Sobre “Lola Mora”, un ángel audaz, Teatro Payró (San Martín 766), domingos a las 20 h.s
Por Gabriela Stoppelman
Un recorte de tiempo, una porción de Italia que siempre llega hasta a la orilla. La mirada que se invagina hacia una geografía donde la ilusión podía encenderse. Al fondo, la escultura se estira en sus contornos y agita la piedra. No importa qué diga el joven amante cansado del amor. Lola Mora sabe que es solo cuestión de tiempo. Viento tras viento, desborde tras desborde, y no hay roca que no devenga en arenal. Pero, si el destino es arena, el porvenir- esa pequeña franja de transcurso bautizada con nuestro nombre- será de nuestras manos.
Mientas las manos no se cansen, no habrá desborde.
Mientras las manos no se cansen, no habrá sequía.
Sobrevendrán abandonos, ausencias, abrazos malqueridos, envidias, juicios. Nos pisará los huesos la vejez y detrás de todas las puertas husmearán cuidadoras que nos descuiden. La soledad tomará otros contornos. Se tornará más rígida, más fláccida, más dependiente.
Pero, mientras las manos no se cansen, habrá una forma dentro de la piedra. Podremos ser el mar que, con infinita paciencia, lame sus granos, pule sus cristales.
Sin embargo, ¿qué será de nuestra cantera cuando sobrevenga el cansancio?
UN VACÍO ENORME
Las Capitales son todas condenas. Federales o no, siempre resultan el centro neurálgico de la habladuría. El pensamiento se desgrana en sensacionalismo. Mientas tanto, las huelgas se multiplican, el anarquismo se organiza, el cuerpo de Gardel regresa al país duro y descompuesto, como el tiempo precipitado en el futuro de una piedra. Todo eso arma el fondo coreográfico de “las noticias”. Pero no es lo que importa. Lo que importa es con quién revuelca su cuerpo Lola Mora. Importa la diferencia de edad con su amante, la audacia de poner las siluetas a asolearse en una fuente, el coraje de proponer planos para una ciudad que se levanta sobre arbitrariedades e improvisaciones. Importa aquello que, al retumbar tanto en los oídos, se denuncia inconsistente.
Lola tiene las manos cansadas de los años. Lola, en su encierro capital. Por dentro, el mar no lagrimea. Por fuera, una enorme nube, memoria drenada de pasado, amnesia agria. Formas macizas del vacío.
DESNUDOS
Imaginate el mundo al desnudo. Las calles con sus cloacas y su esqueleto al aire. Los edificios, con sus pilares, sus muros y sus vigas muy expuestas. El ladrillo y su cresta de cemento, arena y barro. La madera y su conspiración con la humedad. Imaginate si el cielo se desvistiera por fin de su ropita celeste y mostrara la inmensidad de explosiones, universos en llamas, distancias infinitas de materia oscura y gusanos de tiempo.
O mejor, por un instante, pensá en los barrios paquetes del lado del revés de su maquillaje. Panzas y culos pegoteados a las sillas, apenas retenidos por el canto enmudecido de una mesa, los licores pegoteados a las recatadas pieles, el sexo agitado de todas las vidas fantaseadas, el sexo y el deseo, con su menú audaz.
O mejor aún: imagínate si pudiéramos, por unos días, retorcer las argucias de las palabras, dejar el lenguaje del cuerpo y de la piedra sin adornos ni estrategias. Imaginate las formas descosidas del silencio, la piedra liberada de su historia tosca y maciza.
Imaginate, solo por un segundo, las ventajas y los peligros de cualquier desnudez.
LAS OTRAS CARTAS
Querida Lola:
Te escribo desde esta orilla, con la ilusión de estar frente a un recorte de mar, que sea justo el que vive detrás de tus ojos. Un día toda esa agua será lágrima. Pero festiva. Un día por fin los cuerpos se tomarán entre las manos, se lavarán de cansancio. Habrá para ellos buen alivio. Ni la piedad de las cuidadoras ni la desesperación de la muerte. Un día habrá en que la pasión del hacer se haga poema, escultura, cuadro, mural, y el amor tome las formas de los frágiles artesanos de las búsquedas. Los romances dolientes tendrán su cupo en las estanterías y en los museos, pero habrán perdido su prepotencia, su avidez de eclipse.
Un día, vendrá, acá a la vuelta nomás, quién te dice, Lola, en que cuidaremos el papel, el pulso, el remitente. Volverá la palabra a ser caricia, cresta de la ola, curva audaz de la piedra. Los ángeles dejarán sus alitas, y serán la carne, la maza, caliza generosa que, a la orilla de los ojos, abra las compuertas, y nos deje por fin llorar de potente alegría.
Dramaturgia: Carlos Vittorello
Intérpretes:Hugo Cosiansi, Maria Marchi, Junior Pisanu Diseño de vestuario:Susana Zilbervarg Adea
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