja de saldos, buscar un lugar -al sol, porque es invierno- en ese bar, que tanto nos gusta y saca sus mesas a la vereda pese al frío. Invadir el Parque Chacabuco con una manta y el equipo del mate. Matarnos a codazos en alguna feria de comidas, o de diseño, o de libros raros. Trepar a un micro rumbo a la costa o planear el próximo viaje en avión. Darles un abrazo a los viejos que solo podemos ver a través de la ventana del geriátrico. Tener sexo porque sí, sin temer el contacto de otra piel.
Y, sin embargo, aquí estamos. Encerrados en un cuadradito de video para jugar a que nos vemos las caras. Guardados en nuestro cubículo hasta que el aire se purifique o se encuentre la milagrosa vacuna. ¡Cuánta falta nos hacen los alambiques de Remedios! ¿Qué otro instrumento nos puede brindar la poción mágica que nos permita salir? Miro sus pinturas -que se me escapan en forma recurrente- como puedo, mediatizadas por millones de píxeles en mi computadora y pienso si no serán un anticipo de esta época. Sus seres solitarios manipulan sustancias misteriosas en ambientes despojados y parecen fuera del tiempo. Casi igual que nosotros. ¿Qué hubiera pensado ella de todo esto? ¿Cómo habría soportado esta hechicera -según la llamó André Breton- la ausencia de los amigos que tanto echaba en falta durante sus viajes?
Hoy esperamos la apertura que nos permitirá respirar el mismo aire. Yo juego con la ilusión de poder enfrentarme con sus cuadros cara a cara, piel con piel. Escribo. No me quejo.
(1) Correspondencia de Remedios Varo a Kati Horna www.malba.org.ar/evento/fuga-epistolar/
Fuentes: