La potencia: entrevista a Alberto Kornblihtt.
Entrevista: Isabel D’Amico, Lourdes Landeira, Estela Colángelo, Pablo Resnik, Verónica Pérez Lambrecht, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer
Arte: Alberto Kornblihtt (*)
“Un cambio echa la luna dentro del sol, /tira de las ajadas cortinas de la piel; /y el corazón entrega a sus muertos.”
“Un cambio en los climas del corazón”, Dylan Thomas
Hubo una vez un futuro donde la muerte apenas sobrevivía entre el deseo de los vivos. El turquesa era profundo, el verde del bosque se aliaba con el lecho trasparente del río y las cimas de las montañas conversaban calendarios por venir, con las sombras de la luna. Así se debatían vendimiarios y brumarios, la nivosa y la pluviosa, fluviales y cosechas, el fruto y el calor. Eran tiempos de asombro donde, del fondo de un balde con semillas, un cuervo de Nueva Caledonia se las ingeniaba para pescar un nuevo reflejo de la luz. Y una colonia de bonobos afirmaba el matriarcado contra toda lo uniforme en los linajes del poder. Daba gusto asimilarse a las curvas de las horas: días más cortos, diciembres sin navidades, regalos sin reyes magos, dones sin magia ni monarquías, fases de lo humano disputándose el matiz, el jugo del color.
Después, ya se sabe: sobrevino una retahíla de furias y aboliciones, la rectificación del almanaque en un soliloquio quejumbroso, la agenda disciplinada al furor de una camiseta, el repertorio sincopado, la música arrumbada en un anuario sin vuelo, el derrumbe del sabor.
Pero toda colisión guarda su ruina, su perseverar de polvo estallado en busca de alguna consistencia. Insiste, insiste el desecho en su lista de intensidades, en su archivo de la mirada contra lo oscuro, en su surco funda huella, en su apuesta al estupor.
Y, de tanto en tanto, despunta un amor tardío, la evidencia de una belleza a cielo abierto, el énfasis renovado del cuento, en un audaz “habrá una vez”. El presente laborioso en la palabra, en el diálogo amoroso con el desconocido, en la disposición a buscar el rincón donde la muerte no devore el gusto de aprender. En esa otra duración del encuentro, sin urgencias ni deberes, nos encontramos con Alberto Kornblihtt.
En años de hacer entrevistas, es la primera vez que un entrevistado comienza la nota preguntándonos quiénes somos, cuáles son nuestros nombres, a qué nos dedicamos, aparte de anartistear. La potencia de un detalle que cambia todo el curso de las horas e ilusiona con un tiempo con menos orfandades. Un tiempo de traducirnos en la lengua de las mareas, en la gramática de las olas. Lunario porvenir.
LA CARTA QUE FALTA
“Días en que hablar /es escuchar lo perdido”
“Extinciones”, Carlos Andrés Jaramillo
En el comienzo de tu libro decís que la velocidad de la realidad atenta contra la escritura de un ensayo. Da la sensación que, entre quedar extemporáneo y quedar mudo, preferiste lo primero, ¿por qué apostar a la escritura en estos tiempos?
El libro fue escrito antes de la pandemia, es una colección de artículos y textos, algunos de los cuales ya habían sido publicados en distintos medios. Otros se hicieron ad hoc, gracias a la colaboración de Pablo Esteban, que fue el editor. Pablo me ayudó a convencerme a mí mismo de que esta colección de escritos conformaba un libro. Recién, ahora, cuando voy recibiendo las bellas devoluciones de los lectores, me termino de convencer. Aparte, Pablo se ocupó de hilar los textos entre sí y me impulsó a escribir ciertas cosas que faltaban, por ejemplo, la carta a Ernesto, mi papá. Ese texto que surge porque él me dijo “entre las cartas no despachadas, falta una”. Yo pensé en escribirle a Mauricio Kartun, a alguno de mis ídolos, pero llegué a mi casa y le escribí a mi viejo. Con Pablo, tuvimos muchos encuentros maravillosos en mi oficina del Instituto. Él no es psicoanalista, pero su trabajo funcionó también en ese sentido, en el del análisis.
¿Cómo te llevás con la lentitud?
Me llevo bien, pero con una condición: mi frase sería “las cosas llevan su tiempo, pero el tiempo que llevan debe ser intensamente utilizado”. No soporto no hacer. Siempre estoy haciendo algo con mis manos, con mi pensamiento, con mis afectos, con mi capacidad de observar y mirar. La idea es como la de la frase latina “festina lente”, apúrate despacio. Si vos querés que las cosas salgan, tenés que darles su tiempo. Pero, en esa seguidilla de tiempo que les das, yo me apuro.
Nombraste a tu papá, y eso me recordó una pregunta que te hacés en el libro, después de contar acerca de una seguidilla de muertes familiares. Decís “¿Cómo sobrevivir siendo el único sobreviviente?, ¿cómo sobrellevar la seguidilla de pérdidas inimaginables sin la fantasía de ser el próximo en morir joven?” En otra dimensión, obviamente, recuerda la pregunta de Adorno, ¿cómo escribir después de Auschwitz?, ¿cómo y en qué te ayudó escribir después de la tragedia?
Yo me empecé a analizar con Fernando Ulloa mucho después de las muertes. Pero, cuando salió este tema en las primeras sesiones, él quedó muy impresionado, muy sorprendido. Hasta ese momento, yo había asociado esa historia a la casualidad, al sufrimiento, pero él me marcó este punto: “vos sos un sobreviviente.” Y yo, hasta los cuarenta y cinco o cincuenta años, no fui consciente de ese lugar. No sé si influyó en la escritura del libro, indudablemente, me encantaría que mis muertos estuvieran vivos y pudieran leer, sobre todo, la parte del libro en que escribo sobre mi novela familiar. Me encantaría que mi suegro pudiera leer “Los tres comunistas”, porque uno de esos tres era él. Sí, me encantaría que todos ellos fueran testigos de ese reconocimiento escrito. Pero no están, ninguno está.
Vos señalás en el libro: “Todo lo concerniente a la Segunda Guerra Mundial me conmueve. Esa época se ha convertido en la referencia constante para mi concepción de la política.” ¿Tiene alguna relación esta preferencia con la idea del sobreviviente? Ya que mucho de lo que sabemos de los campos, por ejemplo, viene de relatos de sobrevivientes…
Honestamente, no. En realidad, lo que me conmueve de la Segunda Guerra Mundial lo relaciono con cierta fascinación por el mal. Fascinación, no consustanciación con el mal. La fascinación es algo que uno no puede racionalizar. Obviamente, no me gustan los nazis, pero me gustan las películas de nazis, quizás porque aquella era una época donde todo se planteaba muy en blanco o negro y, en ese marco, resultaba muy reconfortante estar del lado opuesto a ellos. Pero insisto, también está la fascinación. Esto me pasó leyendo “Las benévolas”, una novela de Jonathan Littell que cuenta la historia desde el punto de vista de un nazi, bien jodido. Creo que ahí está la época en que mis viejos eran jóvenes, se conocieron y se casaron, la época en que ser comunista era algo casi natural que significaba apostar al futuro de la humanidad.
¿Viviste alguna experiencia del mal que puedas contarnos?
Sin puntualizar, una experiencia tremenda es la de enfrentarte a alguien que no te hace un daño a vos, pero vos sabés perfectamente que le está haciendo daño a otros y no podés o no te atrevés a enfrentarlo. Fernando Ulloa llamó a esto “la encerrona trágica”, no podés salir, estás atrapado.
DUERMEVELA
“La noche nos agarra un pie, /nos clava en un árbol, /cuando abrimos los ojos /ya no podemos ver al gato dormido. /El gato está escarbando la tierra, /ha fabricado un agujero húmedo. /Lo acariciamos con rapidez, /pero ha tenido tiempo para tapar el agujero. Hace trampa /y esconde de nuevo a la noche.”
“Doble noche”, José Lezama Lima
“Nada más animal /que una conciencia limpia /en el tercer planeta del Sol.”
Wislawa Szymborska
En tu libro nombrás a Frans de Waal y a sus experiencias con chimpancés y bonobos. Uno tiende a pensar que, en una sociedad más sensible, ese texto debería generar una importante conmoción, por empezar, con respecto a la idea que tenemos sobre nosotros mismos como especie. En ese texto De Waal observa, en esos animales, valoraciones no atribuibles al instinto…
En primer lugar, hay que aclarar que el ser humano es una continuidad de la evolución biológica zoológica. Tenemos propiedades muy particulares, pero no únicas, sino -de alguna manera- desarrolladas en mayor medida. La inteligencia no es exclusividad nuestra y, lo sabemos ahora, la distinción entre el bien y el mal tampoco. Lo que más me interesa es refutar el darwinismo social, refutarlo al revés. El hecho de que se justifique el mal llevado a cabo por humanos, en función de comportamientos instintivos me parece una aberración. Porque si hay algo que tenemos los humanos es la capacidad de subvertir el instinto. Pero eso no implica que la distinción entre el bien y el mal no sea consecuencia de una organización social, y esto vale para animales y para humanos. Creo que todos los ejemplos que da Frans de Waal, a quien he leído hace unos pocos años, fueron un gran descubrimiento que, por cierto, echa por tierra todo tipo de pensamiento dogmático sobre diseño inteligente y sobre propiedades emergentes exclusivas de los humanos. Eso, siempre y cuando pensemos en un esquema donde no simplifiquemos, al punto de afirmar que somos una repetición de lo que hacen los animales. Es al revés: los animales ya esbozan algún tipo de comportamiento que está muy desarrollado en los humanos, y no es instintivo.
¿Qué sería exactamente el instinto?
Es aquello que, determinado genéticamente, se da de manera estereotipada, tiene muy poca influencia del medio y funciona casi como estímulo-respuesta. Aparte, se hereda, no se aprende. Ahora bien, muchas reacciones animales son consecuencia de la inteligencia. Alex Kacelnik, el biólogo argentino, demostró que los cuervos de Nueva Caledonia tienen inteligencia. Si se los cría en cautiverio, sin que ningún otro cuervo les haya enseñado nada -porque la enseñanza existe en los animales- son capaces de tomar un alambre, razonar, doblarlo y usarlo como gancho para pescar un balde con semillas del fondo de un tubo al que no pueden acceder sólo con su pico. Eso no es instintivo, no está impreso en los genes y tampoco es aprendido, nadie se los enseñó. Eso es la capacidad de una red neuronal compleja para resolver un problema no planteado previamente. Y es algo que tampoco se hereda. En mi libro menciono también el sentimiento de culpa entre los animales. En el texto de De Waal hay un ejemplo de un bonobo que ataca y le arranca un dedo a su cuidadora del zoológico. Quince años después, la cuidadora regresa a la jaula del bonobo y lo primero que hace el animal es fijarse en la mano de la mujer, para ver si tiene o no ese dedo perdido. De Waal sugiere que los bonobos son conscientes de las consecuencias de sus actos. Hay allí vergüenza, culpa y empatía esbozadas.
¿Hay pensamiento?
Sí. Y yo me imagino el pensamiento animal como una especie de semi vigilia. No con la tensión de la conciencia de los humanos, que reprime el inconsciente. Me lo imagino como un estado más fluido entre el consciente y el inconsciente. Pero es una especulación.
Sin conciencia de la propia conciencia.
Claro, lo que los humanos tenemos es la conciencia de nuestra propia muerte.
Vuelve el tema de la muerte. En relación a eso, sabemos de tu posición anti teológica, de tu resquemor ante la palabra ‘creencia’. Más allá de esto, ¿cuál es tu relación con la muerte?
De niño, era inexistente. En todo caso, consistía nomás que en el temor de todo niño. Tendría siete u ocho años, cuando se murió un tío abuelo, que vivía en el mismo edificio que yo. La cercanía de un posible velorio, la gente que entraba y hablaba bajito, alguno que lloraba, toda esa escenografía que rodeaba a la muerte me daba miedo como a cualquiera. Ahora, si pienso en muertes más cercanas, la primera que se murió, mi vieja. Fue muy doloroso, aunque consideré -de alguna manera- que se trató de un accidente de la vida. Pero cuando empezaron a venir las otras muertes, evidentemente, algo mellaron en mí, más que nada, cuando antes de que se muriera mi viejo, mi hermana del medio tuvo cáncer, al igual que lo había tenido mi vieja. Yo estaba en Oxford y me agarró una depresión tremenda. Tenía treinta años, fui a analizarme y entendí que, por primera vez y a través de las muertes de los otros, me daba cuenta de la posibilidad de mi propia muerte. Esa conciencia me acompaña desde entonces.
LA AMANTE TARDÍA
“¿Qué versos que calaran hondo /no venían, de esos que nadie escribe, /que están escritos ya, /que inventan al poeta que los dice? Porque los versos no se inventan, /los versos vienen y se forman /en el instante justo de quietud /que se consigue, /cuando se está a la escucha /como nunca.”
“Para que se fuera la mosca”, Fabio Morábito
Me quedé con la palabra fascinación, que antes referiste al mal. No quiero dejar de tocar el tema de tu fascinación con las palabras y con el lenguaje. En la comunidad científica, que nosotros no conocemos, ¿se considera al lenguaje una problemática?, ¿se reflexiona sobre el lenguaje?
Depende de la disciplina, hay de todo. Hay gente que tiene reflexiones de tipo cultural o social muy profundas y otras personas que tienen una conexión con el trabajo científico mucho más monodirigida, monotemática y simple. Conozco de todo, no puedo decir que haya un modus operandi natural de los científicos respecto del lenguaje. Hay un punto de contacto con el lenguaje que es obligatorio: físicos, químicos, biólogos, geólogos, nos comunicamos y escribimos nuestros trabajos constantemente en inglés. Entonces tenemos que saber expresarnos adecuadamente en esa lengua de forma oral y por escrito. Nadie manda a traducir un trabajo para publicar a otra persona, lo escribe en inglés y después podrá o no haber otro que sabe más y se lo corrige. Nosotros pocas veces informamos nuestros hallazgos en castellano.
Otra entrevistada para este número, la psicoanalista Débora Tajer, plantea el debate por un psicoanálisis post patriarcal, post heteronormativo y postcolonial. Con lo postcolonial, entre otras cosas refiere a pensar desde Latinoamérica. Me preguntaba cómo es esto de que, en la biología o las ciencias naturales, se escribe necesariamente en inglés.
Es una cuestión práctica. En la mayoría de los casos, es imposible que te lean si no escribís inglés. En China, el país que más ciencia produce en este momento –y casi te diría que la va a ganar la competencia en calidad a los Estados Unidos- escriben en inglés. En uno de los cursos de latín que doy, cuando enseño nomenclatura botánica, lo primero que hago es tomar al azar un párrafo en inglés y después muestro el mismo párrafo marcando en rojo las palabras de origen latino. Son el 40%. Entonces, no pienso que sea colonialismo. De hecho, ahora en pandemia, los trabajos de Andrea Gamarnik aplicados a la detección de anticuerpos se publicaron en inglés. Es la lengua franca. Uno puede ser mucho más sumiso a los mandatos del imperio, incluso publicando en castellano.
Retomando el asunto sobre la reflexión de las palabras, la pregunta iba más en la dirección de si existen en el ámbito científico disputas de lenguaje. Por ejemplo, la palabra “epigenética” tiene una carga, una historia, una semántica, hay creación de lenguaje…
Hay disputas de lenguaje y de contenidos. Por ejemplo, la palabra epigenética es utilizada masivamente por los biólogos moleculares de una manera sensu lato, en un sentido amplio, que no corresponde con su sentido estricto, con su sensu stricto, es decir, en casos donde existen cambios genéticos heredables. Entonces, salimos de la definición estricta a una definición amplia. Ese tipo de disputas de interpretación de los neologismos también ocurre en el terreno de las ciencias naturales, no están exentas de ese problema.
¿Y cuál es tu relación con la poesía, con lo poético?
De joven solo había leído a Lorca. Ahora hay ciertos autores puntuales que me conmueven. Así que se trata de una relación tardía, sobre todo, comparada con mi amor por el cine o por la música clásica. Pero, a pesar de ser un amor no muy cultivado, aún, es muy disfrutable en los momentos en que me encuentro con él. Yo creo mucho en la prosa poética, lo he tratado de hacer, no sé si lo logré. En ese sentido recomiendo “Seda” de Baricco, que lo acabo de releer en castellano. Aclaro esto porque yo nunca leo traducciones de los idiomas que hablo, más que nada, porque las traducciones son hechas en España, cuyo castellano me produce extrañamiento, salvo en casos puntuales como el de Javier Marías. Por eso no leo a Murakami . Porque no sé japonés, sólo está traducido por españoles y no me imagino a un Murakami que diga “follar”. Quizás lo leeré el día que lo traduzcan aquí o en México, por ejemplo, cuyo castellano me encanta. Ellos dicen “coger” igual que acá y, aunque digan “platicar” por “charlar”, es un lenguaje que siento mucho más cercano. En cambio, al español de España lo siento muy distante, casi rechazante. Pero, para regresar a la pregunta, me llevo bien con la poesía, no soy un experto ni un gran lector. La carta a Chico Buarque incluida en mi libro la escribí primero en portugués y luego la traduje al castellano. Él dice que es letrista de canciones y yo lo refuto, creo que es un gran poeta. De hecho, ganó el Premio Camoes, entonces alguien más que yo debe pensar que es un poeta.
TURQUESA, VERDE, BLANCO, EVIDENTEMENTE
“Me he creado eco y abismo, pensando. Me he multiplicado profundizándome. El más pequeño episodio -una alteración que sale de la luz, la caída enrollada de una hoja seca, el pétalo que se despega amarillecido, la voz del otro lado del muro o los pasos de quien la dice junto a los de quien la debe escuchar, el portón entreabierto de la quinta vieja, el patio que se abre con un arco de las casas aglomeradas a la luz de la luna-, todas estas cosas, que no me pertenecen, me prenden la meditación sensible con lazos de resonancia y de añoranza. En cada una de esas sensaciones soy otro.”
“Libro del desasosiego”, Fernando Pessoa
En relación a lo poético, en tu libro hay un párrafo que me pareció muy bello: “La combinación del turquesa profundo del lago, el verde del bosque patagónico en las laderas de las montañas y el blanco de la nieve de sus cimas me hizo sentir por primera vez que ese era mi lugar en el mundo. El éxtasis aumentó cuando navegamos el río Arrayanes, que conecta el Futalaufquen con el verde. y comprobé que su trasparencia permitía ver el lecho a ocho metros de profundidad. Nada pudo superar la conmoción que me provocó aquel paisaje. Nada.”
Todavía vivo esa emoción inesperada, tan inesperada como la pasión por la biología, que me nació cuando tenía dieciséis años, cuando antes no tenía ni idea de qué era una célula. De repente, pasé de no saber a amar eso que ignoraba. Con el deslumbramiento del lago Futalaufquen y el río Arrayanes me pasó lo mismo.
Esto que irrumpe y propone un nuevo camino se contrapone con tu relato acerca de cómo fuiste cumpliendo, a rajatabla, los pasos que te propusiste para tu carrera profesional. De pronto, la belleza aparece como lo que se da fuera de plan. Pensaba si estas conmociones vinculadas a la belleza te aportan alguna evidencia -palabra en la que insistís mucho en tu libro- aunque no sea de tipo científico.
La experiencia de la belleza implica una transformación física en base a un estímulo que produce mucho placer. Soy muy permeable a eso. No se trata de una creencia, que asocio a un valor negativo, y no solamente en la dimensión religiosa. Desconfío de las creencias, en general. No de la belleza ni de las emociones. En el libro menciono el llanto de mi mujer y el mío, cuando Cristina dio su discurso de despedida. Yo no fui a llorar a la Plaza de mayo, fue algo que no esperaba.
Vuelvo al tema de la evidencia. Al referirte a la vieja pregunta sobre qué fue primero si el huevo o la gallina, en el libro concluís en que, obviamente, el huevo fue primero, ¿no hay algo de creencia en eso?
No, porque hubiera dicho “creo que fue primero el huevo.” Lo digo con cierto grado de afirmación científica que no ha sido refutada.
Una afirmación así, ¿qué evidencia implica?
La evidencia es lo que los sentidos perciben o lo que el razonamiento lógico desarrolla. Eso también es fuente de las afirmaciones. Pasa que, cuando un patrón se repite sistemáticamente, la probabilidad estadística de que eso no haya sido así es muy baja. Por supuesto que toda afirmación científica está sujeta a testeo y a refutabilidad. En ese sentido, la ciencia es un conjunto de aproximaciones. En otro de mis libros, “La humanidad del genoma”, hablé sobre la influencia de la subjetividad. Uno siempre está alerta a que sus afirmaciones pueden ser refutadas. Mientras no lo son, igualmente las hace con cautela. Ese es el mecanismo.
DE GOLPE Y PORRAZO
“La lengua me lleva /por los ríos turbulentos /de la infancia /la infancia no me vio crecer, /me construí con las sobras /de la marea alta.”
“Fugas”, Natalia Litvinova
Retomando lo de tu planificación profesional a partir de los dieciséis años, ¿cómo te jugó tu origen comunista en la carrera?
En mi vida fue un punto de apoyo fundamental, coincidiendo con la posición de mi mujer y de su familia, porque mis padres ya habían muerto. Fue un apoyo que no siempre pude sacar a la luz, aunque quienes me rodeaban siempre supieron cuáles eran mis ideas. Lo cierto es que ahora no tengo nada que ocultar, ningún problema en sacarlo a luz. Las miserias que tuvieron los sistemas socialistas o el propio Partido Comunista argentino se me achican respecto de las miserias que tuvieron otros sistemas y otros partidos. Yo no tomo el ideario comunista como una meta, lo veo como un camino y, en cierta medida, como un posicionamiento de valores frente al mundo. Ahora, ¿cómo funcionó en mi carrera? Bueno, cuando estaba en la Facultad, éramos muy aliados de la JP, fueron momentos de intensas vivencias. Después, con la dictadura, evidentemente, yo no coincidía con la caracterización del PC sobre Videla y me alejé. Pero, a la vez, me encerré en mis actividades, me retiré de lo público porque eran épocas de desapariciones. Sin embargo, en Campomar, yo no era el único que venía del PC, estaban Alejandro Mentaberry y Mariano Levin. La gente sabía, pero no se hablaba, como pasó en muchos ámbitos durante la dictadura. La madre de un amigo muy cercano, una mujer muy joven y militante, fue secuestrada en la dictadura y aún se encuentra desaparecida. Nosotros nos veíamos con mi amigo y su esposa todos los sábados. Comíamos, cocinábamos, charlábamos, íbamos al cine y… no hablábamos de la mamá. Apenas yo le preguntaba, “¿sabés algo?”, él me decía que no, y asunto cerrado. Y esto tiene que ver con lo que conversábamos antes sobre los sobrevivientes: la auto-represión llegaba a tal punto que no hablabas con tu amigo íntimo de la desaparición de su madre, porque en la fantasía se jugaba perder la propia vida.
¿Y cómo te encontraste con el kirschnerismo?
Suelo decir que soy más kirchnerista ahora que durante el kirchnerismo. Después de la experiencia del macrismo y, con todas las dificultades actuales, creo que Cristina y su relación con la gente sintetizan y me dan la oportunidad de revivir esa pasión de la adolescencia. Eso se manifestó cuando, junto al grupo de investigadores congregados en CyTA (Ciencia y Técnica Argentinas), escribíamos llamamientos contra las políticas macristas. Eso fue una especie de renacimiento de una forma de militancia y vida política.
Hablando de sobrevivientes, recuerdo otro momento muy poético de tu texto, ligado a lo que nos parece una “poética del desecho”: “La luna se formó –es una hipótesis- por el choque del planeta Tea con la Tierra. El choque fue de costado, sesgado, y le pagó un porrazo a la entonces incandescente y magmática Tierra, enchastrando con su material el espacio que la circundaba. Ese material terrestre lanzado al espacio formó la luna.”
«La duración de los días» es el texto del libro que más me gusta, sigue un hilo conductor de un libro de divulgación de geología de Robert Hazen, pero también relaciona ese evento con luna de Bertolucci, con de la de Lorca y con la de Lope de Vega. Me encantó esto de que otro planeta, del tamaño de Marte, golpeara sobre la tierra, le arrancara un pedazo y que ese pedazo, vuelto luego polvo espacial concentrado, se transformase en la luna. ¿Por qué me di la libertad de reelaborar un texto de divulgación ya escrito? Originalmente “La duración…” fue un texto encomendado por el escritor Marcelo Cohen para su revista “Otra parte” y él sugirió que podía tratarse de un análisis de lectura. Pero al empezar a escribirlo, el cine y la poesía se infiltraron y el mero relato de divulgación, que habría devenido en una copia de Hazen, se convirtió en otra cosa, en otro registro. Una vez publicado en “Otra parte,” el escritor mexicano Juan Villoro hizo un comentario elogioso en “El País” de España. Es un ejemplo de algo que sospechaba desde chico, no hay creación sin copia. Les voy a confesar una cosa que no está en el libro: yo hago objetos y cuadros de arte conceptual. Y me encanta copiar obras que veo y me gustan. En otro orden, el manuscrito original de mi libro, tenía imágenes. Por ejemplo, cuando el texto habla de “La luna” de Bertolucci, yo incluía una foto de las termas de Caracalla, porque es donde Jill Clayburgh va a cantar la última ópera de la película. Después, mi respuesta a carta a un funcionario oficial, venía acompañada de un casco de fútbol americano. En la carta a mi papá, ponía una foto de mi viejo jovencito, que para mí era significativa. Y Pablo Esteban estaba de acuerdo con todo, pero los editores terminaron diciendo “imágenes no”. Punto.
DE ORIGEN KNISHE
“Enumero una serie de platos de los que no me voy a olvidar, aunque quisiera: blintzes, latkes, kreplaj y knishes; kneidlej, cháchalaj, kigl y kijalaj; mandeburchenik y humentashn; beigalaj y koilich; jolodetz, pastrón, hering, gefilte fish. Y para bajar todo y no enfermarse nunca y crecer sano y fuerte, la panacea universal, directamente de la fuente de Juvencia, la famosa penicilina ídishe: sopa de pollo. Coma de todo y engorde sin culpa. Es un consejo de mis abuelas, de mis tías, de mi mamá y de mi suegra.”
“La cocina judía”, Jorge Schuscheim
Nos gustó la sección titulada “Yo no soy tu bobe”, donde haces hincapié sobre el judaísmo en tu casa, apenas como un asunto de cultura gastronómica.
Cuando digo que no quería faltar al colegio en las fiestas judías, aunque mis hermanas faltaban, se trataba de una toma de posición a mis siete u ocho años. Nadie me decía “nene, andá al colegio” o “nene, no vayas al colegio” ¡Yo no quería utilizar el judaísmo para faltar! ¡Utilizá otra cosa, pero no eso! Usarla habría sido una falsedad. En mi casa no sabían ni dónde queda el templo, no había nada religioso. En el secundario, yo no faltaba en las fiestas judías, pero sí faltaban los González, los Pérez y los Muñoces, o sea, faltaba todo el mundo. Me acuerdo de la profesora de matemáticas, la Ferrari, una mujer que nos parecía mayor para su hábito de jugar al tenis (¡tendría unos 60 años!). Uno de esos días en que por las fiestas judías la clase estaba semi vacía, me dijo, “Kornblihtt, ¿qué hace acá hoy?”, “Profesora, yo soy ateo” Respuesta: “¿Ateo? No, algo hay que ser en la vida.”
En ese mismo texto, te referís a la asimilación como a un valor positivo: “Ese clima de diversidad cultural en el que no había una exigencia de pertenecer a un grupo de un origen en particular es el que mamé en mi infancia y que me hizo ver la asimilación como un valor muy superior a la preservación de las tradiciones judías”. Esta es una mirada opuesta a la valoración que se le suele dar a la asimilación desde el judaísmo tradicionalista, donde resulta el gran peligro, ¿cómo te fue con eso?
Me fue bien. No obstante, hubo un cambio en la sociedad argentina. En la época en que yo iba a la primaria, nadie se fijaba si el apellido era Farah -turco- Goldstein -judío- o Rodríguez -español-. No había en el grado de la primaria ninguna identificación con el origen étnico cultural. Yo crecí en un mundo, donde los judíos comunistas eran sólo judíos gastronómicos y ateos. Tenían algunas costumbres, algunos más otros menos, pero no era conflictivo no tenerlas. El paso del tiempo llevó a un conjunto de esos judíos a recuperar valores religiosos, o por lo menos comunitarios y culturales, que a mí me son ajenos. Y también llevó a una cerrazón. Entonces, en ese contexto, no me queda otra que decir que soy de origen judío, porque los verdaderos judíos son los que sienten el judaísmo. Por obsesivo, un día agarré la Enciclopedia Británica y busqué ‘Judaism’, y allí dice claramente que hay tres vertientes: la continuidad religiosa, la continuidad genética y la continuidad cultural. La religiosa no la tengo. La genética, si la tuviera, renegaría de ella, porque eso es determinismo genético, que raya con el racismo. Y la cultural, más o menos, porque la verdad, tengo tanto de italiano o español como de judío. Y a esto viene la referencia del libro que ustedes citaban: mi abuela me decía “No soy tu bobe, soy tu abuela” y la otra abuela, Juana, había nacido en Entre Ríos en 1899 y no sé si sabía hablar ídish o no. Ahora, volviendo la pregunta, los tiempos han cambiado en Argentina y se ha vuelto mucho más común conocer gente que en la juventud no se hubieran casado por templo y ahora sus hijos lo hacen. Igualmente, veo en esta gente una disociación de las tradiciones religiosas y la creencia en dios. Es decir, muchos respetan una tradición religiosa y no son creyentes. Y después está la cuestión de Israel. Yo fui a Israel dos veces por motivos científicos, es un país que tiene muchas cosas muy buenas. Allí vive una pareja de amigos argentinos. Ellos saben de mi posición, y me dicen: “Bueno, vos, por venir de las tribus originales de lo que hoy es Israel, si vinieras acá, tendrías derecho a ser ciudadano de este país porque éste es un estado judío.” Y ahí está el problema central. Ellos construyeron un Estado donde la continuidad genética -es decir, la raza- es determinante. Entonces, los derechos a la tierra, a los beneficios del Estado y a pertenecer a esa sociedad los tienen quienes, por encima de haber nacido en el lugar o haber luchado por ese país, dicen llevar en sus genes un origen judío. Eso es inadmisible para mí.
Algunas cosas parecen estar cambiando, hay muchos israelíes a favor de un Estado palestino y de una cierta asimilación.
Pero ese conflicto se va a solucionar solamente cuando el Estado de Israel deje de ser un Estado judío y sea un Estado como cualquiera donde, entre otros, viven judíos. La definición de Estado judío es la que imposibilita una solución al conflicto palestino. Está basado en un concepto étnico y, en ese sentido, hay una analogía con el nazismo por la pureza de la raza y el privilegio de los que pertenecen a la raza aria. Todo esto es un absurdo, porque los humanos más puros que hay son los negros del África que no se cruzaron con el Neandertal.
Esto de aferrarse a una identidad no pasa solo con el judaísmo. A veces pasa en el peronismo con el peronómetro, en lo nacional con el argentinómetro, en lo pachamamero con el pachamemómetro y así. ¿Todo eso no es como un restablecimiento de lo que llamás la creencia?
Sí, ¡completamente!
SOBREVIVIR EN LA HUELLA
“Ahora sé que todo es verdad /Moriré en una tarde de verano /Y no me salvará ningún verso /Si vuestros corazones permanecen mudos. /Moriré debajo de un plátano entre cuyas hojas /Se marchita una luna menguante
/Y de mi sangre quedará una leve lontananza /Y no me salvarán quietas figuras
/Que tengan memoria de mi sangre
Y seré nada como ahora /Olvidado en una nube de prácticas /En el cuenco de mi cráneo /Beberán los pájaros mi voz /Y ninguno habrá sabido /Si todo ha sido verdad.”
“No ser”, Giancarlo Micheli, poeta italiano
Notamos una importante afición tuya por el archivo -confeccionas listas de películas, de países que visitaste, de ciudades- y por la genealogía, además de las referencias a la geología y, por supuesto, a la genética, ¿de dónde te viene?
Hay hechos objetivos que indican que no voy a vivir treinta años más. Viviré diez, veinte, no sé, y me pregunto para qué sigo incluyendo películas en listas, quién las va a leer. Pero lo sigo haciendo, casi mecánicamente. No sé de dónde me viene, quizás está relacionado con intercalar, en los procesos que llevan su tiempo y son lentos, otras cosas. Por otra parte, me doy cuenta aquí y ahora de que mis listas no son de bienes poseídos, son de experiencias. No tengo una lista de los libros de mi biblioteca ni de pulóveres de mi ropero. Mis listas son de vivencias, de cosas que vi, de ciudades que visité o libros que leí. Se trata más bien mi acervo interno.
Es una forma de biografía…
Lo es. Así como digo que lo que me aterra de la muerte es que voy a dejar de seguir aprendiendo, me pregunto adónde va el saber que uno tiene. Sé que no va a ningún lado, obviamente, pero la pregunta es por los idiomas que uno habla, por la biología que sabe, por los libros que leyó. Con la muerte, de repente, todo eso desaparece y quizás esas listas sean una especie de herencia, de legado de una parte íntima que no tiene que ver con posesiones.
Lo relaciono con lo que dijiste antes acerca de que, en una época, ser comunista era apostar al futuro de la humanidad. Quizás estas listas busquen eso mismo, ¿hay un ideario que hoy puedas identificar con aquella apuesta?
Es muy difícil. Lo que estamos haciendo ahora, conociéndonos a través de nuestras experiencias y pensamientos, es por lo que vale la pena vivir: compartir con aquellos que tienen valores similares. Por eso digo que los valores no son algo anexo o superficial.
Las listas parecen como huellas de intensidades vividas…
Son un poco como el título de la autobiografía de Neruda, “Confieso que he vivido”, y acá está una parte de eso. Otra parte será el recuerdo de quienes me conocieron, me quisieron. Pero sí, confieso que he vivido.
A RIENDA SUELTA
“Hervé Joncour sabía de las investigaciones de Pasteur y había leído las noticias que llegaban del Japón, pero siempre se había negado a comentarlas. Prefería emplear su tiempo en retocar el proyecto de parque que quería construir en torno a su casa. En un rincón escondido de su despacho conservaba una hoja de papel doblada en cuatro, con unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro, tinta negra. Tenía una considerable cuenta en el banco, llevaba una vida tranquila y albergaba la razonable ilusión de convertirse pronto en padre. Cuando Baldabiou levantó la mirada hacia él, lo que dijo fue: Decide tú, Baldabiou.”
“Seda”, Alessandro Baricco
En “La humanidad del genoma” te enfrentás al relativismo cognitivo, donde la verdad está validada, según cuántos la sostengan. Parecería que la mayoría de la población tiene el pensamiento tercerizado, ¿cómo ves el futuro, en estas condiciones?
Creo que es espasmódico. En los Estados Unidos, ese país que parece imposible para el surgimiento de sectores progresistas, van surgiendo voces. La izquierda norteamericana tiene su historia. Por eso digo que el ideal de izquierda es un camino. Mi deber, si es que lo hay, es transitarlo. Hay quienes lo ven como una cuestión mística, parte del peronismo es ejemplo de esto, pero yo no voy por ese lado. Me parece que, con distintas tonalidades, el mundo que yo quiero no va a ser uniforme ni va a llegar mañana, pero eso no impide que transitemos por ese camino. Eso es la vida. Hay errores, claro: que los sectores progresistas, más allá de Página/12, no tengamos un canal de televisión o un periódico que sea masivo y penetrante, es un error grave. Sobre todo, frente al comportamiento de diarios como La Nación. A ver: lo que dice La Nación y cómo titula es perverso, lo sé. Pero más perverso es permitir la cloaca de comentarios de los lectores debajo de los artículos. Es una definición ética permitir esa cloaca sin fundamento alguno. Allí se expresa lo mismo que podría expresarse en la tribuna de la cancha, donde tenés el amor incondicional por un equipo de fútbol y todos los males provienen del lineman, del árbitro o del equipo contrario. Me sorprende que una derecha supuestamente ilustrada, como la que dirige el diario La Nación, no ponga un límite a eso. Es evidente que, si no tiene límite en ese punto, no lo va a tener en nada. Ahora, vuelvo a tu pregunta: en este contexto, no puedo decir cómo va a ser el futuro. Hay que seguir transitando, no hay otra opción.
El tema de este número de nuestra revista es la potencia. Pienso en la potencia de lo colectivo, que está presente en varias partes de tu libro, de forma más o menos directa. Entre todas, recuerdo ahora el caso de dos bacterias, donde una engulle a la otra, pero en lugar de digerirla, ambas logran coexistir beneficiándose mutuamente, en simbiosis. ¿Qué es lo singular de hacer con los otros? ¿Cuál fue tu experiencia de encontrar la potencia de lo colectivo, más allá de lo que contás de los campamentos del Nacional Buenos Aires?
Los campamentos tenían eso, no todos la pasaban bien con aquello de lavar y lavarse sus cosas, con ese grado de Komsomol soviético, que no era tan así, pero que alguno podía sentir como opuesto a la libertad individualista de estar con tus viejos en Mar del Plata o en Punta del Este. Yo elijo lo colectivo siempre. Lo mismo en la investigación. La dinámica de las ciencias naturales se diferencia de la de las ciencias sociales en que, en general, la producción de las ciencias sociales es individual. Pese a que se discute, finalmente, el libro o el artículo es valorado si tiene uno o pocos autores. En nuestro terreno no es así, todo lo contrario. El primer autor es el joven en formación que hizo la mayor parte del trabajo y el último es quien dirigió, orientó y discutió los experimentos y guió al primer autor. En el medio, van otros que colaboraron en diferentes áreas del trabajo. La gran discusión es que, dada esta dinámica grupal, hay una mala praxis que pone en el medio a gente que no hizo nada para que tenga un renglón en su currículum, todo un tema ético. El punto es que lo colectivo tiene que ser real, la participación tiene que ser genuina, no puede ser un rebaño, sino un todo donde cada uno aporta algo, sea material o intelectual. Hay también, en nuestro instituto y en buena parte del resto, una dinámica democrática en la que funciona el Consejo Interno del Instituto. Ahí plantemos una medida que puede ser criticada, rebotada o remodelada por el resto. No existe ni en la ciencia ni en la gestión de la ciencia el principio de autoridad, al menos, en teoría. En la práctica, sin embargo, no puedo desconocer que entre los científicos hay muchos autoritarios.
Uno imagina que en la ciencia hay más veleidades, más disputas.
Las hay. Hay una figura en inglés de un tipo de director de grupo, que es el ‘slave driver’, el que dirige esclavos. Ulloa, al hablar de este tema, me comentó un aforismo de Nietzsche, que decía algo así: si querés tener discípulos, tenés que tener las riendas sueltas, si no, tendrás súbditos o esclavos. ¿Y qué es tener las riendas sueltas? Guiar, pero no imponer. Escuchar para ver si lo colectivo aporta a la idea que el director tiene. Esto lo aprendí de mis maestros, en particular de Baralle, el argentino que está en Europa y me formó en biología molecular cuando hice el post doctorado en Inglaterra. Cuando yo iba a consultarle por alguna duda sobre cómo continuar con un experimento, él no me decía “hacé esto”, me decía “si yo fuera vos, haría esto.” Entonces, yo tomaba la decisión, incluso a riesgo de equivocarme y a sabiendas de que él tenía una posición. Eso es fundamental. Mantener las riendas sueltas.
(*) Agradecemos a Alberto Kornblihtt el generoso envío de todas las imágenes que acompañan esta nota.