El Lado B: Sobre Superhéroes.
Por Pablo E. Arahuete
DE CAPA CAÍDA
La capa ya no flamea como antes. ¿Qué cambió? Tal vez el aire, cada vez más contaminado, los edificios gigantes y las antenas que surcan el cielo. En Muertópolis todo parece estar ordenado. Allí, hasta Superman se frustra. Por ahí, en la tele y en las redes sociales, dicen que anda de capa caída. Sólo de vez en cuando fuga hacia arriba. Siempre hacia arriba para, desde esa posición privilegiada, recuperar la visión panorámica sobre la ciudad y su gente. Ya no lo llaman como antes para salvar al mundo de una guerra caliente o fría. La guerra está en todas partes, no tiene rostro ni máscara, a diferencia de lo que ocurre con su colega Batman, ese excéntrico y culpógeno millonario que se disfraza de murciélago porque no tolera ser hombre. Ambos añoran devenir mito reciclado de arquetipos heroicos. Pero, de tanto intentar verse tan superiores, tan “súper todo”, el tiro les salió por la culata. No contaron con el tiempo. Ellos, tan grandes. Y el entorno, tan diminuto, que no puede librarse de la básica dicotomía entre el bien y el mal.
También podría pensarse que los superhéroes de cualquier época encarnan aquello que las sociedades pretenden imponer como valores o, mejor dicho, encarnan aquello que las sociedades creen que son. Claro: la mirada hacia adentro siempre está exenta de contradicciones, miserias e imperfecciones. En definitiva, se trata de poner en el tablero dos ideologías: la del servilismo a la comunidad, la “del héroe bombero” y la de la protección por el uso indiscriminado de la fuerza, tendiente a un bienestar social, que siempre decanta en un héroe policía. Los hubo y seguirá habiendo a lo largo de las décadas. Pero cabe preguntar: ¿siempre fue así?
Charly García – Superhéroes
SACATE LA CARETA
Batman envejece gracias a los comics y a la venganza manifiesta del relativismo moral. Se resquebraja gracias al estandarte de las filosofías postnietzscheanas, que resalta las bondades de la destrucción fundante, con miras a paradigmas menos artificiosos y racionalistas. El embate es fuerte contra la ola consumista, esa que ha protegido a los superhéroes de todas las épocas de aquellas contradicciones humanas y evidentes: esas zonas invisibles que los atraviesan cuando el eje de la discusión se despoja de la parafernalia circense y la idea de colosalismo a ultranza. Ahí, justo ahí, se exhiben las verdaderas máscaras detrás de las máscaras. Ahí, justo ahí, los buenos y los malos son lo mismo: psicóticos que no soportan el traje o el rol.
Fragmento del film inspirado en el cómic Watchmen (2009)
Diario de Rorschach:
“Esta ciudad me tiene miedo, he visto su verdadera cara.
Por las cloacas corre sangre y, cuando se forme una costra en los drenajes, todas las ratas se ahogarán. Las suciedades de su sexo y asesinatos les llegará a la cintura. Las putas y los políticos mirarán para arriba y suplicarán: ‘sálvennos’ y yo susurraré: ‘No’.”
Desde la mirada perturbadora de Alan Moore –la mente detrás de uno de los comics más controversiales, “Watchmen” (1986)– crece la sensación de un quiebre en el concepto del superhéroe y su funcionalidad social. Las psicosis y los delirios de grandeza hacen mella en la mente de cada uno de los personajes, especialmente, en Rorschach. Este personaje, desde su presentación visual, no necesita de antifaces, no usa capas, pero su rostro humano se ve oculto por una media blanca con manchas oscuras que se desplazan a lo largo de su rostro tapado. Nada es por azar: Rorschach alude directamente al mítico test de psicodiagnóstico, creado por Hermann Rorschach. La interpretación de esas manchas habla a las claras de que el caos ganó por goleada, no hay orden en un rostro que no se ve.
Diario de Rorschach:
“Todo el mundo está al borde del precipicio, mirando hacia abajo al infierno. Todos esos liberales e intelectuales y, de repente, a nadie se le ocurre qué decir. Debajo de mí, esta espantosa ciudad grita como un matadero lleno de niños retrasados mentales. Y la noche apesta a fornicación y malas consciencias”.
La mutación del héroe al antihéroe es el principal punto de inflexión ideológico representado en “Watchmen” y en una seguidilla de obras similares que surgen como contra cultura al modelo impuesto desde aquel Superman de la década del 30, atravesado por las guerras mundiales, y luego por la posguerra y la crisis cultural que también hizo sus estragos entre estas iconografías.
AVANZAR PARA ATRÁS
El universo del cómic abrió el espacio para mostrar el lado B de los superhéroes, devenidos muchas veces antihéroes, aunque sin cortar lazos con el villano. Por su parte, el cine de las últimas superproducciones hollywoodenses y sus apéndices televisivos –en las series– se han encargado de recuperar la fe en algo superior, capaz de encarnar los valores más tradicionales de la conducta. Ya sea en una “Liga de la Justicia” –reunión marketinera de notables ególatras con mallas y trajes de spandex– o en un grupo paragubernamental de súper policías del mundo, bautizados como “Los Vengadores”, siempre la fortaleza reside en el poder de la fuerza de un pequeño. Y la debilidad del héroe, en el compromiso individual, que no implique salvar a la mayoría de los peligros del propio sistema, autodepurado y eficiente.
Entonces, el primer cuestionamiento a estos representantes ideales de la masa es,¿dónde radica la evolución, luego de atravesar las peripecias clásicas del héroe a lo Ulises, de Homero, o las del más inspirador y terrenal, Quijote?
Tal vez la respuesta encuentra una llave cuando se aparta la mirada del modelo de aquel súper hombre que no era un pájaro ni un avión, porque en definitiva se trataba de un extraterrestre. Mientras el Moisés bíblico llegó en una canasta, el de Kriptón cayó del cielo antes de que su planeta estallara. Evolucionó al adquirir rasgos de humanidad y coexistió con las contradicciones en su disfraz de torpe reportero, para pasar desapercibido. Sin embargo, todo cambió cuando el superhéroe moderno se instaló como principio de identidad para construir un nuevo ideal en cada espectador. Heredero de la posguerra, la censura a los comics y sus tendencias a “corromper a la juventud”, del paso fallido en Vietnam y las convulsiones sociales de las décadas posteriores, a este lo presentan menos como una ayuda al bienestar general que como una posible amenaza, por su condición de metahumano. La funcionalidad de un Capitán América –soldado ejemplar quien, desde las filas del cómic, se enfrentara al mismísimo Hitler, a los japoneses vampiros comunistas y luego quedará absorto, como Spider-Man, frente al 11S– es el claro ejemplo de las mutaciones de una cultura que sabe imponer al resto de las sociedades modelos de superhéroes y, a pesar de todo, no los cuestiona en su esencia.
FALLÓ UN INGREDIENTE EN LA RECETA
En la carretera, la desolación es la postal que acompaña a un hombre a la espera de que alguien detenga su auto y le permita seguir su propio viaje en busca de una cura contra su furia. Poco importa que sea un doctor. Importa, sí, la idea del error nuclear que produjo en él la metamorfosis dolorosa e hizo aflorar, en un segundo, la ira incontenible de la bestia. Un chivo expiatorio de piel verde, con la monstruosidad del Frankenstein creado por la perversión del científico con complejo de Dios y licencia de progresista a cuestas. Aun así, unos pocos atisbos de lo humano exaltan su soledad cada vez que termina su actingultraviolento. Eso ocurre, al verse acechado por los agentes del sistema, quienes buscan domesticarlo o usarlo para que imponga miedo cuando las papas quemen en cualquier rincón de la Tierra. Tal vez el hombre bestia del color esperanza encuentre en su camino otros parias superpoderosos, como el de las garras y esqueleto de acero irrompible llamado Wolverine: un experimento mutante, cuyos orígenes asesinos se refuerzan con un esqueleto y garras de adamantium, sin techo ni ley. Igual a aquellos renegados de los westerns clásicos, a quienes sólo les importa la paz de un buen trago antes de la pelea o, simplemente, que los dejen ser. El que destripa y el que se encoleriza, comparten la misma sensación de soledad que un ciego. Uno que de día es abogado de pobres y ausentes y, de noche, vigilante nocturno. Representa, así, a las dos caras de la justicia, la de las leyes consensuadas y la de reparadora, que va por encima de la ley. Su indumentaria de diablo –se hace llamar Daredevil–, su intimidante presencia entre las sombras, más que recordar a Batman lo acercan demasiado a la expresión de ángel caído. Antihéroe por naturaleza, no aceptó las reglas de juego del círculo de poder.
El paria y el antihéroe redefinen así al superhéroe. Al punto que el “Escuadrón Suicida”, otra idea transgresora del cómic y su fiel cinismo, establece una relación parasitaria entre la sociedad y los criminales más peligrosos, cuando Batman no da señales de vida y Superman se ha dado por muerto.
Su proximidad y cercanía con lo humano, con lo imperfecto, complejiza y aumenta la tensión entre el bien y el mal. Deadshot es un mercenario, asesino a sueldo, preocupado por el futuro de su pequeña hija. Y Harley Quinn, una psiquiatra devenida psicótica, enredada en un síndrome de Estocolmo con su paciente, El guasón, en el asilo de Arkham.
Así, lo blanco y lo negro mutan, destiñen y se convierten en el gris de la incerteza y el caos de la razón. Continúa el experimento sobre los alcances y limitaciones del cómic. De ese modo, la respuesta al Black Power y a la violencia en las calles encuentra su mayor referencia en otro antihéroe: Luke Cage. La principal característica de este afroamericano, cuya piel es indestructible, se resume en su condición de presidiario devenido salvador de oprimidos y símbolo de la lucha. Lejos de la versión pasteurizada de Netflix, el origen de Luke Cage, desde las páginas de los comics, lo relacionan con otro aspecto vinculado a su costado humano. A Luke Cage se lo puede contratar para que aflore el superhéroe. Un asalariado más contra el discurso infantil de la “Liga de la Justicia”, que parece no aggiornarse a los cambios de época.
Ahora, con un villano millonario como Donald Trump en Muertópolis, cabe esperar que Superman regrese a defendernos. Tal vez no lo haga y, sencillamente, continúe en su nube celestial de privilegios. Todo para no escribir el próximo capítulo de esta apasionante historia con final incierto, pero a lo Hollywood.
Fricción – Héroes