Joan Miró

El lado B: sobre los discos y otros soportes de la música.

Por Lourdes Landeira

 

EL ROMANCE DE LA PÚA Y EL HIT

Joan Miró
Joan Miró

El momento de soltar la púa entre el pulgar y el índice de mi mano derecha era intenso. Tenía miedo de que cayera mal y se arruinara alguna canción. A veces me ayudaba con el dedo medio, para darle más cuerpo al movimiento. Ya antes había tenido que sacarlo de la caja-sobre con las manos en sus bordes, sin tocar  las caras. Debía evitar que se rayara, de lo contrario, los sonidos no serían los esperados. Algo parecido a un chirrido incomprensible reemplazaría a la música elegida. Previo a colocarlo en la bandeja, lo había soplado para sacudirle el polvo, para que ninguna partícula lo detuviera al girar. Para que no se repitiera hasta el cansancio en su propia grieta.

Tuve pocos simples, casi todos fueron long play. Los simples eran más trabajosos. Una canción y a darlo vuelta con las precauciones de siempre. Fue un alivio que aparecieran las púas automáticas, caían solas en la ranura justa para comenzar a andar. Siempre escuchaba primero el lado A. Ahí estaba el tema más reproducido, aunque no necesariamente el más producido. Ese que, por algún motivo, “pegaba”.

 

LAS PENAS BIFRONTES

El aparato reproductor casi siempre estaba en los livings de las casas. Sobre un mueble, cuando no venía con mueble incorporado. Así que se debía permanecer en ese ambiente. Sentarse a escuchar. ¿Y qué había del otro lado? Muchas veces, un misterio, pocos lo daban vuelta y el contenido podía mantenerse virgen hasta el abandono. Otras veces, ahí estaba el tema que le gustaba al artista, más allá del éxito y la aceptación masiva.

La cosa es que, con dos lados , uno estaba mejor categorizado que el otro. La A, siempre está antes de la B. Lo que llega antes, se presupone, es más valioso, más importante. No sé quién determinó que así fuera. ¿Era necesario jerarquizar a los lados? ¿No podrían, acaso, haberse llamado por su nombre? Así, cada oyente hubiera manipulado  su escucha de acuerdo a su gusto o, simplemente, al azar.

mujer-con-sombrero-picasso
Mujer con sombrero – Pablo Picasso

Recuerdo particularmente un long play. Una vez cumplida la ceremonia de puesta en marcha, la letra fluía entre instrumentos y yo decía la letra sobre ellos. Me encantaba esta parte: “sabes muy bien, que las penas vienen y van y desaparecen”. Lo creía. Mucho más tarde, supe que sí vienen y van, pero nunca desaparecen. Un lado de ellas se obstina silencioso en algún lado de nuestro transcurrir. Claro, era Abba y su Chiquitita. Dicen que fue el disco sencillo más vendido en la historia de América Latina. Del otro lado de la famosa canción estaba “Lovelight”, ¿la recuerdan? Como sea, el mío era long play -larga duración, entre nosotros- y hasta ahí llega mi memoria.

 

LA CINTA MUESTRA LA HILACHA

Muy pronto llegaron los casetes. De dos lados, también. La jerarquía se mantenía intacta. Aunque ahora, dos dedos resultaban suficientes para manipularlos. No había problemas con las rajaduras. En general. Adentro estaba la cinta con la grabación, pero, algo de ella quedaba expuesto, así los reproductores podían leerla. Y esa mínima parte debía ser cuidada. La miraba por una abertura en su parte inferior. ¿O era la superior? No lo sé, siempre me confundió el asunto.

Jackson Pollock
Jackson Pollock

El riesgo era el enredo. Casi siempre, mientras la cinta no se cortara, podía volverse a su lugar, a esconderse bajo los plásticos contenedores. Y la gran novedad: con los casetes y sus reproductores, llegaron también los grabadores y los casetes vírgenes -con el soporte, pero sin el sonido-. Una cinta negra, en blanco. Cualquiera podía apretar REC y dejar en ella registro de los sonidos del ambiente, con todo lo que implica. Lo registrado en la cinta ahí quedaba, completo, sin recortes ni añadiduras. Hasta que llegó el doble casetera. Entonces sí, la información se pasaba de modo directo, todo sucedía en el interior sin ser contaminado y se obtenía una réplica del original o de una copia o de una copia de copia.

Para darlo vuelta se usaba toda la mano. También, para nombrar cada una de sus caras, muchas veces con la misma lapicera usada para enrollar hacia adentro el enredo expuesto a la superficie.

 

ME GUSTA TU WALK MAN

Triángulo azul . Vasili Kandinski
Triángulo azul . Vasili Kandinski

Por supuesto, eso no fue todo. Los equipos se achicaron más y más, hasta la versión portátil. Antes, para escuchar música mientras se caminaba por la calle, se llevaba una radio pegada a la oreja, o un grabador en la mano. De esa manera, uno le prepoteaba su propia música al resto del mundo, a todo ser que anduviera en las cercanías. Luego, las versiones móviles permitieron que cada quien saliera al espacio público conectado a través de un cable a su propia música, sin perturbar ni ser perturbado por la de los otros. Seguro, alguna arista se perdió ante tanta intimidad. Quizás hubo quien se atemorizó ante esa secreta música que acompañaba al otro. Así habrá sido que se los comenzó a demonizar. Decían que si pasabas la cinta al revés, en lugar de una canción infantil -“arriba los bajitos”, gritaba Xuxa en español-, ibas a escuchar mensajes satánicos que dañarían a las inocentes mentes infantiles y también a las otras. La versión no prosperó y los soportes continuaron su camino.

 

UN LADO PARA EL VACÍO

Así fue cómo llegó el CD, compact disc, disco compacto, según la preferencia de quien lo pronuncia. ¿Los lados? Allí estaban, pero no eran iguales. Uno extremadamente liso y otro, con una leve diferencia de color. Otra vez se imponía el viejo cuidado de no rayar. La manipulación volvió a complicarse. Solo tocar los bordes e introducirlo en el equipo reproductor con su orificio en el centro del equipo diseñado a tal efecto y cerrar la tapa. Esto, lo diferenciaba de los viejos discos que, mientras sonaban, se exhibían en su giros. Los cd, en cambio, quedaban ocultos, daban vueltas y vueltas en su plateada oscuridad. De lapiceras ni hablar, usar una sobre ellos era dañarlos. Sin embargo, pronto aparecieron los marcadores indelebles, capaces de recorrer su superficie sin que nada en el interior se perturbara. Quedar allí, para siempre.

Vasili Kandinsdy
Vasili Kandinsdy

Hubo también utilización de etiquetas. Se las podía escribir con el instrumento que cada quien deseara y luego pegarlas en una de sus caras. No cualquiera, claro. Solo podía hacerse sobre la no escrita con acordes invisibles. Porque ahí, la gran novedad. No se debían dar vuelta. Del otro lado no había nada. Solo un espacio vacío, inescindible, pronto a ser invadido. De modo personal -si se trataba de un virgen- o de acuerdo a las reglas de marketing que estampaban sobre ellos la imagen “pegadora” -si se trataba de un original-. Ahora pienso en las semejanzas y diferencias entre virgen y original. Caigo en la cuenta: no conozco gente que guarde como reliquias los casetes. Sin embargo, aquellos primeros discos, esos que nunca se nos dieron en formato virgen, son atesorados en muchos hogares.

 

UN FANTASMA RECORRE MI OÍDO

Ir a la disquería, comprar “Rabo de nube”, de Silvio Rodríguez, llevarlo a casa y sentarse a disfrutar. Toda una ceremonia de aquellos tiempos.

Pablo Picasso
Pablo Picasso

Mientras yo me deleitaba, la tecnología siguió su marcha, los cambios comenzaron a sucederse cada vez más veloces. El camino hacia la desmaterialización fue y es inevitable. Ya no puedo identificar un tema representativo de mi ipad, de mi mp de distintos números, de la carpeta de algún pendrive. Lo aleatorio parece estar ganando la historia de un solo lado. Hay “sitios” alojados en ningún lugar. Allí, donde algo sin manos selecciona, combina, se mete dentro de mí para organizar mis preferencias. Me pregunto si: “un barredor de tristezas, un aguacero en venganza que cuando escampe parezca nuestra esperanza”, sonará igual si no viene después de “ vamos a andar, con todas las banderas, trenzadas de manera, que no haya soledad”. Y si no precede a “Y a mí me escarba la ansiedad, me escarba hondo, acá, en lo blando.”

Me respondo: no. El artista creó el álbum, entretejió los temas con un hilito de sentido que los aglutina y hace pertenecer a ese todo, mientras se aferran a su singularidad. A veces no alcanza, el hilo se queda corto y el artista saca el dos, tres.

 

UN VOLUMEN INCALCULABLE

Sigo pensando: álbum, volumen. ¿Por qué estas palabras aplican para los discos? Dicen que, cuando no había más que simples, la gente los guardaba en álbumes según algún criterio bibliotecario: por orden de aparición, por autor, por preferencia, por tema, por nada. La imagen de dar vuelta discos de una sola canción que se sucedían como hojas de papel, enfundados en folios transparentes, habría dado lugar a la nominación álbum. No sé por qué volumen -la medida del espacio en tres dimensiones que un cuerpo ocupa- se utilizó para designar a la tanda de discos agrupados bajo un concepto por el autor o la discográfica.

Luego de la digresión nominal, retomo la pregunta de partida. Y me respondo: no, “el barredor de tristezas” no sería el mismo al lado de las “penas de chiquitita” ni de los saltos de los bajitos. Sin embargo, no ser el mismo no lo haría carecer de sentido. Claro, ningún mezclador impalpable los obligaría a precederse ni a sucederse, no encontraría los puntos que los unen, no podría igualar a ese otro incorpóreo que produce mi piel, bien desde adentro.

Joan Miró
Joan Miró

 

Porque la música, está del otro lado.

 

 

 

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